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¿El fin de Chile Vamos?: el fantasma del desfonde de la coalición

¿El fin de Chile Vamos?: el fantasma del desfonde de la coalición
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Que Chile Vamos se disuelva es cuestión de tiempo. Lo lógico es que esto ocurra previo a las elecciones de 2021, una vez que el tablero político esté redefinido. Pero no descarto que, con posterioridad al plebiscito de abril, las cosas se pongan muy complicadas al interior de la alianza de derecha. No será fácil recomponer las confianzas después del quiebre entre los que han estado en posiciones tan encontradas. Sin embargo, más allá de lo formal, el conglomerado oficialista ya está en la práctica muerto. Desalineados, lejanos, mirándose con recelo, faltándose incluso el respeto, solo resta el réquiem final. Y, claro, a medida que se acerquen las elecciones, intentarán todos huir del Gobierno para no verse contaminados por este.
La regla no hace excepciones. Y dice que es muy poco probable que una coalición oficialista logre sortear una crisis tan profunda como la actual. Qué mejor ejemplo que la historia vivida en la vereda de enfrente por la otrora Concertación y luego Nueva Mayoría. Y aunque el caso de la centroizquierda fue menos dramático y más gradual que el actual, terminó por dividir a un bloque que tuvo su momento de gloria a comienzos de los 90, pero que fue incapaz de sostener el liderazgo, la unidad y, menos, adaptarse a los tiempos. El cambio de nombre fue el mejor reflejo de esos intentos desesperados de maquillar una marca golpeada por el mercado, pero respecto de la cual los clientes descubren rápidamente que el producto, incluso, ha bajado su calidad.
Tan dramático fue el golpe para la antigua Nueva Mayoría –de perder estrepitosamente la elección a manos de Sebastián Piñera–, que no logró sobrevivir un día a esos comicios. Antes que se apagara el último foco de la puesta en escena en que Michelle Bachelet repetía en cámara, por segunda vez, el saludo a su antecesor, en la coalición ya no quedaba nadie.
Claro, la crisis venía arrastrándose desde Caval en adelante, cuando la entonces Presidenta comenzó a caer rápidamente en las encuestas, apenas diez meses después de haber asumido. De ahí en adelante, la Nueva Mayoría comenzó a tensionarse, a dividirse. La Democracia Cristiana optó por la vía propia, aún estando dentro del conglomerado. La tensión entre Teillier y el resto se hizo evidente, hasta que la aparición del Frente Amplio terminó por condimentar la última cena. A la elección de 2017 llegaron totalmente divididos, pese a los pactos basados en el pragmatismo por las exigencias que impone el sistema electoral.
Si la historia anterior le suena como un déjà vu, es porque basta cambiar a los actores para comprobar que lo que vive Chile Vamos es muy similar a lo que pasó con la ex Nueva Mayoría, aunque con una gran diferencia: el nivel de desaprobación de Piñera logró un récord histórico desde que se realizan encuestas políticas, no solo en Chile, sino además en Latinoamérica –superando a Dilma y Toledo–, la coalición vive un momento de tensión máxima, y, además, vienen dos años de elecciones, incluido un plebiscito clave para el país. La descomposición del conglomerado de derecha es evidente, sumado a que la figura de José Antonio Kast –hoy autodeclarado “opositor”– provoca una mirada de simpatía en el gremialismo, que es inversamente proporcional a la desafección que tienen con Piñera.
Los roces, disputas y conflictos al interior de Chile Vamos van en aumento. La crisis terminó por evidenciar las diferencias profundas entre sus tres integrantes. Partiendo por el hecho de que Evópoli reemplazó a la UDI como el partido de cabecera, recibiendo los misiles desde el gremialismo, los que apuntaron directamente a Blumel. La guerra además se extendió a La Araucanía en el affaire Hasbún vs. Molina –el diputado calificó de “loca de patio” a la presidenta de la UDI–, que tuvo como represalia que diputados gremialistas pidieran la destitución del ministro (s) de Cultura en el verano. La pelea personal que tienen Desbordes con Van Rysselbrghe ha subido de tono, con descalificaciones mutuas e ironía propia de un matrimonio quebrado. Por su parte, RN dividido por el plebiscito y Allamand embistiendo contra Blumel y Desbordes. Sumemos a todo esto el desembarco voluntario de Ubilla, Atton y Cubillos.
