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Solidaridad desde Suecia: «¡Nicolás Piña es inocente. Libertad ahora!»

Solidaridad desde Suecia: «¡Nicolás Piña es inocente. Libertad ahora!»
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30 de octubre de 2023

La historia del preso de la revuelta Nicolás Piña

Ayer comenzaba el juicio de Nicolás Piña, quién es preso político de la rebelión de Chile, sin embargo el juicio fue suspendido y nuevamente cambiado de fecha para el 25 de septiembre, debido a que habría «testigos» que se encuentran con licencia médica y que no pudieron dar declaración. En este marco publicamos desde La Izquierda Diario la historia de vida de Nicolás, para que puedan conocer cómo es el hombre que buscan culpar por la quema de un vehículo policial y que estuvo meses en la cárcel pese a no tener pruebas concretas para culparlo.

I

Su palabra contra la mía

Esa noche de 12 de febrero de 2021 recién estaba comenzando. Sin embargo, Nicolás no sabía que duraría cerca de 14 meses. “Aquí me matan o desaparezco”, pensó.

Vio un dron policial que lo perseguía. Luego, dos carabineros de civil. Pero entonces no estaba seguro de que lo fueran. Podían ser gente de extrema derecha, tipo Patria y Libertad, pensó. O simplemente ladrones. Cruzó la calle en Santa Filomena, a los pies del Cerro San Cristóbal, a pocas cuadras hacia el norte de lo que hasta octubre de 2019 se conocía como Plaza Italia y muchos, luego, renombraron como Plaza Dignidad. Los hombres cruzaron la calle también, tras él. Sintió que corría peligro y se volteó para encararlos.

  •  ¿Qué tení, conchetumare?, ¿qué tení, pajarón culiao?–No, no. Tranquilo…
  •  Qué tranquilo, conchetumare.El cara a cara se tornó tenso. Pero Nicolás siempre supo que así era la lucha: te mataban, te dejaban ciego o te metían preso. Ese día, según carabineros, fueron más de 500 personas las que se movilizaron. La represión terminó con 45 detenidos tras la jornada de movilización, la que se desarrolló principalmente en repudio al asesinato de Francisco Martínez, un malabarista que fue abatido siete días antes en plena calle por un carabinero de tránsito en Panguipulli.Varias horas después de los incidentes, los gases lacrimógenos aún irritaban la garganta y la nariz de quienes circulaban por la zona y el pavimento seguía húmedo por los chorros de los carros policiales.Después de ese intercambio, Nicolás advirtió que uno de ellos se metió la mano al bolsillo. Corrió. Sin saber de dónde, aparecieron dos hombres que lo tomaron del cuello y lo lanzaron contra una reja. En ese momento llegan otros ocho, todos vestidos de negro y se abalanzaron sobre él. No los vio venir. Lo atraparon pocas cuadras más al sur-poniente, en la intersección de las calles Antonia López de Bello con Bombero Nuñez.
  •  Vo’ soi’ ladrón, conchetumare- le gritaban mientras lo reducían.Los carabineros de civil -ahora sí estaba seguro de que eso eran- que lo seguían desaparecieron. Mientras que los que lo tomaron del cuello se fueron en una camioneta gris 4×4, haciendo una actuación de parecer que estaban asustados por los de negro, aparentando que no andaban juntos. Uno era moreno y llevaba un pantalón y una chaqueta cargo con bolsillos. El otro era rubio de ojos azules y estaba vestido con un jeans, zapatillas blancas y una polera pique color gris oscuro.
  •  ¿Cómo voy a ser ladrón?- dijo.
  •  Voh soy paco entonces, estabai’ sacando fotos- le respondió uno de los hombres.
  •  ¡¿Cómo voy a ser paco, culiao?! Si yo estaba en la marcha, ¡qué hueá te pasa, como voy a ser paco! -respondió.Entre los forcejeos le pidieron el carnet de identidad a Nicolás, quién procedió a mostrárselo junto con el de sus hijos. Se los quitaron todos.Con el pasar del tiempo Nicolás supo que el líder de ese grupo era Pablo Cabezas, quien en ese momento era jefe de “los intramarchas”, personal que realizó las detenciones de los procesados por la quema del Hotel Principado, la Universidad Pedro de Valdivia y la detención de Nicolás Ríos en el Cerro Huelén. Este grupo de Carabineros se infiltró entre los manifestantes durante el estallido social y actuaban como agentes encubiertos para seguir a personas que se movilizaban.Varias personas fueron testigos de la detención de Nicolás Piña porque eran apenas las nueve de la noche.
  •  ¡Suéltalo, suéltalo!- gritaba Paola Palomera, mamá de Nicolás, mientras forcejeaba con el grupo de hombres que atacaba a su hijo.Los carabineros también la golpearon, sin advertir que era la madre del hombre que tenían en sus manos. Creyeron, piensa Piña, que era la típica señora “que iba a hacerle el aguante a los cabros”. Y Palomera también era eso, pero en ese momento, era la mamá de quien los policías estaban deteniendo. Si bien sacaron a Paola de encima a pesar de sus esfuerzos por salvar a su hijo, quienes detenían a Nicolás nunca quitaron la vista de su objetivo.En ese momento, en medio de los gritos y del ocaso santiaguino irrespirable, llegó una camioneta van blanca, como las de transporte escolar, pero con los vidrios polarizados. Estos vehículos utilizados por la policía son conocidos por los manifestantes como “carniceros”. En ese vehículo venían cuatro personas más. Se baja el copiloto y uno que venía atrás. Entre varios empujaron a Nicolás dentro del furgón, mientras que por detrás se acercaba un carro lanzaaguas a una velocidad muy reducida y con las luces apagadas.Paola, en la calle, quedó desolada. Tal como su hijo, pensó lo peor cuando se lo llevaron y temió que no volvería a verlo, que sería un detenido desaparecido, como los de la dictadura. Se tocó la cabeza. De un golpe en el pecho se arrancó un grito y desató lo que, recuerda, sentía como un nudo en el estómago que no la dejaba sacar la voz.Nicolás y su madre eran precavidos y, como la mayoría de las veces iban juntos a la Plaza Dignidad, activaban la función de ubicación en tiempo real por WhatsApp para encontrarse si es que se perdían uno del otro arrancando de la represión policial. La madre y la prima de Nicolás, junto a quien entonces era su pareja, dedujeron que la van se dirigía a la 33 comisaría de Ñuñoa.Mientras, arriba de la van, nadie le decía nada a Nicolás. Volvieron las dudas de si sería la policía o un grupo de extrema derecha: Todos vestían de negro, no tenían identificación a la vista y el vehículo no era policial.Le preguntaban a qué se dedicaba y supieron que era ingeniero en prevención de riesgos, que tenía trabajo, hijos, familia.
  •  Ya, usted está detenido por lanzamiento de artefacto explosivo y quema de vehículo policial-, le dijeron.
  •  No, si yo no fuí- respondió.
  •  Na’ si no vengai’ con hueás, flaco. Estai’ detenido por esa hueá.
  •  No, si yo estaba vendiendo artesanías con mi mamá, ella es artesana- dijo sin recibir respuestas, mientras pensaba “ya, si al fin y al cabo la ley es su palabra contra la mía, nada más”.   A Nicolás lo detuvieron por ser, supuestamente, el autor del lanzamiento de una bomba molotov que quemó un furgón policial que había quedado inmovilizado por el uso de “miguelitos” durante esa jornada de protesta, en la intersección de la calle Dardignac con Pío Nono, hecho del que aún no existen pruebas concretas para inculparlo.Cuando llegó a la comisaría, el sargento Rodrigo Leiva lo recibió con un gran discurso sobre moral y buenas costumbres.
  •  ¡Nosotros somos los que peleamos sin capucha, peleamos por el país!IIRenca
    Nicolás Piña vive con su abuela en la comuna de Renca, en la zona norponiente de Santiago. La casa de dos pisos es una de tantas entre los pasajes cerca de la Plaza de Renca. Donde vive Nicolás y su abuela, no llegará ni la extensión de la línea 7 del Metro prevista para el 2027, a pesar de que los informes indican que tendrá una longitud de 26 kilómetros y 19 estaciones. Ninguna de estas llega a esos lugares.Tras 14 meses en prisión preventiva, Nicolás se siente tranquilo después de haber salido de la cárcel Santiago Uno el 17 de marzo de 2022. Se sabe de memoria el día en que pudo escuchar la ciudad y caminar sin los límites que le imponían los barrotes de su celda.Nicolás es vegetariano, fan del fútbol e hincha de Colo-Colo desde pequeño gracias a su familia. Su comida favorita son los porotos, aunque también le gusta mucho la pizza. Se define cinéfilo y una de sus películas favoritas es “Interestellar” de Cristopher Nolan.Solo ve televisión para ver los partidos, además de documentales de “cosas interesantes”, sobre todo científicos, cuenta. Tiene un hijo y una hija, de 6 y 11 años respectivamente. Le gusta leer y hacer deportes, además de mirar las estrellas con el telescopio que se compró con el primer retiro del 10 por ciento de sus ahorros previsionales. Era su sueño, dice, tener uno.

    Su dormitorio parece más una biblioteca: todas las paredes de la habitación están cubiertas con estantes con libros. No sabe decir cuál es su favorito cada vez que su hijo, Ernesto Salvador, le pregunta. Aunque si tiene que definirse por uno, elige “Las venas abiertas de América Latina” del escritor y periodista Eduardo Galeano. “Yo creo que este libro deberían hacérselo leer a los cabros en la enseñanza media, tendríamos mejores personas”, dice. Novelas, libros periodísticos, clásicos marxistas y anarquistas son algunos de los géneros que atiborran el lugar.

    También confiesa que lloró con la lectura de “A la sombra de los cuervos” de Javier Rebolledo, libro que cuenta el involucramiento de la familia Kast -del ex candidato presidencial- con crímenes de la dictadura.

