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Socialismo y Democracia (I Parte)

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Primera Parte
"Es paradójico que teniendo el capitalismo ciertas obvias desventajas para la democracia, al mismo tiempo haya existido una estrecha relación entre regímenes democráticos y economías capitalistas. A la inversa, hay una correlación negativa entre democracia y un orden económico en el que los medios de producción se encuentran abrumadoramente en manos del estado."
 
La cuestión así planteada por Robert Dahl, en el inicio de una conferencia que dictara en Santiago en tiempos de la dictadura(1), es de gran importancia para una recta comprensión del significado del socialismo. Porque si la conexión histórica entre capitalismo y democracia se revelara como teniendo un carácter más que puramente factual, o aleatorio, ello debiera ser negativamente interpretado como una prueba de que no podría existir una conexión esencial entre socialismo y democracia. Después de todo capitalismo y socialismo son fenómenos históricos opuestos, pero correlativos. De modo que si se demostrara  que el capitalismo tiende esencialmente hacia la democracia, ello significaría, simultáneamente, que el socialismo no podría tender hacia ella, puesto que fue concebido por Marx y la tradición marxista, como la superación efectiva de las contradicciones de aquél. En las páginas siguientes trataremos de mostrar, de manera algo sumaria, dos tesis coordinadas acerca de esta cuestión. Por un lado, que la conexión histórica entre capitalismo y democracia aparece como tal solo si se concibe a esta última del modo más estrecho, es decir, como pura democracia política de elites (oligocracia), o como la definiera Noam Chomsky, como un sistema político en "el que el ciudadano es un consumidor, un observador, pero no un participante". Un sistema en el que "el público [solo] tiene el derecho de ratificar políticas que se han originado en otra parte".(2) Por otro lado, mostraremos como el socialismo puede ser, cuando se dan las condiciones adecuadas para su implantación, mucho más democrático que el capitalismo, en razón de carácter igualitario y no particularista de sus relaciones económicas.    
 
Con el propósito de presentar estas dos tesis, utilizaremos aquí una serie de argumentos introducidos en la teoría política por dos destacados pensadores socialistas contemporáneos: C.B. Macpherson y Andrew Levine.(3) Dada la precisión del lenguaje de estos autores anglosajones, hemos tenido, con bastante frecuencia, que reproducir de modo casi textual sus argumentaciones, las que por razones estilísticas no siempre pueden ir entre comillas. Pero, todo vez que nos ha sido posible, hemos preferido hacer uso ya sea de la paráfrasis o de nuestras propias formulaciones.
 
