Partido de la Gente: Ni líder ni influencer
por Yasna Lewin (Chile)
1 año atrás 7 min lectura
16 de noviembre de 2022
Publicado originalmente el13/11/2022 – 06:00
Sabía usted que el nuevo Presidente de la Cámara de Diputados, Vlado Mirosevic, quiso “regalarle Arica a los incas”? Esta absurda alusión a los fantasmas de la plurinacionalidad fue parte de una diatriba del líder del Partido de la Gente, Franco Parisi, durante la última edición de su programa “Bad Boys”. Estaba indignado por la división de su bancada en la votación de la mesa de la cámara y, tal vez por eso, confundió al pueblo Aimara con el imperio precolombino desaparecido en el siglo XVI; además de insistir en las falsedades que propagó durante la campaña del plebiscito.
Pero tuvo otras confusiones, como equiparar un programa de YouTube con el tribunal supremo de su partido, decretando castigos contra los diputados Francisco Pulgar, Karen Medina, Rubén Oyarzo y Gaspar Rivas, por votar en contra de la oposición. “Tienen que haber sanciones, es lógico, es ineludible, dañaron el partido porque pusieron sus intereses primero”, dijo Parisi, aclarando eso sí, de modo bastante forzado, que sus palabras eran solo una “suposición”, porque no le correspondía ni estaba informado de las decisiones.
Fue un enojo justificado, pues el quiebre de la bancada del PDG sepultó el proyecto de partido bisagra, que dotaba a esta peculiar formación política de un estrellato para cualquier negociación parlamentaria, lo que a su vez redituaba a Parisi un liderazgo de larga proyección. Alternar alianzas con la derecha y el gobierno determinando resultados legislativos permitía mantener la conveniente imagen de partido de centro. Sin embargo, la falta de talento político y ciertos rasgos autoritarios que no se le conocían a Parisi, fueron profundizando el conflicto hasta llegar a una crisis que terminó con denuncias ante la PDI por falsificar el reglamento de la bancada.
Poco antes del quiebre, el economista había urdido una exitosa operación política que ampliaría su influencia, a través de la coaptación de dos figuras atractivas para su base de apoyo, como la diputada Pamela Jiles y el alcalde Rodolfo Carter. La alianza de los tres liderazgos populistas los potencia recíprocamente, pero solo es sostenible con un PDG gravitante en el escenario político, lo que ha quedado en vilo.
La escasa densidad política de los “pedegenistas” -así les gusta llamarse- no es un misterio, lo retrata su nombre, sus principios y las características de su líder. Durante la campaña presidencial de 2021 Parisi fue interrogado reiteradas veces por su ausencia del territorio nacional.
La receta de la democracia digital es un complemento que hace muy eficaces los procesos de consentimiento verificado, pero no sustituyen la deliberación y el vínculo con los representantes. La democracia se envilece si el instangram live sustituye la deliberación. Para qué convocar a un Congreso, un Consejo General o un Pleno de Comité Central si con un par de clicks se ahorran largas horas de reflexiones colectivas. Para qué votar si podemos hacer un like. Para qué deliberar si el algoritmo resuelve nuestras preferencias. Para qué elegir líderes si tenemos influencers.
En una de esas ocasiones respondió a su entrevistador: “usted confunde el periodismo con la política”. Intentaba explicar que, a diferencia de los reporteros que concurren a terreno para verificar los hechos, su manera de vincularse con la base social se funda en la “democracia digital”. Pero el confundido era el entrevistado, no el periodista, porque la democracia requiere interacción entre la ciudadanía y sus representantes, basados en experiencias táctiles, tan presenciales como toda vida en comunidad, con emociones, abrazos, selfies y sobre todo confianza basada en el conocimiento directo que no son posibles en la virtualidad.
Muchos políticos ensucian sus zapatos para mostrar su cercanía con la comunidad y su “trabajo en terreno”. De hecho esa ha sido la clave del aprecio ciudadano por los alcaldes y alcaldesas.
