El día 10 de mayo Brasil perdió a uno de sus hombres espirituales, el intelectual, periodista, político y promotor de la música como camino para la interioridad: Artur da Tavola o Paulo Alberto Monteiro de Barros.
Era un hombre de síntesis. A pesar de las contradicciones de la sociedad, alimentaba una indestructible confianza en la capacidad de mejorar del ser humano y de la democracia.
Había en él una fuente secreta, de la cual hablaba poco, pero que los íntimos conocían, de la que bebía continuamente: la dimensión espiritual, diría más bien mística, de la vida. Tal constatación me trae a la mente la figura del Secretario General de la ONU, abatido en Nigeria en 1961: Dag Hammarskjöld. Después de su muerte, en su despacho se descubrieron escritos de alto contenido místico, de una mística esencial y por eso supra-confesional, publicados bajo el título Marcas del Camino. Había oraciones, lamentaciones, pensamientos sufridos y llevados ante el Misterio con el cual mantenía una secreta intimidad.
Hace muchos años, cuando era profesor de teología en Petrópolis, invité a Artur da Tavola a hablar a los jóvenes teólogos sobre televisión. Aceptó pero con una condición: que le donase la edición completa de las obras de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús que la editorial Vozes acababa de lanzar. Decía que vivía del periodismo y del compromiso político, pero la fuente de sentido de su vida estaba en otro lugar.
Artur da Tavola quiso hacer una conmovedora nota final a mi libro Espiritualidad: un camino de transformación (Sal Terrae). En ella decía: «Vivimos en una sociedad extravertida. El sistema productor necesita la extraversión para vender productos. Precisa de personas con muchas necesidades y deseos permanentemente irrealizables, pues serán potenciales consumidores. Sin embargo, lo que necesitamos son personas satisfechas con lo que tienen, conscientes, con opciones, capaces de la mayor de las libertades, la interior, seres que consigan equilibrar las solicitaciones del mundo exterior con la demanda interior, la espiritual».
Durante muchos años mantuvo todos los domingos en TV Senado, un erudito y, al mismo tiempo, popular programa ¿Quien tiene miedo a la música clásica? Hacía introducciones explicativas, contaba la vida de los maestros, resaltaba la belleza de las partes y transmitía entusiasmo por la elevación espiritual de la música. Nada más connatural a la experiencia religiosa que la experiencia musical. Sutilmente y sin palabras, habla a lo profundo de las personas, allí donde habita el Misterio inefable. Siempre terminaba con el mismo pensamiento: «Quien aprecia la música, alimenta la vida interior. Y quien tiene vida interior jamás sufrirá de soledad».
Otro campo en el que se distinguió fue en la reflexión sobre el amor. Sus ponderaciones son agudas, pegadas a la vida cotidiana. Refiero solamente un pequeño texto que dice: «Sólo el amor no basta. El amor necesita respeto. Amor sólo, es poco. Tiene que haber inteligencia. Tiene que haber buen humor. No sirve sólo el amor. Hay que tener disciplina para educar a los hijos. Amar sin más, no basta. Es necesario convocar un conjunto de sentimientos para amparar el amor que viene con un plus de omnipotencia. El amor hasta puede bastarnos, pero él no se basta a sí mismo.
Sus reflexiones dan la razón a San Pablo en su conocido cántico al amor. No basta sólo el amor. Tiene que venir acompañado de paciencia, de cortesía y de la capacidad para disculpar todo, tolerar todo, creerlo todo y esperar todo. Sólo así el amor nunca acabará.
Nuestra gratitud al inolvidable Artur da Tavola por su vida y su amistad.
2008-05-16
* Fuente: Servicios Koinonia
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