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Los Intocables: Bush perdona al mano derecha de Cheney

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La impunidad reina para el establishment.
El perdón presidencial del criminal en jefe a Louis «Scooter» Libby, mano derecha de su tutor Richard Cheney, no debiera ocasionar sorpresa alguna.

Bajo el reinado de Bush II la impunidad de la mafia que encabeza es una regla inflexible por atroces que sean sus trasgresiones a la Constitución, las leyes y las mismas tradiciones de la elite imperial.

En la investigación sobre la revelación de la identidad de la oficial encubierta de la CIA Valery Plame, Libby mintió a la FBI y a un Gran Jurado y fue convicto por perjurio, falso testimonio y obstrucción a la justicia, que le valió una comedida condena de 30 meses de cárcel, 250 000 dólares de multa y dos años en libertad bajo palabra. Aunque no se le acusara de ello, es a todas luces el operador desde su alto cargo, de la filtración de la identidad de Plame, delito considerado traición a la patria en tiempos de guerra. Agravado por haberse cometido en venganza contra el esposo de aquella, el embajador Joseph Wilson, quien luego de rehusar involucrarse en la engañifa bushista del supuesto abastecimiento a Saddam de material nuclear procedente de Níger -otra de las mentiras en que se basó la invasión de Irak-, la denunció en un artículo periodístico.

La fianza de Libby, faltaría más, será sufragada por el millonario fondo «para la defensa de Scooter» recaudado por la frenética ultraderecha yanqui, que ya expresó su inconformidad con el «limitado» indulto al héroe a través de un editorial del The Wall Street Journal. Acto seguido, quien nunca conmutó una sentencia de muerte siendo gobernador de Texas, sugirió que no descarta un perdón total a su compinche.

El emperador más impopular en la historia estadounidense se extasía complaciendo las exigencias de su reaccionaria base de apoyo, la única que favorecería una no descartable prórroga de poder en 2008.

El colaborador de Cheney no puede haber decidido por sí solo el inaudito atropello contra Plame y su esposo.

Una acción de tal envergadura tiene que haberla ordenado su jefe, si no es que Bush mismo, pero es sólo una más entre tantas burlas a la Constitución y las leyes del grupo en el poder en Washington, muchas de las cuales entrañan crímenes evidentes de lesa humanidad.

El The New York Times, en el más duro ataque entre los complacientes medios corporativos, afirmó que el objetivo del perdón a Libby es impedir que una vez encerrado se vaya de lengua. Al parecer hacía eco al sector del establishment opuesto a este gobierno porque ve en su demencial conducta una creciente amenaza a sus intereses y a la perpetuación de la muy precaria hegemonía imperial.

Bush aprovechó el atentado del 11/S para instrumentar su agenda belicista mundial por medios tan brutales que exigían de subterfugios sin precedente para ponerse legalmente él y los integrantes de su administración por encima de la ley. No es un juego de palabras. Hizo que el Congreso le concediera poderes que nunca tuvo un presidente, condiciona a su antojo el cumplimiento de las leyes aprobadas por el Legislativo, barrió con la Ley Patriota los derechos constitucionales vigentes desde hacía más de dos siglos y en la de Comisiones Militares, además de liquidar el habeas corpus, incluyó disposiciones que hacen intocables a todos los miembros de su gobierno que cometan crímenes de guerra o sean responsables de tortura.

Y es que él y su mafia podrían ser enjuiciados y condenados como genocidas por cualquier tribunal que se apegue a la Constitución de Estados Unidos y al derecho internacional. Han arrasado dos países a un costo de cientos de miles de vidas, institucionalizado la tortura -practicada en Abu Ghraib, Guantánamo y una red de cárceles secretas-, condenado a morir por hambre a millones de seres humanos con el libre comercio y la producción de combustibles con alimentos y a la humanidad al exterminio al obstaculizar toda acción contra el calentamiento atmosférico, incrementado el peligro de una guerra nuclear con sus provocaciones a Rusia e incubado un conflicto bélico de vastas proporciones con el permanente hostigamiento a Irán.

Es de una inmoralidad y una miopía sin límites, que recuerda la cobarde y costosísima actitud frente a Hitler, el mutismo de la mayoría de los gobiernos, medios de difusión e intelectuales bien portados –destacadamente los civilizados europeos- ante estos hechos de incidencia apocalíptica extrema para el género humano.

¿Qué le queda por hacer al jefe de la pandilla «sangre por petróleo» para que reaccionen?
6 de julio de 2007

* El autor es un destacado articulista de La Jornada de México. Sus artículos son reproducidos por Altercom con autorización expresa del autor.

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