Pero Parisi calza zapatos bien lustrados, difunde su mensaje en YouTube y se nutre de “la gente” mediante las redes sociales, lo que hasta ahora le ha dado buenos resultados. Y la fórmula del éxito se replica a través de los mecanismo decisores de su partido, con consultas digitales en las que sus militantes hacen click sobre alguno de los enunciados que les ofrece el comunity manager. Es decir, un contacto únicamente telemático, como el que sufrimos durante la pandemia, con aquella “distancia social” que destruyó la convivencia en comunidad, la formación educacional, la salud física y la estabilidad mental de la humanidad.
La receta de la democracia digital es un complemento que hace muy eficaces los procesos de consentimiento verificado, pero no sustituyen la deliberación y el vínculo con los representantes. La democracia se envilece si el instangram live sustituye la deliberación. Para qué convocar a un Congreso, un Consejo General o un Pleno de Comité Central si con un par de clicks se ahorran largas horas de reflexiones colectivas. Para qué votar si podemos hacer un like. Para qué deliberar si el algoritmo resuelve nuestras preferencias. Para qué elegir líderes si tenemos influencers.
La banalización del proceso democrático del PDG también se plasma en su declaración de principios, un amplio abanico de vaguedades que evita a sus militantes el tedioso proceso de identificación ideológica. Se define como “una propuesta ciudadana” que adopta “una postura independiente y transversal, buscando como eje común los elementos que nos unen como ciudadanos, por sobre nuestras diferencias”. O sea, si usted adscribe al “eje común” de aquello “que nos une”, allí está su lugar ¡llame ahora, llame ya!
Según lo explicita la propia denominación, los intereses del PDG son los de la gente, los ciudadanos. Eso que llamamos intuitivamente populismo y que los politólogos que más lo han estudiado, Cas Mudde y Cristóbal Rovira, definen como “una ideología delgada, que considera a la sociedad dividida básicamente en dos campos homogéneos y antagónicos, el pueblo puro frente a la elite corrupta, y sostiene que la política debe ser expresión de la voluntad general del pueblo”.
Usando esos conceptos, la ideología delgada del PDG se basa en la voluntad general de la gente, que es lo mismo que el pueblo pero suena mejor y otorga más estatus. Y quién es la gente; al decir de Mudde y Rovira “la definición de pueblo suele ser integradora a la vez que divisoria: no sólo se trata de unir a una furiosa y silenciosa mayoría, sino que también intenta movilizarla contra un enemigo definido, el establishment, por ejemplo”. Aunque en el actual escenario post plebiscito el enemigo parece ser la amorfa e indeterminada figura del “octubrismo”.
Nada más lejano de lo que Max Weber caracteriza como partidos de ideología que “se proponen la implantación de ideales de contenido político en la sociedad y en el Estado”. Nada más opuesto a lo que pensaba Antonio Gramci, que “los partidos son expresiones organizadas de los intereses sociales”.
El presidente del PDG, Luis Moreno, no habla de proyecto político sino de metas y misión, dos conceptos gerenciales que desde mediados del siglo pasado se usan en las planificaciones estratégicas de las compañías. En la introducción de su programa de gobierno Moreno declara “nuestra primera meta es lograr que la gente se identifique y confíe en nosotros, para luego, dar rienda suelta al objetivo central y fundamental de nuestra misión, ese es: alcanzar a ser un país de ciudadanos unidos e independientes”.
¿Unidos en torno a qué? ¿independientes de quién? Para responder a esas preguntas no basta la “ideología delgada” del populismo, se requiere un marco teórico de referencia mayor. Como dicen Mude y Rovira, hace falta una cosmovisión que sea anfitriona para darle consistencia a un proyecto populista. En algunos casos la cobertura ideológica puede ser de izquierda, como el fenómeno del chavismo; en otros suele ser la ultraderecha, como Trump y Bolsonaro; en el caso del PDG es el neoliberalismo, aunque mal dotado de calidad técnica y bastante feble en su consistencia valórica.
La política tradicional –eso que el populismo moteja de “élite corrupta”- tendrá que pensar más de dos veces cuando recurra al PDG, porque se juega la integridad de la Democracia. Hay que escoger entre el debate razonado de un foro político y la vulgaridad frívola de un programa de YouTube.
*Fuente: Interferencia
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