De Tel Aviv a Haifa: “¿Crees que es el fin de Israel?”
por Jean Stern (Francia)
6 meses atrás 20 min lectura
Imágen superior: 1 de abril de 2024. Manifestantes israelíes ondean banderas durante una sentada de cuatro días cerca del Parlamento en Jerusalén, pidiendo la disolución del gobierno y el regreso de los israelíes retenidos como rehenes en Gaza desde el 7 de octubre.
Menahem Kahana/AFP
03 de mayo de 2024
Este sábado radiante de marzo, en las playas de Tel Aviv, las tribus urbanas y las familias disfrutan del sol. Pícnics, música y cerveza. Gaza está a 70 kilómetros de distancia. Lo demuestran las armas de los reservistas, visibles a izquierda y derecha. Un poco apartado, en equilibrio sobre un malecón de piedras, un hombre con el rostro surcado por las arrugas fuma un cigarrillo. Moki nació en Leningrado. Emigró a Israel en 1997 y combatió en la guerra del Líbano de 2006. A los 54 años, trabaja en una tintorería. Cuando le pregunto sobre la situación en Israel, me mira y me responde: “País de mierda”. El día anterior, en un restaurante de moda en Tel Aviv, me había cruzado con Hanna, de 27 años. Cuando ella nació, Leningrado era cosa del pasado. La ciudad ahora se llamaba San Petersburgo: una cuestión generacional. Hanna llegó a Israel hace dos años para huir de la Rusia de Putin y su deleznable guerra en Ucrania. La ironía trágica de su recorrido provoca una sonrisa. Hanna dice lo mismo que Moki, y planea irse del país.
“Que se vayan”, grita Mariana. “¡Son unos inútiles! Esta guerra no nos lleva a ninguna parte”, suspira otro manifestante, cerca de la Knéset, el 4 de abril, cuando el general Yair Golan termina su encendido discurso. “Gobierno de mierda. Son unos incapaces encerrados en su mesianismo”, agrega Nitzan Horowitz, exministro de Salud y exdirigente de Meretz, el partido de izquierda sionista que ahora corre riesgo de naufragio. “El fracaso de este gobierno es tan grande que la única manera que tiene de salirse con la suya es exagerando su propia rabia”, observa un diplomático europeo, que lamenta los “terribles errores de método” de Benjamín Netanyahu y su gabinete.
“¡QUE SE VAYA! ¡QUE SE VAYAN TODOS!”
A más de seis meses del inicio de la guerra, el nivel de odio hacia Netanyahu alcanza un nivel nunca antes visto en Israel. Los israelíes se indignan de que su hijo Yair esté guarecido en Miami, protegido por dos hombres del Mosad, mientras que Sara, la esposa del primer ministro, instaló un salón de belleza en la residencia oficial para no tener que toparse con una multitud indignada en los alrededores de su domicilio favorito en Tel Aviv. “Netanyahu no tiene otra idea más que salvar a su esposa, su hijo y sus allegados”, lamenta Nitzan Horowitz. “La gente dice: ‘Bueno, olvidemos las causas judiciales, pero ¡que se vaya! ¡Que se vayan todos!’”
“País de mierda”, dice una vez más un habitante palestino de Haifa que, como muchos otros, teme que la represión le cueste la vida si manifiesta su solidaridad con el pueblo de Gaza. Los israelíes pueden manifestar su bronca, pero los palestinos ciudadanos de Israel son llamados al silencio. Un bulevar para unos, porras para otros.
“País de mierda”. A Ruchama Marton le divierte la grosería, pero no la sorprende. A los 86 años, esta figura de la izquierda israelí, de pequeña estatura y mirada pícara, es la fundadora de Physicians for Human Rights, que a principios de abril publicó en la cubierta de Haaretz la lista de los 470 profesionales de la salud que habían muerto en Gaza desde el comienzo de la ofensiva israelí. Marton entendió la naturaleza de Israel en 1956. A los 20 años, servía en el Sinaí y vio cómo los soldados de la brigada Givati mataban de un disparo en la cabeza a los prisioneros egipcios, sin previo aviso.