    El nombre de su hijo se debe al “Che” Guevara, personaje histórico que es digno de estar en el llavero del portón de la casa de Nicolás. La admiración hacia el revolucionario se debe a su internacionalismo, ya que quiso replicar la hazaña de Cuba en otros países como Bolivia. El nombre Salvador se lo asignó porque le gusta el pensamiento de Allende, a pesar de que, para él, “llegó al poder de una manera que no nos gusta mucho”, es decir, mediante las urnas y el respeto a la institucionalidad.

    Este nombre fue el acuerdo que llegó con la madre de su hijo, ya que Nicolás quería ponerle Wladimir, por Lenin, el revolucionario dirigente de los bolcheviques en Rusia.

    Un pequeño matapacos

    Con el pasar de aproximadamente una década, de todas formas llegó un Lenin a la familia. Se trata de Lenin Fidel, un perrito negro y saltarín al que le cae un gran mechón de pelo desde su frente y que muchas veces le tapa la vista.

    “Un pequeño matapacos”, fue la descripción de una sonriente Paola, quién acariciaba suavemente al perro, al que le llegaba un anaranjado rayo de sol del atardecer que atravesaba la ventana de la cocina hasta llegar a sus grandes ojos color marrón.

    Lenin se la pasa revoloteando por la casa, ubicada en la comuna de Independencia. Ladra para llamar la atención y corre hacia las habitaciones para subir y bajar de las camas indiscriminadamente. El fiel compañero de Paola en estos difíciles años.

    Paola adoptó a Lenin en diciembre de 2019, a tan solo seis meses de haber perdido a Dalí, su antigua mascota que falleció el 19 de junio de ese mismo año. Una amiga le regaló al pequeño cachorro, ya que su perrita tuvo crías. Si bien Paola estaba contenta de haber adoptado a otra mascota, considera que no tuvo tiempo suficiente para vivir el luto de Dalí.

    Por esas grandes casualidades, Lenin nació el 18 de octubre de 2019, el mismo día en que comenzó la rebelión popular chilena más grande desde el fin de la dictadura. Haciéndole honor a su fecha de nacimiento y a su nombre, participó muchas veces de las protestas que se daban en la Plaza de la Dignidad, por lo que podríamos decir que fue bautizado por el agua del guanaco.

    Acompañaba a su dueña a las marchas y movilizaciones que se daban todos los días en el corazón de la capital, pues no había jornada de protesta a la que la familia no se hiciera presente, incluyendo el día de la detención de Nicolás.

    La idea de ponerle dicho nombre al perro fue porque a Paola le gustan los nombres “simbólicos” y debido a la fecha de nacimiento, le pareció bien el nombre del “camarada Lenin”, como explicó Palomera. Otra opción era ponerle “Mao”, contó. “Tuve uno que se llamaba Vito, por Vito Corleone, la Gala que era esposa de Dalí… Dalí. Dino… Dino Ramazzotti Totoskiliachi”, dice riéndose y levantando su ceja derecha como alguien que acaba de decir algo sorprendente.

    El señor perfecto

    Nicolás Piña actualmente tiene 35 años. En su infancia era un niño muy ordenado, cuadrado y disciplinado. “Muy militar, encuentro yo”, lo describe su madre. Por ejemplo, desde muy jóven él tenía estipulados sus horarios, sin necesidad de que un adulto lo tuviera que corregir o implementárselos. “Como eso de lavarse los dientes, porque cuesta que los niños se laven los dientes”, explica Paola. Se cambiaba de ropa dos veces al día, lo que expresaba una preocupación particular por el aseo personal atípica en comparación a otros niños.

    En el colegio “era muy buen compañero, muy buen amigo, siempre lo eligieron buen compañero. En el barrio también era buen amigo, muy comprensivo y siempre tenía una palabra de aliento. Acataba órdenes, nunca fue atrevido o contestador”.

    Cuando recibía una orden, escuchaba atentamente lo que la persona adulta le decía, persona que representaba a la autoridad, ya sea su madre, una profesora, etc. Cuando la señal era negativa -es decir, que le dijeran que no hiciera algo- no bastaba con la simple orden, sino que había que argumentar con una variedad de fundamentos para explicarle el por qué no podía.

    Así Nicolás fue demostrando desde muy pequeño ser bastante crítico de todo lo que le rodeaba. Cuando tenía seis años, estudiaba en el colegio Santa María de la Providencia en Renca, un colegio católico. Pero un 23 de diciembre, ad portas de la fiesta de navidad y cuando todo el mundo está pensando en comprar regalos, le cancelaron la matrícula por no cumplir con las normas espirituales impuestas por la Iglesia. Al parecer el amor de “la Santa Madre” al que se refiere el himno del colegio no alcanza para todos.

    La primera razón por la que le cancelaron la matrícula a Nicolás fue por no estar bautizado, lo que significó una grave falta para la institución, ya que solo permitía en sus filas a niños que hayan sido acristianados y que por lo tanto «caminen por la senda del señor». Por otra parte, el colegio también exigía que los padres de los niños estuvieran casados. Sin embargo, ninguno de los dos requerimientos serían posibles ya que Paola no tenía la voluntad de realizar dichas exigencias.

    Ante esto, el pequeño Nicolás apuntó al cielo con su índice y de forma implacable dijo “jamás voy a creer en Dios, jamás”. Le preguntó a su madre si podía decir una grosería, y ante la afirmación de ésta, exclamó “¡nos están cagando la vida!”, convirtiéndose este en uno de los primeros actos de rebeldía de Nicolás, ante una de las principales instituciones de la clase dominante para ejercer su control social.

    Cuando Nicolás era adolescente siguió con la disciplina y el orden que lo caracterizaba de niño. Estudió en un colegio que es parte de la red SIP (Sociedad de Instrucción Primaria), propiedad de la familia Matte y que se distingue por su formación casi militar. Entrar al liceo para comenzar su educación media fue algo complejo y estresante, pues en el Liceo Valentín Letelier de Recoleta estaban las paredes rayadas y sus compañeros salían corriendo de la sala para los recreos, un ambiente muy diferente a su anterior colegio que era más ordenado y limpio.

    Por estas razones, sus compañeros le pusieron el apodo de “el señor perfecto”, ya que era alguien que prácticamente hacía todo bien y ordenado. Siempre llegaba temprano, nunca faltaba. Siempre sacó los primeros lugares en asistencia a clases. Cuando los profesores estaban en huelga o paralización, Nicolás iba de todas formas al colegio para que lo pusieran presente. “Nico, ¿pero para qué vienes?”, le preguntaban los profesores. “Marque mi asistencia y me voy”, les decía. La pregunta de por qué iba al colegio aún no tiene respuesta, “quizás solo lo hacía de pesado”, dice Paola sonriendo.

    Cuando Nicolás egresó del liceo y entró a la universidad, el orden y el “priorizar los tiempos”, como dice él, fueron parte importante de la vida cotidiana. Pues ya no era solo un escolar, sino que se encontraba estudiando Ingeniería en Prevención de Riesgos en el Inacap y además trabajaba para aportar en los ingresos de la casa.

    “Yo que me acuerde haber visto a Nicolás dormir hasta las tres de la tarde, nunca. Yo nunca lo he visto que se levantara con caña, jamás”, contó Paola.

    Para estudiar en Chile cuando no se cuenta con los suficientes recursos económicos, hay que realizar una hazaña de gran valor. Por suerte Nicolás contó con el apoyo de su madre. Una posibilidad era endeudarse con el Crédito Aval del Estado (CAE), sin embargo eso significa endeudarse prácticamente de por vida para pagar mucho más dinero de lo que realmente se gastó en los estudios. Es por esta razón que Paola, aconsejada por un amigo de Nicolás, decidió pagar la carrera mes a mes. “Tía, le aconsejo que usted pague todos los meses para que cuando Nicolás salga de la universidad, usted no le deba a nadie”, le dijo. Y así fue, un tremendo sacrificio tal como pensó Paola al momento de comenzar a pagar.

    Tuvo que buscar dos trabajos, por lo que de ahí en adelante, su vida era trabajar desde las diez de la mañana hasta las ocho de la noche en una empresa de publicidad, y luego desde las 10 de la noche hasta las tres de la mañana administrando un bar en el Barrio Brasil. A las cuatro de la mañana pasear a los perros, porque tenía dos durante esos años, y luego dormir, para al otro día repetir el ciclo.

    Los fines de semana no trabajaba en el día, solo en el bar a partir de las seis de la tarde, por lo que en ese tiempo se encargaba de las tareas domésticas, ir a la feria y al supermercado, encargarse de las necesidades de sus mascotas, etc., pero actuando a una velocidad que le permitiese alcanzar a hacer todo antes de volver a trabajar. Así durante siete años.

    La conclusión que saca de esta experiencia, es que si bien no se endeudó con el CAE, Paola terminó por enfermarse. Lumbagos, tensión muscular, tortícolis, tendinitis, vértigos, psoriasis, colon irritable… son algunas de las enfermedades que tuvo que enfrentar por aquel ritmo de vida.
    Al terminar de pagar la universidad, inmediatamente dejó el trabajo en el bar. Sin embargo se demoró aproximadamente un año y medio en retomar la capacidad de dormir apropiadamente, ya que estaba acostumbrada a no dormir antes de las cuatro de la mañana.

    “No me endeudé económicamente, pero me endeudé emocionalmente y con mi cuerpo. Mi cuerpo lo tiré ahí, por eso el Estado no te cuida, no te protege, tu golpeas puertas y te dicen no, lo único que queda es el sacrificio”, es la conclusión de Paola.

    III

    Un profesional con conciencia social

    Con este esfuerzo y sacrificio fue que Nicolás logró titularse como Ingeniero en Prevención de Riesgos, pero para ser un profesional que comprende lo difícil que es la vida dentro de este sistema. Razones de sobra para querer cambiarlo y movilizarse.

    Aquel día de su detención, cuando se encontraba en la N°33 comisaría de Ñuñoa, a Nicolás no lo mezclaron con los demás detenidos. Además de estar esposado a una reja, por orden de Leiva, siempre lo estuvo vigilando un carabinero de unos 30 años vestido de civil. Al mismo tiempo, más carabineros sin su uniforme llegaban desde las manifestaciones.