CAPITALISMO Y DEMOCRACIA.
Entre los estudiosos contemporáneos de la teoría democrática, Edward H. Carr ha sido uno de los primeros en llamar la atención sobre el hecho de que el origen histórico de la democracia como forma de gobierno se encuentra indisolublemente ligado a la existencia de la sociedad de clases. Así, señala Carr, "no es un accidente que la democracia ateniense, que ha sido comunmente considerada como la fuente y el ejemplo de las instituciones democráticas modernas, fuera la creación y prerrogativa de un grupo privilegiado de la población. Asimismo, no es accidental que Locke, el fundador de la tradición democrática moderna((4), haya sido el filósofo elegido y el profeta de la oligarquía Wig inglesa del siglo XVIII. Tampoco es accidental que la elaborada estructura de la democracia liberal inglesa del siglo XIX se constituyera sobre la base del altamente restrictivo voto censitario".(5) En otras palabras, que la democracia liberal  es esencialmente hostil a la idea y a la realidad de una sociedad efectivamente igualitaria. Esta observación de Carr resulta ampliamente confirmada por la historia del sufragio bajo la democracia liberal. Así por ejemplo, C.B. Macpherson ha mostrado en considerable detalle como en las democracias liberales el sufragio universal fue establecido por etapas. Primero se introdujo el voto restringuido a aquellos que poseían altos niveles de propiedad, luego lo hizo el sufragio puramente masculino, y solo al final el sufragio femenino. Pero la introducción definitiva del sufragio universal, que habría de requerir décadas de agitación y de lucha, llegó a producirse cuando la burguesía se hubo asegurado de que las instituciones y la ideologia del individualismo liberal se encontraban ya firmemente establecidas en los diferentes países. Como lo expresara el propio Macpherson: "La democracia fue el decorado final de la sociedad capitalista de mercado. Aquella tuvo que acomodarse a la base que ya había sido preparada por la operación de la sociedad competitiva, individualista de mercado, y por la operación del estado liberal que sirvió a esta sociedad mediante un sistema de partidos que competían libremente entre sí, pero que no tenían un carácter efectivamente democrático. Fue el estado liberal el que se democratizó, y en este proceso la democracia se hizo liberal".(6) No está de más recordar aquí que el sufragio universal es de reciente data en la casi totalidad de las más importantes democracias européas, así como lo fue en los países del Tercer Mundo. Por ejemplo, fue establecido en Inglaterra recién en 1939, en Francia solo en 1946, y en Bélgica apenas en 1948. Curiosamente, en los países menores de Europa el sufragio universal fue implementado mucho antes: En Noruega en 1898, en Finlandia en 1905, en Holanda en 1919, y en Suecia en 1918. Pero en todos los países, grandes o pequeños, la introducción del sufragio universal fue el resultado de una dura lucha del movimiento obrero. En Canadá la lucha por la conscripción militar obligó al gobierno conservador a extender considerablemente en derecho a voto en 1917 y 1920. Pero restricciones racistas que limitaban el ejercicio de este derecho, se mantuvieron hasta los años treinta.(7)
 
Ahora bien, la explicación última de la tardía y gradual introducción del sufragio universal en las así llamadas "democracias liberales", se encuentra en los intentos de evitar que los intereses económicos y políticos de las mayorías, pudieran llegar a prevalecer por sobre los de las minorías económicamente privilegiadas, o como dice Macpherson: "…los demócratas liberales solo aceptaron el principio de la votación universal cuando llegaron a persuadirse de que los pobres no votararían para nivelar o destruir la propiedad [de las minorías]".(8)  De manera que cuando la democracia vino a establecerse en los países capitalistas, la sociedad y el estado liberal ya no se encontraban en oposición.  La democracia no consistía ya en el intento de las clases subordinadas de derrocar el estado liberal o la economía de mercado, sino por el contrario, se trataba simplemente del intento de estas clases de llegar a ocupar un lugar dentro de aquel sistema y de sus instituciones. De este modo, señala Macpherson, "la democracia había sido transformada desde una amenaza para el estado liberal, en su plena realización". Es decir, lo que el matrimonio de conveniencia entre la democracia liberal y la sociedad capitalista hizo, fue suministrar los causes legales para contener y en última instancia detener efectivamente, las presiones y demandas de la mayoría del pueblo. O lo que es lo mismo: "la democracia liberal fue especialmente diseñada para hacer calzar una sociedad dividida en clases dentro del esquema político democrático."(9)
 
Porque una sociedad capitalista no puede existir a menos que, dentro de ella, una minoría disponga de la propiedad y el control del capital, mientras que la mayoría, por no poseerlo ni
controlarlo, se ve obligada a arrendar su fuerza de trabajo a aquella minoría privilegiada. Esta circunstancia implica, necesariamente, una desigualdad fundamental en las condiciones que determinan el ejercicio de la libertad de decisión de cada uno de los miembros de la sociedad; desigualdad que fija estrechos límites estructurales a su carácter efectivamente democrático. Porque, como es obvio, una cosa es, por jemplo, la libertad de expresión para el dueño de una cadena de periódicos, y otra muy distinta para el obrero, quien apenas dispone del dinero necesario para adquirir un modesto ejemplar de su tabloide favorito en el kiosko de la esquina. Lo que con este simple ejemplo queremos ilustrar es el hecho de que, independientemente de toda otra consideración, existen razones estructurales propias de las sociedades capitalistas que hacen imposible que puedan reinar en ellas relaciones efectivamente igualitarias y democráticas entre sus miembros. De allí que si bien es cierto que fue dentro del capitalismo que se desarrollaron históricamente los ideales democráticos modernos, este sistema socio-económico no está en condiciones de hacerlos efectivos más allá de sus acotados límites de clase.
 
