Carlos Toro Montoro, el autor de la popular canción que se ha convertido en el himno del confinamiento, en la banda sonora contra el coronavirus, es hijo de una creativa y decidida jiennense y de un extremeño vinculado por su compromiso político con la provincia en tiempos de la Guerra Civil Española.
«Si Jaén, de algún modo, me reclama para algo, ahí estoy sin ningún problema; al contrario, Jaén es para mí algo muy entrañable, está muy metido en mi vida, en mi pensamiento, en mi sentimiento…». Estas hermosas palabras expresamente pronunciadas para Lacontradejaén llevan la firma de Carlos Toro Montoro, un madrileño de 1946 al que así, de sopetón, pocos jiennenses le pondrán cara pero que puede presumir de haber escrito la letra de un clásico, de un auténtico fenómeno social: ese que nada más comenzar el periodo de confinamiento, balcones y terrazas de España y de mucho más allá convirtieron en todo un himno:
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz
Cuando cueste mantenerme en pie
Cuando se rebelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no reconozca ni mi voz
Cuando en mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O si alguna vez me faltas tú
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré.
Célebre hasta ahora en la voz del Dúo Dinámico (Manuel de la Calva, su 50 por ciento, es el compositor de la música), el zarpazo del coronavirus la ha puesto en labios de hasta el más silencioso de los hombres y anda ya versionada en multitud de lenguas por la gracia de su mensaje, por su capacidad expresiva.
Pero, ¿qué lleva al autor de esta canción universal a confesarse unido al mar de olivos, al paraíso interior, al Santo Reino, a la tierra del ronquío?: «Jaén representa a mi madre, es mi madre; ella era muy de Jaén, incluso suspiraba cuando oía su nombre… Nunca salió de Jaén, o mejor dicho, Jaén nunca salió de ella», sentencia el músico y periodista, que acumula una brillante carrera profesional como informador deportivo en las páginas de El Mundo a la par que ha legado a los oídos de varias generaciones exitazos musicales de esos que ‘resisten’, intactos, el paso del tiempo. «El porvenir de un hijo es obra de su madre«, grabó Napoléon en las páginas de las agendas y en los libros de frases célebres.
SANGRE DE JAÉN POR SUS VENAS
Carlos Toro Montoro llegó al mundo en la villa y corte el mismo año que Demis Roussos, aquel cantante de voz bellísima que quienes pasan ya de los cuarenta recordarán por mucho más que sus preciosas túnicas, cabellos largos y presencia oronda sobre los escenarios. Para él, precisamente, compuso Toro algunos de los temas que lo encumbraron a ese top del que ni la muerte (hace ya cinco años) ha logrado apearle.
Pero eso vendrá después, que ahora toca justificar todo un reportaje, la presencia de un protagonista de excepción en Lacontra cuando el confinamiento toca a su fin y hasta las fronteras reinician su rito más honroso: el de abrirse.
Los origenes jiennenses de ‘Resistiré’, o lo que es lo mismo, la raíz hondísima de este setentón con porte de galán maduro (1,82 metros dura eso de recorrerle la sombra de punta a punta) señalan a Torredelcampo, («el pueblo de Juanito Valderrama», exclama, satisfecho):
«Mi abuela era Morales Chica, que es un apellido muy de allí», aclara. Sí, su árbol topogenealógico lo entronca con el municipio torrecampeño, pero la memoria jiennense de Carlos Toro lo lleva a Jaén capital, donde nació y vivió, hasta su adolescencia pero siempre con su recuerdo vivísimo, Ángeles Montoro Morales (Jaén, 1920-Madrid, 2012) la autora de sus días:
«Mi madre era la mayor de cinco hermanos. En 1934 emigró con mis abuelos de Jaén a Madrid, buscándose la vida, cuando tenía catorce años. Luego, en el 36, cuando empezaron los bombardeos, los pequeños fueron evacuados a Valencia. Primero fueron ellos y luego mi madre, con mis abuelos».
Allí, en medio de la guerra, nacería el amor entre Ángeles Montoro y Carlos Toro Gallego (Jaraicejo, Cáceres 1907-Madrid, 1993): «Con diecisiete años, ella trabajaba como secretaria y mecanográfa en el Palacio de Benicarló, lo que actualmente es la sede de la Generalitat valenciana; mi padre fue destinado allí y al presentar sus papeles ante el Estado Mayor del Ejército, se conocieron», evoca. Casi como en la foto de Eisenstaedt, pero en modo Guerra Civil, y de ahí a su boda, en el 45.
