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Fascismo corriente

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De mis años de universidades, recuerdo ahora un cuento de Cortazar. Describía una escena de la cual no estaba seguro hubiera ocurrido y reconocía no tener la solución de cómo narrarla. Pudo ser un truco de narrador consumado o una solución audaz, el resultado es que logró decir lo que quería y hacerlo de una forma amena.

Mi drama hoy es que me he impuesto el deber de sacar una lección general de un hecho particular y no traslucir lo personal de algo que debe ser visto como un mal social.

Decía Jorge Dimitrov en los años anteriores a la segunda guerra mundial, que el fascismo era la dictadura brutal del capital financiero. Aquí nos asalta otro drama, las palabras pueden ser las mismas, los significados otros, entonces recurrimos a otras palabras para significar la brutalidad actual o vemos las garras del capital financiero que abarca todo el tejido social. Lo terrible es que ayer esto era un drama que se nos venia encima, cuyos resultados traumáticos hemos visto en la segunda Guerra mal llamada mundial. Ahora el fascismo tiene otras caras y no es un peligro que venga, es un mal brutal que está. Este estar abarca todas las decisiones del capital financiero, las del imperio y sus escuálidos secuaces, por mucho que algunos se digan socialistas.

Para nadie es un misterio que las ideas dominantes en un momento dado son las ideas de la clase dominante. Si hoy domina el mundo el capital financiero y este ejerce su dominio desde su terrible capacidad de tomar decisiones que afectan la vida de millones de seres humanos, las ideas dominantes son las ideas del capital financiero. Lo que viene a ser lo mismo, todo se explica de acuerdo a como los detentores del poder explican el mundo. Hoy constatamos a cada paso como se expresan las ideas dominantes, como se expresa la brutalidad de la dictadura del capital financiero por más que sus decisiones tengan un rostro sonriente, pues convierten en desecho a personas que en teoría han nacido para ser felices.

En este dominio del capital financiero, en este dominio de sus ideas, en este fascismo que se expresa en muchos idiomas con un solo norte, en este fascismo que habla lenguajes neoliberales, hay un fascismo corriente que se expresa negando la humanidad del otro, negando sus derechos, negando la diferencia, negando espacio a quienes tienen una visión distinta. Poco importa que en el discurso digan ser una cosa y defender una verdad. Poco valen las palabras cuando los hechos de estos fascistas corrientes dicen otra cosa.

Recuerdo haber estado en compañía de algunas personas que tenía por amigos y relatarles algo que me había sucedido con uno de estos especimenes que escudados en un mísero poder le niegan al otro un espacio para la expresión. Antes que terminara aparece el dardo de que esa era mi versión y que ella tenía la otra. Me pregunto si en estos casos se puede expresar el insulto preferido de Violeta Parra y llamarla oficinista o constatar que ella reaccionó como la oficinista que es y se solidarizó con el victimario, cuando la solidaridad debe expresarse con la víctima. Nos encontramos ante un caso de penetración ideológica del fascismo sonriente, en el decir del poeta Lavergne

Ocurrió que sin duda me permití la libertad de hacer un comentario, que puede ser calificado de inapropiado, decir que para qué tanto tramite de llave y códigos si en un lugar comunitario no hay nada para robar (en el entendido de que soy un ladrón potencial, o por lo menos es así como el sistema me ve). También comenté la noticia de que el Alcalde y candidato a continuar siéndolo, había prometido gastar quinientos millones en no sé cuantos años para reparar las calles de Montreal, natural sorprenderse de que solamente en elecciones se hagan tan prometedores anuncios y luego constatemos que los problemas se acumulan. En el contrato ya firmado por los oficinistas había una cláusula inapropiada y me permití la libertad de decirlo, en el entendido que yo creía estar hablando ante compañeros, pero resulta que hablaba ante un fascista corriente, dije que yo cuestionaba la cláusula que me comprometía a no sacar copia de la llave, pues era inaplicable. Esa es una llave a la cual no se le puede sacar copia sin autorización escrita de no sé cuantos oficinistas. Lo cual me remite a otra verdad: en Montreal se gastan millones en elecciones y pagos a representantes cuando en verdad el poder descansa en unos cuantos funcionarios bien ubicados y mejor pagados para que solucionen nada, quizá sean las migajas que reparte el fascismo a sus administradores menores.

El señor oficinista, diputado y fascista corriente en todo momento sonrió y no dijo nada, luego pagué la suma estipulada como depósito y me mostró el mecanismo para reservar las tres salas de que dispone el organismo que tiene el mal nombre de Centro de Solidaridad no sé cuanto. 26 horas después recibo una llamada con la voz del funcionario en cuestión y me comunica que la discusión (ahí me entero de que él llama discusión a que alguien diga algo y él sonría) le había parecido altamente ofensiva (nueva sorpresa, nada dije que pudiera ofender a un simple servidor público, a no ser que el crea que el no nombrado centro comunitario sea su propiedad o que el alcalde de la ciudad de Montreal lo represente) y que en ese caso el contrato no podía tener lugar, es decir las firmas estampadas en el contrato par él no valen nada. No quiero imaginar de qué sería capaz este modesto “líder” si tuviera el poder de un presidente de nuestras escuálidas democracias.

Lo extraño es que el contrato ya estaba firmado y yo, una persona, no actuaba como tal sino como representante de una organización. Si el fascismo del capital financiero condena de una plumada a perder el trabajo a miles de personas que dependen de un salario, si invade territorios a fuego y sangre, si invade otros sin disparar un tiro pues cuenta con el acuerdo de las clases dominantes de esos países; el fascismo corriente se expresa bajo el rostro de alguien que muchos tienen por un trabajador comunitario, cuando en verdad en sus actos expresa ser un funcionario del sistema.

Este señor, pequeño jefe indiscutido, y con 26 horas de retraso toma una decisión dictatorial, que me atrevo a calificar de brutal, y borra de un telefonazo sonriente la posibilidad de que algunas personas sin espacio cuenten con una sala para la expresión de su ser. Ahora resulta que gracias al fascismo corriente nos hemos quedado sin espacio y sin derecho. También resulta que para algunos el culpable soy yo, pues no debo opinar, si ese es el precio a pagar para obtener un pequeño espacio, pues prefiero mil veces el sol o la lluvia, aunque en realidad sea mejor opción el fuego.

A todos los fascistas del mundo, mi desprecio.
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