Como es manifiesto, la razón fundamental de la incapacidad estructural del capitalismo para materializar una efectiva democracia se encuentra, en última instancia, en el alto grado de desigualdad material constantemente generado por sus relaciones socio-materiales. Es verdad que los efectos de estas desigualdaders pueden ser, hasta cierto punto, corregidos, mediante la intervención estatal, introduciendo, por ejemplo, politicas redistributivas. Pero es obvio que tales correcciones solo pueden tener un carácter paliativo, ya que el estado no puede de ningún modo eliminar la distribución desigual del poder material, que es la consecuencia necesaria del modo como se constituye y funciona la economía capitalista. Esta desigualdad material genera, también necesariamente, desigualdades en el poder político que están en condiciones de ejercer las diversas clases que componen la sociedad capitalista. De modo que los que tienen más están siempre en condiciones de adquirir, muy probablemente, un poder político superior al de los que tiene menos. Es decir, aunque tanto ricos como pobres dispongan individualmente de los mismo derechos políticos, es claro que los ricos poseen medios de controlar el proceso político de los cuales carecen los pobres. En otras palabras, que la riqueza material se traduce, necesariamente, en influencia política. Es innegable, también, que hasta cierto punto, aquella desigualdad de poder político puede ser compensada, por ejemplo, mediante la formación de grupos de interés, tal como lo sostiene la concepción pluralista de la democracia. Pero, para decirlo con las palabras de Andrew Levine: "En teoría una organización de pobres puede actuar como un poder de contrapeso a una organización de banqueros e industriales. Sin embargo, no importa cuán numerosos y bien organizados puedan estar los pobres, porque al carecer de los recursos materiales con que cuentan los ricos, aquellos no podrán nunca llegar a ejercer una influencia comparable con la de éstos".(10) De allí entonces que pueda afirmarse que lo que caracteriza esencialmente a toda democracia liberal es el hecho de ser un sistema de gobierno que, bajo una aparente imparcialidad y universalidad legal, privilegia y defiende en los hechos los intereses económicos y políticos de aquellos grupos minoritarios que poseen el control, o la propiedad, de la mayoría de los recursos materiales de una sociedad.

(*) Hermes H. Benítez, es amigo y colaborador habitual de PiensaChile. El presente ensayo es una reelaboración de dos artículos escritos y publicados originalmente en 1991; en la revista política ENTRELINEAS, hoy desaparecida, que se editara por algunos años en la ciudad de Edmonton, Canadá.   

Notas:

1.  La conferencia de Robert Dahl, Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Yale, fue publicada en Chile en el Número 8 de la revista OPCIONES (Enero a abril de 1986), bajo el título de: "Capitalismo, socialismo y democracia". El pasaje citado en el epígrafe inicial de nuestro ensayo figura en la pág. 11 de dicha publicación.

 2.  Noam Chomsky. NECESSARY ILLUSIONS, Montreal: CBC Enterprises, 1989, pág. 14. La concepción democrático-liberal entiende la democracia a partir del modelo del mercado capitalista. El ciudadano, en analogía con el consumidor, eligiría las distintas alternativas políticas que se le ofrecen, tal como el consumidor elige entre los distintos productos del mercado. De acuerdo con esta concepción se supone que existiría una democracia allí donde existe la oposición de distintos intereses, la competencia política y una pluralidad de partidos. Al ciudadano de esta supuesta democracia no le queda otra opción que elegir entre los programas políticos existentes, y su participación se reduce a votar por algún "representante", o líder, cada cierto número de años. Es manifiesto que esta restrictiva concepción de la democracia se identifica con el sistema denominado representativo. En realidad, dentro de este sistema la participación de la ciudadanía se limita a conferir legitimidad a las decisiones tomadas por elites políticas que se encuentran más allá de todo control efectivo por parte de aquella. Un eficiente sistema educacional y de persuasión y manipulación de la opinión pública por medio de la prensa, la radio, y la televisión, aseguran que el electorado opte casi siempre por las alternativas favorables a la perpetuación del "statu quo".      

