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El Cristo de los perdedores

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Si quisimos una familia y la familia se quebró; si con trabajo pretendimos abandonar la pobreza, pero la cesantía nos rompió el alma; si las enfermedades de las personas a cargo fueron demasiado graves y terminaron por hundirnos; si las envidias y las calumnias nos liquidaron la fama; si la mezquindad de los patrones nos apretó hasta asfixiarnos; si, en fin, nuestra vida ha sido una sola derrota, entonces Jesús es nuestro representante.

Pero, ¿no es Cristo una carta de triunfo? Para los creyentes en su resurrección, sí. El problema surge cuando los creyentes juegan esta carta para evitar, y no para mostrar, el único camino que puede conducir a los no creyentes, y a los mismos creyentes, a reconocer a Jesús como el Salvador. A saber, el camino que hizo Jesús en representación de todos los perdedores de la historia.

Algo raro sucede. Como que Cristo fuera usurpado por los ganadores. Primero, el cristianismo fue usado para forzar la unidad política del Imperio Romano. Después, los príncipes cristianos extendieron el predominio occidental en nombre de la religión verdadera. Hoy, en contra de la intención expresa de Jesús, se ha hecho muy fácil compatibilizar a Dios con las riquezas. En cualquiera de nosotros los cristianos, sin ir muy lejos, es posible descubrir un afán por hacer de Dios un "seguro de vida", un garante de las comodidades adquiridas y un desgravamen para el caso de la muerte.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el hombre que en vez de salvar la piel la arriesgó? ¿que en lugar de asegurar con malas artes la llegada del reino de Dios la confió a la pura fuerza de su amor indefenso?

Si Jesús aporta algún bien a la humanidad, habría que rescatarlo. Pues bien, su solidaridad con los perdedores es la pista principal. Recuérdese que lo más probable es que la última palabra de Jesús en la cruz haya sido un grito. Jesús es el grito de la humanidad a un Dios que parece indiferente ante el sufrimiento humano. También una persona sin fe en Cristo puede reconocer que Jesús representa a las víctimas inocentes.

Torturas, abusos, hambrunas, abandonos, humillaciones, sentencias inicuas, difamaciones, migraciones, destierros, masacres, holocaustos… ¿Dónde está Dios?, preguntan hombres y mujeres a lo largo de los siglos. ¿Escuchó el Padre el grito de su Hijo? ¿Resucitó Cristo o no? Sólo los perdedores pueden decírnoslo. Si la resurrección de Jesús es el resumen del Evangelio, nada más la "Iglesia de los pobres" (Juan XXIII) ha podido proclamar que el Evangelio es una "buena noticia". Si Cristo significa infinitos bienes para la humanidad, el primero de todos es su solidaridad con los crucificados. Esta solidaridad, propagada entre los perdedores, anterior a la fe en la resurrección de Jesús pero también como su efecto más propio, es la que otorga al cristianismo su certificado de credibilidad.

Publicado en el libro “Si tuviera que educar a un hijo… Ideas para trasmitir la humanidad”, Ediciones ignacianas, Santiago, 2004.

El autor es SJ y profesor de teología de Pontificia Universidad Católica de Chile.
Santiago de Chile, 18 de julio 2006
Crónica Digital www.cronicadigital.cl

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