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Del este al oeste: sembrando doble moral

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La Unión Europea y EE.UU. no cejan en su empeño de debilitar  y acorralar a Rusia, de mantenerla en el status al que descendió tras la dolorosa caída de la Unión Soviética, que tenía muchos aspectos en los que mejorar, pero no menos en los que empeorar, principalmente en el de retornar a una sociedad en la que impera la desigualdad.

Siempre he pensado que si las revoluciones no se cuidan, no se mantienen lozanas con el fertilizante del pensamiento crítico, se convierten en árboles secos prestos a caer al primer envite. El veneno del asentimiento, del seguidismo, lento, muy lento, las matará. Inexorablemente. Y el enemigo, los depredadores del mundo, no dará tregua, por supuesto, es su misión. Nada hay que reprocharles. Juegan sus cartas. Y ahora mismo las están jugando en Ucrania (también quieren romper, por motivos diferentes, el espinazo de la revolución venezolana, aunque gane elección tras elección), que, lo saben, es territorio muy sensible para Rusia, un estado que intenta recuperar su autoestima como potencia mundial desde una posición nacionalista que representa Rusia Unida y en alguna medida el Partido Comunista de la Federación Rusa. Junto a Brasil, India, China y Sudáfrica ha creado el BRICS, que busca ser un polo de presión en la búsqueda de un mundo multipolar después de más de 20 años de unipolaridad.

La «pieza» ucraniana es codiciada porque supone cercar a Rusia desde el flanco suroeste, «robarle» un importante aliado. Por esa razón todo el conglomerado mediático occidental presenta a Ucrania (al igual que a Venezuela) como una especie de dictadura, obviando, en un cuestionamiento de sus propios esquemas de democracia, que el presidente Yanukóvich fue elegido en las urnas y apoyando a una oposición que utiliza como fuerzas de choque a grupos de inspiración fascista (que por cierto hicieron buena parte del trabajo sucio a los nazis cuando estos invadieron la URSS en la 2ª Guerra Mundial).

Para la gran mayoría de medios  españoles, en una doble moral repugnante pero eficaz de cara a muchísimos ciudadanos, las personas que en el barrio del Gamonal queman un contenedor o lanzan una piedra a  los antidisturbios son rechazables violentos y poco menos que filoterroristas. Sin embargo, los ucranianos (o venezolanos) que asaltan y ocupan ministerios, usando incluso armas de fuego (hay ocho policías muertos), son «luchadores por la libertad». Se imaginan lo que dirían si aquí se intenta asaltar violentamente un ministerio (o la oficina de la fiscalía, como en Venezuela). En este país cualquier manifestación que se sale del marco del desfile procesional o batuquero es tachada de violenta (y causa «múltiples» robocops heridos). La terminología cambia cuando esos actos se producen en un país incómodo o cuya servidumbre a los designios imperiales (caso de Venezuela) es escasa o nula. Por arte de magia los terroristas propios se convierten en adalides de la libertad ajenos. Y si lo hacen es porque saben que sus ideas calan en esta sociedad irreflexiva y cuajada de consumo informativo basura que, lamentablemente, expanden las redes sociales.

Pascual Serrano en una análisis sobre la manipulación grosera en la red Twitter acerca del conflicto venezolano lo expresa con claridad: «Pensábamos que las redes sociales iban a suponer la democratización de la información y, desgraciadamente, lo que han democratizado es la desinformación». También me parece fundamental, aunque suene un poco estrambótico, la lucha lingüística. Me refiero a buscar la precisión a la hora de nombrar los hechos, pues sabemos que el lenguaje es un gran constructor (y a la vez anulador) de pensamiento. No permitamos que cuando a ellos les interese la violencia sea equiparable al terrorismo, pues buscan que nuestro cerebro se ponga en modo automático de «condena tajante» o tabú. Hay que perder los complejos.

Cuando los grupos dominantes ven en peligro sus intereses o buscan un objetivo determinado no dudan en usar los medios que consideran pertinentes, no siendo la fuerza uno al que renuncien si lo consideran necesario. Eso sí, la campaña mediática hará que el «filoetarra» burgalés, hermanita de la caridad al lado del encapuchado con pistola de Kiev que dispara a la policía (que aquí siempre tienen la razón), se convierta varios miles de kms hacia el este (Ucrania) o al oeste (Venezuela) en héroe. Ni una cosa ni otra: lucha social pura y dura, reflejada en el devenir histórico desde hace milenios.

Abogo por la resolución pacífica de los conflictos, pero también sé que a la hora de negociar las posiciones de fuerza, la capacidad de los contendientes, es básica. La oposición ucraniana, más allá de los intereses que defiende, es fuerte porque ha transgredido los límites, ha desbordado cauces y, aunque esta partida está por dilucidarse, tiene poderosos padrinos que ya están advirtiendo con sanciones al gobierno ucraniano en un alarde de doble moral que produce arcadas. Pregunta final: ¿cuántos gobiernos europeos salidos de las urnas tolerarían ni cinco minutos una tropa de civiles paramilitarizados (usando escudos, cascos, bates de béisbol y armas de fuego), ocupando sus plazas más céntricas, asaltando edificios públicos y matando policías?

*Fuente: José Juan H

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