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Carta a Warnken: “Suelta el palo, Cristián, no abandones el barco”

Carta a Warnken: “Suelta el palo, Cristián, no abandones el barco”
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Publicado en piensaChile el 20 de febrero de 2022, a las 16:52 horas

El filósofo Daniel Ramírez responde a los escritos del columnista de El Mercurio y su carta a los amarillos, con fuertes críticas al proceso constituyente.

Última actualización 20 Feb, 2022

Si no fuera por el respeto que me merece tu trabajo, que ha permitido a la mejor, a la más refinada (y la más frágil), cultura mundial permanecer viva en nuestro país, estimulándola desde el más respetable de las artes -la conversación amistosa e inteligente-, no me tomaría (ni te quitaría) el tiempo, porque será un poco largo.

El tuteo no es falsa intimidad, es el estilo que has adoptado en ese género que cultivas con brío: la “carta a”, como lo escribiste en la conmovedora “Carta a Gioconda Belli”: leyendo sus versos nos sentimos muy cerca de ella; y por cierto, la pregunta que haces entonces a propósito de los sandinistas y otros (“¿Quiénes cambiaron tanto? ¿Ellos, los Ortega o nosotros que creímos alguna vez en ellos?”) es una gran pregunta.

Para tu tranquilidad, aunque no creo que mi opinión podría quitarte el sueño, te dejo en claro que al igual que tú, detesto la violencia, la ultranza vengadora y creo que una de las peores prácticas que se han banalizado hoy en día, sacándola de su contexto histórico (“cuando no hay justicia hay funa”) que le daba una justificación clara, es la funa, el furor del insulto y el placer de denigrar, del cual tanto tú como el presidente Boric y otros han sido víctimas (“Carta a mis hijos”).

Nada más indigno que una turba vociferante y ello sería solo ridículo si no implicara un grado de agresión e intenciones de linchamiento que la hacen peligrosa. Creo que coincidimos también en mantener a la mayor distancia posible el lenguaje y la ideología del resentimiento (qué mejor análisis que el de Nietzsche en “La genealogía de la Moral”). No me gustan nada, como tampoco a ti, las ideas de Carl Schmitt, quien reduce la política a la escisión entre amigo y enemigo y me entristece que algunos de mis amigos no logran abstenerse de convertir al adversario u oponente político en el enemigo.

A estas alturas, te preguntarás porqué me escribe este tío si es para decirme que está del todo de acuerdo conmigo…

Es que voy a referirme ahora a tu “Carta a las bases amarillas del país”. Primero, puede parecer astuto el intento de resignificar lo que fue un insulto en el lenguaje revolucionario, apropiándoselo: “amarillo” era algo así como traidor, por no ir hasta el final de las rojas consecuencias de “la contradicción principal” y elegir la vía reformista. Pero creo que la socialdemocracia, el socialismo (en la medida en que existan aún) o el deseo de justicia social y la vasta invención socio-política actual no merecen ese calificativo, y si es por bellos colores, a una supuesta bandera amarilla yo prefiero la multicolor de la diversidad sexual o la de los pueblos originarios aymaras. Los pacifistas, demócratas, partidarios del derecho y de la negociación no somos “amarillos”, somos de todos los colores. Quienes no soportan que haya que negociar, transar, incluir, son más bien grises como un comisario de partido. No somos amarillos, justamente porque la referencia principal no es la teoría de la revolución marxista leninista, y que desde esa posición nos hubiéramos movido hacia el centro. Las referencias son otras, la época es otra, la famosa revolución casi nadie la quiere (yo la escribo hoy con dos “e”: ‘re-evolución’) y hay cientos de ideas nuevas que pueden inspirar la evolución futura de nuestras sociedades.

El problema que mencionas (y coincido en eso) es que el tiempo actual es crítico y que necesitamos mucha energía y convicción negociadora para lograr una Constitución que esté a la altura y no es el momento para que la lucidez y la inteligencia partan de vacaciones.

Si te alarma un cierto maximalismo en las reivindicaciones de algunos convencionales, a mí me parece normal y tú también lo dices: se trata de minorías que estuvieron largo tiempo excluidas. ¿La Constitución no debe ser maximalista? No lo será, porque será el resultado justamente de la negociación, del voto por 2/3 de representantes elegidos también por voto mayoritario. No de cada minoría.

