“El PT funcionó como un prestador de servicios para las elites”
por Agnese Marra (Uruguay)
8 años atrás 11 min lectura
Entrevista con la filósofa Isabel Loureiro
Isabel Loureiro.— Usamos el concepto de lulismo del profesor André Singer, referido a un reformismo débil en el que no se producen transformaciones estructurales sino una integración de las clases populares a través del consumo, lo que no significa un aumento de ciudadanía. Para mí el petismo se diferenciaría del lulismo por ubicarse más a la izquierda que la figura de Lula, pero no todos los autores del libro opinan lo mismo.
A.M.— Ustedes señalan las contradicciones y los puntos fuertes y débiles del lulismo. ¿Podría hablarnos de los esenciales?
I.L.— Los puntos fuertes del lulismo serían el abanico de políticas sociales volcadas hacia las clases más bajas, como la Bolsa Familia, las cuotas para negros en la universidad, la expansión de la universidad pública, el crédito rural para pequeños agricultores, entre otras. Estas medidas fueron especialmente buenas en el segundo gobierno de Lula y en el primero de Dilma, de eso no hay duda. El punto más débil fue creer en la fórmula mágica de dar a los pobres sin sacar a los ricos. No hubo un enfrentamiento a las elites y mucho menos al capitalismo. También hay que decir que eso no sucedió sólo en Brasil sino en todos los gobiernos llamados progresistas en América Latina. Todos pecan del mismo problema del lulismo, el de apostar a un modelo neodesarrollista, basado en el extractivismo, en el colonialismo interno, en la dilapidación de la naturaleza y en la violencia contra las comunidades tradicionales.
A.M.— En su capítulo del libro habla precisamente de la reforma agraria pendiente y asegura que Lula va a ser recordado como “el presidente compañero de los usurpadores de tierra”.
I.L.— Esa idea es del profesor Ariovaldo Umbelino de Oliveira y yo estoy completamente de acuerdo. Durante la época de Lula se legalizaron tierras públicas en la Amazonia que habían sido usurpadas por terratenientes del campo, se legalizó algo ilegal. Durante el lulismo no hubo reforma agraria. Todo lo contrario: aumentó la concentración. A su vez, en 2009, Lula liberó el uso de transgénicos y hoy somos el mayor consumidor de agrotóxicos del mundo. Por lo tanto lo que vemos en este gobierno progresista es un apoyo oficial al modelo hegemónico del agronegocio. Entiendo que hubo un contexto internacional proclive a la venta de commodities por el aumento de la demanda de China, pero se podría haber hecho una política que no fuera exclusivamente centrada en el extractivismo de materias primas, pero el problema de fondo es que la izquierda brasileña es desarrollista. En Brasil, al menos el PT no es una izquierda crítica de la modernización capitalista, por eso la nueva lucha de la izquierda es empezar a pensar en otros términos.
A.M.— ¿Cree que la izquierda brasileña necesita independizarse del lulismo para reencontrarse?
I.L.— En estos momentos la figura de Lula perjudica a la izquierda a la hora de reformularse. Lula tiene una visión caudillista de la política, es un caudillo del PT. Sólo hay que ver cómo ni él ni su partido permitieron que surgiera otro líder. Aquellos que aparecían como posibles sustitutos están en la cárcel. El PT es un partido burocratizado, con una trayectoria semejante a la de los partidos socialdemócratas europeos. En este sentido no creo que pueda ser una salida de izquierda en América Latina. Pero al mismo tiempo no podemos negar que la derrota del PT se lleva consigo a la izquierda como un todo, y esa es una de las grandes contradicciones, porque este partido simbólicamente sigue siendo el gran aglutinador de la izquierda en Brasil. Cuando se desmorona parece que no hubiera una alternativa real de izquierdas, al menos en términos de ganar elecciones. El reto de izquierda es reformularse sin pensar constantemente en las próximas elecciones y preocuparse por lo que necesita la gente.
A.M.— Además del tema del campo, en el libro hablan mucho de otro de los grandes logros del lulismo relacionado con el aumento de jóvenes con grado universitario. Sin embargo, mencionan que al mismo tiempo fortaleció iniciativas privadas de dudosa calidad.
