EE.UU.: Aumenta la resistencia indígena en el 400° aniversario del “Día de Acción de Gracias”
por Amy Goodman & Denis Moynihan (EE.UU.)
4 años atrás 5 min lectura
Wampanoag. Massachusett. Nipmuc. Mohegan. Pequot. Narragansett. Passamaquoddy. Miꞌkmaq. Estas son sólo algunas de las naciones indígenas de la tierra que ahora se llama Nueva Inglaterra, el hogar de esa cena original de Acción de Gracias que tuvo lugar hace 400 años, en el otoño de 1621. El mito de aquella comida compartida ha evolucionado a lo largo de los siglos, describiendo la amistad y la cooperación entre los colonos ingleses de Plymouth (Massachusetts) y el pueblo wampanoag, que llevaba allí al menos 10.000 años. Aunque esa reunión fue pacífica, en el mejor de los casos fue un respiro simbólico del genocidio de los colonos europeos contra los pueblos nativos, que ya estaba muy avanzado. Mientras las familias se reúnen en todo el país para celebrar el Día de Acción de Gracias de este año, las comunidades indígenas de primera línea que han sobrevivido a siglos de violencia, desplazamiento y racismo sistémico siguen en resistencia, defendiendo la tierra, el agua y su propia existencia.
Aquel centenar de primeros colonos, conocidos popularmente como «peregrinos», llegaron al territorio wampanoag en 1620. Tras el primer invierno, asolado por las enfermedades y el hambre, su número se redujo a 54. Los indígenas acudieron en su ayuda y les enseñaron a cultivar la tierra. Al llegar la época de la cosecha, los colonos consiguieron almacenar suficientes alimentos para sobrevivir al próximo invierno, por lo que organizaron una fiesta de celebración. El pueblo Wampanoag acababa de sufrir una plaga de varios años que había diezmado las poblaciones nativas de toda la región y, según los historiadores, buscaba una asociación estratégica con los colonos. El rey inglés Jacobo I fomentaba la colonización, e incluso pregonaba los beneficios del mortal contagio, calificándolo de «maravillosa plaga», en una proclama de 1620, que conducía «a la total destrucción, devastación y despoblación de todo ese territorio».
Esa fue la época que el difunto historiador Bernard Bailyn, fallecido el año pasado a la edad de 97 años, describió como «Los años de la barbarie», cuando los «peregrinos» organizaron masacres y campañas militares cada vez más salvajes contra los nativos cuyas tierras querían. Los líderes posteriores redactarían el genocidio en curso en un lenguaje más diplomático con iniciativas coloniales como el «Destino Manifiesto» y la «Ley de Reorganización India» de 1934, que cimentó el sistema moderno de reservas empobrecidas y abandonadas.
La Declaración de Independencia enumera entre sus quejas contra el rey Jorge III su fomento de los ataques contra los colonos por parte de los «despiadados indios salvajes». Desde 1777 hasta 1868, Estados Unidos firmó al menos 368 tratados con las naciones nativas, y violó todos ellos. El historial de Canadá es comparable. Los pueblos indígenas nunca han dejado de exigir que se respeten esos tratados y su soberanía nacional.
En otoño de 1969, un grupo de activistas nativos americanos ocupó la prisión federal abandonada de la isla de Alcatraz, en la bahía de San Francisco, y publicó un sarcástico manifiesto en el que exigía que Alcatraz se convirtiera en una reserva, ya que tenía todas las características de una: estaba aislada, no tenía agua corriente, ni saneamiento, ni acceso a la educación, la sanidad o el empleo, y sus ocupantes serían tratados como prisioneros.
La ocupación, que duró 19 meses, involucró a miles de personas e inspiró a los indígenas de toda Norteamérica a exigir justicia. Se fundó el Movimiento Indio Americano, que condujo a la ocupación activista de Wounded Knee, en la reserva de Pine Ridge, en Dakota del Sur, en 1973, lo que impulsó la solidaridad internacional en favor de los derechos indígenas.
En 2016, la resistencia indígena se catapultó a los titulares mundiales cuando los lakota y los dakota que se oponían a la construcción del oleoducto Dakota Access establecieron campamentos de resistencia en Standing Rock. Después de que el propietario de DAPL, Energy Transfer Partners, lanzara perros y golpeara a los defensores del agua nativos, los campamentos se ampliaron a más de 10.000 personas, con más de 200 naciones y tribus indígenas representadas. El oleoducto se construyó finalmente, pero surgió una nueva era de resistencia nativa.
Ahora se están construyendo oleoductos para transportar el combustible fósil más sucio del mundo, el petróleo de arenas bituminosas, en el oeste de Canadá. La resistencia indígena al oleoducto de la Línea 3 de Enbridge en el norte de Minnesota lleva años en marcha. La líder anishinaabe Winona LaDuke ha estado en primera línea. Criticó la inacción del presidente Joe Biden respecto a la Línea 3 y comentó en el informativo Democracy Now! el nombramiento por parte de Biden del primer miembro nativo americano del gabinete en la historia, la secretaria del Interior Deb Haaland:
«Joe, si nombras a gente india, no los conviertas simplemente en gente india bonita que se sienta en tu administración. Deja que hagan su trabajo. El pensamiento indígena es lo que necesitamos en la administración colonial. Es entonces cuando se produce el cambio».
En la Columbia Británica, Canadá, la nación soberana Wet’suwet’en se ha resistido al multimillonario gasoducto Coastal GasLink que está construyendo TC Energy. Esta misma semana, la policía federal canadiense irrumpió en un bloqueo de varios meses, irrumpiendo en una cabaña con un hacha y una motosierra y deteniendo a los defensores de la tierra que se encontraban dentro. A continuación, la policía quemó la cabaña hasta los cimientos.
Este mito de aquella abundante comida compartida hace 400 años sigue ocultando la miseria, desde la pobreza y el abuso de sustancias hasta la epidemia de mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas. Pero las comunidades nativas son resistentes y están organizadas, y se levantan en resistencia. Por ello, todos deberíamos dar las gracias.
*Fuente: DemocracyNow
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