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"Carta de Norteamérica": De visita en Chile

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[Estimado Sr. Editor:   Esta  Carta de Norteamérica
se refiere a la visita de su corresponsal a Chile.]
Cuando el chileno afuerino visita a Chile,  escucha repetidas veces la misma pregunta :  ¿Cómo encuentras a Chile?

Cortés y cobarde uno responde: “Harto lindo…muy avanzado…muchas cosas nuevas…nada que envidiar al resto del mundo…
Pero la respuesta honesta depende de qué Chile habla uno.  O más bien dicho, depende en cuál Chile va a parar uno.
Mi barrio en Santiago es distinto de la mayoría de los barrios a los cuales van los turistas. En realidad, a mi barrio no van turistas. El taxista a menudo, después del atardecer, manifiesta su preocupación por la dirección que le doy, diciendo que si no fuera por mi apariencia, hombre mayor, relativamente bien vestido, etc.,  él no hubiera aceptado la carrera.
Uno de mis primeros cafés en SCL es con un amigo periodista, quien todavía no se la perdona a los milicos por un par de palizas que le dieron por escribir algo tonto en esos años cuando no se podía escribir tonteras. Luego de esto y lo otro me pregunta si he visto al tipo de la carretela.  ¿Qué carretela?- respondo.
Se ríe y explica: En otra visita hace un par de años, yo le comenté que,  cuando me fui de Chile, una imagen que me llevé en ese rollo mental que uno nunca desarrolla fue la de un carretelero que pasaba por mi calle dándole con una huasca al caballo.
Y hace un par de años atrás –me amigo me recuerda sonriendo–  yo le había comentado que  había visto la misma carretela, más de 30 años después, con el tipo dándole al caballo, pero esta vez, probablemente, era el hijo del tipo que vi en mi juventud, y que el caballo debía ser por extensión lógica,  el nieto del caballo antiguo.
Cierto, esta vez,  Annun XVII de la Concertación, no vi la carretela.  Pero, la vida en la población CORVI,  donde vivo nuevamente, por algunas semanas, no parece haber cambiado. Es algo casi mágico. Señoras en batas de colores pálidos –y  gruesos sweaters si no hay sol—barren, como décadas atrás, las veredas y sus hoyos, haciendo moverse a los perros que se desplazan con la calma de  vecinos de años. 
Miércoles y sábado, a una cuadra, la feria con sus olores  de frutas y verduras, emerge de unos carretones de mano que alguien depositó en esa misma calle la noche anterior. Campo y verdura, pasado y presente, me doy cuenta que este es posiblemente el mejor recuerdo que uno se lleva.
El  Centro de Madres de la Población ha perdido más miembros desde la última visita. Sus miembros, viejas obreras y mujeres de trabajos variados, hembras  que mantuvieron vigente la humanidad en hogares dañados duramente por la dictadura, y luego por el neoliberalismo económico, mantienen sus reuniones, sus rifas, sus visitas a los hospitales, y sus cursitos de esto y lo otro.  Pero son menos ahora, y varias deben apoyarse en su “compañeras” para poder ir y venir de las reuniones.
                                     
               ********
No puedo dar la razón, pero a minutos de llegar, enciendo la tele y la veo por horas y horas. Rito que comenzó con la Dictadura.
Cuando Parra era un buen poeta y no un simple artesano del dicho, escribió:

 “Cada vez que regreso
                                                      A mi país
                                                      Después de un viaje largo
                                                      Lo primero que hago
                                                      Es preguntar por los que se murieron:
                                                     
                                           […]
                                                                     
                                          Y en segundo lugar
                                                        Por los heridos.”     
             
Prefiero no preguntar. La televisión así, de golpe, es duro. Te prepara para el resto de la visita; pero, nada se asemeja a la televisión chilena:  Lo peor de la extranjera, norteamericana o europea,  nada no se aproxima a las eternidades de música idiotizante, de concursos peores, y de cortos noticiarios donde los principales eventos del mundo no son mencionados. La guerra de Irak no existe, Darfur y sus horrores mucho menos.
La ‘don franciscanización de la cultura chilena es el aislante,  el muro de Berlín cultural que protege ese espacio donde todo es joven, rítmico y light, y su repetición es mantra, verso  y fin.
Entrevistan a la Presidenta, una mujer cálida y amable. La interrumpen  una y otra vez  usando el tono  de la dueña 
a la sirvienta. Alguien que conoció y votó por el último gran Presidente de Chile me dice:  “Pero si así hablan ahora; esto no es nada. Espere cuando empiecen los insultos y las malas palabras…”
En la noche un tipo rubio, agradable, lee las noticias, con un pesado acento madrileño. Pregunto. Me dicen que es un chileno que tiene acento español. “Se le quedó pegado…pero es simpático,” me aseguran.
Con la hora aparecen más programas de baile. El más vulgar tiene a un tipo con humor de patrón semi-borracho dirigiendo la farándula. Lo curioso es que su tono soez y manera de hablar reaparecen al día siguiente en la persona de una senadora de derecha. Perfectos los dos, me digo sonriendo,  como pareja en un film de Almodóvar.
 
