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Orwell: Por qué escribo [lenguaje y libertad]

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Orwell: Por qué escribo [1]  [lenguaje y libertad]

Hoy, a poco más de 50 años de su muerte a los 46, nuevos libros y estudios sobre George Orwell aparecen casi con regularidad escolar. ¿Por qué?

La predicción de su novela  1984  parece haber fallado: 1984 llegó y se fue; peor aún, el imperio soviético desapareció casi sin ruido, sin la rebelión masiva de los oprimidos. Sus fallas y debilidades, acalladas por su nomenklatura y ocultadas por sus beneficiados foráneos, lo colapsaron. Frente a nosotros hoy –sugiriendo adolescencias políticas y económicas que no parecen madurar— yacen los intentos de democracia y capitalismo de las grandes y pequeñas ex-repúblicas soviéticas cuyo elemento primario de cohesión fue el miedo.

Por otro lado, en el ring lingüístico el adjetivo ‘’orweliano’’emerge claro: un mundo en el que no se puede vivir; individuos sometidos a un control intolerable por parte de un aparato de poder al cual no conocen ni tienen acceso. Peor aún, luchar por la libertad es imposible. Un universo dantesco, un personaje fellinesco, una sociedad orwelliana, un héroe quijotesco; una lectura superficial sugeriría que 1984 [2]  y su autor   sólo sobreviven en un universo adjetival (como referencias adjetivales).

Hoy los controles políticos y sociales (para qué hablar de los culturales) aumentan rápida y veladamente, justificados con insistencia por referencias a un desorden o terrorismo anónimo. En  las ciudades norteamericanas, por ejemplo, miles y miles de norteamericanos ambulan con sus  tarjetas de identificación  colgando de cintillos cual escapulario corporativo; tarjetas de identidad gubernamentales, números de seguridad bancarios, códigos y tarjetas de acceso para esto o lo otro. Poco a poco, me temo, la moda identificativa llegará a los países pobres y las tarjetas se transformarán en emblemas de posición social y económica.

Nuestra información personal, por otro lado, desde nuestro último examen de orina a nuestros autores favoritos, late  electrónicamente  en computadores corporativos que  nos ordenan y agrupan con números semejantes. No, no me parece que Orwell se haya equivocado; el lector cuidadoso sabe que 1984 iba más allá de ser únicamente una sátira pretérita del sistema político soviético. La novela, –advertencia permanente y punzante  que en la dinámica estado vs individuo, este último lleva las de perder–  no ha perdido su actualidad política, excepto que en el año 2002 la erosión de la individualidad proviene  de una alianza corporativa-politíca donde el Gran Hermano es el bienestar del mercado.

Vida+Obra = Pensamiento Político

Menos de una docena de libros (seis novelas) de estilo claro y fluída lectura (“entretenidos” es el adjetivo que evitamos)  son complementados por ensayos que  parecen  definir a Orwell más como autor político y social que literario.  Y algo curioso sucede con su obra: con el tiempo parece crecer.  The Collected Essays, Journalism, and Letters of George Orwell aparece en 1968 en  4  volúmenes. En 1997 se publican sus Obras Completas y vienen en 20 volumenes; esto, sospecho, hubiera horrorizado a Orwell quien en su testamento pidió que no se escribiera una biografía de él.

La imagen literaria de Orwell desde muy temprano se ha equilibrado en tres elementos que no cesan de ser analizados: su vida, su obra, y su pensamiento político. Pero recientemente un crítico, Patrick Reilly, ha complicado  este práctico ordenamiento al sugerir que “todos sus libros fueron concebidos en un affair de amor con la verdad”. Es cierto, la búsqueda y defensa de la verdad son objetivos en sus libros y ensayos. Y en esta búsqueda  y defensa de la verdad, el coraje físico y generoso —ese atributo notablemente ausente entre intelectuales profesionales–  forma parte indiscutible de la imagen de Orwell.

Pobre, sin reconocimiento público casi, pero convencido de dos cosas: en lo personal ser escritor, y en lo político y moral que el facismo debía ser combatido, este ex oficial de policía del imperio inglés,  viaja a España a pelear contra las fuerzas  facistas de Francisco Franco. Allí, la complejidad casi diabólica  de la guerra civil española, la despreocupación de Europa ante un nazismo que crece con violencia y entusiasmo, y la duplicidad criminal  de Stalin, le proporcionan –junto a una horrible herida de bala en el cuello– los componentes concretos para escribir su “Homenaje a Cataluña”.