¿La Constitución debe ser minimalista? Veamos. ¿Qué significaría eso? ¿Algo que convendría a todos los que están representados en la Convención, incluidas las minorías recalcitrantes (y las hay de diverso tipo) ya sean conservadoras católicas o anarco-leninistas? Tal cosa implicaría simplemente dejar para después los problemas principales. Por qué no; solo que “para después” significa para el juego parlamentario y de los partidos de la legislación ordinaria (cuya institucionalidad no cambiaría), que fue justamente lo rechazado en el famoso estallido social, aquel juego que conviene tanto a las élites que han gobernado desde hace décadas. Hoy en día ellas están casi ausentes de la Convención, es cierto, pero ello fue la voluntad del pueblo elector, no la de algún iluminado líder revolucionario. Todo el mundo jugó el juego (“la cocina” según los grises, seguro que lo recuerdas). En resumen, lo que llamas maximalismo, yo lo llamo simplemente ‘constitucionalismo’: la idea que la constitución es el centro de la vida política de una sociedad, un texto fuerte, fundador. Porque el minimalismo es quitarle valor a la Constitución para devolvérselo al jueguito parlamentario normal de los partidos.

Aprecio mucho en ti, e intento imponerme la misma disciplina, la exclusión de todo insulto; pero no puedo ser indiferente a algo que, si bien no son insultos, en tu escritura revela desprecio y soberbia: cuando calificas de “catarsis” la fase reivindicativa o los reclamos de reconocimiento de sectores que tú mismo lo reconoces, “antes estuvieron ‘invisibilizados’ por mucho tiempo por la élite y no lograron un espacio de representación y exposición [debido a] las falencias de representación que nuestra democracia un poco gastada ya estaba mostrando”. Bueno, tal vez hubo algo de catarsis, pero era necesaria, como lo fueron las Comisiones de Verdad y Reconciliación en Sudáfrica en los años 90, promovidas por D. Tutu y N. Mandela. Luego hablas de “emociones primarias” (siguiendo tal vez a Carlos Peña que solo vio eso en el estallido social), de “niños o adolescentes con pataleta, rabia o pena”, o “los grupos radicales se han dado todos los gustitos posibles”.

Es muy curioso, cuando una instancia salida de las urnas, y con el sistema en vigor, es decir voto mayoritario representativo, sospechar que ella estará redactando “una Constitución sincretista, pachamámica, bolivariana” o inspirada en “muchos de los mamarrachos constitucionales que abundan en Latinoamérica”, que implicaría obligar al pueblo a “tragarse un hongo alucinógeno, a vivir una experiencia o experimento iniciático o político–chamánico”, “un refrito posmoderno y barroco de ideas copiadas de Evo Morales”.

Todo ese lenguaje florido ya no revela vigilancia, lucidez y atención (que la inteligencia no salga de vacaciones) sino mofa y desprecio. Permíteme señalar que no está a la altura tu elocuente elogio del matiz, de la parte de sombra que llevamos todos y de la necesaria negociación e inclusión. Y no es de extrañar lo que sigue: la amenaza ni siquiera velada de militar por el rechazo a tal Constitución. El fondo de tu proposición estratégica es no dejar a la minoría de derecha recalcitrante (el 20% del rechazo) la posición del voto “No” en el plebiscito de salida, lo cual la condenaría a una derrota casi tan amplia, sino sumarle el centro, tus “amarillos”, para darle chances. Aquí no hay matiz o ecuanimidad sino un abierto y manifiesto rechazo.

Ni tú ni yo somos convencionales, y por cierto coincido totalmente en que tenemos todo el derecho a participar en el debate como si lo fuéramos; pero si fuera el caso, tendría que imaginarte a ti negociando con “alucinados mamarrachos, pachamámicos, neo-chamánicos, vengadores y totalitarios”; ¿Habrías podido? Una apología de la negociación implicaría un poco de respeto a quienes recolectaron las firmas necesarias y luego fueron elegidos democráticamente para hacer el trabajo que les encomendamos.

Para volver al fondo del asunto, tú lo dices en una frase tal vez a la pasada: los que “han tirado el tejo pasado”, y mejor aún, “corrido el cerco de lo posible”. Dejemos lo del tejo pasado, que es lo propio de toda negociación entre intereses opuestos y lo reconoces tú mismo cuando dices que “es preferible alertar, incluso exagerar”; exagerar es tirar el tejo pasado. Pero “correr el cerco de lo posible” es una expresión que me parece muy importante.

¿De dónde crees tú que ha salido tanto descontento como para generar el famoso estallido social? Ya sé, de pulsiones, dirán tú y Carlos Peña. Pero yo creo que también viene de que durante décadas (no son 30 años sino 48) se nos dijo hasta el cansancio que “eso no es posible”, que tal y tal cosa no está dentro del cerco de lo posible, que no hay que soñar, que la política es asunto racional (entiéndase: de economistas liberales). La frase es importante porque la política, en el sentido noble, aquel de Aristóteles, de Maquiavelo, de Lincoln o de Mandela, la política es siempre el arte de correr el cerco de lo posible. Sin ello no es la política sino la gestión: administrar un orden preexistente. Y cuando se confunde ese orden con lo racional y cuando ello favorece de manera obscena los intereses de quienes ya tienen mucho, me parece indispensable, un deber incluso, ‘correr el cerco de lo posible’.