Todo se remonta muy atrás en el tiempo.
Según Yoav Rinon, profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén, Sansón, el héroe religioso nacional, era un “egoísta feroz que necesitaba humillar”. La figura, emblemática para los mesianistas que cogobiernan Israel, creía que su fuerza lo hacía invencible. Este mito repetido sin cesar en los manuales escolares está empezando a recorrer su tramo final. Rinon piensa que llegó el momento de
pasar de una idea basada en el homicidio y el suicidio a una pulsión de vida. La idea de la convivencia debe basarse en el renunciamiento al derecho exclusivo sobre esta tierra. Tiene que ser un espacio de vida y no un espacio de muerte judeo-palestino1.
Por ahora, son deseos inalcanzables, porque “los israelíes arrasaron Gaza por rabia y no por necesidad”, resume un diplomático, que agrega: “Todavía puede pasar de todo”. “Netanyahu sigue prometiéndoles a los israelíes una ‘victoria total’, pero la verdad es que estamos a un paso de una derrota total”, observa el historiador liberar Yuval Noal Harari2. El primer ministro, dice Harari, ha dado muestras “de orgullo, de ceguera, de venganza”, al igual que Sansón.
Sin embargo, la incesante evocación de “este héroe vanidoso”, según Harari, ilustra una evidencia: el actual modelo de país, basado en la violencia y la dominación, tocó fin. El futuro de Israel se ve amenazado por la derrota. Todo el mundo habla de eso en privado, en familia, con amigos. Fracturada por la cuestión colonial desde mucho antes del 7 de octubre, la izquierda israelí también debe reinventarse, mientras el gobierno israelí libra una guerra total contra los palestinos en Gaza, los acosa en los territorios y amenaza sus libertades —y de rebote, las de todos los ciudadanos— en las fronteras de Israel de 1948.
“¿Crees que es el fin de Israel?” es la pregunta que, en un sorprendente efecto espejo, formulan en voz alta, tanto para ellos mismos como para el periodista que anda de paso, la mayoría de las y los israelíes interrogados, sean judíos, cristianos o musulmanes, creyentes o no. Son personas que deseaban la paz e imaginaron un futuro en común. “Ya hemos vivido días oscuros, atentados, períodos en los que éramos 50 haciendo una manifestación. Pero esto… Es muy difícil de describir”, dice un arquitecto de Tel Aviv. “Todos están mal, todos se sienten mal, incluso las personas que dicen estar bien”, confirma una amiga de Jerusalén. Muchos también tienen miedo, lo que proyecta un manto oscuro sobre el país. De ese temor se habla poco, y hasta algunos dicen haber “recobrado el orgullo de ser israelíes”. Pero sin embargo, también sienten esta angustia del final repentino.
El trabajo de Orly Noy se centra en salir de este callejón sin salida mortal. Nacida en Irán, periodista, traductora, Noy acaba de asumir, a los 54 años, la presidencia de B’Tselem, la ONG de derechos humanos más importante de Israel, que en los últimos diez años cambió profundamente su perspectiva del apartheid israelí. La observación aguda de esta militante de larga data contribuyó al éxito de la revista en línea +972, que brindó revelaciones aterradoras sobre la utilización de la inteligencia artificial por parte del ejército israelí en Gaza3. Noy critica a “los desencantados, los desilusionados, los hastiados”, que en muchos casos dicen ser de izquierda y apoyan la guerra, como los cantantes y comediantes que visitaron el frente de batalla y les enviaron mensajes de amor a los soldados. Noy ironiza sobre “sus deslices izquierdistas” del pasado, mientras otros denunciaban su presunta complacencia con Hamas4.
