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Cecilia Vicuña: “El Chile que yo llevo adentro dejó de existir porque fue asesinado”

Cecilia Vicuña: “El Chile que yo llevo adentro dejó de existir porque fue asesinado”
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25 de Septiembre, 2019

 

Cecilia visitó Santiago entre julio y agosto. Se instaló en el hogar de sus padres de 92 años que habitan una casa grande en Vitacura: quería acompañarlos, sabe que su muerte está a la vuelta de la esquina. La artista vive hace casi 40 años en Nueva York, un lugar en el mundo donde ella jamás pensó que habitaría y, sin embargo, encontró un público que la aprecia y valora. Su obra artística ha pasado por los mejores museos del mundo (MoMA, Tate Modern y El Guggenheim, entre otros) y en éste, el lugar donde nació y se desarrolló, con suerte dice, puede encontrar alguno de sus libros. Es pequeña, de voz infantil y de una presencia poderosa. Seguirle el ritmo es difícil y entender lo que dice, más. No porque sea rebuscada, sino porque siempre duele escuchar su verdad. En Chile presentó “Minga del cielo oscuro”, una exposición que se mantendrá vigente hasta enero del 2020 en Centro Cultural España. En conversación con The Clinic, hablará acerca de la imposibilidad de volver a un país que ya no existe, de la esperanza que aún guarda en los jóvenes y dará, sin querer, algunos consejos para abrazar el caos como única certeza.

-Volver no significa nada, porque es imposible volver. En el sentido de que el Chile que yo llevo adentro dejó de existir, porque fue asesinado, fue exterminado. Entonces yo vuelvo permanentemente a una imagen virtual que yo considero el potencial de lo que Chile podría volver a ser. Y eso lo encuentro permanentemente en gente joven que contra viento y marea sigue luchando, con gente anciana que también sigue luchando. Porque el Chile actual, el Chile que uno ve en la calle, es horroroso. Entonces, a eso, yo no puedo volver.

¿Qué cosas que te hacen pensar en el horror que habitamos todos los días?

-Cuando tú te subes a un bus chileno, no van seres humanos exactamente en ese bus, sino que van seres atrofiados, seres abusados, seres inflados por una comida venenosa, seres desesperados que ya tiraron la esponja, y que van todos o casi todos semi drogados o dormidos. Eso antes no existía, porque la gente ahora se ve obligada a trabajar de una manera esclavizante y por un salario abusivo. Y todo para lograr algo imposible: un bienestar. Entonces es como vivir una gran mentira y esa mentira genera odio, rabia, ira, indiferencia y autodestrucción.

Porque el Chile actual, el Chile que uno ve en la calle, es horroroso. Entonces, a eso, yo no puedo volver ”.

Ayer hice un viaje en micro de una hora a propósito. Me habría podido ir en taxi, pero la verdad es que lo hice propósito para sentir eso, para ser parte de eso, porque sin eso, ¿en qué está un poeta? Si un poeta no está en ese sentir colectivo, por más que ya nadie piense en el colectivo, significa que la idea del colectivo ha sido eliminada. Eso lo encuentro horroroso, porque cuando ese Chile colectivo existía, había risa, había hueveo en la calle, la gente conversaba. Ahora es imposible eso.

A pesar de que nací en Chile y viví hasta los 24 años acá, me considero parte de esa cantidad de chilenos que ya no somos nada. Somos, digamos, la interrupción de la nada. Entonces, ese ser nada de algún modo nos hace libres, de otro modo nos hace ser testigos del reloj y nos hace ser seres que preguntan constantemente.

Me decías que eras testigo del dolor, porque estás viendo que esto pasa pero, no habitas necesariamente este espacio de una manera permanente. ¿Te genera dolor no estar acá?

-Por supuesto. Es imposible no sentir dolor cuando las personas que tú más quieres en el mundo están sufriendo. Y Chile está repleto de gente que yo amo. O sea, lo extraordinario, y me imagino que le pasa a muchos chilenos que han vivido casi toda su vida afuera, como yo -que a estas alturas llevo casi 50 años afuera-, me pregunto: ¿qué clase de Chile tengo adentro? Es un Chile imaginado, sentido, recordado, deseado. No se sabe qué clase de Chile es. Pero no es éste, sin duda, es lo único que es claro. Pero esto que te digo también es falso, porque ese Chile que no calza en Chile, es lo más profundamente chileno que hay, porque es un deseo frustrado de los que están aquí, una necesidad no reconocida. ¿Cómo te va a hacer falta algo que tú no sabes que te hace falta? Es ese empoderamiento que existió en Chile alguna vez, eso es lo que la gente no sabe que le hace falta.

