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El Cura Venido del Infierno

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Hace una semana fue secuestrada y retenida en un coche en La Plata, durante unas horas, Felisa Marilaf, ex sobreviviente de una prisión clandestina de la última dictadura argentina a fines de los años setenta. Sus secuestradores, luego de retirarle el brazalete con GPS de la policía que justamente debería haber impedido o dificultado este tipo de agresiones, le advirtieron que no siguiera hablando. Que su secuestro era una advertencia a todos los demás. Pero Felisa Marilaf no está implicada en estos momentos en ningún juicio. La detención o secuestro y asesinato y desaparición de su compañero en 1976, no fue investigada nunca.

Pero según Página 12, su breve secuestro tiene relación con el segundo juicio oral del cura Christian von Wernich. Es el caso de este sacerdote el que llama mi atención. Pero digamos de paso que este atroz hecho demuestra que las fuerzas del mal en Argentina siguen operando en aparente impunidad, pues este secuestro demuestra su nivel de organización y su osadía -aunque no pueden dejar de ser cobardes, obviamente. Son de extrema derecha.

El cura von Wernich estuvo asociado a la policía bonaerense, a la brigada de homicidios y a una cárcel clandestina durante la última dictadura argentina. Ya fue enjuiciado una vez por secuestro, torturas y homicidio. El cura, un verdadero demonio, escapó a la justicia de su país y se asentó durante unos años, contando con la protección de la curia argentina y de elementos de extrema derecha al interior de la iglesia católica chilena, en El Quisco, donde este agente del mal llegó incluso a decir misa.

¿Quién era el cura diabólico? El cura ayudaba a los represores y torturadores a obtener confesiones o a facilitar la obtención de confesiones de los secuestrados y torturados antes de que se les asesinara. Pero los testimonios de sus acciones son escalofriantes. Ofrecía ayuda espiritual a los detenidos para obtener confesiones, pero con los datos obtenidos hacía otra cosa. A los padres de unos detenidos se acercó a pedirles rescate, diciéndoles que conocía a los policías que los tenían secuestrados y que a cambio del dinero serían enviados a Europa, o a Uruguay, según afirmaba, donde podían comenzar una nueva vida. De vuelta en la comisaría repartió el dinero con los agentes, que mataron a los detenidos en cuestión. En una ocasión, el cura von Wernich organizó un asado para celebrar un asesinato y la obtención del rescate.

El cura también participaba en sesiones de tortura, y participó también como ejecutante directo en el asesinato y posterior quema de los tres detenidos cuyos padres fueron engañados diciéndoles que los llevaría a Uruguay. En el camino -los sacaron de la comisaría con el mismo cuento, en coche- pararon y uno de los cuatro represores (un policía karateka que después se arrepentiría y confesaría lo que había hecho) le dio un fuerte golpe en la cara a uno de los secuestrados con el objeto de dejarlo inconsciente.

Pero este se resistió y empezó a sangrar profusamente, manchando con sangre en la trifulca al cura, al chofer y al karateka. En palabras del autor confeso y testigo: "Cuando el N.N. (Moncalvillo) ve el arma se precipita contra ella y se entabla una lucha, que me obliga a tomarlo del cuello y le descargo varios golpes en la cabeza con la culata de mi arma. Se le producen varias heridas y sangra abundantemente, tanto que el cura, el chofer y los dos que íbamos al lado quedamos manchados".

El coche para, los obligan a descender y mientras el cura y los otros policías los sujetan, uno de los represores les inyecta un veneno directamente en el corazón, causándoles la muerte inmediata. Mientras tratan inútilmente de limpiarse la sangre de su ropa, el cura repite ante los criminales que los asesinatos cometidos son actos que son aprobados por Dios.

Luego desnudaron los cadáveres, los subieron al coche y trasladaron a la cárcel clandestina, donde los arrojaron a un hoyo en la tierra, que estaba lleno de neumáticos (los que habían lanzado ahí para acelerar la combustión de los cadáveres), que usaban para incinerar a los asesinados. Tras el macabro espectáculo, se retiraron los participantes de la masacre a casa de uno de ellos que vivía cerca, donde se asearon y trataron de quitar las manchas de sangre de la ropa.

El cura asesinó o participó en el secuestro, extorsión, tortura, asesinato y desaparición y ultraje de cadáveres de más de treinta personas. (En el siguiente enlace se encontrarán varios documentos relativos al cura diabólico): http://www.apdhlaplata.org.ar/prensa/2003/050203.htm

En el centro clandestino donde trabajaba el cura von Wernich se sometía a los detenidos a tratamientos indescriptiblemente crueles, que evocan las torturas a que sometían los nazis a los judíos. Por ejemplo, les daban de comer hojas de repollo crudo y pan duro cada tres días, pero en cantidades insuficientes, hasta el punto que a veces los prisioneros se peleaban a golpes por las hojas y mendrugos. En ese centro también se secuestró e hizo desaparecer a recién nacidos, tras lo cual se asesinaba a sus madres. También se ignora el destino de muchos bebés, sin tener la certeza de que fueran todos vendidos o entregados en adopción o utilizados sus cuerpos para otros fines.