Para Noy, “el crimen de odio e injustificable” del 7 de octubre no puede hacer olvidar “los años de ocupación, de bloqueo, de humillación y de opresión cruel de los palestinos, en todas partes y sobre todo en Gaza”. Su postura provocó algunas renuncias en B’Tselem, pero Noy siempre manifestó su solidaridad con los palestinos masacrados en Gaza. “Los intelectuales de izquierda nos dicen que quieren salvar a los palestinos del sufrimiento que les impone Hamas. ¿Pero entonces por qué imponerles otros sufrimientos?”, resume un observador palestino de los debates en torno a la reinvención de la izquierda.
“LOS GENERALES SON LA PESTE DE ISRAEL”
El general Yair Golan apunta a volver a lanzar una izquierda más clásica. Aspira a asumir la dirección del Partido Laborista Israelí (HaAvodá), actualmente en una posición muy debilitada, con apenas cuatro diputados. El ex subjefe de Estado “es como todos los generales. Cuando dejan el servicio, se ponen a hablar de paz, porque saben que es imposible ganar la guerra”, resume una intelectual. Diputado y ministro por el partido Meretz entre 2020 y 2022, Golan se convirtió en un héroe nacional el 7 de octubre, cuando se trasladó en solitario, en tres ocasiones, al lugar de la fiesta electrónica para salvar a participantes amenazados. Para el general, “debemos cambiar de rumbo de manera radical, porque es imposible destruir a Hamas. Israel no tiene una visión sobre cómo continuar esta guerra y seguir avanzando políticamente: es una vergüenza”.
Si buen seduce a muchos activistas de las manifestaciones de Tel Aviv y Jerusalén, la candidatura del general Golan al frente de una futura coalición de izquierda igualmente se toparía con muchas resistencias. “Los generales son la peste de Israel”, dice una exactivista del partido Meretz. Además, “la izquierda sionista tal vez no quiere a Netanyahu, pero sin embargo, avala su política. Apoyó la Nakba en 1948, luego el apartheid, la colonización y ahora el genocidio”, dice Jamal Zahalka, exdiputado de Balad5, que conoce bien esa izquierda, porque tuvo que lidiar con ella durante mucho tiempo en la Knéset.
Yael Berda no quiere mezclar las cosas, como la izquierda sionista. Antropóloga y universitaria, Berda tiene convicciones bien arraigadas, algo poco común en Tel Aviv. “Soy de izquierda y apoyo los derechos de los palestinos. Estoy contra la ocupación y el Estado colonial. Pero no puedo entender a quienes omiten decir que el 7 de octubre es un horror. No puedo aceptarlo”. Para Berda, la guerra es hoy la peor de las soluciones: “En lugar de pasar el tiempo pidiéndoles a los palestinos que se justifiquen y se defiendan, tenemos que darnos tiempo y espacio para dialogar”. La universitaria piensa que hay que terminar con la arbitrariedad que reina desde hace mucho tiempo y que hay que inventar un nuevo modelo de país. “Es imposible tener un país con millones de personas sin derechos. Hay que darles derechos a los palestinos”.
Según Berda, para la izquierda israelí es fundamental volver a poner a Palestina en el centro del juego, aunque nada hace pensar que Israel cambie de rumbo en los próximos meses. A pesar de las manifestaciones, que recobraron fuerza a partir de mediados de marzo, la izquierda israelí no tiene un programa claro, en particular sobre la paz, la gran olvidada del momento en un país sumido por completo en la guerra. El primer ministro está sólidamente instalado, con una mayoría de 64 escaños. A pesar de las tensiones con la extrema derecha sobre el alcance de la ofensiva en Gaza y con los partidos religiosos en relación a la inclusión de los ultraortodoxos en el servicio militar, Netanyahu conserva su mayoría. Es cierto que a principios de abril, antes de la ofensiva aérea iraní, su popularidad había caído a 30%. No obstante, con figuras opositoras como Benny Gantz, que integra el gabinete de guerra, y Yair Lapid, que apoya la guerra, Netanyahu no tiene motivos para preocuparse.
“Francamente, Gantz y Netanyahu son la misma cosa”, señala un diplomático.