 3.  C. B. Macpherson, hasta su muerte en 1987, fue uno de los más eminentes filósofos políticos canadienses. Por muchos años profesor de Ciencia Política de la Universidad de Toronto, ciudad en la que había nacido en 1911. Entre sus obras se incluyen: THE POLITICAL THEORY OF POSSESIVE INDIVIDUALISM (1962); THE REAL WORLD OF DEMOCRACY (1965); DEMOCRATIC THEORY (1873); y THE LIFE AND TIMES OF LIBERAL DEMOCRACY (1977). Andrew Levine es profesor de Filosofía en la Universidad de Wisconsin-Madison. Es autor de: THE POLITICS OF AUTONOMY(1976); ANGUING FOR SOCIALISM (1984); y THE END OF THE STATE.
 
4.  Es significativo que el filósofo inglés John Locke(1632-1704), quien fuera accionista de una compañía dedicada al tráfico de esclavos, haya postulado en su "Paper for the Board of Trade"(1697), "que los hijos de los pobres, al cumplir los tres años de edad, deberían trabajar parte del día". Referido por Peter Laslett, en su libro: THE WORLD WE HAVE LOST, London: Methuen & Co., 1971, pág. 3.
 
5. Edward H. Carr, THE NEW SOCIETY, Boston: Beacon Press, 1957, pág. 61. Carr es el autor de la monumental HISTORY OF SOVIET RUSSIA, en 14 volúmenes, editada en lengua española por Ediciones Alianza Universidad .
 
6.  C.B. Macpherson, THE REAL WORLD OF DEMOCRACY, Toronto, CBC, 1979, pág. 5
 
7.  S. Bowles and H.Gintis, DEMOCRACY AND CAPITALISM, New York: Basic Books, 1987, pág. 217.
 
8.  C.B. Macpherson, THE LIFE AND TIMES OF LIBERAL DEMOCRACY, Oxford: Oxford University Press, 1979, pág. 37.
 
9.  C.B. Macpherson, Op. Cit, pág. 9.
 
10.  Andrew Levine, ARGUING FOR SOCIALISM, Boston, Routledge and Kegan Paul, 1984, pág. 63.
 
11.  Véase: Rudolf Bahro, THE ALTERNATIVE IN EASTERN EUROPE, London: Verso, 1978.
 
12.  Lucio Coletti, LA CUESTION DE
STALIN, Barcelona, Editorial Anagrama, 1977, pág. 25. 
 
13. Mosche Lewin,  "The social background of Stalinism". En Robert Tucker(ed.), STALINISM. Essays in Historical Interpretation, New York: Norton & Co., 1977, pp. 17-18. 
 
14. Andrew Levine, Op. Cit., pág. 63.
 
15. Andrew Levine, Op. Cit., pág. 140
 

16. Los enemigos del socialismo jamás hacen la menor referencia al profundo efecto distorsionante que sobre todo intento de transformación radical de la sociedad burguesa ha ejercido el cerco económico, y el permanente hostigamiento y asedio militar y diplomático al que las potencias capitalistas han sometido de modo implacable a cada uno de los países que han hecho o intentado hacer sus revoluciones socialistas. Esta oposición frontal la debieron sufrir no solo las grandes revoluciones Rusa y China, sino también la revolución cubana ("bloqueada" por ya 45 años), la "revolución por los causes legales" de Allende en Chile, y en último término, las revoluciones nicaragüense y bolivariana, de Venezuela.  
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