    “Leiva, necesito llamar a mi vieja, necesito saber cómo está”, pidió Nicolás exigiendo su derecho a hacer una llamada. Sin embargo éste no lo dejó, pero le pidió el número de Paola para él mismo efectuar el llamado. Nicolás se sabía el número de memoria.

    En ese momento Paola seguía desesperada y, sin saber cómo -ya que estos recuerdos se le presentan un poco nublados- caminó hasta la bomba de bencina Shell ubicada en el lado norte del Parque Forestal, por la calle Bellavista.

    “¿Aló? ¿Con quién hablo?”, contestó Paola, sin entender cómo habían conseguido su número. Del otro lado se escuchó la voz de quién se presentó como Rodrigo Leiva, “Tranquilita, señora… su hijo va a estar acá, tranquilita”, dijo el Sargento. Por el tono en que éste hablaba, la madre, preocupada, pensó que Nicolás volvería pronto a su casa. Leiva le dijo que podía ir a dejarle ropa a su hijo a la comisaría. “¡¿Dónde está mi hijo?! ¡¿Qué le hicieron?! ¡¿Por qué le pegaron?!”, le gritó por teléfono antes de cortar.

    Justo en ese momento pasó un carro policial por fuera de la Shell. “¡Montajistas! ¡Conchas de su madre!”, gritó.

    Paola y sus acompañantes pidieron un Uber, el que llegó inmediatamente. Fueron a su casa en Independencia en donde los esperaba la pareja de Paola y tomaron rumbo a Renca. Sacaron la ropa que les parecía necesaria y fueron a la comisaría. Todo muy rápido. A las 21:30 horas, como indica Paola, ya se encontraban en el centro policial, el que fue catalogado como “la comisaría de los montajes” según una amiga de la pareja de Paola, lo que profundizó el pánico en la familia.

    Por fin conoce el rostro de quién la había llamado por teléfono. Rodrigo Leiva, quién resultó ser parte de las patrullas “intramarchas” o “de cazadores”, el grupo de Carabineros dirigido por Pablo Cabezas. La esperaba en la comisaría, vestido de civil.

    Con voz serena y una mueca pedante que expresaba seguridad, dijo “si, señora. Nosotros tenemos evidencia”, haciendo alusión a la responsabilidad de su hijo en la quema del carro policial.

  •  ¿Perdón? ¿Cuál evidencia?
  •  Tenemos evidencia, señora. Ahora le vamos a periciar las zapatillas.
  •  Bueno, sácame las zapatillas y me las pericias a mí también, porque yo estuve ahí y ví cómo se quemó el carro, pero no sé quién lo quemó.
  •  No, señora. Si tenemos evidencia. Su hijo estaba con una bolsa.Esto refiriéndose a la bolsa negra que llevaba en la espalda la persona que lanzó la bomba molotov dentro del carro policial y que se ve en el video con el que acusan a Nicolás, a pesar de que aún no se puede determinar su participación.“¿Perdón? ¿Con qué bolsa?”, insistió Paola, entendiendo que esto podría estar tratándose de un nuevo montaje de Carabineros. Le contó toda la historia de la detención a Leiva, partiendo por lo de que los policías le gritaban a Nicolás acusándolo de “ser paco” y cómo lo subieron al furgón golpeándolo en el estómago y en la cabeza.
  •  ¿Y cómo estaba vestida esa persona?- Preguntó Leiva.
  •  De negro, con una bolsa en el cuerpo, antiparras y una máscara antigases – respondió Paola, describiendo exactamente como se ve en el video la persona que lanza la bomba molotov.Más tarde, Paola en su casa comenzó a revisar las redes sociales y desesperada tuiteó que su hijo es inocente y que no quemó ningún carro policial. Comenzó a revisar los videos que se publicaban sobre el incidente y se dió cuenta de que muchos de los Carabineros de civil que se encontraban en la comisaría estaban vestidos de la misma manera en que se veían los incitadores de los videos.Además le causó mucha sorpresa que los carnet de identidad que le habían quitado a Nicolás -el de él y los de sus hijos- se encontraban en la mesa de la comisaría.Los carabineros llevaron a Nicolás a hacer los trámites comunes tras una detención y además ver qué evidencia tenían. “No hay evidencia que pueda decir que fui yo, todos andan de negro en una manifestación”, dice convencido de su inocencia. Ese día, Nicolás andaba con un encendedor, “a veces me fumo mis cuetes pa’ relajarme”, confiesa.Cuando revisaron todas sus cosas y encontraron ese encendedor le dijeron “esto sirve”. “¿Para qué?” preguntó Nicolás, aún esposado. “Para el lanzamiento de bomba molotov”, le respondieron.Una de las cosas que le llamó mucho la atención a Nicolás y a su familia, fue que Leiva no le confiscó su celular, siendo que a todos quienes han detenido a raíz del estallido social les confiscan sus teléfonos para ver si pueden acceder a algo que les pueda servir como prueba acusatoria. En la actualidad Nicolás sigue sin poder responder la pregunta de por qué no se lo quitaron, de hecho dice que si en algún momento vuelve a encontrarse con el sargento, piensa preguntarle por qué no lo hizo, para saber si hubo alguna razón de fondo o solo fue un descuido.A esas alturas de la noche, ya se había difundido entre los carabineros que habían detenido a un ingeniero, que según Paola y Nicolás, lo veían como un trofeo. De hecho, la madre cuenta que en la comisaría realizan una lista con todos los detenidos que al otro día pasan a declarar en tribunales de justicia, y que en esa lista Nicolás ya salía como “El Ingeniero”. De ahí fue que Paola tomó este apodo que hacía alusión al título profesional de Nicolás, para posteriormente, cuando tuvo que realizar una amplia campaña por la libertad de su hijo, catalogarlo como “un profesional con conciencia social”, texto que se puede leer en un gran lienzo colgado en el living de su casa con la foto de Nicolás.“Este lienzo lo hice porque él es un profesional que sale a la calle porque no está de acuerdo con el sistema que tenemos, tiene conciencia social, y los profesionales tienen que salir a la calle, porque el que tú seas profesional y que tengas un título no significa que tienes todo asegurado, puedes tener asegurado lo económico, pero así y todo expones tu cuerpo sacándote la cresta para tener una casa y un auto, pero finalmente no tienes vida. Cuando mi hijo se hizo profesional, yo expuse mi cuerpo”, expresó Paola.

    “Tení’ que tener paciencia”

    Ese día hubo una temperatura mínima de 14°C, la que resultó bastante fría para Nicolás en aquel calabozo de la comisaría. “Hay una noche en el verano que es fría, esa me tocó a mí”, dice. “La pasé como la callampa… dormir en el suelo, tu almohada son las zapatillas”, agrega. Ese día Nicolás estuvo acompañado de otras dos personas, los hermanos Victorino y Ricardo Villegas quienes habían sido detenidos por el OS7, a diferencia de Nicolás que lo detuvo el OS9 de Carabineros. También fueron querellados por el gobierno por el delito de lanzamiento de artefacto explosivo o incendiario en contra de un vehículo policial.

    Ese día, cuenta Nicolás, llegó mucha gente detenida, debido a que estaban buscando los elementos que se habían robado del furgón policial que se quemó en Bellavista: una pistola, un escudo, cascos y chalecos antibalas.

    Al principio, “el paco que estuvo en el calabozo era buena onda”, cuenta Nicolás. Sin embargo, “después llegó una paca que era una hueona miserable”, ya que ni siquiera daba permiso a los detenidos para poder ir al baño.

    La primera abogada que llegó a ver la situación de Nicolás fue María Rivera, la misma que luego sería miembro de la Convención Constitucional por cupo de la Lista del Pueblo. Cuando llegó, cuenta Nicolás, la carabinera que no daba permiso para ir al baño, no quería que entrara ningún abogado. Sin embargo, María entró “fuerte y derecho, como diciendo aquí vengo yo”.

  •  ¿Qué hiciste?- Preguntó la abogada.Ante esto, Nicolás, escéptico, no respondió.
  •  Yo estoy de acuerdo con todo esto, ¿qué pasó?- insistió Rivera.Al enterarse de la historia y de que buscarían inculpar a Nicolás por la quema de un vehículo policial, la respuesta de la abogada fue “tení’ que tener paciencia, mínimo son tres y uno”. Recién Nicolás pudo dimensionar el problema en el que se encontraba, “no era na’ chiste”, pensó. Por supuesto, ya que, por ejemplo, su hija más pequeña pasaría de tener 5 a 8 años en el tiempo que Nicolás hubiera pasado preso tres años.

    “El Ingeniero”

    Ya amaneció y se acaban de llevar hacia los tribunales de justicia a los hermanos que se encontraban junto a Nicolás, esto con el objetivo de realizar el control de detención. Piña calcula -ya que no puede saber la hora realmente- que son cerca de las 9 de la mañana. Escuchaba que los carabineros se preguntaban entre ellos “¿a qué hora el otro?”, “a las 11”, decían.

    A Nicolás le habían quitado su reloj, al igual que las prendas de ropa que tienen cordeles o cuerdas. Esto para evitar, según los carabineros, que se suicidara, ya que el domingo 7 de febrero de esa misma semana había sido la muerte de Camilo Miyaki en la 51° Comisaría de Pedro Aguirre Cerda (PAC), jóven de 27 años que había sido detenido por infringir el código sanitario y que según carabineros se suicidó con una frazada.

    De todas formas, el abogado de la familia Miyaki, Héctor Anabalón, señaló que “hay un periodo de tiempo que es de entre dos y tres horas, en donde no hay registro de imagen, porque supuestamente ocurrió en un punto ciego, donde carabineros de guardia no asistieron a los calabozos, según versión de ellos”.

    Minutos antes de que fuera el momento en que se llevarían a Nicolás, llegan otros funcionarios policiales a su celda, estos llevaban una distintiva polera institucional del OS9. Estos carabineros aparentaban simpatía y amabilidad, además de que su aspecto no parece ser el de carabineros.

    Saludaron y le preguntaron a Piña cómo estaba, con una apariencia “de corte hippie”, dice Nicolás, “como de Arak Pacha, un guatón roñoso todo barbón, que parece cualquier cosa menos paco”.