La izquierda también descuidó un frente aún más pernicioso abierto por el gobierno: las violaciones a las libertades, sobre todo de los palestinos de Israel. “Los llaman ‘mala hierba’”, y suelen tratarlos como a una quinta columna. Detenciones preventivas, incriminaciones públicas, acusaciones injustificadas… Se ha montado todo un arsenal liberticida.
“CASTIGAR A LOS PALESTINOS PORQUE SON PALESTINOS”
En primer lugar, están los medios de comunicación. “La prensa israelí es como una orquesta donde todos los músicos tocan el mismo instrumento”, explica Ari Remez, responsable de comunicación de Adalah, una ONG de defensa de los derechos de los palestinos. “Los palestinos no aparecen nunca o casi nunca en televisión. Los medios dominantes e incluso los liberales apoyan la guerra y los crímenes del gobierno”. Mirar la señal Al-Jazeera se ha vuelto indispensable para muchos palestinos e israelíes que quieren recibir información diversa. Sin embargo, el gobierno aprobó una ley que apunta a prohibir la difusión del canal catarí. “Es de una brutalidad pasmosa, pero lo que causa más estupor es la manera en que los medios israelíes apoyan esta brutalidad y nos venden héroes israelíes”, agrega Jamal Zahalka. “La mayoría de la gente no sabe lo que está pasando con la libertad de expresión, o simplemente le importa un bledo.”
Los medios participaron, por ejemplo, de acusaciones públicas contra personas inocentes, como si eso ayudara a sobrellevar la humillación del 7 de octubre. El régimen y los medios disciplinados se toman revancha censurando la libertad de expresión de los palestinos y de sus pocos defensores. “Como si castigaran a los palestinos porque son palestinos”, comenta un abogado.
Castigar y humillar son las bases de la “deshumanización” de los palestinos. Como si –más allá del macabro balance de víctimas en Gaza, que muchos palestinos de Israel deploran por los lazos de parentesco, mantenidos a pesar del exilio y la colonización– millones de personas ya no tuvieran pensamiento autónomo ni derecho a ser otra cosa más que una amenaza. ¡Ni protestas contra la ofensiva israelí, ni lágrimas por los muertos de Gaza! El ministro de defensa israelí, Yoav Gallant, habló de ellos como “animales”. En las universidades y los institutos se desplegó una represión brutal para impedir cualquier protesta. Adi Mansour, abogado y asesor jurídico de la ONG Adalah, con sede en Haifa, está preocupado.
Las libertades de los palestinos de Israel están amenazadas. Cualquier crítica es percibida como una traición, y se criminalizan las expresiones de solidaridad en público y en las redes sociales. Esta criminalización de la libertad de expresión no tiene precedentes.
Expresar simpatía por los gazatíes es suficiente para transformarla en simpatía por el terrorismo. “Acusaron a más de 95 estudiantes de 25 institutos y universidades. Casi la mitad fueron liberados, pero sin embargo, no es una victoria para nosotros”, dice Adi, y agrega que los procesos criminales son utilizados para castigar presuntos delitos de opinión en el marco de la guerra. Se sanciona a las personas por lo que piensan. Algunas acusaciones parecen una farsa. Una estudiante que pocos días después del 7 de octubre había posteado una imagen de champagne y globos por un evento personal fue acusada de apoyar a Hamas y el terrorismo.
ACOSO A ESTUDIANTES PALESTINOS EN ISRAEL
Desde el comienzo de la guerra, 124 estudiantes de 36 universidades e institutos israelíes contactaron Adalah en busca de asesoramiento jurídico en relación a las denuncias radicadas en su contra por su actividad en las redes sociales. 95 de ellos fueron asistidos efectivamente por la ONG, que compartió datos actualizados al 12 de abril de 2024 en exclusiva con Orient XXI. Tres observaciones: la mayoría de las acusaciones están formuladas contra estudiantes mujeres, las suspensiones son muy numerosas y penalizan gravemente la continuación de los estudios.