La semana pasada, el oficialismo volvió a sufrir una fractura. Pese que unos días antes el Presidente Piñera había convocado a las directivas de los tres partidos para firmar la “pipa de la paz”, por enésima vez, y luego del acuerdo de votar “alineados” en futuros procesos, la aprobación de la paridad de género en el Parlamento –gracias a los votos de RN– provocó la indignación de la timinel de la UDI. Los acusó de faltar a la palabra, dijo estar desilusionada, dolida e, incluso, hizo una interpretación psiquiátrica de la conducta de sus pares. Desbordes se la devolvió de la misma forma, aludiendo a que la senadora tenía un problema complejo con JA Kast. Pero este round no es nuevo, se arrastra por meses y ha tomado un curso muy personalizado. No se soportan Mario y Jacqueline.
El otro que ha estado bajo fuego es Gonzalo Blumel. El ministro del Interior ha sido duramente criticado en privado y en público por sus “socios” de la UDI por la falta de orden público. Claro que, de fondo, Blumel ha debido pagar los platos rotos porque los gremialistas perdieron un puesto estratégico en el Gobierno con la salida de Chadwick. Pero también fue cuestionado por quien se ha convertido en un duro y extremo de la derecha: Andrés Allamand. Nada queda del hombre moderado y liberal que se la jugó por los consensos en la transición. El senador no ha tenido ninguna finura para atacar también a dirigentes de su propio partido, en una jugada que fuentes de su colectividad aseguran que sería una estrategia para tomar el control del partido, posicionarse en el voto más tradicional y proyectarse como un futuro presidenciable en 2025.
Así las cosas, tenemos a Evópoli enfrentado a la UDI, Renovación Nacional en guerra con los gremialistas, presidentes de las colectividades que no se saludan, partidos que se autocongelan, diputados de tratan de “loca de patio” a JVR, a un Allamand que dice que quienes votan por Apruebo están con la violencia, pese a que un porcentaje no menor de su partido tienen esa postura, además de la mayoría de los alcaldes de la coalición, partiendo por el mejor posicionado en todas las encuestas –Joaquín Lavín–, que es militante UDI. Y, por supuesto, una cada vez más escasa disciplina para seguir los consejos legislativos del Presidente Piñera, tal como le ocurrió a Bachelet en su segundo período.
El drama de Chile Vamos no es solo ser parte de un Gobierno a la deriva y sin apoyo ciudadano, sino de una colectividad que proyecta una tremenda incomodidad entre sus integrantes por ser parte de ese conglomerado. Pareciera que entre los tres partidos no se tienen afecto y, menos, confianza. Y es lógico, porque ya no cuentan con un proyecto común que los una. Del programa original de los “tiempos mejores” no queda absolutamente nada. De esa megalómana idea respecto a que Piñera volvía para ser “el mejor Presidente de la historia” y que la derecha se instalaba mínimo por dos períodos en La Moneda, menos.
Que Chile Vamos se disuelva es cuestión de tiempo. Lo lógico es que esto ocurra previo a las elecciones de 2021, una vez que el tablero político esté redefinido. Pero no descarto que, con posterioridad al plebiscito de abril, las cosas se pongan muy complicadas al interior de la alianza de derecha. No será fácil recomponer las confianzas después del quiebre entre los que han estado en posiciones tan encontradas. Sin embargo, más allá de lo formal, el conglomerado oficialista ya está en la práctica muerto. Desalineados, lejanos, mirándose con recelo, faltándose incluso el respeto, solo resta el réquiem final. Y, claro, a medida que se acerquen las elecciones, intentarán todos huir del Gobierno para no verse contaminados por este.
Pero, sin duda, lo que los candidatos no harán –como era tradicional– es tomarse una foto con Sebastián Piñera para esos afiches de campaña en que se proyectaban respaldados por el Mandatario. Aunque en una de esas podría servir al revés.
*Fuente: El Mostrador

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