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Como «Don Otto» administra el engaño: «El refinado arte de gobernar después de mentir»

Como «Don Otto» administra el engaño: «El refinado arte de gobernar después de mentir»
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18 de diciembre de 2025

«Don Otto» Kast, «ya comenzó a tirar el culo p’a las moras»

 

BAJAR EXPECTATIVAS

Cómo administrar el engaño.

«El refinado arte de gobernar después de mentir».

No alcanzó a amanecer el día siguiente y ya no se hablaba de cumplir, sino de moderar. No de ejecutar, sino de explicar. No de gobernar, sino de bajar expectativas. El eufemismo es exquisito: convierte la mentira en prudencia y el engaño en madurez política. Las promesas, ahora lo sabemos, no eran compromisos, sino ejercicios de oratoria emocional dirigidos a un público al que jamás se le pensó rendir cuentas.

Porque las expectativas no surgieron de un delirio colectivo ni de una lectura exagerada de los programas. Fueron infladas con dedicación, sobreactuadas con épica y presentadas como certezas absolutas. Hoy, con una naturalidad que roza lo obsceno, se nos pide tratarlas como metáforas, como si la campaña hubiera sido una obra de ficción y no un contrato democrático.

Jaime Bellolio ha dicho en voz alta lo que muchos preferían susurrar: —hay que bajar las expectativas—. Traducido sin anestesia: hay que preparar al electorado para el incumplimiento. No es una rectificación; es la primera confesión. Cuando un nuevo gobierno necesita, desde el primer día de haber sido electo, desactivar su propio discurso, el problema no es la complejidad del Estado, sino la liviandad moral con que se llegó a él.

El libreto es universal y ya ha sido representado con éxito en otros escenarios. Donald Trump prometió un muro que México pagaría; hoy el muro es simbólico y la factura nunca llegó. Jair Bolsonaro prometió orden y prosperidad; dejó desinstitucionalización y caos. Vox en España ofrece soluciones simples para problemas complejos, sabiendo que jamás tendrá que ejecutarlas. Milei prometió dolarizar y eliminar el Banco Central; hoy ambas ideas reposan en el museo de las consignas útiles. Kast no es una excepción: es una adaptación local de una franquicia internacional del engaño.

Vienen ahora los meses clave. Tres meses para anestesiar. Luego, marzo y el festival de lo heredado. El déficit será culpa del pasado, la inseguridad también, la inflación, la burocracia, el desorden, el clima y si es necesario, la rotación de la Tierra. La heteroculpabilidad como doctrina oficial. Nadie es responsable de nada, excepto quienes ya no están para defenderse.

Desfilarán ministros con tono doctoral explicando por qué no se puede hacer lo que ayer se gritaba en mayúsculas. La moderación, antes despreciada como cobardía, será rebautizada como realismo. La gradualidad, antes ridiculizada, será elevada a virtud técnica. La contradicción no será un problema: será una estrategia comunicacional.

Lo verdaderamente inquietante no es que se mienta; eso es casi un rasgo histórico del poder. Lo inquietante es la docilidad con que se espera que el engañado agradezca la explicación. Que bajar expectativas sea presentado como un acto de responsabilidad democrática y no como la admisión explícita de una estafa electoral.

Gobernar, al parecer, no será cumplir, sino explicar con elegancia por qué nunca se pensó cumplir. Y el golpe final es el más cruel: muchos aplaudirán. Aplaudirán la explicación, aplaudirán la renuncia, aplaudirán el retroceso. No porque hayan sido convencidos, sino porque admitir el engaño sería reconocer algo intolerable: que no fueron víctimas de una mala gestión, sino cómplices voluntarios de una mentira que querían creer.

No fue un error. No fue ingenuidad. Fue un negocio político exitoso. Y como todo buen negocio, ya cobró. El resto es relato.
@MisColumnas

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