I.L.— Los programas de apoyo al crédito para que los jóvenes pudieran acceder a universidades fueron un arma de doble filo porque fortalecieron facultades privadas de muy mala calidad. Lula siempre se justificó alegando que si no fuera de ese modo la integración de las clases populares en la universidad habría durado una eternidad. A pesar de haber ayudado a este tipo de universidades no se puede dejar de reconocer que para muchos de los alumnos graduados se abrieron nuevas perspectivas de mirar el mundo. Me acuerdo mucho de un artículo de Regina Magalhães, docente en una de esas universidades, que cuenta cómo sus alumnos de Sociología empezaron a percibir que vivían en una cosa que se llamaba sociedad, y que no eran individuos sueltos. Empezaron a establecer nuevas relaciones y crear un pensamiento más crítico que antes tenían vedado.
A.M.— A pesar de la mala calidad de algunas de las universidades, ¿se puede reconocer que han generado una cierta movilidad social?
I.L.— De eso no hay dudas. El artículo de Ruy Braga lo explica muy bien cuando habla de las mujeres jóvenes que trabajan media jornada en un call center de telemarketing y por la tarde van a esas universidades privadas. A pesar de que el nivel de esas facultades es horrible, esa joven ya no va a ser empleada doméstica como era su madre. Incluso puede que el salario que gane en telemarketing o en empleos posteriores sea igual o más bajo que el de la empleada, pero simbólicamente el ascenso social es inmenso.
A.M.— En el capítulo que trata sobre la Bolsa Familia señalan que no hubo cambios estructurales y que no ayudó a terminar con la criminalización de la pobreza.
I.L.— Para el autor del artículo, Carlos Alberto Bello, uno de los puntos más frágiles de la Bolsa Familia es el hecho de no formar parte de la Constitución, el que no haya sido institucionalizada como un derecho, sino que sea una medida que queda a expensas del gobernante de turno. Por otro lado, critica que la integración de las clases populares fue precaria y despolitizada, sólo a través del consumo y sin ofrecer una idea de ciudadanía y derechos. En ese sentido, insiste en que la sociedad brasileña continúa criminalizando la pobreza, vista como responsabilidad de los propios pobres. Domina la idea de que el pobre es perezoso y que no trabaja porque no quiere. Y lo peor es que al no haber habido una apuesta por la politización, son los propios pobres los que asumen esta idea sobre sí mismos. No creo que podamos esperar que sean las clases populares las que salgan de la pasividad política ante el giro a la derecha por el que pasa el país.
A.M.— Precisamente se ha visto que las clases populares son las que han apoyado a la derecha en ciudades como San Pablo, con un alcalde recién elegido que propaga la idea de meritocracia.
I.L.— Eso también tiene que ver con la despolitización. Curiosamente, las personas que se beneficiaron de políticas públicas, como por ejemplo las becas de universidad, creen que el ascenso social que han conseguido se debe a mérito propio y no lo relacionan con las políticas impulsadas por el país. Una vez que sienten que el mérito es de ellas y que a su vez tienen más capacidad de consumo, dejan de sentirse pobres y por lo tanto no quieren votar más al PT, “el” partido asociado a los pobres. Prefieren votar a partidos de derecha, a los que asocian con los ricos o con las clases medias. Esa paradoja a la que ahora se enfrenta el lulismo es justamente por no haber querido apostar por una inserción social más politizada, como la que hacían junto con la Iglesia católica cuando nació el partido. El PT ha dejado de lado ese tipo de educación y de contacto con las bases y con las realidades sociales.
A.M.— ¿Cuándo cree que el lulismo dejó de tener contacto con sus bases?
I.L.— Las personas que estudian el PT desde que se formó como partido señalan un cambio ya en los ochenta cuando comenzaron a ganar alcaldías. A partir de entonces y hasta ahora el PT fue abandonando sus bases y el aparato se centró exclusivamente en ganar elecciones, lo que le obligó a hacer cada vez más concesiones hasta que llegan al Ejecutivo. En ese momento el PT se convirtió en lo que es hoy: un partido electoralista, sólo preocupado por ganar elecciones.
A.M.— ¿Cree que el PT está pasando por un proceso de autocrítica?