¿Y por qué temerle tanto al término “refundación”? Primero que nada, este no significa “revolución”. La palabra refundación aparece dos veces en tu carta, una de ellas como cita de Agustín Squella, el único convencional que encuentra gracia a tus ojos: “que se trata de transformar y reformar instituciones, no de demolerlas, que esto no es la refundación de Chile, no estamos en 1810 sino en 2022” (bueno, yo habría dicho 1818, y no creo que sea porque a Squella le gusta la junta monarquista que firmó la sumisión al Reino de España en 1810, sino porque suena más. Pero eso es otro tema).

¿Qué tendría de malo una refundación? ¿Un proceso en el que “se corrieran los cercos de lo posible”? Tal vez sea una cuestión de palabras. Pero visto la amplitud de lo que fue el estallido social, y voy a permitirme hablar de otra cosa que la quema de buses, iglesias, o centros culturales, me refiero a los miles y miles (tal vez más de 20 mil) cabildos y asambleas autoconvocadas, que disciplinadamente, durante al menos 3 meses practicaron el diálogo sereno, horizontal, tomando nota, escuchándose los unos a los otros, diciendo, no solo el hastío de la desigualdad, de la exclusión y de la indignidad, sino también los deseos de justicia, las ideas de democracia participativa (estaban demostrando en el acto mismo que era posible), los anhelos de un país justo, ecológico e inclusivo.

El problema conceptual-histórico es el de reconocer o no que algo faltó en la transición de los 90. Yo nunca he denigrado ni calificado de traición (ni de amarillismo) lo logrado por Aylwin, Lagos y Bachelet. Se hizo mucho. Pero hay que reconocer que no se hizo todo lo que se pudo, o que no se pudo todo lo que se debió (¿será lo mismo?), o que no se quiso hacer lo que sí se podía o que no se supo lo que se debía (¿Será diferente?). Lo prueban los inmensos y recurrentes movimientos estudiantiles. Si todo ello se hubiera hecho, por supuesto con errores y fracasos, que son lo propio de toda empresa humana, el estallido social jamás habría ocurrido.

¿No te has preguntado por qué la reivindicación principal no fueron los 30 pesos o un poco de mejores pensiones sino la constitución? ¿Nunca te ha parecido que tal reivindicación no es lo propio de una turba de adolescentes malcriados o maximalistas vociferantes pulsionales, sino de un pueblo maduro y responsable? ¿Las pulsiones y los “gustitos” llevarían precisamente a exigir un proceso constitucional?

Por ello es totalmente legítimo y no necesitamos ingerir un cactus de San Pedro para pensar que una Constitución que esté a la altura podría ser una Constitución de refundación de la República.

Yo considero que es legítimo que haya católicos conservadores, neoliberales mercadófilos o autoritarios portalianos en la convención. Son parte de Chile. ¿Aceptarás tú que las ideas antineoliberales, de refundación, de república ecológica de democracia participativa y descentralización sean igualmente legítimas en la Convención?

Por cierto ¿por qué temerle tanto a la idea de regiones autónomas? Ni se ha dicho aún cual sería el grado de autonomía. ¿No se llama eso simplemente descentralización? ¿Qué sería una descentralización si las provincias o regiones (por supuesto no “naciones”) no tienen ninguna autonomía?

Y las ideas de recuperación de los bienes nacionales, de respeto por la naturaleza y por las tradiciones de pueblos originarios, de horizontalidad e inclusión de género, ¿te parecería que tengan tanto derecho a expresarse y a tratar de convencer como el tradicionalismo institucional (que llamas amarillismo)? ¿Dónde está el escándalo maximalista?
¿Y por qué temerle a la “refundación” de las instituciones de la democracia? Cuando el pueblo pide mayor participación, ¿son también pulsiones pueriles? ¿Hay que dejar que trabajen tranquilas las élites, correctamente asesoradas por economistas liberales?

La democracia es un vasto territorio de experimentación y no se ve por qué tendría que considerarse como acabada. Seguro que lo sabes: en muchas partes del mundo, la democracia liberal, occidental, está en crisis: abstención, individualismo, populismos, nacionalismos neofascistas, xenofobia, racismo, conservadurismo autoritario, terrorismo, hacen estragos en diversos países de la bella Europa. Por eso no se entiende (o yo no entiendo) la alusión a algo que habría que proteger, algo consolidado y probado, algo “racional”, o más extraño aún, la frase de Squella: “que tenemos historia y tradición detrás (constitucional, política y cultural)”, y que todo ello debería disuadirnos de alguna aventura refundacional.

