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De la crisis y la esperanza

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Cierta vez le escuché a un pediatra explicar por qué los recién nacidos y los bebes lloran con frecuencia, intensidad y sin causa aparente: “Es que están creciendo – explicó el galeno – y… crecer duele.” También le ocurre a las naciones.

No hubo ni hay desarrollo sin contradicciones, tampoco explicaciones simples. La edificación nacional es más compleja en el Nuevo Mundo debido a defectos de origen creados por la irrupción europea. La esclavización y el saqueo, la trata de esclavos y el despotismo, no sólo sobre los pueblos originarios, sino sobre los europeos y sus descendientes en ultramar, gestaron profundas contradicciones, que unidas a la formación de intereses e identidades nacionales, dieron lugar a interminables y cruentas guerras y luchas.

Como resultado de aquellos procesos se gestaron no sólo odios y divisiones, sino profundas deformaciones estructurales que han impedido a nuestros pueblos progresar políticamente y crear sistemas de gobierno y ambientes de convivencia, apropiados y satisfactorios para todas las clases, nacionalidades y regiones. La existencia de las oligarquías, el caudillismo y el militarismo son algunos de esos fenómenos.

La madre de todas las malformaciones es el paradigma de la dependencia, sostenido por el capital extranjero y el maldito esquema agroexportador, generador del latifundio y la plantación, basadas primero en la explotación de mano de obra esclava y más tarde en la creación del proletariado rural, engendro teratogénico a la mitad del camino entre el asalariado urbano propio del capitalismo y el siervo de la gleba feudal, fenómeno que en los países con grandes poblaciones indígenas produjeron una horripilante combinación.

Tales anomalías, son hoy imposibles de encontrar en ningún país moderno, no porque no existieran nunca sino porque fueron resueltas a tiempo. Nuestra tragedia ha consistido en no poder hacerlo por la falta de instituciones civiles idóneas y respetadas. En ningún país de Europa o Asia ni en los Estados Unidos pudiera ocurrir lo que acabamos de presenciar en Bolivia.

Los pueblos originarios sobrevivieron en América no sólo porque eran más de cincuenta millones, sino porque en México, Perú, Centro América y en los Andes se les necesitó para explotar las minas, trabajar la tierra y servir a los colonizadores. En sus entornos, sin solución de continuidad, se pasó de la colonia a las republicas en la que los indígenas siguieron esclavizados y discriminados, ahora no por los extranjeros, sino por los criollos. La independencia fue, para todos un cambio cosmético, para los aborígenes y sus descendientes la continuación de una tragedia.

Lo cierto es que el separatismo boliviano no es de ahora ni lo inventó Evo Morales ni el prefecto de Santa Cruz, ninguno de los cuales fue responsable de lo ocurrido en Potosí y ninguno formó parte de los barones del estaño. Hoy es el petróleo y el gas como ayer fueron la plata, el estaño y el salitre, la oligarquía cruceña y la paceña y siempre el mismo circulo vicioso.

Lo nuevo es que por primera vez, con la llegada de Evo Morales al gobierno y en un contexto regional apropiado, rodeado de gobiernos amigos como los de Perú, Ecuador, Chile y Venezuela, que entienden los problemas porque ellos mismo tienen grandes poblaciones indígenas, existen condiciones mejores que nunca antes para encontrar soluciones, elaborar consensos con todas las fuerzas para que de una vez, los latinoamericanos y sus pueblos originarios se encuentren.

Ojalá pudiera convocarse a México, Perú, Chile, Guatemala, Honduras, Ecuador y Venezuela para juntos a Bolivia y a todos los pueblos de la región con poblaciones autóctonas, celebrar una conferencia latinoamericana. No hacen falta tensiones ni combates callejeros, sino voluntad política para con propuestas renovadoras e ideas directrices crear una ancha plataforma, actuar de buena fe, hacernos un favor y darnos una oportunidad para resolver problemas pendientes.

No será la primera vez. En Bandung lideres tercermundistas trascendieron el enfoque afroasiático, ya de por si amplio, para crear el Movimiento de Países No Alineado y para alentar la solidaridad, Fidel Castro auspició la Conferencia Tricontinental y la Organización Latinoamericana de Solidaridad y más recientemente los encuentros sobre la Deuda Externa.

Es cierto que hay por medio prejuicios y reservas ancestrales, intereses creados y manos extrañas, pero del mismo modo que Chávez y Correa han realizado magnificas propuestas para crear la Unión de Naciones del Sur o la Organización de Estados Latinoamericanos y con Lula, Kirchner, Tabaré y Evo han creado PETROSUR, PETROCARIBE, el ALBA y el Banco del Sur, también pudieran adelantar iniciativas, aprovechando incluso la disposición de la OEA.

Los esfuerzos para el encuentro de civilizaciones son válidos no sólo entre occidente y el Islam y entre moros y cristianos; en casa tenemos también esa tarea. Dicen que en el idioma chino crisis y esperanza se escriben con los mismos caracteres. Quizás en América Latina ocurra lo mismo. Tal vez no sea la hora de unos u otros, sino la de todos: “negros y blancos, indios, rotos, cholos y mulatos”.

* Fuente: Argenpress

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