I.L.— Ahora todos se llevan las manos a la cabeza con lo que ha pasado en el último año. Las bases del partido quizás se estén planteando posibles errores cometidos, pero el aparato no lo está haciendo. La prueba más clara es que quieren poner a Lula en 2018 como si fuera la solución de todos los problemas y la única forma de salvar al partido.
A.M.— ¿Logrará Lula presentarse en 2018?
I.L.— Me parece que es lo que quieren tanto él como el aparato del partido, pero va a ser muy difícil, porque las elites brasileñas se van a juntar para impedir que eso suceda, y si fuera necesario lo llevarán a la cárcel. El PT ha funcionado como un prestador de servicios para las elites del país, que tercerizaron el gobierno cuando les fue conveniente. Cuando vieron que la operación Lava Jato se les acercaba demasiado y Dilma no hacía nada para impedirlo, decidieron que ellos iban a gobernar de nuevo. Brasil es un país profundamente retrógrado en el que las elites nunca dejaron de gobernar. Durante un tiempo permitieron que se mantuviera ese reformismo débil del que habla Singer, pero incluso eso les pareció demasiado.
A.M.— En el libro sostienen que el lulismo fomentó la pacificación social.
I.L.— Sí, algunas personas situadas más a la izquierda decíamos que se vivía la paz de los cementerios. Mientras las personas consumían celulares y televisiones de plasma se quedaron adormecidas, parecía que todo estaba bien porque tenían acceso a bienes de consumo que pagaban en 20 cuotas, una falsa ilusión. Varias investigaciones demuestran que las desigualdades continuaban, que a pesar de haber mucho más empleo era enormemente precario; la salud también había mejorado algo pero seguía siendo mala. Las personas que estábamos a la izquierda del PT fuimos muy maltratadas, decían que éramos unos agoreros, y parecía que la lucha de clases había desaparecido del horizonte. Pero sabemos que nunca desaparece, era tan sólo una olla a presión a punto de explotar.
A.M.— ¿Las manifestaciones de junio de 2013 fueron esa explosión en la que las contradicciones del lulismo aparecieron de repente?
I.L.— Junio de 2013 fue esa transición abrupta: un día parecía que todo estaba bien y al día siguiente nadie estaba satisfecho. Y sí, podríamos decir que fue en ese espacio donde se vieron buena parte de las contradicciones del lulismo y de la despolitización de la que hablábamos antes. Lula y Dilma invirtieron en las universidades públicas y en becas para acceder a la universidad, pero las personas salían a la calle exigiendo calidad en la educación. Lo mismo sucedía con la salud. Muchos de esos jóvenes manifestantes se habían beneficiado de las políticas lulistas. Pero no eran conscientes de ello y pedían más. El gobierno de Dilma y el PT quedaron completamente paralizados, no supieron entender lo que sucedía y creo que hasta ahora no lo han entendido.
A.M.— ¿Pero se puede decir que el lulismo marcó un antes y un después en relación con los anteriores gobiernos?
I.L.— En lo que se refiere a política económica me parece exagerado pensar que marcó un antes y un después. Sólo hay que recordar la famosa Carta a los Brasileños que escribió Lula cuando llegó al poder, donde dejaba claro que iba a continuar al lado de los mercados financieros. En lo que se refiere a macroeconomía mantuvo una política no muy alejada de la de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. Es cierto que llevó a cabo políticas sociales mucho más amplias que los anteriores gobiernos y con un modelo neodesarrollista sustentado en los commodities y el agronegocio, pero consiguió una redistribución de la renta que a su vez provocó un ascenso social importantísimo, sobre todo para aquellos que estaban en la miseria. Si a nivel político no se puede decir que fuera revolucionario, sí creo que hubo un antes y un después en términos simbólicos. La posibilidad de que un metalúrgico llegara a la presidencia de un país tan desigual y elitista como es Brasil fue un hecho importantísimo para las clases populares. Por otro lado, ese hecho crucial también escondió los conflictos reales y la lucha de clases latente, como si ya no hubiera que hacer nada más porque todo había cambiado. Como no hubo cambios estructurales, rápidamente volvimos al pasado. Dimos un paso adelante y dos hacia atrás.
Fuente: Brecha
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