Venezuela: El desafío del socialismo a través del PSUV (Parte I)
por Modesto Emilio Guerrero (Argenpress)
18 años atrás 12 min lectura
Siete años de transformaciones vividos por la sociedad venezolana son suficiente para que la gente se esté haciendo la pregunta ‘¿Bien, llegamos hasta acá: y ahora?’.
Esa pregunta y las similares que rondan en sus cabezas inquietas, surge de la vitalidad misma del proceso, porque se trata de una realidad cuya profundidad es tan objetiva como subjetiva. Es lo que Rosa Luxemburgo denominaba ‘aprendizaje histórico concreto’.
A nadie le cabe duda, salvo que dude de si mismo, que lo alcanzado hasta el año 2006 (victorias políticas, derrotas físicas del enemigo, reconquista de PDVSA, soberanía del Estado-Nación, elevación del nivel promedio de vida del conjunto social, instalación del proceso bolivariano en el continente, y algo más) está enfrentado al dilema de profundizarse o decaer y morir. La realidad no soporta el vacío o la inmutabilidad de las cosas, y como gustaba recordar Hegel, ‘el mundo no es una suma de cosas, sino de procesos’.
Si algo pone en peligro a la ‘revolución bolivariana’ y su gobierno, es el Estado político y la estructura económica sobre las que se asientan. De su carácter capitalista derivan todos los fantasmas que teme la gente y ven como peligros inmediatos: corrupción, burocratismo, concentración del poder político, tentaciones bonapartistas, conservadurismo, abusos del poder en las empresas y organismos estatales, intensa explotación obrera y rural, concentración de la riqueza bancaria y comercial, en suma: la reproducción del ‘sistema metabólico del Capital’ (Mészáros).
La gente intuye -una forma primaria del saber- que todo se puede poner en riesgo. La vanguardia -amplia y multiforme a su manera en Venezuela- sabe que todo se ha puesto en riesgo. Este es otro aspecto del aprendizaje. No sólo de luchar y organizarse viven las revoluciones, también de temer, sospechar, intuir, proyectar, aunque en el espacio limitado de su barrio o fábrica.
El aprendizaje político que viven los oprimidos de Venezuela les indica que algo se ha puesto en peligro. El presidente ha llegado a la misma conclusión por otros medios. Ahí nace el dilema. El asunto a definir es la respuesta, la solución que se le de. O es con las masas, apoyado en ellas, única vía de alcanzar el acto creador de continuar la transformación iniciada, o sin ellas y entonces todo retrocederá a niveles de putrefacción desconocidos en Venezuela. Esa es una de las principales lecciones-alarma que señala la historia del siglo XX. ‘Hacer el socialismo’ en la Venezuela de este momento del mundo, no puede depender de un acto de voluntad (del gobierno, de quienes lo proclaman desde antes que el gobierno ni de nadie, ni siquiera de su urgente necesidad histórica)
Si algo demostró -a quien quiera aprender algo nuevo- es que entre el proyecto y su realización hay múltiples ‘mediaciones’ y ‘transiciones’, sin las cuales no surgirá algo útil. El marxista húngaro-británico Itsvan Mészáros, se encargó, por suerte, de actualizar y sistematizar esas lecciones y dilemas teóricos en un su obra cumbre: ‘Más allá del Capital’, editada por Vadell Hermanos en Caracas.
La pregunta que se hace todo proceso revolucionario cuando llega a un determinado punto y es genuino (o sea, cuando no es ‘de bolsillo’ o de fantasía) es la misma: ‘¿Y bien, ahora qué hacemos?’. Sépalo o no la multitudinaria militancia bolivariana y las clases oprimidas, se cuestionan en esa perspectiva.
En otro sentido, la misma pregunta se la hacen los funcionarios (los buenos y los corruptos), las clases medias, los empresarios que miran con simpatía la obra social de Chávez. La respuesta corresponderá al interés material de cada sector social. También puede ser una respuesta de individuos e individuas capaces de elevarse sobre sus condiciones de clase o ubicación en el poder y ponerse a la cabeza de las masas para seguir adelante.
Mucho más allá de los propósitos iniciales de la propuesta del Partido Socialista Unido de Venezuela, que contiene oportunidades revolucionarias, como tentaciones bonapartistas, la clave está más allá de ella, o mejor: deriva de ella. Sus resultados no dependerán de si misma, sino de las combinaciones políticas y dinámica social que tome en el camino.
El secreto de la clave será la participación del creativo movimiento social bolivariano en marcha. A este aspecto central, se dedican las líneas que siguen, una investigación publicada en la revista ‘Herramienta’, de Argentina, en octubre de 2006.
