Evo Morales: El poder aymara En Suramérica
por Fernando Goitia (España)
19 años atrás 11 min lectura
"Desde el momento en que llegaron a nuestras tierras, los blancos han querido controlar nuestra hoja para su enriquecimiento personal. Siendo la coca uno de nuestros mayores tesoros, han abusado de ella aquí y ahora abusan de ella por el mundo entero. Como no han podido controlarla, están decididos a destruirla".
"La coca no es droga".
Un artículo publicado en España, pero que probablemente a la mayor parte de los latinoamericanos "blancos" le hará bien leer.
El 22 de enero de 2006, Evo Morales se convierte en el primer presidente aborigen de la historia de Suramérica. Su programa de gobierno es todavía un enigma, pero ha dejado claro sus ideales: no robar, no mentir y no ser ocioso. Son los de la milenaria cultura a la que pertenece: la aymara.
"Ama killa, ama llulla, ama shwa".
Ese código de honradez, verdad y laboriosidad ha sido, asegura Evo Morales, un patrón de conducta desde su niñez de pastor de llamas. Sobre la base de estos preceptos ha prometido gobernar Bolivia, un país rico en recursos que durante los últimos 180 años ha sido dirigido con la exclusión del 71 por ciento de sus habitantes, entre quechuas, aymara, guaraníes y varias tribus amazónicas. La gestión de los gobernantes criollos –los aborígenes les llaman blancoides– ha convertido a la nación andina en la más pobre de Suramérica.
El ascenso al poder de este aymara de 46 años, que reivindica en su discurso las luchas de sus antepasados y su cosmovisión respecto del mundo y la historia, es todo un símbolo entre los aborígenes latinoamericanos. Para los descendientes de los incas, representa el retorno del Pachacuti "el último gobernante del imperio inca unificado", un mito que anuncia el advenimiento de una era positiva tras los siglos de oscuridad! (Tutay pacha) transcurridos desde la venida de los españoles.
Cuando el nacimiento es un pasaporte a tierras baldías y sin futuro
A la llegada de Colón, la población del continente se estima en unos 90 millones de personas. En América Latina viven hoy cerca de 50 millones de indios –el diez por ciento de los habitantes– concentrados mayoritariamente en Bolivia, Ecuador, Guatemala, México y Perú. En estos países nacer indígena es una condena a la pobreza. Lo reconoce el propio Banco Mundial.
Según esta institución, el 74 por ciento de los nativos lo son. Una situación que, además, no hace más que agravarse. Los indígenas en Bolivia tienen 3.7 años menos de escolaridad que los no indígenas, que llegan a los 9.6 años, y la incidencia del trabajo infantil es cuatro veces superior entre los niños indios.
La educación en Perú, Ecuador, Bolivia, Argentina y Chile, países donde se reparten 1.600.000 aymaras, se imparte en castellano. "Hay unos 12 millones de personas que hablan quechua, más que todos los catalanes del mundo, vascos o gallegos –señala el analista Isaac Bigio, que proviene de la prestigiosa London School of Economics & Political Sciences–. Pero no hay una sola universidad en quechua ni un diario ni juzgados. En Bolivia va a haber un movimiento para que lenguas como ésta o el aymara tengan el mismo estatus que el catalán en España".
Los indios no sólo no se sienten parte de las sociedades latinoamericanas, sino que entre ellos impera un sentimiento de haber sido desposeídos, especialmente en lo que a sus tierras se refiere. Este hecho ha marcado profundamente la conciencia indígena a la hora de desvalorizar a las sociedades blancas y mestizas. Sin mencionar la partición en varios países, derivada de la independencia (1825), que dividió a las comunidades que habían habitado esa región durante miles de años.
Y eso no es todo. Hasta hace poco el pongaje, una forma de esclavitud, era habitual en Bolivia y Perú, donde las familias ricas regalaban indios a sus hijos para que atendieran sus necesidades. En las ciudades los aymara aún ocultan su idioma a sus propios hijos que, por lo general, sólo hablan español (castellano).
