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"Carta de Norteamérica": Halloween, los ingleses y el imperio

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Muy pocos fenómenos sociales muestran tan claramente la influencia del Imperio sobre el resto del mundo como lo hace Halloween. Es una costumbre que apareció en Chile y en Europa  de repente, como la coca cola o las papas fritas en bolsa. Molesta a muchos, pero al final millones  comulgan con ellas.
Décadas atrás cuando la vi por primera vez. Halloween era una fiesta de niños con cierta inocencia y cierta alegría. Presuponía cierta originalidad en la construcción de los disfraces. Había algo de juego naif y alegría. Todo eso pasó. Hoy  simplemente se va a un almacén inmenso  (con un inventario gigantesco para satisfacer “las necesidades” de esta fiesta)  y se compra el disfraz. Si bien los más pudientes visten a sus niños con disfraces más lujosos y extraordinarios, los más pobres pueden ocultar su status hasta cierto punto, ya que los disfraces, hechos en China, son relativamente baratos.
En mi barrio urbano muchos vecinos se esconden. Apagan las luces y desaparece toda señal de vida. Los niños vienen, algunos con sus padres y otros solos; algunos con buenos modales, otros como una pequeña turba de diminutos Gengis Khanes.  A pesar de todos las vacilaciones morales y sociales que nos produce la fiesta, compramos unas sendas bolsas de dulces (antes se daban galletas y frutas), pre-empaquetadas para la ocasión  y las repartimos. Notamos que para esta sociedad que ha intentado la igualdad y la integración racial por más de 100 años –incluyendo una horrible guerra civil– esta noche de fantasmas  es la única oportunidad del año en la cual los negros y los blancos intercambiaban algo dulce.
Los más alterados con Halloween parecen ser los ingleses. Cómo les molesta la intrusión de esta “celebración”, el New York Times y su reportero residente en Londres, llenan casi una página  con la reacción de los habitantes del viejo imperio. No es simplemente la práctica misma, sino su origen, “América”, como muchos ingleses llaman a este país. Para tantos de ellos EE UU es como un niño que no fue criado bien y creció excesivamente, sin madurar apropiadamente y hoy, con su exhuberancia y descontrol, echa por los suelos la discreción y la privacidad de sus antiguos padres. Como dijo una vez entre bromas un amigo inglés: “No olviden que una vez Uds.  fueron colonia”.
Y la policía inglesa, tan correcta y tan ineficiente (¿recuerdan el caso del brasilero ejecutado en el Metro?) entrega un pequeño “sticker” (otra invención de los mercaderes del Imperio) para poner en las puertas y ahuyentar a las hordas juveniles y mantener quizás “the british identity”. El nuevo Imperio  sonríe.

La dependencia de Inglaterra
Pero lo cierto es que Inglaterra es hoy el padre semi-inválido y algo senil  que depende de ese hijo exuberante y atropellador. El mismo hijo que les pasó toda la información clave de inteligencia y el apoyo logístico durante la guerra de  las Malvinas, permitiéndole un último acto  de imperio. La simbiosis entre la ex colonia y el antiguo imperio  es muy difícil de entender en términos simples. Las venas culturales y éticas entre ambos países son gruesas, activas y profundas. Halloween es solamente un minúsculo incidente que como muchos otros incidentes menores no impiden delinear la realidad profunda. 

Tony Blair se la jugó por Bush y su aventurismo internacional y perdió. Pero, la pregunta persiste: ¿qué hace que un político prometedor, inteligente, tremendamente educado y talentoso se asocie él y su gobierno con un aventurismo político de comienzos del siglo XX?  Blair  ha ido  mucho más allá que devolver el favor de las Malvinas (como la mano que los ingleses le devolvieron a Pinochet cuando le ayudaron a escapar de Londres).
La psico-historia falló en la realidad práctica –como fallaron por suerte la frenología y la grafología. No podemos buscar en Blair motivos sicológicos para construir un edificio histórico que nos explique su autodestrucción política. Participar tan activamente en la aventura trágica de Irak, para muchos un acto de pandillismo del gobierno inglés,  es un acto desmedido inexplicable.  Pero hay tantas cosas en la historia actual y pasada que simplemente no podemos explicar y menos entender.
¿Es el resplandor de joya de fantasía del Imperio que cautiva y seduce tanto a tantos, quienes mezclan la crítica de él con un secreto deseo de recibir su bendición y beneplácito?  Hace un par de años leía un interesante ensayo de un escritor inglés que comentaba la ironía de ver a tantos intelectuales europeos que criticaban sin compasión la cultura norteamericana, pero que, simultáneamente, buscaban casi con desesperación lo que el crítico llamaba “el sello de aprobación de Nueva York”.
Es un tema polémico por excelencia que los ingleses de cierta cultura y habilidad discuten y teorizan. Les molesta y les cautiva cultural e intelectualmente. Es, diría yo, el misterio de nuestra época. Pero por aquí o por acá hay intentos muy interesantes e iluminantes  de explicar esta simbiosis política.
Linda Colley, una excelente historiadora inglesa,  autora de un  impresionante libro [*] sobre la esclavitud de miles de europeos por parte de piratas musulmanes y asiáticos,  ha intentado elucidar el misterio en un excelente ensayo de hace unos años.  Ella concluye su ensayo sugiriendo:

“Pero las razones por las cuales [Blair] se mueve en forma tan dócil para respaldar las aventuras globales americanas son mucho más profundas que esto [el temor posiblemente justificado sobre Sadam Husseim]. El imperio americano siempre ha sido un reflejo del imperio británico, al mismo tiempo que lo ha excedido. Y al tratar de trepar en forma torpe sobre la cabeza del águila americana como un ratón pequeño pero determinado, sucesivos líderes británicos de post-guerra han buscado y encontrado finalmente un compartir  tácito y silencioso de la experiencia imperial. La antorcha del imperio en efecto ha sido pasada al otro lado del Atlántico, pero los británicos todavía buscan bañarse en su gloria.”  

[Traducción: JA]
But the reasons why he [Blair] is moved so docilely to back American global adventures go much deeper than this. American empire has always mirrored British empire while in the end exceeding it. And in clambering on the head of the American eagle like a small but determined mouse, successive postwar British leaders have sought and found a final, vicarious share of imperial experience. The torch of empire has indeed been passed across the Atlantic, but the British still seek to bask in its glow.
Nota:
[*]  Captives: Britain, Empire, and the World, 1600-1800. Linda Colley. New York: Pantheon, 2003, 448 pp. $27.50
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