Pero más interesante aun son los avisos. Condominios y hogares en un “barrio privado.” Los corredores de propiedades subrayando una y otra vez la “seguridad”, el aislamiento, las murallas.
Y las tarjetas de llamadas (casi 80 centavos de dólar por minuto) para los millones de celulares en manos de millones de ciudadanos pobres. Y tarjetas de crédito  para esto o lo otro, los vehículos de muchos poderes, las cremas de usos increíbles. Es una incitación sin cesar al consumo. Pero, por allí una madre se queja de que el gobierno no da protección ni subvención a los niños que sufren de “síndrome de déficit atencional”.
Con sobrinos adolescentes pregunto varias veces por la educación.
La respuesta mayoritaria: “Se fue al carajo”. Minoritaria: “Depende de la municipalidad”.  Lo cierto es que nadie entiende esto de la educación. Y un cronista de derecha, J. J. Brunner,  acusa   con grandes letras “El Estado carece de capacidades y voluntad para operar con efectividad”.
Y esto viene de alguien que defiende el crimen de hacer  de la educación una responsabilidad del paupérrimo municipio, no de la República. El  rol del Estado, cree este señor, es “…alentar una provisión mixta, con establecimientos que tienen diferentes formas de propiedad, control y gestión y definen su propio proyecto educativo.”  Por favor….
Lo único seguro es que las posibilidades de una educación universitaria hoy son menores que las que tuve yo 40 años atrás. O sea, las posibilidades de que ese niño, que me reemplaza en el carrusel humano  que sigue girando en mi viejo barrio, lea libros y escriba algo, son  pequeñísimas.

El Besuqueo de los Chilenos
Nada parece simbolizar mejor el vacío de las relaciones humanas chilenas que este gesto sonámbulo. Antes un gesto de afecto, de alegría; hoy es simplemente eso, un gesto. Mecánico y plano.
¿De dónde salió esta horrible costumbre? A toda hora, en casi todo lugar (lo vi en un café con piernas donde un amigo me llevó insistiendo que el café era excelente), el besito asquea a muchos. Pero,  socialmente se ha transformado en un mandamiento desagradable.
Y ver a la Presidenta –cuyo equipaje emocional llevará eternamente ese sobrepeso feroz que todos conocemos– besando  y siendo besada –antes y después de la parada militar–  por este y ese general. 
Y la Marcha de Radezky , “adoptada por nuestra escuela militar como su marcha,” nos dice el anunciador anónimo, sin saber, ni él ni los generales de panzas incipientes, que un judío iluminado y trágico escribió una novela maravillosa del mismo nombre, satirizando la época y cultura de donde emergen esos soldados de opereta, cascos peludos y paso de ganso, cuyas imágenes han sido alimentadas  casi a la fuerza a las masas de un país que desconecta historia de  valores visuales.
Este es el mismo ejército que hace unos años declaró “guerra interna” y ejecutó a cientos de chilenos; el mismo ejército  cuyos archivos “judiciales” más tarde se pierden.  Y luego los nuevos F 16’s, de esa fuerza aérea inimitable, poseedora de la distinción de haber tenido sólo un combate aéreo en su historia y  éste fue contra un edificio en el centro de Santiago.  O si Ud. prefiere, podemos recordar la infamia de la tortura del General Bachelet, o de su esposa.
¿Y que le cuesta a los pobres chilenos esta opereta? 3 mil 400 millones de dólares por año. Bolivia, el enemigo perenne, gasta cerca de 140.
Sin embargo, es la ceremonia del Te Deum la que sugiere con fuerza que el país de las posibles amplias alamedas sufre hoy de una especie de esquizofrenia existencial, acompañada de delirios y ambiciones irrealistas. Por todos lados uniformes militares cubiertos de medallas, luego uniformes, túnicas  y emblemas religiosos, de los cuales surgen discursos melifluos con supuesta opinión y los buenos deseos del Creador hacia este país  confuso.
El presente chileno no se puede explicar con una historia tan magullada, tan flaca, tan incompleta.  O sea, no hay respuesta válida a la pregunta que recibe el visitante.
Pero, recordemos:  lo que la historia no puede explicar a menudo lo hace la poesía.
Así, quizás  lo que escribió ese  poeta inglés  nos ayude a entender este Chile incompleto:
No es lo que construyeron. Es lo que echaron abajo.
No son las casas. Es el espacio entre las casas.
No son las calles que existen. Son las calles que ya no existen,
No son los recuerdos que te persiguen.
No es lo que has anotado en una hoja de papel.
Es lo que has olvidado, lo que debes olvidar.
Lo que debes seguir olvidando toda tu vida.
Y con algo de suerte  el olvido descubrirá un ritual.
Tú te darás cuenta que no estás solo en la aventura.  

[trad. de JA]
13-oct-06
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