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El doctor Jekyll y Mr. Hyde

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En nuestra historia, el doctor Jekyll es la encarnación del Partido por la Democracia. Este loco personaje, una especie de alquimista, quería convertir a su conejillo de indias, Mr. Hyde, Jorge Schaulsohn, en el superhombre del laboratorio de la Concertación. Schaulsohn reunía todas las condiciones para lograr un exitoso resultado: era un liberal – sepa Dios lo que significa este término -, hijo de un prohombre radical, poseedor de dos estudios de abogados, (uno en Nueva York y otro en Santiago), inteligente, locuaz y simpático. Por mucho tiempo el doctor alquimista y sabio loco presentó a Mr. Hyde como la prueba de su éxito, que lo dejaba como un serio postulante al Premio Nóbel.

Mr. Hyde era el arquetipo del hombre nuevo de la transición a la democracia; claro, no tenía nada que ver con el sueño del Che Guevara. Es cierto que Jorge fue el líder de la juventud radical revolucionaria en tiempos de la Unidad Popular. No intente entender, querido lector, las relaciones entre el radicalismo y la revolución, pues este cuento es absurdo. Posteriormente, Schaulsohn co-fundó un menjunje llamado PPD, que era como una mezcla de distintos jugos: unos rábanos –colorados por fuera y amarillos por dentro -, (Antonio Leal y Patricio Hales), pepinillos ex radicales (Ricardo Lagos y Víctor Manuel Rebolledo), algunos salados cristianos de izquierda, (Sergio Bitar y Germán Molina) y tomates mapucistas; (Víctor Barrueto y Esteban Valenzuela). Esta receta, que es muy sabrosa, se llama gazpacho andaluz, muy recomendable para los 34 grados que nos atosigan.

El PPD, como el gazpacho, se vendía en cantidades en el supermercado de la política. Era una mezcla mortal: un partido de ciudadanos de ex izquierdistas, convertidos en liberales; se podía ser empresario y fanático de la empresa privada y, al vez, estatista; podía amar a los pobres y a  los ricos en igual forma; podía veranear en Cachagua y  visitar a los pobretes en Cartagena; no importaba si pasabas de funcionario del Estado o de parlamentario a director de Isapres, AFPs, Endesa o Enersis, pues no existía ninguna diferencia entre lo privado y lo estatal. Como una sociedad bien organizada, en el PPD existen distintos escalafones: los señores feudales que pueden ser, perfectamente, fanáticos ecologistas, como Guido Girardi, y capitanes de industria, que atenta contra el medio ambiente. En los grados intermedios también cohabita una serie de operadores políticos, más pobretes. En síntesis, era el Partido ideal, de un mundo sin ideología, ni ética, ni metas.

El PPD, por tales razones, tuvo un éxito inesperado, convirtiéndose en el primer partido de la “izquierda”. Esta gracia no le gustaba mucho a los demócrata cristianos pues, al parecer, le comía la misma clientela electoral, perteneciente a la “clase media”. También le temía un poco Renovación Nacional por los mismos motivos. En el caso de la Democracia Cristiana, esta percepción era un tanto falsa, pues el PPD no estaba conformado por pechoños, salvo contadas excepciones.

Mr. Hyde fue cultivado por el Dr. Jekyll con toda clase de cariños: lo nombró presidente de la Cámara de Diputados, presidente del PPD, candidato a alcalde por Santiago – sacrificando a una serie de ambiciosos postulantes- y otros cargos de jerarquía. Como en el cuento, Mr. Hyde se convirtió en un monstruo y atacó a su padre, acusándolo de crear una ideología o cultura de la alquimia, reservada para mentes brillantes: proclamó, en todos los Diarios de la aldea mapochina que el Dr. era un tanto corrupto; sus enemigos, los alquimistas de la derecha, que estaban envidiosos porque durante 17 años no habían podido convertir ninguna piedra en oro de poder, se aprovecharon de la salida de madre de Mr. Hyde para acusar a ministros e, incluso, ex presidentes de la República, de hacer mal uso de estos ácidos reservados.

El elixir de Jorge logró entusiasmar al guatón Moreira, quien llegó a pedir batallones de guardianes para que protegieran al pupilo y se olvidó, en un santiamén, que lo había pateado e insultado por atacar a su querido general. Así, pasó del odio al amor y hoy entorna sus pequeños ojos, como antes lo hiciera con la gatita, Carmencita Ibáñez.

Schaulsohn es hoy el Robin Hood de la derecha y quiere robarle el poder a la Concertación, que se ha engolosinado durante poco más de 17 años. Es seguro que esta aventura fracasará, al igual que el absurdo cuento de marras, y el Dr.  Jekyll seguirá realizando experimentos de laboratorio, tan inútiles como la invención de la derecha liberal. “Colorín colorado, este cuento se ha acabado
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