    Estos policías le habían llevado desayuno a los hermanos Villegas, sin embargo a Nicolás no, porque Paola, su madre, ya había podido hacerle entrega de algunos alimentos. Aún así, no tenía hambre. De hecho uno de los “pacos hippies” que describe Nicolás, le recomendó comer lo máximo que pudiera, ya que luego no tendría acceso a comida. Entre esos diálogos fue que Nicolás escuchó a la carabinera anterior, la que no daba permiso para ir al baño, que afuera se encontraba el general realizando un punto de prensa.

    Era el General de Carabineros Jean Camus, jefe de la zona Santiago Este, quien hizo su aparición en televisión abierta hablando del caso de Nicolás, haciendo énfasis en su profesión de Ingeniero. “Es un sujeto que no tiene antecedentes penales, no tiene detenciones previas”, dijo el General. Hace una pausa y comienza a hablar entrecortadamente, como sin saber explicar esta situación. “Además… ehh… tiene…. una carrera profesional… es ingeniero”, cerró. Mientras tanto, el titular de Teletrece indicaba “ingeniero en prisión preventiva por quemar furgón policial”, culpando a Nicolás a pesar de que no existían pruebas concretas de su participación en el acto.

    El apodo que en primera instancia había sido ocupado sólo por carabineros en la comisaría, pasó a ser utilizado por la opinión pública y los medios de comunicación. De aquí en adelante Nicolás comenzó a ser conocido como “El Ingeniero”.

    El día lunes volvieron los matinales, y en el programa “Hola Chile” de La Red también se habló de la detención del Ingeniero. De invitado se encontraba el General de Carabineros Daniel Tapia, quién se refirió a Nicolás como autor del delito de “intento de homicidio”, siendo que Piña ya se encontraba con la medida cautelar de prisión preventiva, es decir, sin que se comprobara su participación y cumpliendo con un período de investigación.

    El General destacó lo curioso que significaba que este supuesto intento de homicidio se diera por parte de un ingeniero, que para él “se supone que tiene un nivel de educación que le permite discernir con mayor tranquilidad y ponderación ciertos actos de la vida”.

    Además agregó que “primera vez que veo a un ingeniero en esta maniobra, con ese nivel de educación. Generalmente ellos están en otra etapa, son los cerebros, las mentes que mueven estos movimientos, que no se involucran en la acción directa”, expresó.

    La panelista agregó que “la mayoría de los detenidos de la revuelta son profesionales, o en camino a ser profesionales”, haciendo alusión a que “hay un cambio de perfil de los encapuchados”.

    Por esa misma razón es que Paola agregó el apellido de “con conciencia social” al apodo de Ingeniero. Ya que “quisieron llevar la revuelta a que solo era del cabro marginal, del sename, pero muchos fueron profesionales también”.

    IV

    18 de octubre: Ahora es cuando

    El consenso general indica que la revuelta comenzó, propiamente tal, el 18 de octubre. Aún así, los días previos a esa explosión de rabia nombrada por los medios de comunicación como “estallido social”, ya expresaban que había mucho descontento en las calles, sobre todo por parte de los estudiantes secundarios, quienes saltaban los torniquetes, hacían evasiones masivas y abrían el acceso del Metro de Santiago a los pasajeros.

    Cuando esto estaba sucediendo y el país rugía de rabia al ver cómo los carabineros le pegaban lumazos y disparaban perdigones a los estudiantes secundarios, Nicolás se encontraba trabajando en una constructora que prestaba servicios a la empresa Falabella, su turno en ese momento era de noche. Es por ésta razón que fue muy poco lo que sabía acerca de este movimiento que se estaba generando.

    Al trabajar de noche, Nicolás llegaba cerca de las nueve de la mañana a su casa, le daba desayuno a sus hijos y se iba a dormir, para luego despertarse cerca de las cuatro o cinco de la tarde para prepararse, comer algo y volver al trabajo. Durante ese tiempo veía twitter y se enteraba de que los estudiantes se encontraban realizando agitación en el Metro. Sorprendido, pensaba, “me estoy perdiendo esto”.

    Cuando llegó el 18 de octubre, Nicolás despertó con varias llamadas perdidas en su teléfono. “Está quedando la cagá”, le dijo su polola de ese entonces, quién le pidió que la fuera a buscar al metro. “Prende la tele”, le dijeron otros cercanos que también lo habían llamado. Cuando vió lo que estaba pasando realmente, pensó, “ahora es cuando”.

    Sin embargo Nicolás se estaba despertando para ir a trabajar, así que salió de su casa con ese rumbo, en dirección a la constructora que quedaba en pleno Santiago Centro. “Para serte sincero, no fui a trabajar”, confesó. En todo caso, como la empresa era de retail, ésta cerró ese día.

    Cuando se encontraba cerca de la constructora, pensó “el trabajo o la manifestación”. Mientras tanto alrededor había un verdadero caos: se estaba quemando el edificio de Enel, saqueaban la tienda Fashion Park, entre otros incidentes.

    A la mañana siguiente, cuando la revuelta ya comenzaba a desarrollarse, Nicolás llevó a sus hijos a la casa de la mamá de estos, en el Barrio Matta. Luego se fue caminando hacia las movilizaciones del centro, ya que en ese momento no había transporte colectivo. Desde ahí no dejó de ir ningún día a la Plaza Italia o a la Alameda, al principio con poleras temáticas, como por ejemplo de la banda Faith No More, o con buzos de colo-colo, pero los meses que siguieron a octubre iba vestido completamente de negro.

    Esa tarde del 18 de octubre, Paola también se encontraba trabajando. Había una agradable temperatura de 22°C. Al igual que su hijo, tenía muchas llamadas perdidas, sin embargo no es muy buena para estar en redes sociales. Fue Nicolás quién le escribió un mensaje por Whatsapp, “mamá, ¿dónde estás?, está la cagá”. En ese momento se dió cuenta de que toda la gente estaba alborotada y hasta le dieron ganas de aplaudir, estaba muy contenta de lo que estaba pasando.

    La pareja de Paola fue a buscarla al trabajo, el que quedaba cerca de Estación Central, donde a esa hora de la tarde había mucha gente manifestándose y también mucha represión. De hecho fue en ese lugar que Carabineros le disparó un perdigón en las piernas a una estudiante secundaria, la que quedó sangrando en el piso.

    Más tarde supo que se estaba quemando el edificio de Enel y también que habían incidentes en los metros. “Estaba muy contenta, no por el fuego, sino que porque la gente salió a la calle, así lo viví”, explica.

    Para el día siguiente tuvo miedo de salir, ya que no quería ir sola a las manifestaciones y Nicolás no estaba en su casa. Cuando su hijo llegó, lo abrazó y le pidió disculpas. Comenzó a llorar.
    Nicolás, sin entender, le preguntó por qué lloraba.

  •  Porque el sistema me engañó y yo te engañé a tí, te obligué a estudiar. Yo no quería que terminaras pateando piedras como la generación de los 80, mi generación- respondió.A partir de entonces, Paola también comenzó a ir todos los días a la Plaza Italia, luego renombrada como Plaza Dignidad.Debido al inicio del estallido social, a Nicolás le cambiaron el turno de noche a día. Trabajaba en la calle Puente, a solo unas cuadras del epicentro de las movilizaciones. Si bien cuenta que no habían las mejores condiciones, el trabajo se le hacía muy grato. Almorzaba sentado en los andamios con los obreros de la construcción y veía desde allí cómo se desarrollaba la revuelta hasta principios de diciembre. Se veían “todos los saqueos habidos y por haber, el desorden que había era impresionante”, cuenta.Cuando no estaba trabajando o cuidando a sus hijos, Nicolás estaba en las protestas, en donde vivió la represión policial en carne propia.Ya había estado apunto de ser detenido anteriormente, el 11 de septiembre de 2020 un carabinero lo agarró, pero como estaba solo y no se encontraba con otros policías que lo protegieran con escudos, tuvo que soltar a Nicolás debido a los ataques de otros manifestantes. También pudo llegarle una piedra a Piña, pero no sucedió y se salvó de la detención.Meses más tarde, en enero de 2021, aproximadamente a un mes de que ocurriera su detención, Nicolás iba corriendo por la calle Bellavista, cerca del Teatro Mori, cuando un carro lanzaaguas se da vuelta por la calle Purísima, lo apunta y le dispara el chorro en pleno rostro. La potencia del chorro lo dió vuelta y hasta le sacó los lentes que traía, que al igual que muchas personas que iban a las protestas, los usaba para protegerse de los perdigones de Carabineros que mutilaban a los manifestantes.Escuchó que unas personas le dijeron “corre, flaco, corre”, ya que venía una camioneta con un piquete de Carabineros. Corrió a más no poder y llegó hasta la calle Loreto con Dardignac, ahí se escondió tras un auto y se sacó toda la ropa mojada. Otra vez se salvó de ser detenido.Como Nicolás y Paola iban todos los días a la Plaza Dignidad -a veces juntos, otras separados- vieron hechos bastante relevantes, como por ejemplo cuando el 12 de diciembre manifestantes atacaron a un Carabinero y “el paco perdió la moto, sacó la pistola, el fierro, y nos apunto”. Entre otros hechos.

    Abel, Mauricio y Anthony

    El “Acuerdo por la paz y Nueva Constitución” fue firmado el 15 de noviembre de 2019. Sin embargo, esto no trajo paz a quiénes seguían movilizándose, ya que el gobierno y los Carabineros siguieron reprimiendo, incluso hasta la muerte, como lo fue con el caso de Abel Acuña, jóven de 29 años que murió de un paro cardiorespiratorio el mismo día del acuerdo, y que no pudo ser atendido por los paramédicos debido a la represión de Carabineros.

    Paola lo vió cuando murió. La represión más dura comenzó justo antes de que oscureciera y empezaron a oírse los bombazos. Comenzó la histeria colectiva y la gente estaba corriendo para todas partes, mientras que comenzaba a sentirse el olor a bomba lacrimógena. De repente un hombre se desplomó. Cómo ya estaba oscuro, atenderlo era muy difícil para los paramédicos que intentaron reanimar al jóven, así que las personas que se encontraban alrededor prendieron las linternas de sus celulares para iluminar, entre ellas se encontraba Paola.