Así, con el paso del tiempo, los valores de respeto y comunidad, fundamentales para el mantenimiento de la sociedad aimara, se han ido perdiendo, pese a que sus líderes espirituales, los amautas, se empeñan en rescatar las esencias de su cultura. Policarpio Flores Apaza, uno de los más influyentes, lo explica así: "El aymara ayuda no como ley, pues todos somos hermanos y todos nos debemos a todos; y para eso no necesitamos ni política ni religión, sólo un corazón grande".
Festejos, prudencia y moderación
La llegada de Morales al poder es la culminación de un movimiento que comenzó con las celebraciones del V Centenario, en 1992. Los indígenas han mostrado su júbilo por el triunfo en Bolivia, pero, acostumbrados a siglos de decepciones, algunos mantienen cierta prudencia. Luis Macas, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE), actor central en la caída de dos presidentes, señala que "el triunfo de un indígena es un hito no visto desde la época de la colonia". La guatemalteca de origen maya-quiché y Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, es más moderada: "Es un precedente importante en las luchas de toda la región, pero no hay que ser triunfalistas".
Como advierte Menchú, el verdadero desafío, viene ahora. Refundar una república no es fácil, aunque a diferencia de Hugo Chávez, que hizo lo propio en Venezuela, el líder boliviano no es una persona autoritaria. Morales, señala Isaac Bigio, es de origen humilde, proviene del sindicalismo y las comunidades campesinas. Mientras que Chávez es un militar mestizo cuya cultura ha sido el golpe. Chávez, en cualquier caso, ha hecho bandera de la causa indígena campesina con una controvertida reforma agraria que lo enfrenta a terratenientes, empresas y oposición, o declarando el hispanísimo 12 de octubre como Día de la Resistencia Indígena.
Fuera del experimento venezolano, como recuerda el Banco Mundial, en los últimos 15 años ha crecido "de manera sorprendente" la influencia y el poder político de los nativos en toda América Latina, así como las leyes a favor de su salud y educación, aunque sus niveles de ingreso –matiza la institución–, al igual que sus indicadores de desarrollo humano en educación y condiciones de salud, sigan quedando "sistemáticamente a la zaga en relación al resto de la población".
EZLN, el comienzo
La revuelta de Chiapas, en México, la primera madrugada de 1994, fue el eslabón inicial de este resurgir indígena. La voz de los mayas resonó en el continente pidiendo el apoyo en su lucha por conseguir trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional no lucha por el poder, sino por construir una nueva forma de hacer política. En Chiapas, de hecho, disfrutan de autonomía en las zonas controladas por su milicia.
Los zapatistas llegaron a negociar con el Estado el texto de una ley sobre derechos y culturas indígenas, pero el debate parlamentario diluy
ó los acuerdos obtenidos en la mesa negociadora. La norma concede a las comunidades «preferencia» en la explotación de los recursos en sus territorios, pero no su «uso exclusivo», como exigían las organizaciones indígenas.
Tras las rebeliones en Chiapas, los aborígenes ecuatorianos y bolivianos también se lanzaron a las calles para desalojar hasta a cinco presidentes. Fue en estos movimientos en los que Morales, desde la provincia boliviana de Chapare, cimentó su perfil político alumbrando el eje Chiapas-Chapare. En Perú, mientras, el cholo (mestizo) Alejandro Toledo llegaba al poder tras la caída y huida de Alberto Fujimori, de origen japonés, cuya elección fue, al igual que la de Chávez, Toledo, Morales o Gutiérrez –último presidente electo de Ecuador–, un exponente más del cansancio de la población hacia las élites criollas. En Ecuador y Perú, los indígenas han acabado desengañados, pero ahora están organizados y tienen una experiencia política de primera mano.
Camino al sur
En Perú, sin ir más lejos, hay elecciones este año y el candidato Ollanta Humala, militar ex golpista, lidera las encuestas planteando una reconstrucción del Tawantisuyo (imperio inca). "En Chile también está surgiendo un movimiento nacionalista mapuche muy fuerte –señala el analista Isaac Bigio–. En Brasil, en Colombia, también se están organizando … Las naciones originarias empiezan a exigir autodeterminación, recuperar territorios, que sus lenguas sean oficiales. Es una ola que recorre el continente".