I. Vitalidad y contradicciones del movimiento chavista en Venezuela
Uno de los fenómenos más llamativos y alentadores del proceso revolucionario que vive Venezuela es la emergencia y renovación constante de su base social militante. Por base social militante queremos significar la actividad de cientos de miles de jóvenes, mujeres y hombres que a diario realizan acciones sociales y políticas de diversa índole. De esa masa, decenas de miles se organizan en forma permanente para la actividad política en diversas agrupaciones de la vida económica, social, política y cultural.
Estas acciones tienen masividad, alta combatividad y sacrificios humanos, y una manera dinámica y desaforada de expresarse: desde 1999 ha renovado sus formas organizativas unas veinte veces, expresando en ello tradiciones culturales, fragilidad social, necesidades defensivas y políticas gubernamentales.
Hasta 2002 fue notoria la participación de las mujeres de los barrios, que junto a los jóvenes vivieron un verdadero despertar político en medio siglo. Pero en ambos casos en forma difusa e inorgánica. Diversos testimonios y documentales mostraron a las amas de casa y jóvenes de entre 14 y 20 años, organizando la resistencia al golpismo en los barrios pobres, en las marchas multitudinarias, en los diversos comités sectoriales, en las cooperativas, en la defensa militar y en la aplicación de las Misiones Sociales del gobierno.
Desde 2003, la mujer y la juventud mantienen su protagonismo, pero compartido con la clase obrera organizada en la UNT y con un sector de los campesinos que comienzan a activarse. En los tres casos, lo difuso e inorgánico fue haciéndose más definido, un poco más organizado en los barrios y lugares de trabajo. Esto puede medirse por la cantidad de organizaciones en las que se agrupan desde 2002.
Este ha sido el principal elemento constituyente de su experiencia entre 2001 y 2004. En ese lapso nacieron casi todas las organizaciones y medios comunitarios que existen en 2006, entre ellas la central obrera bolivariana, los dos movimientos campesinos, un centenar de agrupaciones barriales, 9 de cada 10 medios alternativos donde militan unos 3 a 5 mil adolescentes y jóvenes menores a los 25 años y un pequeño sector de viejos y nuevos intelectuales.
También aparecieron las Misiones que entre 2003 y 2006 suman 14. Las cooperativas, que en 2000 no pasaban de 3.800, en 2006 se registran casi 150.000, así como la organización nacional de la reserva militar, con casi 700.000 movilizados que además del entrenamiento militar participan de debates políticos dentro y fuera de los cuarteles y en el entrenamiento mismo. Por último, una pequeña organización de clase llamada ‘Clase Media en Positivo’ (contra la otra, condenada por negativa al proceso revolucionario), que moviliza algunas decenas de miles a nivel nacional.
La masividad del fenómeno se puede medir de una manera estadística y daría un resultado poco alentador, pero cuando la valoración la hacemos en su contexto y dinámica y sobre todo por el peso cualitativo de esa novedad en una sociedad tradicionalmente desordenada y una izquierda de igual signo,
entonces el resultado es otro: es un proceso nuevo, enriquecedor, de un acelerado aprendizaje político superador de todo lo que vivió antes, incluso en la revolución social de 1958.
Citemos la opinión de uno de los principales referentes de la vanguardia venezolana, Roland Dénis, intelectual-militante venezolano y miembro del Proyecto Nuestra América-Movimiento 13 de Abril (PNA-M13A). Dénis sostiene que el desarrollo es escaso a partir de una relación poblacional: ‘Esta es una sociedad de 24 millones de habitantes y estamos hablando que esa dinámica progresiva de nuevas organizaciones, nuevos valores, de nuevas prácticas toca alrededor de 2 millones de personas. O sea estamos hablando de un 10% de la población en su conjunto’. (Entrevista con Roland Denis, Venezuela bolivariana: ¿Revolución dentro de la revolución?, Abril 2006, Caracas, Venezuela, María Cecilia Fernández). En sentido contrario, creemos que su argumento es el mejor para demostrar la potencia de la novedad.
II. Surge el chavismo como movimiento nacionalista
Para comprender la pujanza y vitalidad de la vanguardia venezolana, debemos ubicarla en su dinámica histórica reciente, sin la cual puede resultar un espasmo sociológico. La investigadora venezolana Magarita López Maya muestra en su libro Protesta y Cultura en Venezuela que ‘La última década del siglo XX venezolano se distinguió por la sorpresiva vitalidad de la movilización popular callejera en sus principales ciudades, de manera especial en Caracas, la capital y asiento de los poderes públicos.