El padre de Toro Montoro lo tuvo claro desde un principio y apostó por el bando republicano durante el conflicto bélico. Normal, si se tiene en cuenta la formación humana y política de un hombre que desde su infancia se codeó con el por entonces novedoso ideario marxista en las minas francesas donde lo llevó la emigración desde su Extremadura natal.
Curiosamente no sería solo su matrimonio con la jiennense lo que terminaría vinculándolo con la provincia, en cuyas filas militares acabaría brillando: «Fue comisario político de la 24 brigada mixta del Ejército de la República, formada en Jaén», explica Miguel Ángel Valdivia, presidente de la asociación jiennense para la Recuperación de la Memoria Histórica. «Luego ascendió y pasó a ser comisario de la 15 y la 50 divisiones, y de ahí al frente de Levante, en 1938», apostilla Valdivia. Cárcel, condena a muerte y conmutación por cadena perpetua lo mantendrían doce años entre rejas (su hijo recuerda las visitas a Alcalá y Ocaña), pero eso merece su propio capítulo. Tiempo al tiempo.
UNA MUJER SENSIBLE Y DECIDIDA
«Tenía formación de mecanógrafa y estudios elementales, pero era una mujer inteligente, muy sensible, que luego, durante la guerra, leyó bastante. Incluso llegó a escribir unos cuentos, unos relatos cortos que se emitieron por Radio Nacional. Tenía sensibilidad artística, literaria», recuerda su único hijo. Acaso en esa inquietud cultural de su madre y en su creatividad esté el origen de lo que, después, Carlos Toro Montoro convertiría en pasión y en profesión: la palabra escrita: «Puede ser que de ahí me venga», aventura el madrileño.
Lo cortés no quita lo valiente, dice el refrán, y para muestra un botón: la coincidencia de virtudes que atesoraba Ángeles Montoro, tan sensible como decidida a la hora de sobreponerse a la situación que se vivía en su hogar en los duros años de prisión: «Cuando mi padre estaba en la cárcel, ella trabajó en varios sitios, me sacó adelante, era muy fuerte, se mantuvo a flote por mí«.
Y tan decidida… ¡A ver si no quién tenía valor de contactar nada más y nada menos que con la mismísima Carmen Polo para librar a su esposo de una ejecución inminente, segura!: «Una vez entregado Madrid, mi padre fue juzgado, condenado a muerte y enviado a Porta Coeli (el monasterio medieval convertido en una suerte de campo de concentración durante la dictadura); logró salir, pero cuando entraron los nacionales lo volvieron a condenar a muerte. Mi madre se movió y Franco le conmutó la pena por cadena perpetua». Es decir, que entre entradas y salidas, Carlos Toro Gallego se pasó dieciesiete años entre rejas: cuando recobró la libertad, tenía cincuenta y dos años.
SU PADRE, COMPAÑERO DE MIGUEL HERNÁNDEZ EN PRISIÓN
Resulta curioso comprobar cómo la vinculación de Carlos Toro Montoro crece y crece tanto por la rama materna como por la paterna. Si ya ha quedado claro que por las venas del periodista corre sangre de Jaén Jaén, que en sus canciones late el alma creativa de aquella mujer jiennense que siempre tenía un suspiro a punto para su tierra en el «atril del corazón» (como diría el recordado Felipe Molina Verdejo), no es menos cierto que la biografía de su progenitor también ofrece episodios que lo hicieron querer al mar de olivos como propio.
«Su mujer lo trajo para que conociera dónde había nacido y se había criado», rememora Mari Carmen Gómez Campos, familiar de Ángeles Montoro, que se llevó de Toro Gallego la mejor de las impresiones: «Era una persona muy culta, que recitaba poesías y nos contaba historias de la guerra», manifiesta. Gómez conserva en su memoria la visita que, allá por 1971, les hizo el matrimonio:
«Era Semana Santa, que cayó en abril; estábamos en mi casa, un Miércoles o Jueves Santo, y aparecieron. Ella era alta, delgada, rubia, muy mona. A mi hermano lo bautizaron el Sábado de Gloria y les invitamos a quedarse». Según su testimonio, los padres del autor de Resistiré se deshacían en elogios hacia su hijo, orgullosos ya de lo que apuntaba: «Nos hablaban de él, nos decían que sabía idiomas, que era muy inteligente y muy creativo». No fue la única vez que los Toro Montoro disfrutaron la hospitalidad de los Gómez Campos, aquí o en su casería pegalajareña.
