El título de este artículo se lo he robado al diario Claridad que editaban los estudiantes, agrupados en la FECH, en 1920. El texto dice así: “ Sea Ud. un cobarde. Así redondamente. Y no crea que se lo decimos para atraerle a este cartel. No, simplemente; Ud. está leyendo esto, sea quien fuere. ¿Se ha fijado cómo vive? ¿Qué es lo que hace todos los días? Calla cuando le conviene. Se arrima siempre al más fuerte. Opina como todo el mundo. ¿Cuándo ha levantado su voz ante la infamia escandalosa que lo rodea? ¿Cuándo?…A ver, revise su vida. Mañana o pasado muere Ud. y para qué le ha servido. ¿Sabe lo que es esta sociedad en que vivimos, la sociedad capitalista? ¿Sabe lo que es el régimen que nosotros preconizamos y que Ud. retarda? Ud. piensa, sin duda, como El Mercurio, La Nación, el Diario Ilustrado, etc; como el diario que Ud. lee todos los días. Aprenda hombre, Ud. no sea un muñeco. Tenga vergüenza. Use su propia cabeza, para eso la tiene. Averigua, entérese. No sea un miedoso. Es en vano que se haga el sordo. Es Ud. un cobarde, a merced del que mejor le pague o más fuerte le grite. No se haga ilusiones. ¿Cuándo se animó a decir algo que pudiera comprometerlo? Por los mansos individuos como Ud. es que el mundo es inhabitable de canalla”.
Este combativo texto tiene hoy tanta actualidad como en 1920: de nuevo la cobardía de cada uno permitirá que podamos participar como simples espectadores en esta fiesta dominguera, del día de elecciones; ese día todos somos ciudadanos: su voto vale tanto, como el del multimillonario Sebastián Piñera, pero al día siguiente, cada uno de nosotros volverá a ser una persona anónima; el rico a sus riquezas y el pobre a su pobreza; ya no lo regalonearán nunca más, los candidatos electos no tendrán el fino oído para escuchar el rosario se sus miserias. A comienzos del siglo XX, los oligarcas en el mundo temieron que el sufragio universal posibilitara el triunfo de los que llamaban “agitadores comunistas o socialistas”. El primer ministro inglés, Disraely, no podía comprender cómo su voto valía igual que el de su ignorante cochero, por tal razón le propuso que se abstuvieran los dos. El filósofo español Ortega y Gasset veía, con terror, la que llamaba “la rebelión de las masas”, es decir, la ocupación de los cafés y ateneos por gente vulgar e ignorante, “la gente como ud”.
En Chile, durante todo el siglo XIX, usted no podía votar, no lo hacían tampoco las mujeres, ni los analfabetos – que alcanzaban a un 70%- y que no poseyeran un bien raíz. Todos los presidentes, senadores y gran parte de losa diputados, eran designados por el rey presidente.; a veces, uno o dos opositores de la misma oligarquía lograban ser elegidos a punta de balazos, como relataba Carlos Walker. Cuando el ingenuo de Abdón Cifuentes se atrevió a preguntar al presidente Federico Errázuriz si algún día había elecciones libres en Chile, este le respondió, cínicamente, que nunca. Después de la guerra civil de 1891, se impuso la llamada “libertad electoral” que, por cierto, no significaba el voto libre de los opositores de la oligarquía: sólo una buena repartija, con nuevos invitados, como los radicales y los conservadores. El cohecho era la forma de corregir al peligroso sufragio universal: sus tatarabuelos, si eran campesinos, estaban obligados a votar por el gamonal de la zona, que era amigo del dueño de fundo, llevaban a los campesinos, como animales, al matadero de la urna; el voto estaba impreso y marcado, y si algún gañán se rebelaba, en todos los lugares electorales había un matón que golpeaba al primero de la fila, con el fin de infundir pánico en el resto de los carneros; se rifaban vacas, era el único día que se comía empanadas y vino tinto, viandas donadas “generosamente” por los patrones. Cuenta mi abuelo, Manuel Rivas Vicuña, que los electores se enfurecían cuando, producto de un acuerdo entre oligarcas, no había elección y, por tanto, no era necesario cohechar; la verdad, es que estas prácticas duraron hasta que una alianza entre la falange y los partidos radical y socialista conformaran el bloque de saneamiento democrático, en los años 50, que, por medio de una reforma al sistema electoral, implantara la cédula única. Hacia los años 49 las mujeres podían votar y, en los 60, se agregaron los mayores de 18 años y los analfabetos. Estas conquistas se hicieron posible el triunfo de Eduardo Frei Montalva y de Salvador Allende.
El Congreso, en Chile, tiene muy poco poder: las comisiones investigadoras de la Cámara terminan todas empatadas, el edificio parecido al palacio de Ramsés II, está aislado de la población y, en general, el rey presidente gobierna y legisla a la vez; ni siquiera ofrece los ricos tés de antaño, de los cuales se burlaba el posta Vicente Huidobro cuando coqueteaba con Marmaduque Grove. Quién le ha preguntado a usted, manso ciudadano, si está conforme con sus sueldo, si la jubilación se ha convertido en júbilo, como lo sostiene el candidato Piñera? Quién lo defiende cuando, en un día de locura, se le ocurre formar un sindicato en la empresa que trabaja o, estúpidamente, pide un aumento de sueldo? Quién le ha consultado si le gusta o no el sistema electoral actual? Más preguntas y respuestas se las dejo al ciudadano conciente y digno . .
No hay caso: usted no es culpable de ser un manso y apacible ciudadano. Tantos años de transacción le han recortado los dientes al león; ojalá volvieran críticos similares a los muchachos de FECH, de 1920, pero presiento que no serían escuchados.
27/03/09
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