La vieja política está en el basurero de la historia
por Enrique Villanueva Molina (Chile)
4 años atrás 7 min lectura
20 de mayo de 2021
La buena noticia es que al fin las cosas empiezan a decantarse a favor del pueblo, porque sin lugar a dudas que Chile cambió, pero no de la noche a la mañana, lo que es necesario decirlo, el momento que estamos viviendo hoy, es fruto de la decisión y del trabajo de cientos de jóvenes, nuevos liderazgos que poco a poco se fueron organizando en el mundo estudiantil, en los territorios y poblaciones, generando conciencia en el pueblo e interpretando la necesidad expresada por la mayoría de liberarse del modelo neoliberal que nos oprime y que nos empobrece.
Su visión y sus objetivos se anidan allí y en su vocación de cambio, de poder, separándose de los estilos y supuestos políticos falsos que por años construyeron los partidos políticos que administraron el Modelo neoliberal, la derecha y la concertación, insertos en las estructuras empresariales y en los negocios que asentaron la desigualdad el abuso y la corrupción.
Entonces la pregunta obvia es, que derecho tienen los dirigentes del buque concertacionista, totalmente aislado y que se hunde, para exigir acuerdos políticos al viejo y repudiado estilo, a estos nuevos liderazgos, si son ellos los que ( en palabras del ex ministro Roberto Pizarro ) “fueron enviados al basurero de la historia”, identificados y condenados por el pueblo por el rol que cumplieron, de sirvientes de los ricos, en desmedro del pueblo empobrecido el que hoy sufre el rigor de la pandemia sin apoyo del Estado.
Los liderazgos construidos desde sus bases sociales bien posicionados y reconocidos por la gente, por las chilenas y chilenos, están haciendo política con identidad, es decir desde el interés social y político de cambiar las cosas. Esto hace la diferencia porque se apartan de ese quehacer político subordinado a la racionalidad económica y al mercado, con el cual se diseñó un mapa político falso del pais, engañoso, presentando a la derecha pinochetista como la centro derecha y a los que se corrieron de la izquierda “al centro”, abandonando historia y principios, se autocalifican como “centro izquierda”.
Esto es lo que la vieja política no entiende o no quiere entender, se niegan a mirar el país con los ojos de los chilenos y chilenas que trabajan, de los jóvenes que ya tienen hipotecado su futuro, apresados en la desigualdad social, una de las más grandes del planeta. No son capaces de reconocer que en sus gobiernos desangraron al pais, mercantilizando y arrebatándole sus riquezas, transformando al Estado en un instrumento subsidiario de los intereses de los grandes empresarios y banqueros.
Entonces sí, Chile cambió y como todo cambio éste genera una inevitable confrontación entre lo viejo y lo nuevo, una realidad que no permite establecer por ley o decreto coaliciones políticas, acuerdos políticos instrumentales, acuerdos pre-elecciones para luego repartirse el Estado, pasando el poder de unas manos a otras sin cambiar el modelo económico y el modelo de pais. Por eso es que en el nuevo escenario político ya no es posible repetir el modelo de los últimos 40 años, intentar unir a los viejos dinosaurios de la concertación moribundos si, pero sobreviviendo, con quienes irrumpieron en el escenario político con el claro objetivo de cambiar el modelo económico y crear un nuevo sistema político, haciéndose eco del sentir ciudadano que hoy exige sus derechos.
En este sentido el resultado de las últimas elecciones es el inicio de la historia, por lo cual el pequeño motor que movilizó a quienes se manifestaron, tiene la gran tarea de continuar concientizando y entusiasmando a un amplio arco de votantes que se quedaron en sus casas. Lo nuevo emergió, pero no puede paralizarse, las elecciones son circunstanciales, la tarea hoy es continuar en el trabajo directo, construyendo organización con los sectores populares, es allí donde van a seguir creciendo y consolidándose los nuevos brotes de cambio.
