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En Chile hay demasiado dolor acumulado y Pinochet jamás pidió perdón a sus miles de víctimas

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Unos celebran la muerte del dictador y otros lo llaman su salvador.
La transición chilena muestra una vergonzosa secuencia de hechos que le permitieron no ser condenado. Fue un sangriento dictador, que impuso su Constitución, que se quiso perpetuar en el poder y que se replegó a la Comandancia en Jefe del Ejército, jaqueando permanentemente a la democracia restablecida.

En ese cargo acumuló una fortuna en forma ilícita defraudando al Estado. Para enfrentar la justicia por las violaciones a los derechos humanos cometidas bajo su mando supremo, tuvo que ser un tribunal europeo, el Juez Garzón de España, el que lo retuviera en Londres para juzgarlo. El gobierno se comprometió a juzgarlo en el país, pero la justicia tardó y no llegó.

Argumentó demencia y se burló de todos cuando concedió entrevistas a medios extranjeros. Tuvo que ser otra vez una instancia extranjera, esta vez la investigación de fondos del terrorismo que realizaba el Senado de los Estados Unidos, la que descubrió su alias como Daniel López y sus múltiples cuentas en bancos extranjeros.

Ha muerto Pinochet rodeado de sus pocos fanáticos, pero despreciado y al descubierto en su felonía, cobardía y faltas al honor militar. La Justicia debiera seguir investigando para dejar la verdad para la Historia. Esa Justicia que no llegó a condenarlo, pero lo mantuvo en situación de arresto domiciliario y estaba a punto de sentenciarlo por sus múltiples procesos.

Ha muerto Pinochet el Día de los Derechos Humanos y quedan en su paso por este mundo una secuela de crímenes de lesa humanidad. El primer terrorista de Estado que actuó en el territorio norteamericano, en el asesinato de Letelier, en el atentado a Bernardo Leighton, el asesinato del General Prats y su esposa en Buenos Aires, y presumiblemente el envenenamiento de Frei Montalva. Un criminal cobarde, que nunca asumió sus responsabilidades políticas, ni salió a respaldar a los subalternos que ejecutaron sus órdenes.

La impunidad con que parte Pinochet tuvo el apoyo indirecto del gobierno del socialista Ricardo Lagos, que impuso el silencio por 50 años al Informe de la Comisión Valech, lo cual ha impedido que esas declaraciones sobre torturas y apremios ilegítimos, pudieran llegar a los tribunales como evidencias de los atropellos cometidos.

Sin embargo, justo este día, el día en que muere el principal responsable de esos crímenes y torturas, la Corte Interamericana de Derechos Humanos exige a Chile levantar ese silencio por ser contrario a las Convenciones Internacionales.

Sin dudas, este 10 de diciembre de 2006 marca un hito histórico. Chile debe avergonzarse de una transición que aseguró la impunidad del Dictador. Y en la partida se evidencia la soberbia de una ultraderecha que sin dudar ni un instante, volvería a apoyar el golpismo, pues en sus conciencias no existe el menor atisbo de arrepentimiento.

Es un momento en que la gente ha salido espontáneamente a celebrar el deceso de un dictador histórico, que fue el instrumento perverso de una derecha reaccionaria que tronchó de cuajo toda posibilidad de que se diera en Chile un orden social más justo. Las culpas de haber mantenido intocable los pilares de ese sistema impuesto por la fuerza, es un tema que debe pesar en la conciencia de las actuales dirigencias.

La espontánea celebración y movilización popular deben ser leídas por las autoridades como expresión de un dolor acumulado por 17 años y una deuda social que los gobiernos concertacionistas no han tenido la voluntad política de afrontar, quedándose apenas en reparaciones simbólicas.
10 de diciembre de 2006
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