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30 años después… para Paula Pardo del Real

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Cuando alguien llega lo demás retrocede. Cuando la palabra nombra el instante existe. Llegar es ausentarse de otro lugar. Es ahuecarse en el  no-lugar.

La poesía es el lenguaje de un suceso antes de suceder. Es un llegar “siendo”. Es un signo que se nombra a si mismo y se desprende de si mismo. Es la palabra convexa, el giro, el hueco, lo arrancado. La poesía nos desnuda, nos hace llorar, nos retuerce. 

Francisco Urondo es un poeta que vivió entre el instante y la eternidad. Fue víctima de la última dictadura militar, fue víctima de la incomprensión, del salvajismo disfrazado con uniformes y fusiles, fue víctima de la cobardía de coroneles y generales estériles escudados tras la bandera de una nación ensangrentada.

Urondo escribía. Anudaba los renglones con el puño. A pesar de las persecuciones, de las sirenas, de las bombas, de esos callejones iluminados por las balas; Paco nunca se dejó vencer. Escribía. Transformaba los cadáveres en escalofriantes poemas.

Fue un 17 de junio de 1976 cuando la “patria” amordazó sus labios.

“¿qué podrá
decir hoy
de la rosa?

¿de la consunción
del  aire
y del color?

¿del manto
de sueño
sin identidad
ni memoria
que cae
con el baile
del último pétalo?

qué podrá decir
si no alcanza a ver
la luz que le pasa de largo
si no se ha animando
al silencio más fácil”
Palpamos la grieta. Ese devenir hacia lo Uno. Sus palabras abren el camino y lo cierran. Sus silencios gritan e interrogan. ¿Hacia a dónde ir? ¿Ir? ¿Permanecer? ¿Huir?.

Urondo se levanta de una tumba envenenada. Está  agusanado por la intemperie. Camina. Transita cada palabra, cada lectura. Nos recorre. Nos sonríe. Su cuerpo es un cadáver. Sus manos no tienen piel. Sus ojos son oscuros. 

Está parado junto a mi escritorio. Me pregunta por qué lo invoco. Me pregunta por qué pocos entendieron lo que significa ser un poeta. Tiembla. Sus huesos huelen a no sé qué.

Me cuenta que amó desesperadamente a una mujer. Me dice que el amor es lo único que puede salvarse del mundo.

Urondo está aquí junto a mis hojas, junto a mi vaso repleto de preguntas. Está aquí como cadáver vuelto hombre, está aquí como poema hecho carne.

Cuando alguien llega lo demás retrocede…

“sepúltame con el viento
con el aire humedecido
por una mano”

Lo vi alejarse. Lo escuché toser.  Te vi con él jugando a los dados.
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