Además, está presente una vez más, el desafío de neutralizar el anticomunismo, propagado a través de la elite económica, por las corrientes políticas conservadoras, por la iglesia, por partidos de la propia izquierda chilena y la DC, incluyendo a las FFAA. Instituciones en las cuales se construyó, en los años 60, basados en el anticomunismo, la idea de un enemigo interno, definiéndolo como aquel que actuaba como o era parte de una fuerza destructora, que contradice el concepto aprendido de nación como una realidad suprema, única e indivisible.
En la otra cara de la moneda las elites políticas y los partidos que gobernaron Chile en los últimos 40 años, sus dirigentes, se ven nerviosos, pero no se sienten derrotados, lo que están haciendo es buscar nuevos espacios donde puedan reproducirse, saben que su ciclo de poder terminó, pero eso no significa que van a desaparecer. Ellos y ellas saben que en medio de la crisis necesitan vigorizarse y renovarse, recogiendo nuevos elementos de quienes les impugnan, el mensaje del pueblo, pero como viejos tiburones de la política en estos momentos de la decadencia de la elite, se las arreglan para seguir viviendo.
Son los defensores del Chile aparente, el de la infraestructura moderna construida con una visión centralista, con centros de negocios muy lucrativos, promocionando una imagen atractiva para el inversionista, quienes pueden desarrollar sus negocios pagando o poco o pagando nada en impuestos. Este es el pais que defienden y por eso son rechazados, porque gobernaron sin reconocer las urgentes y legítimas aspiraciones de los y las chilenas, desconocieron el potencial de un pueblo en rápido crecimiento, lleno de figuras jóvenes de talento que hoy emergen reclamando un lugar y un cambio necesario, tanto en las artes como en la ciencia, el pensamiento y la política.
Así entonces basta ya de cuentos neoliberales, se empieza a construir un nuevo pais, escribiendo la nueva Constitución, responsabilidad que recae en los recién electos Constituyentes, representantes de una diversidad política y cultural que es muy positiva, una misión clave para el pais, una constitución cuya validez radica en su ratificación a través del ejercicio de la soberanía popular. El desafío no es menor, porque no será solo en los discursos, ni en los egoísmos sectarios donde florezca el proceso de lucha por transformar la sociedad, será también en las calles, en la lucha popular y social donde palpite la posibilidad de que los actores diversos, fragmentados, se encuentren y reconozcan a sí mismos.
Es allí donde tenemos que encontrarnos los chilenos y chilenas, como parte de un colectivo mayor, y en donde se vayan todos y todas descubriendo como protagonistas, con capacidad plena para decidir nuestros destinos, y organizarse para ello, constituyéndonos, articulándonos como sujetos sociales e históricos.
Es aquí donde el cambio que estamos viviendo es muy alentador, porque se fortalece la soberanía y el poder popular, lo que facilita el despliegue de la independencia de pensamiento y acción, construyendo socialmente la liberación individual y colectiva. Punto desde donde surge otra de las tareas centrales, la reconstrucción de la memoria histórica, para hacer de los derechos humanos una sólida base de la futura democracia.
Finalmente, no caben dudas que para continuar avanzando se requiere de una mayoría nacional social que apoye los cambios y que participe en este proceso, esa mayoría está en el mundo independiente, está en millones de ciudadanos y ciudadanas militantes y no militantes, está en la calle en las movilizaciones populares, en el parlamento, en los gobiernos locales y regionales, en el mundo estudiantil, intelectual y del trabajo. En este sentido el camino iniciado reclamando una unidad estratégica, entre los movimientos populares y la izquierda política organizada es un avance, pero si esta es capaz de sumar participación hasta constituir una mayoría necesaria.
Por otro lado, el cambio real no se produce sin cambiar las instituciones, es preciso intervenir en ellas, objetivo en el que confluyen los recién elegidos alcaldes y alcaldesas, gobernadores, cuyo aporte será fundamental en un pais hiper centralizado y con un Estado despreciativo de la importancia local y regional.
Es indispensable ganar elecciones y gobiernos, pero no hay cambios sin movilización social popular permanente.
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