Esta autenticidad en el actuar, de arriesgar la vida al servicio de ideales éticos y políticos en un país extranjero frustrará a quienes aún hasta hoy buscan la hipocresía en sus acciones. Su celo por mantener una congruencia palabra/acto continuará  hasta  cerca de su fin físico; se quejará de que su tuberculosis avanzada y su debilidad crónica no le permiten luchar por su Inglaterra, esa Inglaterra que ha descrito para siempre como “la tierra del esnobismo y privilegio, gobernada principalmente por viejos y tontos”, cuyos habitantes habitan una inmensa  familia victoriana  dentro de la cual existe “una profunda conspiración de silencio  acerca de los ingresos familiares”, una familia donde se frustra a los jóvenes, y en la cual “la mayor parte del poder está en manos de tíos irresponsables y tías que yacen  en cama.

“England Your England”,  un  ensayo relativamente corto y estupendo (de donde provienen las citas anteriores), aclara su patriotismo y amor por Inglaterra y es un ejemplo de la maestría de Orwell, maestría definida por un estilo desconcertantemente claro, simple (pero no simplista), y personal. “Inglaterra Tu Inglaterra” nos entrega una comprensión más rica de la naturaleza política  de Inglaterra, de su cultura y de su sociedad que la lectura de varios tratados académicos; no leerlo nos priva de un conocimiento previlegiado, como así del placer de una ironía fina.

Si bien el centro político y geográfico de su preocupación es Inglaterra principalmente,  el centro ético de la obra de  Orwell es la libertad del individuo. Es ese concepto amorfo, cuyos límites son vapuleados en todas partes por el gobierno de turno, lo que Orwell intenta iluminar y defender. ¿Pero cúal es la primera línea de defensa de esa geografía mutante? Si recordamos por unos instantes la trama  tan bien conocida de 1984  nos damos cuenta  prontamente que tanto la verdad como la libertad dependen de un lenguaje irrestricto de doctrina y manipulación. Libertad, nos dice metafóricamente Orwell, es poder decir, como Winston Smith, que dos y dos son cuatro. Es hacia ese centro de individualismo y rebeldía donde se desliza la sombra tenebrosa del totalitarismo [3].

El lenguaje y la libertad humana
La exigencia de Orwell sobre el lenguaje (debe ser, entre otras cosas, claro como “un vidrio de ventana”), sobrevive hasta hoy; a  menudo se acude a él cuando se argumenta por un lenguaje claro, intelligible, y honesto. Así, recientemente, un crítico inglés condenaba ciertos escritos como “algo que Orwell de seguro hubiera traducido al inglés.”

La alusión es a la “traducción” que Orwell usó en su clásico comentario “Politics and the English Language”. Allí usand
o y “traduciendo” cinco párrafos densos e indigeribles de cinco autores diferentes, Orwell describe la decadencia de la lengua inglesa escrita, causada principalmente por malos hábitos estilísticos. Su acusación (que el denomina “este catálogo de fraudes y perversiones”) identifica como causas principales el uso de  imágenes añejas y, más que nada, la falta de precisión. Esta última es provocada entre otras cosas,  por ‘metáforas moribundas,’ frases en vez de verbos, y frases grandilocuentes en vez de conjunciones y preposiciones. La plaga del lenguaje presuntuoso (“pretentious diction”) parece quedarle como anillo al dedo (he aquí una metáfora agonizante…) a muchos autores actuales: un abuso persistente de términos foráneos, frecuentemente ficticios, acompañado por lo que Orwell llama frases prefabricadas (“ready made phrases”) [4]. las cuales esconden su verdadero significado aun del que las usa.
Orwell insiste a través de su obra que es en el ámbito político donde el empobrecimiento del lenguaje  tendrá su impacto más importante. En la política, donde “tanto los discursos como los escritos políticos son principalmente la defensa de lo indefendible”, este lenguaje decaído, aburridor, distante produce un efecto nocivo: los que deben enfrentar este lenguaje caen irremediablemente en un estado de conciencia disminuída, lo cual Orwell ve como indispensable, o por lo menos favorable, para una conformidad política [5] y por consiguiente, una pérdida de la libertad. 

