“Proporcionaré un casus belli propagandístico. Su credibilidad no importa. El vencedor no será cuestionado por si dijo la verdad.”
Adolfo Hitler
Con consignas, imágenes y el resurgimiento de mitos medievales, reforzaron al larvado antisemitismo europeo y re-direccionaron el rencor de un pueblo vencido y sometido, a los duros términos del Tratado de Versalles.
El judío sería el principal enemigo y el responsable de la pesada herencia pero, la violencia del régimen incluía a cualquier opositor a la hegemonía del régimen; en especial a intelectuales reacios a plegarse a la imaginería pulcra, práctica y eficiente del profesional ario.
Antes, durante y después del ascenso nazi al poder, la publicidad persuasiva se articuló con acciones de violencia en la producción de “espectáculos” de triste fama, como La Noche de los Cristales Rotos o El Incendio al Reichstag.
Cumplían dos objetivos: reforzar el espíritu de tropa e insensibilizar a la opinión pública respecto a la creciente desocupación y al próximo asesinato de millones de personas. La propaganda incluía cambios en los contenidos semánticos. Los criminales se convertían en “trabajadores que cumplían órdenes” y las deportaciones en “reasentamientos”. Al exterminio se lo llamó “solución final”, a los asesinos “grupos de tareas” y a las víctimas “muñecos”.
Las violaciones a la Constitución y las invasiones a Polonia, Francia, Rusia fueron en defensa de la seguridad nacional y justificadas con inexistentes agresiones previas. La misma simplicidad argumental que adjudicaba a los judíos el origen de todos los males, también sirvió para ocultar a los efectivos beneficiarios de las desgracias populares.
Eduardo Galeano dice en “Espejos”, “… la aventura nazi no hubiera sido posible sin la ayuda que de ellos recibió”. “Ellos” son, entre otros, el Deutsche Bank, financista de la construcción de Auschwitz, GFarben (hoy Bayer, Basf, Hoechst) que “usaba como conejillos de Indias a los prisioneros de los campos”; la Standard Oil (Hoy Exxon y Chevron) y Henry Ford el proveedor de jeeps y camiones; formalmente condecorado por Hitler, al igual que Thomas Watson, el presidente de IBM, cuya tecnología garantizó la eficiencia de la criminal maquinaria de los campos de concentración.
La lista sigue y es dolorosamente larga.
Para la economía global, los negocios nazis con las multinacionales son apenas un dato incómodo y relegado al olvido. En especial, los de aquellos monopolios que nacieron o se fortalecieron, gracias a la comunicación y propaganda del régimen.
Si bien, se sabe que el Ministerio de Propaganda nazi decidía y controlaba todos los contenidos y diseños de publicaciones, radios y películas; se ignoran sus planes de cooperación y tercerización con las 130 editoriales que simulaban una inexistente pluralidad de voces.
Dos editores como ejemplo.
Rienhardt, benefactor de las SS desde 1921, presidió la Asociación de Periódicos y Revistas Alemanes y Heinrich Mohn, patriarca de Bertelsmann fue, según el historiador israelí Saúl Friedländer, el mayor editor de propaganda nazi.
Luego de la guerra, Rienhardt fue CEO de la publicitaria Rienhardt Heumann y de la editorial Burda.
Actualmente, Bertelsmann es el cuarto mayor grupo de comunicación mundial. Entre otras empresas, posee Random House, asociada a Penguin del Grupo Pearson en la mayor editorial del mundo, Penguin Random House.
En diferentes campos de contienda del planeta, sean Estados Nacionales u Organismos Internacionales, basta arañar la superficie de consignas y banderas para toparse con las viejas disputas por el control político y el poder económico.
En democracia, las batallas culturales continúan enfrentando al poder de las corporaciones con las convicciones, la voluntad y la lealtad política de los representantes del pueblo y de la Justicia.
Los peligros de la concentración mediática acechan incluso, a los gobiernos elegidos por el voto popular y a las mayorías que valoran a la diversidad y a la libertad de expresión como garantías de sus derechos y libertades.
La memoria ofrece la oportunidad de la lectura crítica de los acontecimientos y de una perspectiva que convierte a la historia en una herramienta política, evitando la repetición de las trágicas experiencias.
No hay verdad ni justicia sin conciencia histórica. Hoy urge acordarse que las democracias mueren cuando la pluralidad de voces es reemplazada por su caricatura.
-La autora, Marta Riskin, es Antropóloga, UNR.
*Fuente: Página 12
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