«Yo no fui a ese viaje, ni tampoco al que hicieron para conocer los lugares donde mi madre había vivido: yo, a Jaén lo llevo en la sangre, sin haber vivido allí. Hemos tenido mucho trato con la familia que permanece en Jaén, eso sí, una relación magnífica. Mi madre era muy querida por sus primas y viceversa, siempre ha existido una gran relación emocional», confirma Carlos Toro.
Pero eso no es todo, no: si líneas arriba Miguel Ángel Valdivia certifica la pertenencia del extremeño a una división militar de aquí como comisario político, tiempo más tarde, ya en la oscuridad de las cárceles franquistas, el ‘padre del padre de Resistiré‘ tendría como camarada y compañero de fatigas al poeta alicantino Miguel Hernández, que en 1937 había residido en el palacio de la calle Llana donde, hoy, una placa recuerda su estancia en la capital y celebra que la genialidad del autor de las Nanas de la cebolla concibiera versos tan de aquí como su universal Aceituneros: «Andaluces de Jaén…».
«Sí, mi padre estuvo en la cárcel con Miguel Hernández, y con Buero Vallejo, en la prisión de Conde de Toreno de Madrid. Y no solamente eso, es que el famoso dibujo que le hizo Buero a Hernández a carboncillo se lo hizo también a mi padre; hizo en aquella cárcel tres retratos a tres camaradas: a Miguel Hernández, a mi padre y a otro camarada. El de mi padre lo tengo en una de las alcobas de mi casa».
Allí, en la célebre cárcel madrileña, Ángeles Montoro coincidía con la esposa del poeta, la quesadeña Josefina Manresa: «Hablaba con Miguel mientras mi madre hablaba con mi padre; mi madre recordaba las manos toscas, de campesino, de Miguel», dice. Aquella peripecia vital marcó tan profundamente a sus protagonistas que, durante décadas, las familias Toro y Buero mantendrían una estrecha relación, pero estrecha de verdad: «Cuando estrenó Historia de una escalera nos invitó a mi madre y a mí al teatro, hasta me cogió en brazos para que me asomara entre bastidores», recuerda. Casi nada… ¡historia misma de la literatura española!
Si querría Ángeles Montoro a ‘su’ Jaén, si se hablaría en su casa, hasta el último momento, de su patria chica que, cuando llegó la hora trascendental de dejar este mundo, por la cabeza de su hijo no pasó otro destino para sus restos mortales que la ciudad de su alma:
«Ella siempre tuvo a Jaén como idealizado: sus calles, la Catedral (donde hizo la primera comunión), el Castillo… Cuando era pequeña, los niños subían a lo que hoy es el Parador por las peñas, para jugar; por eso no lo dudé a la hora de incinerarla. Subí al Castillo y, con toda la sierra enfrente, hermosísima, en ese paraje maravilloso, las esparcí».
Aquel día de 2012, un ilustre hijo de Jaén por vía materna paseó por las calles de la capital y respiró los mismos aromas que, hasta el día de su muerte, perfumaron la memoria de su madre. Han pasado ocho años y el periodista de El Mundo asegura que le resulta imposible acercarse a las fotos de sus padres sin que la emoción estalle, de la misma forma que, amante de la música, es incapaz de escuchar «a Valderrama, a Marchena, a Manuel Vallejo, a Canalejas, al Niño de la Huerta…»; y eso que le encanta el flamenco. «Eran los que les gustaban a mi padre y a mi madre, esos cantaores estilistas, preciosistas… Me echo a llorar».
RESISTIRÉ, EL MAYOR DE SUS MUCHOS ÉXITOS
«Mis primeros éxitos fueron con Demis Roussos», dice, y en sus palabras y hasta en su silencio se advierte la admiración, el aprecio que sentía hacia el singularísimo cantante griego de origen egipcio. Para él compuso temazos como Morir al lado de mi amor, otro himno que deja el mejor sabor de boca a oídos exigentes. «Con él grabé en Londres, en Madrid, en París (en el estudio de Vangelis)», enumera.