    Sin embargo los Carabineros siguieron reprimiendo, disparando perdigones, lanzando el chorro del carro lanza aguas, bombas lacrimógenas y gas pimienta, impidiendo que los profesionales pudieran ayudar a Abel, quién minutos después murió de un paro cardiorespiratorio. Una de las paramédicas aseguró que “no sobrevivió por culpa de los carabineros” y que habrían podido reanimarlo de “haber hecho un traslado efectivo”.

    Posteriormente, el viernes 27 de diciembre, a más de un mes del pacto en el que el régimen político chileno se unió para darle una salida institucional a la crisis, murió Mauricio Fredes, a pasos de la Plaza Dignidad.

    Fredes era de la comuna de La Pintana y tenía 33 años, casi la misma edad que Nicolás, y trabajaba como obrero de la construcción, como los mismos con los que Nicolás almorzaba en los andamios observando y comentando la revuelta. Su oficio era ser yesero y pintor. Algunos, como Piña, perdieron su libertad y tuvieron que enfrentar la prisión política, otros, como Fredes, perdieron la vida. En ese momento, ya había al menos 29 fallecidos desde el inicio de la revuelta, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

    La muerte del obrero se debió a que cayó en una fosa de 1,80 metros de profundidad con tendido eléctrico repleto de agua en la calle Irene Morales con la Alameda, luego de huir de la represión policial. Corría del carro lanzaaguas junto a sus amigos, al igual que toda la multitud. Éstos lo perdieron de vista y no lo volvieron a encontrar. Se retiraron del lugar de las manifestaciones cerca de las 12 de la noche y esperaron a Mauricio hasta aproximadamente las seis de la mañana.

    Nunca apareció, pues había sido llevado a la ex posta Central, pero cuando llegó, ya no tenía signos vitales. Hasta la actualidad existe un memorial en esa esquina que recuerda la lucha de Mauricio Fredes.

    En ese momento en que murió Mauricio Fredes, Nicolás Piña se encontraba en la misma esquina, y de hecho, en un momento saltó para esquivar la misma fosa eléctrica con la que el obrero se electrocutó. Intentó ayudar a una pareja que se encontraba en las manifestaciones, pero que no estaban con ninguna máscara antigases que los protegiera de las bombas lacrimógenas, “era un humo impresionante, impasable”, recuerda Nicolás. Mientras tanto los Carabineros seguían atacando. Ahí vio cuando Mauricio cayó a la fosa. El carro lanzaaguas no dejó de atacar. Algunas personas levantaban sus manos y le gritaban a los policías que por favor dejaran de lanzar agua, sin embargo esto les fue indiferente a los uniformados.

    Después de eso, Nicolás llegó a su casa emocionalmente destrozado. Con suerte tuvo ánimo para ducharse e irse a la cama. “Estaba depresivo total”, indica.

    Más adelante Paola y Nicolás estuvieron en otro hecho relevante, en donde nuevamente los protagonistas fueron los carabineros y la represión a quienes se movilizaban.

    Se trata del caso “Puente Pío Nono”, el del jóven Anthony Araya, que en ese entonces tenía 16 años. El hecho ocurrió el viernes 2 de octubre de 2020 a las 19:30 horas. Era el primer viernes de ese mes en el que se conmemoraba un año del inicio de la revuelta social, día en que “volvieron las calles” y las manifestaciones a un nivel masivo luego de las cuarentenas de la pandemia.

    El adolescente corría junto con alrededor de 60 manifestantes, cuando el teniente Sebastián Zamora lo empujó al cauce del Río Mapocho, en medio de una arremetida junto con un piquete de 38 carabineros. Días después Zamora fue imputado por homicidio frustrado y quedó en prisión preventiva.

    Paola y Nicolás estaban ahí y lo vieron caer. “¿Qué tiraron estos hueones?”, se preguntó Paola a sí misma mientras se le ponía la piel de gallina, “no puede ser”, dijo tapándose la boca con sus manos.

    Nicolás también quedó impactado. Quiso bajar hacia el Río Mapocho para ayudarlo, pero al arrancar de la represión llegó hasta el lado de Providencia, donde hay muchos arbustos y matorrales que le impidieron llegar abajo. Otra persona pudo bajar por el lado de Recoleta y socorrer a Anthony, quién tuvo lesiones en sus extremidades y en la cabeza, pero que finalmente pudo recuperarse. Mientras esta persona lo ayudaba, el resto de los manifestantes, al presenciar este hecho, comenzaron a pelear fuertemente con los carabineros, para que no pudieran reprimir en donde estaba el jóven malherido, tal como había pasado con los casos de Abel Acuña y Mauricio Fredes.

    La tradición familiar

    La presencia de Paola y Nicolás en estos hechos que ocurrieron durante la revuelta, sólo se debe a que nunca dejaron de ir a manifestarse a la Plaza Dignidad. Navidad y año nuevo no fueron la excepción. Al principio, iban todos los días en bicicleta, excepto los viernes que estaba más lleno de personas. Con el tiempo dejaron de haber movilizaciones los fines de semana, así que iban de lunes a viernes a participar de las protestas y entonar los clásicos cantos que surgieron, como “Chile despertó” o “El derecho de vivir en paz”.

    Gran parte de la familia se hacía parte de las protestas. La prima y las sobrinas de Paola junto con sus parejas y distintos amigos que se sumaban al grupo. La mayoría eran profesionales: sociólogos, médicos, abogados, ingenieros, antropólogos, enfermeras. Lo que más hacían era conversar acerca de la contingencia nacional. “Todos los días teníamos material, muchas estupideces del gobierno de turno”, recuerda. Esto durante meses.

    Cuando llegó el verano Nicolás consiguió un nuevo empleo, esta vez en la planta de recolección de basura Veolia, que presta servicios en las comunas del sector oriente de Santiago. Debido a este nuevo trabajo, comenzó a ir día por medio a las manifestaciones. Un día veía a sus hijos y al otro iba a protestar. El día que asistía sagradamente era los viernes, ahí iba a buscarlos temprano, los cuidaba y alimentaba hasta que en la tarde les decía “quédense aquí, voy a ir a luchar por ustedes, por su futuro”.

    Asistió hasta el último viernes posible, incluso cuando ya había comenzado la pandemia del Covid19. “Ya había muy poquita gente en el Parque Forestal”, recuerda. Un día en abril decidió ir a dar una vuelta en bicicleta y se escuchaba una sola cacerola en el desierto urbano en que se convirtió la capital.

    Con el inicio de las cuarentenas obligatorias, la tradición de ir a conversar a los alrededores de la Plaza Dignidad pasó a la virtualidad. Ahora la familia se juntaba todos los viernes, pero por medio de la plataforma Zoom.

    Hablaban de distintos temas, como por ejemplo del feminismo o del veganismo. Paola recuerda que en una de estas reuniones Nicolás presentó un estudio sobre que los mejores deportistas de élite son veganos o vegetarianos. A pesar de estar distanciados, mantuvieron la tradición y seguían riendo y conversando. Cada quién en su lugar se bebía su propio trago, algunos fumaban. El único del grupo que trabajaba fuera de casa era Nicolás.

    Cuando esto acabó y volvieron nuevamente las movilizaciones, aún había más de un centenar de presos a raíz del estallido social, por lo que la demanda central era “la libertad a todas y todos los presos políticos de la revuelta”, reivindicación que tomaron madre e hijo para volver a salir a la calle. Sin embargo, no esperaban que meses después Nicolás se convertiría en un nuevo preso de la revuelta y que Paola tendría que comenzar una incansable lucha por la libertad de su hijo.

    V

    De la Comisaría a Fiscalía, de Fiscalía a Santiago Uno

    El punto de prensa en el que habló el General Jean Camus comunicando que habían detenido a “El Ingeniero” se realizó cuando iban a llevar a Nicolás desde la comisaría a la Fiscalía. Nicolás escuchó que la carabinera a cargo mencionó que afuera estaban los medios de comunicación y lo primero que pensó fue que por suerte andaba con un polerón con gorro, “no voy a mostrar mi rostro po, puede salir mi nombre pero no mi rostro”, dijo recordando aquel difícil momento.

    “Ese es, ese es”, escuchó que susurraban alrededor. Hicieron un video subiéndolo a un auto de carabineros. Cuando el punto de prensa acabó, lo subieron a otro auto, un sedán gris, y lo llevaron al segundo control de detención a la Fiscalía Regional ubicada en la Avenida Pedro Montt en la comuna de Santiago Centro. El camino duró aproximadamente 15 minutos.

    “Ahí gendarmería me recibió con los brazos abiertos”, dice Nicolás de manera irónica.