Los abusos  indescriptibles sufridos por el lenguaje durante la guerra civil española y la segunda guerra mundial, y más substancialmente durante la guerra fría, sin duda son el motor fundamental de la preocupación de Orwell. El lenguaje, una de las dos víctimas  del doble homicidio  de la propaganda política de la guerra fría (la otra es la verdad), emerge de esa larga noche conturbado, agotado. Nuestra desconfianza en la palabra pública posiblemente se originó allí. Orwell, un lector intenso y apasionado, nos entrega su maravillosa advertencia: “El gran enemigo del lenguaje  claro es la insinceridad”.
***
La definición de “totalitarismo” que la RAE proporciona es casi cómica en su limitación; es como definir  pobreza simplemente como “falta de fondos.”  Por otro lado, Orwell  no nos entrega una definición simple y completa de totalitarismo. Quizás esto fue algo intencional. Hurgando encontramos que nos dice que el totalitarismo distorciona en forma casi automática y natural la realidad de la sociedad (basta aquí revisar los periódicos oficiales de cualquiera dictadura). Dentro del contexto social y cultural niega la unidad de los seres humanos; nos divide entre nosotros y “ellos”, (los enemigos, los terroristas, los que piensan negativamente, los pesimistas y los otros). 
Pero Orwell cree que el totalitarismo muestra su peligrosidad extrema en su relación con la historia: allí tanto presente como  pasado pierden su “libertad”; es decir, además de la distorción de la realidad actual (algo que todos los dictadores hacen casi automáticamente) el pasado es “corregido”. A su vez las correcciones profitan indirectamente de ese escepticismo pernicioso de quienes insisten que la historia no puede ser escrita en forma veraz.  En 1984  el manual secreto da dos razones para la manipulación del pasado: una, para evitar standards de comparación y otra, para proteger la imagen de infalibilidad de aquellos en poder.

Dijimos que en la relación individuo/estado el individuo normalmente lleva las de perder;  un pasado  ficticio o ausente reducirán inexorablemente identidad y libertad personal. Winston Smith,  “el último hombre”, como lo denomina su torturador,  nos sugiere a través de su rebelión y lucha imposible que el pasado con sus cicatrices y malhechuras debe ser recordado; de otra manera la advertencia de Orwell se cumple:  quien controla el presente puede modificar el pasado y quienes controlan el pasado controlan  el futuro.

Comentario final del autor:
El pasado
, esa institución a menudo avergonzante, nos permite mantener nuestra identidad de seres humanos que perciben la tragedia [6]  y la felicidad como asi la injusticia. La aparente imbecilidad de campañas públicas que piden al individuo “ser positivo” (es decir despolitizarse, aceptar su realidad, no criticar), las sonrisas plásticas y débiles de Tony Blair, hubieran hecho atorarse a Orwell, quien en 1947 confiesa que cada linea que ha escrito  desde la guerra en España  en 1936 “ha sido escrita directa o indirectamente contra el totalitarismo…” intentando al mismo tiempo, “transformar la escritura política en un arte.” Su punto de partida para escribir, nos dice, [confiesa]  fue siempre un sentir, un percibir de una injusticia ante la que había que tomar una posición.

Notas:
[1]
Orwell  George,  “Why I Write” en: A Collection Of Essays., Doubledays Anchor Books, NY: 1954
[2] Sospecho que la  engañadora simpleza de su trama, y su fácil comprensión, hacen que  1984 sea posiblemente uno de los libros más citados, pero menos leídos.
[3] 1.  La RAE dice: “totalitarismo m. Régimen político que ejerce fuerte intervención en todos los órdenes de la vida nacional, concentrando la totalidad de los poderes estatales en manos de un grupo o partido que no permite la actuación de otros partidos.”
[4]. Nada se puede comparar en este aspecto, si examinamos  comentarios y críticas en su país, a la  pobreza discursiva y lingüística de George Bush quien sorprende por su increíble  pobreza oral. Recientemente el Times de Londres [sept. 5, 02] lamentó el serio daño que esta pobreza oratoria ha causado a Bush al proyectarlo fuera de EEUU como un “hopelessly inarticulate, trigger-happy cowboy”.
[5]  Politics and the English Language.  A Collection….Esta idea reaparece más tarde  en  1984  en una descripción del efecto de los discursos del  Gran Hermano: “Nadie escuchaba lo que el Gran Hermano estaba diciendo. Eran meramente algunas palabras de aliento, el tipo de palabras pronunciadas en el ruido alborotado de la batalla, palabras que no se pueden  distinguir individualmente pero que reestablecen  la  seguridad por el mero hecho de ser dichas.” [ Pag. 17 ]
[6] Winston al recordar  con dolor  la muerte trágica y triste de su madre, nos dice: “La tragedia, se dio cuenta, pertenecía a tiempos antiguos donde todavía había privacidad, amor y amistad y los miembros de una familia se apoyaban unos a otros  sin preguntarse la razón. “ 

Nota de la Redacción: El autor, chileno, es ensayista y asiduo colaborador de la Revista Mensaje.
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