Tú me decías que en la gente más joven encontrabas la esperanza de que, quizás, las cosas pueden ser distintas en un país como éste. Me gustaría que profundizaras en eso, ¿qué cosas te han generado esa esperanza? 

-Por ejemplo, hay una resurgencia de lo que ahora se llama el activismo. Entonces, me interesa saber quiénes son esos chicos o chicas, e incluso algunos viejos también, que todavía son activistas, o que se han convertido en activistas a una edad avanzada. Para mí eso es una expresión de una belleza imposible, porque es un acto imposible, un acto que no debería ser en el Chile actual. Entonces, la sola existencia de un ser que siente y que piensa así, es un triunfo inconmensurable y eso me conmueve hasta los tuétanos [Destacado por piensaChile]. Y lo veo en gestos increíbles como, por ejemplo, el Mayo Feminista. Donde aparecen estas chicas en pelota, subidas arriba de un obispo… Yo escribía poemas y pintaba cosas así en los años 70, pero esas cosas no habían existido todavía, pero sí existían en el sueño, en la potencialidad, y estas chicas, por supuesto, no tienen la más remota idea de que yo pinté eso y ahora ellas lo están realizando. Entonces, ¿qué implica? Implica que el poema lo sabe, implica que el arte lo sabe. No el artista ni el poeta, que suele ser un ignorante completo de tomo y lomo, como yo. Pero, ¿qué hay en el proceso de la poesía que siente esa fibra de la belleza imposible que es la que transforma el mundo?

¿Te inspiró ver esas imágenes?

-Lo primero que me genera es una felicidad infinita. Es casi como si yo estuviera ahí, porque me lo imagino. Por ejemplo, mi cuerpo no ha olvidado lo que era estar en una manifestación cuando Santiago era una ciudad de tres millones de habitantes y había una manifestación por el Chicho Allende y había un millón de personas en la calle. O sea, eso era casi la mitad de la población de esa época. ¿Tú te imaginas lo que era esa ciudad? La otra mitad, por supuesto, cerraba las persianas y hacía como que era mejor morirse que estar presenciando esas marchas. Lo que me ha ido sucediendo es que me he ido encontrando con las personas, con las chicas de ese entonces.

Pero que sucede que cuando estábamos en proceso de hacer una exposición, me entero que uno de mis compadres en esa muestra, que es un artista que se llama Francisco Schwember, tenía alumnas que eran parte del Mayo Feminista y que querían conocerme, que conocían mi trabajo y que encontraban en mi trabajo una fuerza que se comunicaba con ellas. Entonces descubrí que era mutuo. Que así como ellas encontraban mis poemas prohibidos, olvidados, marginados, yo las encontraba a ellas y encontraba una fuerza marginada, prohibida, escondida. Entonces, se produjo un encuentro maravilloso.

Ellas participaron en la muestra y una de ellas vino y participó en mi muestra en Rotterdam y ella creó un vestido, que fue el vestido que yo usé para el opening de mi retrospectiva, donde ella y su hermanita fueron. Entonces, era como una raíz a tierra: Todavía es posible una humanidad que siente.

Cecilia Vicuña. Foto: Emilia Rothen

 

Ya que mencionas lo de la retrospectiva, ¿cómo fue para ti enfrentarte a tu obra? ¿qué significó para ti?