  •  “¿Quién es el chuchesumare que quemó el carro? ¿Quién es el antisistema y la conchetumare”- dijo uno de los gendarmes.A Nicolás no le quedó otra opción que la de hacerse el desentendido ante los gendarmes, que según describe, son diferentes a los típicos de la cárcel, “son unos hueones de negro, pesados los culiaos, te tratan como el pico”, recuerda. Tratan a los detenidos a punta de insultos, mientras estos caminan con grilletes de pies y manos.Mientras Nicolás estaba dentro de un calabozo esperando su turno para ser presentado ante el juez, uno de los gendarmes lo sacó de la celda.
  •  ¿Vo’ soy el que anda quemando?, ¿vo’ soy el antisistema?, dijo gritando.
  •  No- respondió Nicolás
  •  Soy antisistema o no po, conchetumadre… a ver date vuelta- siguió el gendarme haciendo entender que lo golpearía.A Nicolás no le quedó otra que hacer caso y voltearse. “Esperar la patá en la raja nomás po, si estoy preso… no me pegó al final el culiao”, recuerda Piña. “Estando amarrado y él con uniforme y arma, así cualquiera, me echó cualquier putiás”, cuenta.Así hasta que finalmente pasó a control de detención ante el Tercer Juzgado de Garantía de Santiago. Mientras tanto observaba cómo se liberaba a otras personas que estaban detenidas, muchos que se encontraban ahí por haber sido denunciados por abuso o violencia intrafamiliar, según cuenta Piña. Fue imputado por el delito de homicidio frustrado y la magistrada Paula Brito decretó en su contra la medida cautelar de prisión preventiva, mientras que el gobierno de Piñera interpuso una querella criminal a través del Ministerio del Interior, culpándolo de arrojar artefacto explosivo y/o incendiario.“Ahí quedé en cana po, el 13 de febrero, directo a Santiago Uno. Te hacen pasar por el médico y te mezclan con todos los machuca’os que caen por robo o por tráfico. Directo al módulo 1. Después de dos meses nos fuimos al módulo 12 donde estaban los presos de la revuelta antes de la pandemia, que serían los connotados de octubre en adelante, hasta febrero de 2020, antes estábamos en el módulo 3, donde en ese momento había puros cabros de la revuelta, uno venía por barricada y los otros venían por saqueo. Ahí todo el proceso de estar preso nomás po”, cuenta Nicolás.Dentro de la cárcel, había tiempo para pensar de todo. “De aquí ya no salgo, que pase lo que tenga que pasar”, pensaba Nicolás. “Hay que estar preparado para todo, para un allanamiento, por si sale un partido, por si un paco de enoja, por si hay una pelea, por si alguien saca una cuchilla”.Al menos, en el módulo 3, los presos de la revuelta se encontraban tranquilos, “el control lo teníamos los bombas”, dice Nicolás. En cambio, cuando los cambiaron al módulo 12, el control ya no lo tenían los presos de la revuelta. “Había peleas por la comida, por cualquier hueá se puede pelear, hasta por el robo de un encendedor, es mal visto ser ladrón dentro de la cana, es falta robarse entre choros, vi hartas peleas. Hubo momentos complejos y momentos bonitos también, entre comillas. Es bonito cuando un compañero se va a la calle. No se celebraban los triunfos de la selección chilena, la mayoría de nosotros estábamos ni ahí con Chile, con lo que pasó con nosotros, nos volvimos antichilenos, nos metieron en cana los giles culiaos. Un momento de felicidad era jugar a la pelota o cuando ganábamos un partido, ¿cómo le llamaba yo?… Una felicidad circunstancial”.La cana no es fácil, cuenta Nicolás. Muchos presos, luego de salir, siguen con tratamiento psiquiátrico. “Cualquiera que pase por Santiago Uno se vuelve loco, es una cárcel culiá de mierda, está muy hacinada, duerme un hueón al lado del otro”.Cuando “cayeron” al módulo 12, eran cincuenta. Estaban hacinados.
  •  Cabros, ¿me dan un espacio?- llegaban a preguntar.
  •  Compadre, no tenemos donde meter gente- respondieron desde la pieza de Nicolás.Las piezas en esa cárcel son de 3×2 metros, por lo que están hechas para que duerman dos personas, pero pueden llegar a caer cuatro. Cinco personas ya es demasiado.En ese caso se vuelve demasiado incómodo. Literalmente, cuenta Nicolás, que cuando está demasiado lleno, si una de las personas va al baño tiene que tener cuidado para que no le rebote el agua del inodoro a otra que está durmiendo. Por eso Nicolás no aguantaba que hubiera más de tres personas en la pieza.Bansai, un jóven que cayó preso en la romería del 11 de septiembre de 2021 y que se hizo muy amigo de Nicolás, estuvo un tiempo durmiendo en el suelo, en donde podía llegarle agua que saltaba del mismo inodoro. “Ya, hermano, búscate otra pieza, no te merecí’ estar durmiendo en el suelo, somos presos de la revuelta”, le dijo Piña.

    La lucha de Paola por la libertad de Nicolás

    El pánico fue un sentimiento que se apoderó de Paola cuando su hijo entró a prisión. Sin embargo, nunca bajó los brazos y luchó desde el primer día por la libertad del Ingeniero. El pánico que sentía no era porque sí, sino que debido a que la represión y la persecución se volvieron algo mucho más dirigido hacia ella y su familia.

    “Hubo drones acá en mi casa y en la casa de mi mamá en Renca, sentí pánico, porque prácticamente a Nicolás lo sindicaron de terrorista, igual que a todos los cabros”, cuenta Paola sentada en el living de su casa.

    Paola tuvo que comenzar a visitar la cárcel Santiago Uno para llevar las encomiendas semanales a Nicolás, algo que fue completamente nuevo, ya que anteriormente en su familia no existía ninguna relación con las cárceles o los reos.

    La primera vez que fue a la cárcel, se encontraba en la fila para poder entrar cuando madres de otros presos de la revuelta le preguntaron si es que ya le habían allanado la casa.

  •  No- respondió Paola exaltada. -¿Por qué? ¿Te allanan?, preguntó sorprendida y sin entender por qué le decían eso, aunque ya se imaginaba la respuesta.Aquella respuesta afirmativa de esas madres provocó más pánico en Paola, que volvió a la casa y fue directamente a la habitación de Nicolás para revisar si es que habían libros que pudieran posteriormente utilizar en su contra. Sacó de la casa todos aquellos libros que hacían alguna alusión a la izquierda, a la revolución o simplemente a la historia. Entre estos, libros que hablaban sobre Fidel Castro o el Che Guevara, entre otros.El día lunes 15 de febrero de 2021, el primero luego de la detención de Nicolás, Paola tuvo que hacer todos los trámites de enrolamiento, que es el procedimiento obligatorio que debe hacer cualquier persona para estar habilitada para realizar visitas a la cárcel. El día martes era la primera visita, así que tuvo que comprar zapatillas y ropa para Nicolás, la que le recomendaron que no fuera de marca.Realizar la encomienda semanal, para Paola significó un gran pesar. Esto debido a que le daba mucha tristeza que las únicas cosas con las que podía alimentarse Nicolás eran “comidas de cumpleaños”, es decir, ramitas, papas fritas, doritos, etc.Para poder sentir que acompañaba a su hijo en este proceso, Paola comenzó a comer lo más parecido posible a lo que sabía que Nicolás comía en la cárcel. Comenzó a tomar tres litros de agua a la semana, al igual que su hijo, a pesar de que ella se considera una persona “buena para tomar agua”. Si sabía que Nicolás comía papa, ella comía papa. Si sabía que comía naranja, ella comía naranja.Además de las cosas que ella podía dejarle a su hijo en la cárcel, adentro le daban mayoritariamente pan. Esto era completamente contrario a la alimentación que Nicolás tenía antes de estar preso, ya que es vegetariano. No hubo más hamburguesas de legumbres. Ambos comenzaron a adelgazar.“Al principio tenía miedo, no quería visibilizar a mi hijo, pero me destruía que saliera en las redes sociales, porque éramos personas normales, no éramos públicas. Me acerqué a otras mamás, ellas ya habían vivido así durante un año, así que me fueron aconsejando y me hicieron entrar a una organización en la que trabajaban por la Ley de Indulto”, recuerda Paola.Fueron distintas las acciones que llevaron adelante para llamar la atención del gobierno de Sebastián Piñera, entre estas, una de las más mediáticas fue cuando los familiares de presos de la revuelta decidieron colgarse del Puente Pío Nono y fueron detenidos por carabineros.Era el jueves 9 de septiembre de 2021 y Nicolás llevaba preso casi siete meses. Los integrantes de la “Asamblea de Familiares de Prisioneros Políticos de la Revuelta” se encontraban en el Puente Pío Nono desde las ocho de la mañana con el objetivo de paralizar el tránsito y llevar adelante un hecho mediático, por lo que fueron dos personas las que se colgaron del puente, en un acto que declararon como “medida desesperada”.

    Paola estaba con su distintiva polera gris que en el centro tiene una fotografía de su hijo y que lleva la consigna de “Ingeniero a la calle”. Con la mano izquierda agitaba una foto de Nicolás, mientras que con la mano derecha sujetaba un megáfono blanco con el que hablaba entrecortadamente debido a la mascarilla negra que llevaba en ese momento para protegerse del coronavirus.

    «Como oposición fueron capaces de firmar un tratado de paz y ahora no quieren poner en tabla la Ley de Indulto, nuestros hijos están en una zona de sacrificio, no solamente en Santiago, también de Arica a Punta Arenas (…) no habrá paz sin justicia”, gritaba Paola por el megáfono.

    Estaba parada delante del bloque que interrumpía el tránsito. Atrás de ella se encontraba todo el grupo con distintos lienzos y carteles con imágenes de presos políticos de la revuelta. “Libertad para Jesús, Matías y Benjamín”, decía uno de los lienzos, haciendo alusión a los prisioneros por el caso Hotel Principado. “Libertad para Cristian Cayupán, preso del estallido social desde el 21 de octubre de 2019, la Fiscalía, los Tribunales y el Estado de Chile han vulnerado los derechos humanos de un joven sin antecedentes, fue juzgado sin considerar pruebas”, indicaba otro lienzo.

    Lo que exigían los familiares de los presos de la revuelta era que Ximena Rincón, en ese momento militante de la Democracia Cristiana y presidenta de la cámara del Senado, pusiera en tabla el proyecto de Indulto General, el que ya había sido aprobado en la comisión de derechos humanos, de constitución y de seguridad pública, por lo tanto, tenía tres informes positivos. Que el proyecto fuera puesto en tabla estaba en las manos de Ximena Rincón, quién se declaraba “oposición” al gobierno de Sebastián Piñera.

    Sin embargo, el abogado y vocero de la asamblea de familiares, Jaime Fuentes, declaró que “la última información que tuvimos fue que está en el lugar 77 y eso lo consideramos que es impresentable”. Para la oposición, los presos de la revuelta no eran una prioridad.

    La acción de colgarse del puente Pío Nono tenía por objetivo presionar para que al otro día por fin se pusiera en tabla el proyecto de ley que liberaría a los presos de la revuelta. Esto debido a que a la mañana siguiente habría reunión del comité del Senado. Había jóvenes que llevaban más de un año y diez meses en prisión preventiva. Los familiares simplemente no aguantaban más, estaban desesperados.

