Desde la perspectiva de la búsqueda de una genuina democracia para Chile, ha sido muy lamentable la virtual destrucción experimentada por el Frente Amplio. Es cierto que ello ha sido el resultado esperable de la total desnaturalización de varios de sus principales partidos o movimientos, que se han colocado insólitamente en posiciones subordinadas de las diversas expresiones que ha adquirido la derecha en nuestro país. Concretamente, lo anterior se ha dado al haber aceptado el antidemocrático y aberrante acuerdo entre los partidos de derecha y de la ex Concertación, que le brindará a los primeros un virtual derecho a veto respecto de la nueva Constitución a ser aprobada por una futura Asamblea Constituyente; al estipular, insólitamente, un quórum de 2/3 para aquello. Como “guinda de la torta”, dichos partidos han dado el penoso espectáculo de haber aprobado –negligente e irresponsablemente, de acuerdo a la confesión de sus propios líderes- un proyecto de ley que criminaliza diversas formas de protesta social.
Todo lo anterior ha provocado la natural partida del Frente de los partidos y grupos que mantienen sus posiciones de crítica fundamental al sistema político y social vigente; y que buscan su sustitución por uno efectivamente democrático y que se oriente por el logro de la máxima justicia social posible. En este sentido, que se haya sumado a ellos el Partido Humanista representa un definitivo final del Frente Amplio propiamente tal. A ello hay que añadir el quiebre del propio Partido Convergencia, debido a la renuncia del carismático alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, acompañado de centenares de militantes de la organización.
Es muy lamentable que haya terminado así un movimiento que generó muchas expectativas de una sustitución efectiva del modelo autoritario-neoliberal que nos legó la dictadura y que la ex Concertación legitimó, consolidó y perfeccionó. Más aún cuando su origen estuvo estrechamente vinculado al movimiento estudiantil de 2011 que constituyó el primer desafío importante a la continuidad de aquel modelo, pese a que sus planteamientos estuviesen fundamentalmente concentrados en su dimensión educacional. Tanto por su discurso contrario al neoliberalismo, como por su índole prio ritariamente juvenil; el Frente concitó una gran y rápida adhesión de un significativo y creciente número de desencantados con la agotada Concertación-Nueva Mayoría. De tal manera que su candidata presidencial, Beatriz Sánchez, alcanzó en 2017 un sorprendente tercer lugar con el 20,27 % de los votos (1.336.824), quedando a solo 2,43% de pasar a segunda vuelta. Y en las elecciones parlamentarias alcanzó casi el millón de votos (16,50%), obteniendo 20 diputados; superando por varios centenares de miles de votos al otrora primer partido de Chile, el PDC.
Sin embargo, es cierto que las expectativas generadas fueron poco a poco quedando insatisfechas. Así, el Frente se fue contentando con generalidades en el ámbito del diagnóstico de la realidad chilena. Tampoco planteó un proyecto nacional de desarrollo, alternativo al modelo neoliberal vigente; ni propuestas sectoriales profundas y atractivas en los principales ámbitos de nuestra sociedad. Por otro lado, fue muy débil en generar nexos con organizaciones sociales, lo que quedó completamente en evidencia a partir del 18 de octubre. Y en desarrollar una labor parlamentaria de excelencia, pese a contar con una vasta gama de profesionales y técnicos, tanto entre sus parlamentarios como en sus equipos de apoyo.
Además, el Frente demostró grave falta de cohesión y articulación política. Así, no fue capaz de actuar al unísono en varios casos que lo ameritaban, como en participar o no en comisiones generadas por el Gobierno. Y pretendió buscar unanimidades en opiniones sobre temas –particularmente internacionales- en los que no tenía sentido político hacerlo, creando innecesarias tensiones internas. Asimismo, en su interior fue frecuente el accionar errático –y a veces francamente descriteriado- de varias de sus principales figuras, como el viaje de dos de sus diputados a Paris para entrevistarse con un fugado de la Justicia chilena. Y, lo que es peor, varios de sus dirigentes protagonizaron serios conflictos personales entre ellos, mostrando a la opinión pública altos grados de inmadurez y/o narcisismo político.
Pero todo ello quedó en “nimiedades” con la devastadora iniciativa tomada por algunos de los partidos del Frente (¡sin siquiera una toma de decisión colectiva en un asunto tan trascendente!) de integrarse al acuerdo concordado entre los partidos de derecha y de la ex Concertación, de aceptar la elaboración de una nueva Constitución para Chile, con el virtual veto de la derecha en su aprobación. Tanto por el fondo del acuerdo, que impedirá la elaboración de una Carta Fundamental que pueda sustituir el modelo generado por la “retroexcavadora” que barrió con nuestro país entre 1973 y 1990; como por su forma, en la que los mismos líderes que generaron el modelo neoliberal impuesto (entre 1973 y 1990) y los que posteriormente lo legitimaron y consolidaron (particularmente entre 1990 y 2010) se pusieron de acuerdo completamente al margen del movimiento social que generó su cuestionamiento; dicha actitud no podía tener otra consecuencia lógica que la fractura y definitivo final de aquella coalición política.
Esperemos que, al menos, esta triste historia del Frente Amplio sirva de lección cuando –esperemos, más temprano que tarde- surja un nuevo movimiento que sea efectivamente capaz de representar genuinamente las profundas aspiraciones de las grandes mayorías ciudadanas de sustituir el actual modelo liberal, individualista y concentrador del ingreso; por otro que privilegie una participación solidaria de todos y que establezca justicia social en nuestro país.
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