El encuentro del G-20 en Londres llevó a una tensa convergencia de las propuestas norteamericana y la europea. Ésta última prevé controles y regulaciones más rígidas de los mercados y la norteamericana busca salvar el sistema bancario privado con la inyección estatal de miles y miles de millones de dólares, sacados de los contribuyentes, con el propósito de financiar los créditos y garantizar la continuación del consumo. Hay informaciones de que Barack Obama se comprometió a asimilar algo de la propuesta europea y de esta forma crear un consenso mínimo para enfrentarse colectivamente a la crisis.
Es necesario, sin embargo, reconocer que ambas soluciones son intrasistémicas y nada inspiradoras, pues no ponen en absoluto en cuestión el modo de producción capitalista y su expresión política, el neoliberalismo. Curiosamente, Sarkozy, en un artículo del día 1 de abril, proponía un capitalismo cooperativo y solidario como forma de salir del caos. Parece entender poco de la lógica del capital, pues éste se rige por la competitividad y no por la cooperación. La solidaridad no es una categoría del capital; si lo fuera no tendríamos tantos millones de excluidos. Si alguien encuentra que el capitalismo es bueno para los trabajadores es un iluso. El capital es bueno para los capitalistas que detentan el tener, el saber y el poder.
Las propuestas del G-20 mantienen la acumulación del capital como el motor principal del funcionamiento de la economía y el mercado libre como el lugar de donde se reproduce. Esto sencillamente es más de lo mismo. No ataca las causas que han llevado a la crisis. La crisis económico-financiera es vista fuera del contexto global de crisis: social, alimentaria, energética, climática y ecológica. Todas estas crisis son consideradas externalidades, es decir, factores que no entran en la contabilidad del capital, como son el desplazamiento de millones de personas del campo a las ciudades, la deforestación, la contaminación del suelo, del mar y del aire. Estos factores sólo se toman en consideración cuando se revelan impedimento para las ganancias del capital.
Pero no es posible evitar la cuestión ética: ¿se trata de una solución que contempla a la humanidad como un todo y que garantiza la vitalidad del planeta Tierra o simplemente se trata de salvar el sistema del capital para beneficiar a los que acumulan? ¿Será una nueva jugada del sistema? ¿Se trata de una crisis en el sistema o de una crisis del sistema?
Todo indica que se trata de una crisis del sistema. Las dos externalidades mayores —la social y la ambiental— no ocupan un lugar central, pero son tan graves que ponen en jaque las soluciones contempladas, sostenibles solamente a corto y medio plazo. Después volverá la crisis, posiblemente bajo forma de tragedia o de farsa (Marx).
La crisis social mundial es aterradora. Los datos del PNUD de 2007-2008 prueban que el 20% de los más ricos absorbe el 82,4% de las riquezas mundiales, mientras que el 20% de los más pobres tiene que contentarse con solo el 1,6%. Es decir, hay una pequeñísima minoría que monopoliza el consumo a escala mundial mientras que los ceros económicos son lanzados a la miseria. Hay más de 900 millones de hambrientos y cada cuatro segundos muere un ser humano de hambre, según refiere J. Ziegler en su informe para la ONU sobre la pobreza en el mundo. ¿Qué cabeza y qué corazón tienen ciertos analistas notables de Brasil (véase M. Leitão y Sardenberg) que saben de todo esto y aun así defienden un sistema de tanta perversidad?
La crisis ecológica no es menor. Ya estamos inmersos en un calentamiento global que va a ser devastador para millones de personas y para la biodiversidad. E. Wilson, renombrado biólogo, denunció que la voracidad capitalista elimina definitivamente 3.500 especies de seres vivos cada año. Ante este cuadro dramático, sólo nos queda repetir lo que dejó escrito en latín el genio de la crítica al capital: «dixi et salvavi animam meam»: «dije y salvé mi alma».
2009-04-17
* Fuente: Koinonia
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