Los indios han empezado a mostrar su rechazo a las políticas indigenistas aplicadas hasta ahora por los Estados latinoamericanos, preocupados más por la creación de una identidad que vinculara a los indios a las nuevas naciones y asegurarse su lealtad política que por conocer sus verdaderos problemas. El presidente mexicano, Lázaro Cárdenas, lo dejó bien claro en el Primer Congreso Indigenista Interamericano (Pátzcuaro, México) de 1940, al afirmar: "Nuestro indigenismo no pretende indianizar México, sino mexicanizar al indio". Las oligarquías creían que ésa era la única manera de lograr la unidad nacional.
En ese sentido, Bolivia y México son los países donde los indios han avanzado más, pero también los que más saben de desengaños. México ya tuvo un presidente indígena en la figura de Benito Juárez (1858-1872), el gran reformador del Estado mexicano. Más tarde, la revolución de 1910 institucionalizó el indigenismo integracionista, aunque el Estado se ha ido alejando cada vez más de los nativos, como expresa la revuelta de Chiapas y el proceso posterior.
Bolivia, por su parte, dio un giro con la revolución de 1952. Una revuelta que promovió una reforma agraria más radical que la de Mao y concedió la ciudadanía formal a los indios. Si bien, matiza el historiador aymara Carlos Mamani Condori, "esta concesión supuso la puesta en marcha de una política de asimilación, cuyo principal instrumento es la escuela. Allí se instruye en la admiración a Pizarro, Valverde y Almagro, la religión cristiana, la civilización occidental –Y todo en español–".
Es en esas condiciones adversas donde se ha criado Morales, lo que añade más mérito. Como señala Miguel Guatemal, de la CONAIE ecuatoriana: "ha ganado la elección presidencial dentro de un orden neoliberal y colonial. Para los indígenas su triunfo es un precedente importante. Indica que hay esperanza en el futuro".
Para entender a los aymara
Respetan la hoja de coca. No confundir con la cocaína, contenida en menos de un 0,08 por ciento en cada hoja. El uso de la Kuka Kintu, aliada del aymara y un regalo del Inti (dios Sol), data de unos 5.000 años.
Su valor mágico ofrece consejo, visiones o conocimientos en los rituales, pues predice el destino y, mediante el acto de akhullicar –mantenerla entre mejilla y dientes para extraer un zumo mezclado con la saliva–, se transforma en alimento y tónico que combate el cansancio, el frío y el hambre. Cura o alivia males como la disentería y el sorojchi o mal de altura. ¿Qué reivindican? Su uso y cultivo como símbolo de la identidad indígena andina.
Recuperar la tierra.
Hoy las empresas transnacionales son dueñas de buena parte de los ingentes recursos naturales de Bolivia. ¿Qué reivindican? El nuevo presidente quiere nacionalizar la producción y el comercio de las riquezas –petróleo, estaño, gas, hierro…– del suelo boliviano, del cual los indígenas se consideran legítimos dueños.
Defensa de su lengua.
En estos ritos juega un papel básico la lengua aymara, cuyos hablantes se han reducido en un 20 por ciento en apenas 30 años. ¿Qué reivindican? Morales quiere integrar las lenguas nativas en el sistema educativo y administrativo boliviano, monopolizado hoy en día por el español.
Retorno al Tawantisuyo.
Tras la llegada de los españoles, esta unidad se desintegró y, al surgir las independencias, los pueblos andinos quedaron divididos entre Perú, Bolivia, Ecuador, Argentina, Chile y Colombia. ¿Qué reivindican? Morales, en Bolivia, o el candidato a la presidencia peruana, Ollanta Humala, abogan (en cierto sentido) por su restauración.
Publicado en n la revista española Semanario XL edición del 15 al 21 de enero 2006
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