Este fenómeno evidenció la activación de una política de calle, es decir, una peculiar forma de relación y negociación entre diversos sectores sociales y el poder: Según la organizción civil de derechos humanos ‘Provea’, en los últimos diez años que transcurren entre octubre de 1989 y septiembre de 1999, hubo un promedio no menor a 2 protestas diarias en Venezuela ( 7.092 protestas en total) correspondiendo la etapa de mayor movilización a los años entre 1993 y 1995, que fueron de crisis política, y al año 1999, cuando la protesta se reavivó por el acceso al poder de una nueva alianza de fuerzas. Estos datos de Provea no incluyen las decenas de paros laborales realizados por los empleados públicos en estos años, una de las formas de protesta que más afectó las rutinas de esta sociedad’, ( M.L. Maya, ‘Protesta y Cultura en Venzuela: los marcos de la acción colectiva en 1999’, Colección CLACSO-Asdi, Buenos Aires 2002, págs 9 y 10).
Conviene ubicar esta marejada de luchas en el proceso de rupturas sociales, políticas y culturales que produjo la insurrección del Caracazo (febrero de 1989), que a pesar de su apelativo, reducido a la capital venezolana, en realidad se produjo en siete ciudades más y decenas de pueblos. Y sobre todo, constituyó un cimbronazo sobre la estructura del poder y la conciencia popular como no se había vivido desde la Revolución popular de 1958. La mayoría de esas luchas (72%) contuvieron violencia callejera, definidas por la investigadora como luchas ‘confrontacional’ y ‘violenta’: 224 cierres de vías, 163 tomas e invasiones, 504 disturbios, 194 quemas y 116 saqueos. ( Ibid, pág. 19, con datos de El Bravo Pueblo, 2000).
Este mar de acciones contra los tres gobiernos anteriores al de Chávez, se concentraron, desde la campaña electoral 1998, en un nuevo movimiento nacional, o nacionalista, con el liderazgo del ex teniente coronel conspirador. Sin embargo, dentro de ese movimiento, fueron configurándose experiencias militantes nuevas que desde muy temprano buscaron -y buscan en 2006- salidas o soluciones que trasciendan el anti imperialismo frente a otras que prefieren congelarlo. Pero eso está en curso.
Las perspectivas revolucionarias cuentan para este aspecto clave. Constituye una particularidad si lo comparamos con fenómenos nacionalistas conocidos, menos blandengues al interior, más aparatizados, orgánicos y estatizados que el chavismo al día de hoy.
Dos ejemplos de ello son las Misiones y la prensa comunitaria. Nacieron como instrumentos para la redistribución de la renta petrolera, se realizaron por fuera de los ministerios por iniciativa de Chávez para evitar la burocracia propia y ajena (de la IV República). Roland Dénis se refiere a ellas con acierto: ‘Por ejemplo, las Misiones en sus inicios -luego se institucionalizan muchísimo- tenían explícitamente una intención de forjar un campo de poder de estado anti-estado, anti-burocrático. Es decir, que la gestión de gobierno esté en manos de los movimientos populares’. Dénis define este tipo de movilización militante ‘movimiento popular administrado’, porque ‘es un movimiento que es muy administrado desde ‘arriba’, desde las direcciones de Estado’. Miles de misioneros hicieron su primera militancia en las Misiones dentro de los barrios, allí fueron aprendiendo a reconocer enemigos y amigos y a luchar, incluso contra funcionarios del propio gobierno. Un caso conocido fue la huelga de casi 5.000 enfermeras contra el ministro de Salud, Roger Capella, por el pago de los sueldos en 2004. Las maestras triunfaron, el ministro fue removido, hoy es hoy embajador en Argentina.
Los medios comunitarios se mantienen independientes en su mayoría, a 7 años de régimen, como detalló en sus conferencias en Buenos Aires, el director de Aporrea Gonzalo Gómez. ‘Hemos logrado mantenernos independientes del aparato de poder, aunque hemos colaborado muchas veces con él en diversas tareas que el gobierno no podía asumir, negociamos el financiamiento a cambio de espacios o producciones documentales, pero son muy contados los casos en los que medios alternativos terminaron manejados por algún burócrata o por el gobierno central’, (Conferencia, Hotel Bauen, agosto 2006).
Las misiones contuvieron el mismo conflicto entre su estatización y su autonomía, vivido por la mayoría de las organizaciones surgidas con el chavismo. Este espacio de conflicto permite la movilidad de reorganización y aprendizaje a las vanguardias venezolanas, dentro de una gran democracia de libertades políticas.
Estos datos políticos son inéditos en procesos similares del continente, si lo comparamos con experiencias o movimientos nacionalistas del siglo XX. Incluso en el caso de Juan Velasco Alvarado, que expropió casi toda la prensa capitalista y la entregó a la izquierda, lo hizo para sumar cuadros intelectuales que terminaron por ser promotores acríticos de todas las políticas de su régimen. Peor fue el caso del peronismo o el de Getúlio Vargas en Brasil. Un proceso que comenzó con amplias libertades como el sandinismo, en pocos meses fue truncado y los movimientos perdieron sus autonomías.
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