Se equivocan quienes piensan, en Argentina como en Chile, porque en esto las dictaduras funcionaron similarmente, que los detenidos eran sino culpables de algún delito, al menos personas de izquierda, sobre quienes se volcaba la violencia de los criminales uniformados. Muchas de las víctimas, y quizás la mayoría de ellas, no eran ni terroristas ni izquierdistas, sino simples y corrientes personas que tuvieran la desgracia de cruzarse en el camino de las jaurías sedientas de sangre en que se habían convertido los cuerpos policiales. A unos, por ejemplo, los detuvieron y torturaron porque, siendo empleados de seguridad de un supermercado, habían sintonizado por error, con sus walkie talkie, una frecuencia policial. A otros se les detuvo, torturó y mató porque eran hijos de padres adinerados, a quienes obligaron a pagar rescates antes de matarlos (algunos de los casos del cura von Wernich). La arbitrariedad de las detenciones y torturas la ilustra también un testimonio de un sobreviviente, que fue torturado durante sesiones en las que le preguntaban si acaso él había matado a Gardel. (Y fue posteriormente dejado en libertad. Este es un extraño caso de prepotencia, arbitrariedad y banalidad, que también los hubo en Chile, cuando los detenidos eran interrogados con preguntas absurdas, torturados salvajemente y dejados luego en libertad sin cargos).

Todavía increíble es que elementos de la iglesia católica argentina protegieron y protegen al cura von Wernich, pese a las acusaciones, pese a los testimonios y pese al juicio al que ya fue sometido. Gracias a esta protección logró el cura escapar hacia Chile, donde trabajó en una parroquia de El Quisco diciendo incluso misas. Ahora esa iglesia aberrante lo sigue defendiendo. La revista Cabildo (publicada por un grupo de extrema derecha ‘católico’ asociado a la curia conservadora) ha publicado incluso una carta del cura demoníaco en la que dice que se considera "prisionero de guerra" y como león en un circo romano.  El pervertido llama a "orar para vivir esta persecución con la misma fuerza y valentía que los hombres, mujeres y niños que, entregados a los leones, bañaron con su sangre de mártires a nuestra Iglesia".

¿Qué decir de este tipo de personajes? No son simplemente represores, individuos que llevados por su fanatismo aplicaron atroces torturas y métodos de muerte a los que consideraban sus enemigos. Tampoco simples funcionarios, que cometieron crímenes porque así les ordenaron o por temer a perder sus trabajos o temor a que, si no obedecían, los matasen a ellos. Tampoco son simples delincuentes que, como el cura von Wernich, delatan falsamente a gente que conocen por su riqueza para cobrarles rescate y luego matarlos y eliminar los cadáveres para no dejar huellas.

Son algo más. Son fundamentalmente lo que en el habla normal llamamos chacales, o sea, almas perversas o corrompidas, profundamente retorcidas, que disfrutan con el terror y el dolor que causan y que, como muchos nazis, como muchos chilenos (como Iturrriaga Neumman, la cobarde rata de la DINA) mentirán hasta la muerte en su intento de eludir a la justicia. Pues eludir la justicia y evitar el castigo merecido es para ellos, hienas que son, demostración de su astucia e inteligencia. Y es este tipo de violencias y las acciones asociadas, de una profunda arbitrariedad, irracionales, injustificadas, las que dejan en claro para mí (aunque sé que es un punto de vista poco común) la presencia y acción del mal en la Tierra.

El segundo juicio del cura maligno empezará dentro de algunos días. Hace algunas semanas, aparentemente personas que lo protegen llamaron al juez del caso y otros involucrados, incluyendo testigos, amenazándolo que no llevara este juicio demasiado lejos. En relación con un caso parecido hace un año se secuestró a un testigo (Julio López), que ha sido probablemente asesinado. Sin embargo, todavía no se ha detenido a nadie en relación con ese secuestro ni las amenazas. ¿Será posible creer en la inoperancia e ineptitud de las fuerzas policiales y de la contrainteligencia? ¿Es el servicio de inteligencia argentino tan aparentemente inútil como el chileno -que declara ignorancia en cuanto al paradero de la hiena fugitiva que va por la vida con el nombre humano de Iturriaga Neumann?

Qué bien se ve nuestra iglesia católica (la chilena) cuando se la compara con iglesias aberrantes, verdaderos enclaves del demonio, como la argentina o la venezolana! Una iglesia que ha defendido durante décadas la doctrina social del catolicismo, que enfatiza la solidaridad y la piedad, antes que la jerarquía, el orden y el boato, y que ha optado casi siempre por la causa de los pobres y de los oprimidos, porque entiende, como muchos chilenos que no son necesariamente religiosos, que la causa de Dios es la causa de los pobres y de la tierra, o la patria, como dicen otros.

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