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Biocombustibles: Las respuestas no están en el pasado

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Teóricamente pudieran fabricarse computadoras con mano de obra esclava. En ese caso el modo de producir sería esclavista no digitalizado. El perfil de una época histórica proviene del carácter de las relaciones de producción dominantes. Lo que define al progreso no es lo que se produce sino cómo se produce.

La alternativa de producir biocombustibles retrocediendo al latifundio, al monocultivo y a la economía de plantaciones donde la caña de azúcar se cosecha mediante el extenuante corte manual, realizado por obreros temporeros, mal pagados y peor alimentados, separados de sus familias y sus comunidades, alojados en barracones miserables y excluidos de derechos laborales y prestaciones sociales, no es desarrollo, sino involución.

Lo peor es que esas tristes realidades se oferten a países subdesarrollados como una opción para generar oportunidades de progreso; todavía más contrastante es la afirmación de que tales aberraciones forman parte de una solución energética para el planeta y de un curso que contribuirá a salvar a la humanidad.
En los proyectos para la producción de biocombustible se percibe un doble standard. Para Estados Unidos se trata de granjeros y grandes empresas agrícolas, con sólidas tradiciones en el cultivo del maíz, tecnológicamente avanzados, magníficamente equipados, bien pagados y protegidos por generosos subsidios y por excelentes seguros de cosecha, que producen o producirán etanol para su país, sin mayores implicaciones de otro tipo.
En Europa Occidental ocurre otro tanto, con la diferencia de que por cuestiones climáticas y de disponibilidad de tierras, las áreas serán considerablemente menores, manteniéndose el resto de los parámetros. Está por ver que ocurrirá en la ex Europa Oriental, una especie de zaga del primer mundo, donde pudiera producirse etanol con pimientos búlgaros, con los viñedos con que los húngaros producían vino o se destinen a tal uso los pastos polacos.
En ningún caso los trabajadores, campesinos o granjeros norteamericanos o europeos, pagaran ningún costo social porque el maíz, la colza o el girasol que cosechan se destinen al consumo humano, a piensos o a la fabricación de combustibles. Tampoco les preocupa, que por razones de reducción de la oferta en el mercado de alimentos, los precios del maíz y otros granos se disparen. Al capitalismo todo eso le resulta indiferente.
Puede incluso ocurrir que para los hombres y mujeres del medio rural en los países ricos del norte desarrollado, la producción de biocombustibles en sus tierras, antes dedicadas a la creación de alimentos, sea propagandizado como un proceder patriótico o una contribución a la solución de la crisis energética planetaria, celebrada, reconocida e incluso retribuida.

Ofrecer a los países africanos que sus hombres y mujeres que fueron traídos a Cuba, Brasil, Estados Unidos y a Las Antillas, precisamente para cortar caña y producir azúcar en condiciones de esclavitud, asuman nuevamente esa actividad sin apenas ninguna diferencia, es una cruel paradoja. Entre un machetero que recibe un dólar por cortar cinco toneladas de caña y un esclavo, las diferencias son de matices.

En mundo moderno, a la altura del siglo XXI cuando las economías agroindustriales evolucionan por los caminos de la maquinización, la quimización y la automatización, la solución del problema de los combustibles no puede alcanzarse con la lógica de la organización del trabajo del siglo XVI.
Gracias entre otras cosas a los esfuerzos de Cuba que durante años movilizó su potencial científico y sumó a importantes centros tecnológicos de la ex Unión Soviética, incurrió en enormes gastos de investigación y experimentación, está disponible una tecnología completa integrada por máquinas para cortar, alzar, transportar y limpiar la caña, que no sólo son eficientes sino que humanizan esas agotadoras tareas.
Lo que en realidad quieren las transnacionales, los oligarcas y algunas burguesías nativas, es producir agrocombustibles, propósito de por si discutible, sin invertir, sin introducir la técnica y sin preocuparse por las condiciones de vida de los trabajadores. Así no se vale.

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