(APe).- Los números no gobiernan la realidad, la maquillan un poco, le inyectan colágeno y la mandan a pasear por los diarios del mundo, donde mañana nomás será papel viejo y no servirá ni para empaquetar basura. Los argentinos bien conocemos la magia de los números, pero hoy, una frase encontrada en una novela me hizo mirar hacia Colombia, donde se dice que los índices de mortalidad infantil, en dos décadas, han bajado del 40 al 20 por mil. Su presidente explica que el descenso no fue tan drástico como en los países desarrollados porque en ellos la transferencia de recursos hacia la salud pública y el avance tecnológico es mucho mayor que en Latinoamérica.
La frase que se llevó mi atención pertenece a la novela “La Virgen de los sicarios” del escritor colombiano Fernando Vallejo y dice así: “Esta sociedad permisiva y alcahueta les ha hecho creer a los niños que son los reyes de este mundo y que nacieron con todos los derechos. Inmenso error. (…) nadie nace con derechos. El pleno derecho a existir sólo lo pueden tener los viejos. Los niños tienen que probar primero que lo merecen: sobreviviendo”.
La realidad, despintada y despareja, o pintarrajeada y prostituida, parece arrimarse más al iracundo personaje de Vallejo que al prolijo presidente Uribe. No porque los números sean mentirosos, sino porque hay otros tan verdaderos como ésos, pero que se mantienen ocultos, a veces por fuera y otras veces dentro de las mismas estadísticas. El índice del 20 por mil no dice nada de la gran desigualdad entre las zonas urbanas y rurales de Colombia. En la localidad de Chocó, nuestro 20 se nos sube a un 36 y las cifras empiezan a renguear.
A los 21.000 niños muertos por año, distinguidos con el privilegio de la contabilización oficial, habrá que sumarle las muertes escondidas. Esas que no podemos decir cuántas ni cuándo porque no estaban en ningún registro. Sólo las documenta la memoria de los campesinos marginales, los afro-colombianos y los pueblos indígenas donde hace apenas cinco años el promedio de muertes era de 250 cada mil y nada nos hace presumir que ahí las cosas hayan cambiado demasiado.
En el mismo corazón del índice oficial encontramos algunos datos significativos: 1) El 9% de los muertitos menores de 5 años, más o menos unos 1.300, se les mueren a los padres por consumo de agua no potable.
2) Más de mil chicos mueren por año de cáncer al no recibir un tratamiento médico y por falta de atención. La Defensoría del Pueblo denunció que esta situación se está convirtiendo en una de las fuentes más altas de mortalidad infantil en el país y se mostró preocupada por la gran burocratización del acceso a los tratamientos oncológicos.
{mosimage}El científico francés Robert Belle afirmó que el glifosato formulado es el que provoca las primeras etapas de cancerización. El glifosato es el herbicida usado por el gobierno colombiano para fumigar los cultivos ilegales de coca en territorios rurales con eficacia bastante cuestionable. La fumigación destruye las plantaciones de plátano, yuca y maíz y deja sin trabajo a los campesinos, contamina el ambiente, afecta su salud y produce malformaciones congénitas que en muchos casos provocan muertes antes del primer mes de vida.
La guerra desde el aire contra la coca tiene su correlato en tierra con la erradicación manual de las plantaciones ilegales que son precedidas por avanzadas militares, encargadas de limpiar el territorio de campesinos. Los atropellos y los abusos de autoridad del ejército contra el pobrerío no forman parte de ninguna estadística porque la mera denuncia se castiga con cárcel o algo peor. Es posible que los díscolos pasen a engrosar otros números: la cuota periódica de guerrilleros abatidos por el ejército colombiano.
Esta última denuncia la hizo el mismo ministro de defensa de Uribe ante la aparición de 23 jóvenes en la localidad de Ocaña, presentados por el ejército como 23 rebeldes muertos, pero que meses antes habían sido reportados como desaparecidos por sus familiares. No eran guerrilleros, antes de ser reclutados en el escuadrón de difuntos, integraban el índice de jóvenes desocupados a la espera de una oportunidad laboral.
En medio de todo esto no es descabellado pensar, como el personaje de Fernando Vallejo, que muchos llegan a este mundo bajo la sospecha de una muerte prematura, como si no se merecieran existir, y que si pretenden quedarse acá, parados sobre esta tierra, deberán probar que se merecen el aire contaminado que respiran y cada gota del agua impura que se van a beber. ¿Y cómo harán para probarlo? Así nomás: sobreviviendo.
03/10/08
* Fuente: Agencia Pelota de Trapo
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