    El sector donde se estaba realizando la protesta se llenó de carabineros de Fuerzas Especiales, los que llegaron en carros blindados, con escudos y protegidos con grandes cascos a reprimir a los manifestantes, que en su mayoría eran señoras mayores de 50 años. Incluso el GOPE llegó al lugar.

    “Habemos familia, parejas, hijos, padres. No aguantamos la situación. Los jóvenes están muy desesperados adentro, están desnutridos, tienen mala alimentación, psicológicamente están mal, nosotros también. Señora Ximena colóquese la mano en el corazón, si usted es madre me va a entender lo que le estoy diciendo”, declaró al medio El Ciudadano Jovita Guiñez, madre de Jesús Zenteno.

    Ese era el ambiente en la Calle Pío Nono, a solo pasos de la Plaza Dignidad, donde tantas veces habían ido a protestar por un Chile más justo. “No estamos todos, faltan los presos”, “ninguna democracia se puede levantar, sin acabar primero con tanta impunidad”, “aprobar, legislar, el indulto general”, eran los cánticos que entonaban los familiares.

    Mientras tanto los policías de Fuerzas Especiales fueron a sacarlos de la calle, pidiendo a los familiares que se subieran a la acera para poder activar el tránsito. El momento más tenso fue cuando los uniformados del GOPE se acercaron para sacar a los familiares que aún se encontraban colgados del puente.

    De manera violenta, entre gritos y escudos, mientras empujaban a los periodistas que se encontraban en el lugar, Carabineros detuvo a Pabla Denis, pareja del preso de la revuelta Cristian Briones y vocera del grupo. Detuvieron también a Rubén Rivas, familiar que estaba colgado del puente y a Paola Palomera, la madre del Ingeniero, quién no se encontraba colgada.

    “No pensé nunca que me iban a llevar presa y me asusté, me asusté mucho, nunca había estado en un carro de pacos, nunca en mi vida”, recuerda Paola.

    Inmediatamente fueron trasladados a la 19 Comisaría de Providencia donde, según cuenta Paola, los amenazaron y les dijeron que tenían que quedarse callados o los iban a acusar de maltrato a Carabineros. Además les dijeron que estarían detenidos toda la noche y que al otro día pasarían a control de identidad.

    Rápidamente distintas agrupaciones, organizaciones y medios de comunicación llenaron la calle sin salida en donde se encuentra la comisaría, exigiendo la libertad de los detenidos. Después de un rato los liberaron, lo que evidenció el sinsentido de la detención.

    Finalmente la votación de la Ley de Indulto quedó fechada para el 2 de noviembre, por lo que las y los familiares decidieron volver a realizar otra acción importante y decidieron hacer una huelga de hambre, la que comenzó el 27 de octubre, cerca de un mes y medio después de la detención en el Puente Pío Nono. Para que la Ley de Indulto fuera aprobada, se necesitaba a 22 senadores a favor.

    La derecha estaba absolutamente en contra de la Ley de Indulto, “no se aprobará, porque sería una pésima señal para el país”, dijo Iván Moreira de la UDI. Sin embargo, la oposición tampoco daba tantas buenas señales. “Éste no es el camino”, aseguró José Miguel Insulza, del Partido Socialista.

    En ese momento, el abogado Jaime Fuentes declaró a los medios que había cerca de 1.058 casos, de los cuales 120 eran arresto domiciliario total y 47 prisión preventiva. Entre estos últimos se encontraba Nicolás.

    Paola también fue parte de esta huelga de hambre, “yo no lo iba a hacer, pero había que hacer recambio”, esto debido a lo delicado de la salud de algunas madres de presos de la revuelta, que ya se encontraban con la presión alta.

    Al lugar donde estaban realizando la huelga de hambre llegaron convencionales, candidatos a diputados y senadores, el equipo de Gabriel Boric, Karol Cariola, Giorgio Jackson. Para Paola, solamente asistieron al lugar con el afán de utilizar a los presos de la revuelta para sus campañas políticas.

    Finalmente, cuando llevaban seis días de huelga de hambre y a tan sólo un día de la votación. Los familiares supieron una noticia desgarradora. La votación fue nuevamente aplazada.

    VI

    La visita de Gabriel Boric

    Era temprano en la cárcel de Santiago Uno y Nicolás Piña se sirvió un té para desayunar. Iba recién en el primer sorbo cuando el Mayor Flores lo llama.

  •  ¿Yo qué?- preguntó.
  •  Venga, por favor- y se lo llevaron.Días después, el 4 de agosto, Nicolás denunció a través de un recurso de amparo que gendarmería lo forzó y obligó a salir para conversar con los visitantes. En un principio, Boric, junto con Maite Orsini y Claudia Mix, iban a visitar a David Gómez, un joven preso de la revuelta que estaba encarcelado en Santiago Uno y que su madre había muerto durante su encierro, lo que provocó que David quisiera suicidarse más de una vez. Finalmente esta visita no era viable, así que pensaron en la mejor opción: Nicolás Piña. La visita del entonces Diputado de la República, Gabriel Boric, causó divergencias dentro de los propios presos de la revuelta. Había quienes no tenían problemas con que el político viniera a visitar a los presos en la cárcel, y otros que consideraban que no debería haber ido, ya que lo consideraban traidor tras haber firmado el Acuerdo por la Paz y haber votado a favor de la ley anti barricadas que se usó para formalizar a nuevos presos de la revuelta.Por esta misma razón, para cuando se reunieron con Nicolás, a Gabriel Boric ya lo habían insultado y agredido con un golpe de puño desde la entrada a la cárcel y en su ingreso al patio del recinto.Fue otro preso de la revuelta el responsable del golpe, justamente procesado por la ley anti barricadas. Nicolás asegura que esta información fue filtrada a la prensa por gendarmería.“La verdad, Gabriel, mira como te tratan. Sinceramente y de forma muy clara, ¿tú de verdad crees que los chiquillos van a conversar contigo, viendo la forma en la que te trataron? A tí te ven como la imagen representativa del pacto del 15 de noviembre, tu eres la cara visible de aquello”, fue lo que le dijo Nicolás a quién sería el próximo presidente de Chile.“David Gómez no es el único caso complejo, hay cabros de 20, 21 años, que ni siquiera tienen la conciencia de dónde están, asumen que aún están como en el colegio, hay que ayudarlos y no tan solo a David”, le explicó.Ante lo que Nicolás le explicó a Boric, éste respondió que iban a ayudar a los presos de la revuelta con la aprobación de la Ley de Indulto. Sin embargo, Nicolás, escéptico, le dijo una de las últimas noticias: que Piñera vetaría la ley de ser aprobada en el Senado, tal cómo el ex mandatario había declarado recientemente.
  •  No, sí hay posibilidades para revertir el veto- respondió Boric. Finalmente la Ley de Indulto nunca fue aprobada en el Senado.Cuando acabó la reunión, los diputados no volvieron a pasar por el patio y se fueron por la sala de visitas. Al rato, cuenta Nicolás, ya se había filtrado la noticia de que un preso había golpeado a Gabriel Boric. Al día siguiente, el viernes 30 de julio, Nicolás gestionó conseguir un lugar para poder grabar un comunicado, el que escribió junto con otros dos presos de la revuelta. Trece presos encapuchados aparecían en el video:“Comunicado de los presos políticos de la revuelta, C.D.P, Santiago Uno:Con respecto a lo sucedido con el diputado Boric, los presos no estábamos informados de su visita, nos parece una profunda falta de respeto que venga una persona que tuvo una participación activa en la promulgación del área represiva y el endurecimiento de las penas asociadas al estallido social. Hoy, viernes 30 de julio, nos bajan al patio con una hora de retraso aproximadamente. Como presos, advertimos al gendarme de turno que no lo queríamos recibir, que era probable que se diera una situación problemática. Ante lo cual, la autoridad decidió pasar por al medio del patio, en ese momento se produce la agresión de una persona imputada por la ley antibarricadas. La agresión es consecuencia de sus actos y la diletancia política que lo ha llevado a pactar con sectores que han propiciado las pésimas condiciones de vida que obligaron al pueblo a alzarse contra la injusticia, entre ellos son: el acuerdo nacional por la paz firmado en noviembre de 2019, la ley antibarricadas, ley anti saqueos. Esto no significa que estemos en desacuerdo con establecer comunicación con ellos o el diálogo, por el contrario, expresamos nuestra voluntad de construir una vía que asegure la libertad de miles de presos y presas por luchar, pero esto debe darse con interlocutores válidos, no cómplices de tanta injusticia, como lo es el diputado Boric.
    Arriba los que luchan”.Nicolás describe este momento, el de grabar este comunicado, como el generador de “una unión sorprendente, fraternal”, uno de los momentos de felicidad dentro de la cárcel, donde lo que más aflora es la angustia, la tristeza y la desolación.

    Allanamiento

    Sin embargo, la visita del candidato presidencial a la cárcel y el comunicado gestionado por Piña, trajo consecuencias para los presos de la revuelta del módulo 12. El sábado en la noche, los gendarmes allanaron el módulo, el allanamiento más difícil que tuvieron.

    En el mismo recurso de amparo en que Piña denunció que lo obligaron a recibir de visita a Boric, Nicolás aseguró que cuando fue el allanamiento “lo esposaron, siendo el único a quién se le accionó de aquella forma, y sin justificación alguna”. Además, que “se le colocó un foco de luz con propósito de cegarlo en sus ojos, preguntándole su nombre en reiteradas oportunidades, señalándole como “el es la clave, el objetivo”, y silenciándolo apenas intentaba preguntar qué pasaba y el motivo del trato que le estaban dando”.

    Este allanamiento, lo justificó gendarmería como “diligencias habituales, luego de que se detectan irregularidades, como la grabación de un video al interior del penal que posteriormente fue publicado en internet”.

    Según publicó el medio La Tercera, en el allanamiento gendarmería requisó distintas herramientas, artefactos electrónicos, entre otros elemenos. Paola desconfía sobre los resultados del allanamiento, ya que le parece raro y poco probable que en un módulo de cerca de 40 personas, hayan 72 teléfonos. Además denuncia que “no mostraron los libros de los cabros, no mostraron los juegos de ajedrez que tenían”.