¿De qué se trata? ¿Una historia nunca interrumpida? ¿Tradición sólida? ¿Constituciones respetadas? ¿Constituciones redactadas democráticamente? No se entiende bien de qué período estamos hablando, ¿Será de la guerra civil de 1823 a 1829, que terminó con la semi tiranía de Portales? ¿De la sangrienta “pacificación de la Araucanía”? ¿De la revolución de 1891 que depuso a Balmaceda? ¿Del golpe de Estado de 1924 que obligó a Arturo Alessandri a partir? ¿Del gobierno autoritario de Carlos Ibáñez del Campo o aquel de Gabriel Gonzalez Videla? Supongo que no del 11 de septiembre de 1973 y de la dictadura de Pinochet; ¿será entonces de la redacción de la Constitución de 1980? No, seriamente, ¿“historia y tradición constitucional, política y cultural”?

No digo que no hubiera nada bueno ni largos períodos de estabilidad y de prosperidad; pero no hay que mistificar, cualquier historia está sujeta a cambios, alteraciones, excesos, errores, masacres. Como citas tú mismo, “Cambia, todo cambia”, somos heracliteanos. Pero entonces cortémosla con eso de “la vasta tradición institucional liberal”. Se trata de interpretaciones discutibles (como toda interpretación) de la historia. El miedo a la idea de una refundación no se basa en nada, en ningún caso en una historia realmente ejemplar de instituciones democráticas. ¿Vendrá de una “pulsión”?

Para aligerar el tono, te cuento que me encanta trotar por los bosques que rodean mi casa. Me cruzo con otros trotadores y observo que muchos paseantes llevan perros, algunos bastante grandes, y muchos trotadores se arman de un palo “por si acaso”; es verdad, algún perro excitado podría saltarles encima. Al comienzo, se me ocurrió también tomar un palo. Pero muy pronto lo dejé, todos lo sabemos  ̶incluso los fans de los gatos ̶ , que los perros son afables y simpáticos (a menudo más que sus amos) y cuando me cruzo con uno de ellos, a veces enormes, lo único que quieren es algunas palabras amistosas y unos cariñitos. Cuando dejas entender que una mayoría jacobina vociferante y pulsional habría secuestrado la Convención y estaríamos peligrando tanto que más vale lanzar una alerta Tsunami, te siento como los trotadores que llevan un palo. Te he visto más optimista (“Carta a un amigo Constituyente”). Y me dan ganas de decirte, “suelta el palo”, tal vez te sorprenderías (aunque sé que no usarías palo, pero tú conoces las metáforas).

¿Habrás participado en algún cabildo? Sería una pena si no, porque hubieras descubierto respeto, diálogo y arte de escuchar, atención a quien es “legítimamente otro”. ¿La CC habría perdido toda virtud de ese tipo por alguna maldición?

Creo que cuando no se quieren cambios hay que decirlo derechamente. Ser conservador es legítimo (ya me estoy repitiendo), son opiniones y somos libres. Lo que resulta triste es que una y otra vez las emprendas con tu hábil pluma contra la CC, destilando desconfianza, blandiendo la amenaza del rechazo a un texto que aún no se conoce. La Convención es la chance que nos hemos dado y representa, más allá de las esperanzas de muchos, la gran diversidad de nuestro país (¿demasiada?). No la rodeemos de recelo y ruido, sino, justamente, de conversación inteligente, como tú tan bien sabes hacerlo.

Suelta el palo, Cristian, no abandones el barco. Te necesitamos. Cuídate de ti mismo, que no se convierta en obsesión, no hay tal Tsunami. Te prometo una cosa: estaré pendiente, si algo así aparece al horizonte, uniré mis mucho más limitados medios que los tuyos, a la alerta.

Y si me he dado el tiempo de responder a tu carta (que por preferencias cromáticas no me estaba dirigida), es porque no me parece estar hablando con un banquero neoliberal, ni un abogado conservador, ni un predicador, ni un militante nacionalista. Sino con el conocedor del arte, de la poesía, de la gran literatura, el artista de la conversación, el compañero de los pensadores, el artífice de la comprensión de los misterios de la cultura que tanto apreciamos. En resumen, gente que necesitamos mucho. ¿Qué sería de un futuro país, refundado y todo, sin espíritus sutiles y eruditos, sin pacientes cultores de las ideas, sin finos artesanos del lenguaje, sin la belleza del pensar?

Desde el bosque,

Daniel Ramírez

Escucha la conversación de 2018 entre Daniel Ramírez y Cristián Warnken

*Fuente: ElPeriodista

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