Entre esos hits, canciones tan populares como Mamá, quiero ser artista, que popularizó la incombustible Concha Velasco, y hasta la banda sonora de la serie Oliver y Benji. Un todoterreno apto para todas las edades, vamos. Pero, sin duda, Carlos Toro pasará a la historia musical y sentimental de España por haber firmado allá por 1988, con Manuel de la Calva, el celebérrimo Resistiré:
«Es una canción sobre la problemática humana que ha servido a mucha gente en estos años, a miles de personas en Hispanoamérica y aquí para aguantar momentos duros y que ahora, con esto de la pandemia, ha volado todavía más alto», celebra, satisfecho, su autor. Y añade:
«Me ha dado muchas satisfaciones de todo tipo, es una canción muy importante, un clásico. Pero ya es algo más, se incrusta en la historia de España, no solo en la musical: es como el Libertad sin ira de la Transición, pero con el mérito de que Resistiré ha sido un movimiento espontáneo, es un fenómeno social. Cuando se escriban libros en el futuro y los historiadores hablen de la pandemia, Resistiré estará ahí inevitablemente».
Mucho se ha hablado del motivo que inspiró este tema, pero Toro lo deja claro: «No tiene nada que ver con la historia de mi padre, como han dicho en algún lado; estábamos haciendo un álbum el Dúo Dinámico y yo, y Manolo me dijo que había oído a Camilo José Cela su frase, ‘el que resiste gana’; me expuso la idea, la capté y salió así».
Una cita original del poeta satírico latino Persio que el Nobel gallego convirtió en lema vital y leyenda del escudo de armas de su marquesado de Iria Flavia, pero que ni uno ni otro, seguramente, llegaron a pensar hasta dónde llegaría.
«Hice una letra muy honrada, en el sentido de que es muy sincera, sobre que la vida es como es, muy puñetera. Vivir es muy duro, ¿quién no ha tenido o va a tener problemas de toda índole, de toda intensidad? Hice esa canción en primera persona para que la inspiración tomase un atajo, pero es una letra que ofrezco a todo el mundo que se quiere identificar con ella; solo que alguien tenía que escribirla, y en este caso fui yo».
Una canción nacida para triunfar, que el mismísimo Almodóvar impulsó al incluirla en Átame y con la que, todavía, el Dúo Dinámico abre y cierra sus galas. Cuando la gente necesita aferrarse a una canción, se aferra a Resistiré».
Vaya si se aferra; ahí están los 35 millones de visitas que atesora el vídeo de Cadena Cien en el que participan voces como Roxana, Conchita, Rozalén, David Bisbal, Manuel Carrasco… una de las muchas versiones que se han hecho en los últimos meses y que la han convertido en la más vendida en diferentes plataformas: «Lo he vivido orgulloso, conmovido, honrado y con una satisfaccion y un orgullo legítimo pero humilde, o al revés, porque he contribuido a dar esperanza a toda una nación, ha sido algo tremendo», manifiesta.
Hasta Arturo Pérez-Reverte ha llegado a reivindicar como ‘himno nacional’ español la que, para Carlos Toro, supone el «broche de oro» a toda su trayectoria musical.
«A JAÉN, PARA LO QUE ME LLAMEN»
«Estoy bien físicamente y mentalmente, sigo trabajando en El Mundo, del que soy fundador. Veremos a ver lo que duro así», bromea. Sí, al borde de los setenta y cinco, Toro Montoro reconoce que lo de viajar… ¡como que no!; que ya lo ha hecho bastante, de un lado a otro del mundo para informar sobre campeonatos, mundiales, juegos olímpicos… «Estoy muy a gusto en casa», sentencia.
Ahora que se ponen sobre la mesa los orígenes jiennenses del creador de la banda sonora del coronavirus y el confinamiento en España, ahora que todos los balcones, azoteas y ventanas de la ciudad saben que el compositor de ‘Resistiré’ no nació aquí por muy poco pero que lleva a esta tierra y a sus gentes a flor de alma, cualquiera de esas calles de la capital en las que aún resuena el más antipandémico de los estribillos conseguiría sacarlo de su zona de confort, de su hogar madrileño, y reencontrarlo con sus orígenes. Un viaje (para descubrir la placa con su nombre) al que seguro que nunca le diría que no.
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