Mansour agrega que “la libertad académica y los derechos de los estudiantes están en juego. ¿Quién puede decidir lo que tenemos derecho a decir en el ámbito académico?” El gobierno presiona a los profesores de universidades y de institutos para asegurarse la “lealtad” de los estudiantes. El ministro de Interior maneja las normas que se imponen en las redes sociales. Las causas judiciales están al servicio de la propaganda política. Mansour, que también es profesor en la Universidad Ben-Gurión del Néguev, hace pública su “inquietud por las libertades públicas y académicas, porque el clima general no es propicio a la discusión”. Aunque las opiniones de sus alumnos sobre la situación en Gaza no tienen nada que ver con su formación universitaria, le parece prudente pedirles a sus estudiantes que mantengan el silencio, al menos en las redes sociales. Una de sus colegas de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Nadera Chalhoub-Kevorkian, acaba de ser puesta en prisión preventiva durante 24 horas luego de ser expulsada de la universidad debido a sus críticas a la guerra en Gaza. Censura, detenciones, amenazas. “Las autoridades están como locas por la solidaridad con Gaza. Solo hacemos manifestaciones pequeñas, porque la gente tiene miedo de que le disparen”, dice Majd Kayyal, un escritor de Haifa que administra el sitio Gaza Passages, dedicado a textos de autoras y de autores de Gaza y publicado en una docena de lenguas.
“EL PROBLEMA ES NUESTRO PAÍS”
Para Adi Mansour, lo que intentan en primer lugar es impedir que las personas verbalicen lo que son, es decir, palestinos. “Todo esto sirve principalmente para amordazar a la sociedad palestina. Todos los árabes deberían sentirse libres y seguros en Israel”. Pero eso es algo cada vez menos frecuente, y para la izquierda israelí, impedir que desaparezcan las libertades es todo un desafío.
Ante el monstruoso balance de una guerra sin resolución a la vista —más de 35.000 muertos, por lo menos 50.000 millones de dólares de destrucciones en Gaza— y con la ofensiva genocida en marcha, el horizonte parece sombrío. Para una activista de Tel Aviv,
lo que hemos conocido, lo que hemos aceptado después de tantos años, aunque no estuviéramos de acuerdo, finalmente se ha infundido en la población. El racismo, la idea generalizada de “deshacerse de los árabes”, nos conduce a una posible desaparición.
“Uno se pregunta si el fin de Israel es una cuestión de tiempo o una cuestión de apoyo”, se pregunta un intelectual de Nablus. ¿El fin de Israel? “El fin de un modelo, sin duda, pero no el fin de un país”, matiza un diplomático.
“¿Qué va a pasar el día después?”, se preguntaban a comienzos de abril los manifestantes de Tel Aviv y Jerusalén. “El problema no es la izquierda ni la derecha, es nuestro país”, me decía Gabriella, en Jerusalén, mientras pedía una fuerza internacional en Gaza y el fin de la ocupación en Cisjordania. “¡No puede seguir así! ¡Démosles un país!”, agregó. “Se necesita valentía y lucidez”, suspira el general Golan, que agrega que el gobierno no posee ninguna de las dos.
Mientras tanto, para un intelectual palestino de Haifa,
A dos horas de Gaza, a veces todo parece normal. Me parece una locura que Israel haya logrado crear realidades diferentes aquí, en Gaza, en Jerusalén y en los territorios. Estoy muy cerca de Gaza, pienso en eso todo el tiempo, y este genocidio en curso contra el que nadie hace nada me está volviendo loco.
Última noche en la terraza de un café casi vacío de Dizengoff, en el centro de Tel Aviv. Siete jóvenes beben y hablan a los gritos. Al menos dos están armados, con el revolver escondido entre la cintura y la parte baja de la espalda. Desde los jardines se levanta un dulce aroma a jazmín: es primavera en Oriente Próximo. La ciudad está muy tranquila. Uno de los hombres de la mesa me pregunta, con un tono algo agresivo, de dónde vengo. E inevitablemente, qué pienso de la guerra. Parece leer mis pensamientos, y sin darme tiempo para responder, me dice: “Tenemos que tenernos confianza. Si no, es el fin del país”. Está claro que el tema está sobre el tapete.
