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Carta a Manuel Guerrero con copia al asesino de su padre

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Impunidad en Chile y la implacable memoria
Manuel, como sabes, hace apenas algunas noches Valparaíso se encendió de lluvia y viento con tanta fuerza que las olas nos resquebrajaron nuestras certezas. Como hace solamente  40 años cuando se nos anegó el corazón de golpe: un golpe artero al vientre que nos dejó sin respiración. Un golpe militar fue. Y todavía nos duele, como sin duda te desgarra el alma que al asesino de tu padre le otorguen la libertad, porque es  como matarle de nuevo. Es que la historia nunca empieza cuando dicen que empieza y nunca termina cuando dicen que  termina; da tantas vueltas por el monte que se nos pierde tras la luna y cuando reaparece no nos damos ni cuenta cuando  nos topamos con otro torturador en la calle, con otro asesino en la plaza del barrio. Porque esta transición pactada con los militares fue articulada para aturdir a los que se levantaron tarde cuando las cúpulas partidistas estrecharon las manos de los mismos que nos habían dejado sin aliento allá en el puerto y a punta de terror nos siguieron atizando la vida y la muerte. Como la de tu viejo, que luchó por la vida y encontró la muerte.
Porque Manuel, como sabes, aquí no sólo hubo víctimas –que las hubo y miles– sino que también millares de luchadores sociales que, ya fuera en el ámbito de los derechos humanos, estudiantil, poblacional, cultural, en la lucha armada o en muchos otros,  contribuyeron a la caída de la dictadura. Chilenos y chilenas comunes y corrientes, ejemplos de coraje y dignidad, a diferencia de criminales que actualmente, a pesar de que gozan de injustos privilegios, reclaman por derechos que ellos jamás respetaron a sus víctimas. Y plañen su supuesta desdicha, declaman y proclaman su inocencia alentados por 25 años de impunidad, porque  esta democracia nació abortada por un pacto de silencio, pero no sólo entre militares, sino que también entre civiles de derecha y de la Concertación, aquellos de la justicia en la medida de lo posible.
Es que sabes, Manuel, no hay justicia en la medida de lo posible: o es o no es. Así de simple. Lo otro es lírica, es poesía, un engranaje de palabras desplegadas al viento para continuar atafagando a aquellos que se levantaron tarde el día aquel en que las cúpulas partidistas negociaron con los militares.
Así Manuel, como sabes, poco a poco se van muriendo o suicidando los torturadores y los asesinos. Se van ocultos en medio de la noche, apresurados, en la más profunda de las soledades, con la vergüenza estampada a fuego en sus mustias frentes. Y ninguna lástima siento por ellos, porque en sus  últimos suspiros se me aparecen los desaparecidos y su brutal e increíble destino. Entonces, nada más rabia e impotencia por vivir en un país que castiga a sus ciudadanos por tomar fotografías en el metro de Santiago y deja en libertad a un policía que degolló a tu padre. Un país donde se reprime al pueblo mapuche y todavía existen agentes de la CNI trabajando en el ejército o civiles que trabajaron o apoyaron a la dictadura y hoy están en el parlamento o son empresarios. Donde el ex presidente Ricardo Lagos dice que mucha gente le pide que vuelva al poder para que ponga orden ¿Qué orden? ¿El orden del secreto y la impunidad? ¡Sí fue durante su mandato que se creó la Comisión Valech sobre Prisión Política y Tortura la cual  emitió un Informe que prohibió divulgar el nombre de los responsables de violaciones a los derechos humanos por un período de 50 años!
Manuel, como probablemente sabes, no creo en Dios, pero si creyera, los Pinochet, los Contreras, los Corbalán, los Sáez, los Zuñiga, los Sanhueza, los Herrera, los Mena, los Krassnoff, los Moren y tantos otros y otras, están o estarán en el infierno. Si es como dicen que es, se hundirán  como serpientes de plomo en el suelo incandescente y tendrán las cabezas al revés para   que jamás olviden que tras suyo galopan despidiendo llamaradas azules por sus ojos de azufre diez caballos atroces.
Y quizás, Manuel, aquellos jinetes de ojos claros lleven en sus pupilas grabada la señal de la memoria, que a lomo de corcel o a pie, o como sea y dónde sea, porta en sus alforjas   el antídoto para la peste del olvido. Así, por más que el olvido nos espolee la garganta para silenciar nuestras denuncias; por más que nos obnubile la mirada, la implacable memoria nos revolverá la melena con el beso del recuerdo. Porque es su esencia, su modo de ser, su manera de enunciar, su resistencia más feroz.
Es que la memoria no puede cambiar, aunque quisiera, porque nació para evocar el pasado y de esta manera preñar el futuro de crisálidas de luciérnagas que iluminen el sendero de la verdad y se termine la oprobiosa impunidad en este país. Ese día, Manuel, tal vez la sonrisa de tu viejo venga navegando en  la lluvia y viento de Valparaíso.
Dr. Tito Tricot
Sociólogo
Director Centro de Estudios de América Latina y el Caribe- CEALC
Valparaíso
16-8-2015

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