    Además, los presos de la revuelta tuvieron problemas con los demás presos del módulo 12, ya que fueron culpados por el allanamiento de los gendarmes, situación que les hizo perder muchas de sus pertenencias, como celulares, que para poder conseguirlos resulta bastante caro, muchas veces cerca de 200 mil pesos.

    “Hubo una pelea, y tuvimos que salir a pelear todos, hubo sangre, cuchillas. Luego otro allanamiento. Estaban buscando a quién hizo el video, a quién se le ocurrió, quién hizo el comunicado y las gestiones”, cuenta Nicolás.

    Es por esto que Piña se encontraba en el ojo del huracán, tenía que estar muy atento, preocupado de que no le pasara nada.

    Paola ya sabía del allanamiento y de que podría estar pasando una situación así en la cárcel, “como van los diputados, les dejan la cagada con el negocio a los traficantes, ¿y quién más está en el negocio? Los gendarmes”, analizaba.

    “Fué el domingo más horrible que yo pasé en mi vida, pensaba que Nicolás podía estar tajeado”, recuerda Paola. Lo único que pedía era que Nicolás no se metiera en nada, que se corriera para atrás y que dejara que el que quisiera pelear lo hiciera. Ese miedo también estuvo presente el día lunes. Tras esta pelea fue que interpusieron el recurso de amparo.

    Ganarse el respeto

    Anteriormente, Nicolás ya había realizado otros comunicados, e incluso había escrito una carta a la Convención Constitucional, la que inició el 4 de julio con una gran protesta en donde los familiares, junto con distintas agrupaciones y organizaciones, marcharon hasta el ex Congreso Nacional para exigir a la Convención que liberara a los presos de la revuelta, o que al menos, se negara a iniciar con presos políticos. Los convencionales sólo se limitaron a redactar una declaración en apoyo.

    De todas formas, luego de toda esta situación provocada por la visita de Gabriel Boric a la cárcel, la que no tuvo ninguna repercusión positiva para los presos de la revuelta, puesto que ni siquiera fueron liberados por la ley de indulto, Nicolás fue ganándose cierto respeto dentro de la propia cárcel.

    Uno de los factores que fueron incidiendo en que Nicolás fuera ganándose el respeto entre los demás presos, fue el talento que tiene para el fútbol. Ganó cinco campeonatos y dos veces salió segundo lugar. Aún conserva las medallas.

    A través del fútbol conoció a distintos personajes de la cárcel, por ejemplo a los integrantes de la banda “Los Risas”, un grupo de narcotraficantes que son catalogados como uno de los más peligrosos y violentos del país. También conoció a la banda de la Operación “Robo del Siglo”.

    “Los tenía vueltos locos, metía hartos goles, salvé harto al equipo para ganar campeonatos. Era entretenido”, recuerda Nicolás.

    Los equipos eran de siete jugadores, ya que a veces pasa que algunos presos tienen que ir a tribunales y se ausentan de los partidos. Lo mismo pasa a veces cuando hay presos que salen en libertad. Así Nicolás comenzó a formar parte de un equipo, cuando quedaron con un jugador menos porque uno de los integrantes terminó su condena.

    Nicolás fichó para este equipo a Francisco Hernández, alias “Tablón», otro preso político de la revuelta. Juntos, salieron campeones.

    Los campeonatos eran aproximadamente una vez al mes, aunque a veces también salían partidos. Al principio, cuando Nicolás estaba en el módulo 3, jugaba todos los días a la pelota. Luego, cuando llegó al módulo 12, no tenía la confianza para llegar y jugar inmediatamente, así que de a poco fue participando de los partidos.

    Las piernas las tenía moradas, verdes y amarillas. Pero había que aguantar, “nada de andar llorando, esta hueá es a lo choro”, cuenta Nicolás.

    Comenzó a jugar en el equipo de “Los Porteños”, que eran unos presos que venían de Valparaíso, condenados por un homicidio. Se fue a este equipo, debido a que se cansó de jugar con “los bombas”, que era como les decían a los presos de la revuelta del módulo 12.

    “A los cabros yo de repente los retaba, “ya pos hueón, marca ahí”, les decía, y se enojaban. Si los cabros todos tienen sus hueás, son todos irreverentes, no les gusta que los manden”, cuenta Nicolás.

    “Hueón párate ahí”, “tení’ que ser ordenado para jugar”, les decía Nicolás. “Es que yo no soy ordenado”, le respondían. Así que decidió salirse del equipo. “Que voy a andar jugando con giles culiaos que andan llorando, tenis que saber jugar fuerte”, recuerda que les decía a sus compañeros.

    Porque para Nicolás, jugar a la pelota no es cualquier cosa, es algo apasionante y donde entrega todo de sí. “Tení’ que ponerle color”, dice.

    “Buenos partidos hicimos, buenos partidos. A veces es entretenido, a veces partidos complicados, peleas de repente salían por ahí, en las finales un par de peleas salieron, pero entretenido. La pelea queda ahí no más, y al otro día tení’ que verte con el hueón, si estai’ dentro. Si jugamos acá, al hueón no lo vei’ en un mes más, pero adentro lo vei’ al día siguiente, tení’ que bancártela no más, era”, explica Piña.

    Aquí ninguno es juez

    Poco a poco el módulo 12 se fue desocupando, muchos comenzaron a salir en libertad y otros fueron condenados. Francisco Hernández, Cristian Cayupán, varios de la población Lo Hermida. Condenados.

    Al final solo quedaban tres presos de la revuelta en el módulo 12 que iban por bombas mólotov. Iban quedando pocos, entre ellos, Matías Giordano y Daniel Bustos. Éste último fue condenado a 12 años por la quema del Metro San Pablo. “Con cuea sabe prender un cigarro, cómo va a saber prender un metro, te lo digo sinceramente, no tiene la capacidad intelectual como para prender esa hueá, entró solo a robar unas hueás y se lo cagaron, 12 años preso va a estar ahí”, dice Piña.

    Una de las cosas que iban quedando eran los libros. ¿Qué se hacía con ellos? Se preguntaban los pesos de la revuelta que aún quedaban, entre ellos Nicolás. “No le vamos a dejar a los violadores los libros que son buenos po’, que son de corte marxista o anarquista”, dice Piña.

    También se acercaba la libertad para el Ingeniero, así que para que no se pierdan, le propusieron quedarse con todos los libros, debido a que en la cárcel ocupan las hojas para hacer boquillas para poder fumar. De hecho, cuenta Nicolás, que dentro de la cárcel también hay una biblioteca que es de gendarmería, y que también tiene libros interesantes de literatura universal, como por ejemplo libros de Julio Verne. Esos libros también se van destruyendo.

    “Da pena, mejor pa’ afuera. Los violeta o los ex paco no leen, es muy raro que unos hueones lean”, explica Piña. Es por eso que muchos de los libros que tenían dentro de la cárcel ahora forman parte de la gran biblioteca en su habitación.

    A pesar -y debido a- todas las vivencias en la cárcel de Santiago Uno, Nicolás asegura que tiene vínculos bastante fuertes con algunos presos, ya que vivieron cosas bastante complejas. Enfermedades, problemas familiares y situaciones tormentosas. En todas esas cosas uno necesita contención y apoyo, explica Nicolás.

    Por ejemplo, si estando afuera “tienes un problema con tu polola, ¿qué haces? salir a la calle, salir a andar en bicicleta, subir el cerro, ir a la playa, distenderse. Pero adentro, ¿uno que hace? te pegai cabezazos en la muralla, nada más, no tení’ otra. Si se muere tu papá o tu mamá, si se te enferman tus hijos, cabezazo nomás”.

    Pero no solo formó vínculos con presos de la revuelta, sino que también con presos que venían por otras causas. “No toda la gente que viene de ahí es mala, compadre, y la pasan mal por errores”, explica Nicolás.

    De hecho, cuenta que conoció algunos casos llamativos sobre presos que llegaron a cumplir condena a Santiago Uno por delitos que, desde su punto de vista, no eran motivo para estar en el mismo lugar que violadores o narcotraficantes. Por ejemplo el caso de un hombre de más de setenta años que había heredado una escopeta y que nunca inscribió a su nombre, por lo tanto fue preso. Otro caso de una persona que hizo una detención ilegal porque alguien entró a robar a su negocio, pero que otra persona lo asesinó, “un uniformado”, cuenta. Otra gente que llegó por “estafa a sociedades comerciales”, entre otras.

    Con los violadores no se relacionaban mucho, tampoco con ex uniformados o ex gendarmes que estaban presos. Según Piña, la mayoría llegaban por tráfico de drogas. “Caen en la tentación del traficante y empiezan a entrar drogas, que es un negocio bastante apetecible para ellos, en un día pueden ganarse 400, 500 lucas. Y trabajan 30 días, imagínate”, dice el Ingeniero.

    Además cuenta que los presos de la revuelta, los llamados “bomba”, no respetaron algunos de los códigos que se dan en la cárcel. Por ejemplo, en la cárcel no se le puede dar la mano a un homosexual.

    Una vez llegó una persona a la cárcel por el delito de saqueo y durmió en la pieza de un preso homosexual. Cuando trasladaron a “los bomba” al módulo 12, “algunos se la quisieron pudrir”, dice Piña. “No, él durmió conmigo, yo le dí la llegada”, dijo Nicolás para defenderlo.

    Así Nicolás conoció a Brunito, “un cabro piola”, dice, que estuvo un mes preso por robo en lugar no habitado, un primerizo.

  •  Ya, cuéntame la verdad, ¿andabai’ robando?
  •  No- respondió
  •  Aquí teni’ que decir la verdad, humildemente, hayai’ hecho algo malo o no, aquí no te podemos juzgar porque ningún culiao es juez, todo lo contrario.
  •  La verdad es que entré a robar unos tallarines y unos chocolates para mi polola.
  •  ¿Qué tallarines?
  •  Unos maruchán, queríamos comer.
  •  ¿Y por esa hueá?- preguntó Nicolás, sorprendido. -Ya, no le digai’ a nadie porque te van a agarrar pal hueveo, por cualquier hueá, andabai’ robando harto, ¿ya?-

*Fuente: LaIzquierdaDiario

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