JAMAL ZAHALKA: “TODOS O CASI TODOS TIRAN PARA EL MISMO LADO: ¡MÁTENLOS! ¡DESTRÚYANLOS!”
Exdirigente de Balad y exdiputado de la Lista Árabe Unida, Jamal Zahalka es una figura central de la izquierda árabe en Israel. A los 69 años, comparte algunas observaciones con Orient XXI.
Aquí nos encontramos directamente con los civiles israelíes, los políticos israelíes, los periodistas israelíes, los intelectuales israelíes. Todos o casi todos tiran para el mismo lado: “¡Mátenlos! ¡Destrúyanlos!”. Lo que está en cuestión es la brutalidad misma del sionismo. Pensemos en un piloto israelí: se sube a un avión de caza, aprieta un botón, mata a 100 personas y vuelve a su casa a escuchar una sinfonía de Beethoven mientras lee a Kafka. Para ellos, la distancia entre la víctima y el tirador hace que la guerra se vuelva más limpia.
Los palestinos dentro de Israel tienen dificultades para hablar, en primer lugar, porque ven todos los días lo que sucede en Gaza. Pero sus sentimientos están mitigados porque Israel no logró una victoria en Gaza. Aunque los palestinos tenían el sentimiento de haber sido abandonados, encontraron consuelo en las manifestaciones de solidaridad que tuvieron lugar en muchos lugares del mundo. La gente comprende que la discriminación, el apartheid y la colonización son la misma cosa. La mayoría ahora conoce el lado oscuro de Israel.
En la escena política israelí, nadie está dispuesto a llegar a un acuerdo. Los estadounidenses no están dispuestos a ceder, los europeos son incapaces, y los rusos y los chinos observan. La situación es muy inestable. Hamas no quiere soltar Gaza, y la Autoridad Palestina no puede trabajar en Gaza sin el acuerdo de Hamas. Es necesario un gobierno de tecnócratas y dialogar, porque lo fundamental es la unidad de los palestinos. El verdadero contraataque debe provenir de la unidad de los palestinos.
UNA ECONOMÍA QUE RESISTE
En este contexto político, militar y moral caótico, la economía israelí, por el momento, resiste. El Estado solicitó 4 veces un préstamo de 8.000 millones de dólares, pero la guerra podría costarle 14 puntos del PIB, una cifra considerable. En Tel Aviv y las colonias, el sector de la construcción está lejos de desacelerarse. La industria armamentística funciona a toda máquina. Israel también recibió decenas de miles de millones de dólares de ayuda norteamericana en municiones y armas, y un crédito de más de 14.000 millones de dólares recientemente.
A pesar de la importante movilización militar del último invierno boreal, el sector de la alta tecnología, que representa 10% de la actividad pero 20% de los reservistas, logra evitar los daños asociados a los sobresaltos de Israel porque se encuentra muy conectado a nivel mundial . Este sector, muy sensible, lidera la protesta contra el régimen. Por cierto, varias empresas de alta tecnología financian al general Golan. El turismo, por su parte, se encuentra muy amenazado, sobre todo porque el tráfico aéreo se ha reducido al mínimo. En 2023, este sector representaba unos 3.000 millones de dólares de ingresos para Israel. Todavía nadie sabe, por ejemplo, si el próximo 7 de junio se realizará la marcha del orgullo LGBT. Actualmente, en Israel están prohibidas las concentraciones de más de 1.000 personas.
-El autor, Jean Stern, es ex miembro de Libération y La Tribune, colaborador de La Chronique d’Amnesty International. Publicó en 2012 Les Patrons de la presse nationale, tous mauvais, en La Fabrique, y en 2017 Mirage gay à Tel Aviv en Libertalia.
*Fuente: OrientXXI
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