Extrañísimo porque, yo diría que más o menos el 90 o 95% de mi obra fue botada a la basura por todos mis parientes y amigos, porque durante estos 50 años fue considerado una porquería, una basurita, algo que molestaba. Entonces, esos pocos sobrevivientes que hay, llevan una emoción y una potencia, que es como un hueso santo y todo lo que esté dañado, roto, quebrado, sucio, enmohecido, todo lo que está allá, lleva un sufrimiento tan grande, porque cada una de esas cositas se ha “salvado”. Imagínate, yo he vivido como en cinco países distintos y en todos esos lugares lo he perdido todo. Si tenía una piecita llena de libros, todos esos libros los perdí. Si tenía un baúl lleno de dibujos, todos los dibujos se perdieron. Y así sucesivamente, porque ha sido un exilio largo y duro. Además, rebelde, porque yo nunca tuve trabajo conocido durante todo ese periodo. Yo me mantuve siempre en la poesía y siempre en mi arte sí o sí. O sea, no importaba comer. No comer era para mí algo de menor importancia. Entonces, ver todo ese trabajo reunido era como ver un milagro. Un milagro y que no venía de mí, que venía de los curadores jóvenes, de los escritores jóvenes, que ahora se preocupan de investigar y estudiar mis archivos. Entonces, es como lo que te decía antes: la vida ha tirado un hilo para juntar a los ancianos como yo con esa juventud.

Siguiendo con lo mismo. Hace un tiempo, en una entrevista que hicimos a Camila Moreno, ella hablaba que en uno de sus discos y quizás el más celebrado de su carrera, “Mala Madre”, hay mucha de tu obra y de otras mujeres en su música. ¿Tienes la percepción de que las nuevas generaciones están rescatando, quizás, lo que tus contemporáneos no?

-Totalmente y eso para un poeta es lo máximo, porque yo ya estoy en una edad en que lo que uno más piensa es en la muerte. Pero no la muerte como un fin, sino todo lo contrario: la muerte como transformación y como una forma de acercarse a otra realidad. Porque yo por lo menos, creo que el ser no se extingue, se transforma. No sé en qué, ni cómo, ni nada y nadie sabe si esto es real o no, pero es como un feeling, es como un creer. ¿Y por qué uno va a creer cosas imposibles? Creo que eso es lo más fantástico que tiene la persona humana y entonces, es una prueba de lo imposible del hecho de que estas chicas, por ejemplo, Camila Moreno y yo seamos amigas. Ella me contaba lo que significó para ella descubrir mi poesía cuando era una niñita adolescente y pechoña, y que encuentra en mis poemas el fin del mundo. O sea, el fin del mundo que ella conocía y el comienzo de lo que ella es, haciendo un reconocimiento de su cuerpo, de su sexo, de todo.

En esta entrevista ella decía: “Mujeres como Cecilia Vicuña, Stella Díaz Varín, Violeta Parra, Patti Smith, son puras minas malas madres, en el sentido de la marginalidad en que habitan, en lo extrema que son -o fueron- para vivir”. Tomándome de eso que dice ella, ¿tú sientes que habitas una marginalidad? ¿cómo es esa marginalidad?

-Sí, pero es una marginalidad escogida. Es muy diferente, es decir, sí, por supuesto que hay poderes que te marginan, es decir, que por definición te tienen que marginar, porque sin eso estarían yendo contra sus principios. Entonces, eso ya se da por descontado, pero lo interesante, desde el punto de vista de la persona que crea, es que tú para ser dueña de tu propio pensar, tienes que excluirte de la dominación de las ideas que están controlando el mundo. Entonces, es un acto supremo de rebelión, sentir tu propio ser, porque eso es lo que nadie quiere que tú hagas. Empezando por tu mamá, por tu papá, por tu familia, por la escuela, por la iglesia, por todo.

Es un acto supremo de rebelión, sentir tu propio ser porque eso es lo que nadie quiere que tú hagas. Empezando por tu mamá, por tu papá, por tu familia, por la escuela, por la iglesia, por todo”.

Entonces, yo tuve la suerte de ser criada como una niñita silvestre, en pelota en el campo y bastante abandonada. Mis papás aparecían en la noche, entonces yo pasaba todo el día ahí, jugando en las acequias o me mandaban a una escuelita pública, iba a la escuelita, volvía, caminaba, caminaba por unos largos caminitos de tierra. Entonces, esa autonomía, esa independencia de observar mis propios pensamientos fue un autoentrenamiento. Yo sé que hay niños que dicen: “mamá, estoy aburrido o aburrida”. Pero eso a mí no me sucedió nunca. Para mí no existía la posibilidad del aburrimiento, porque yo recuerdo tener, ponte tú, dos, tres años, ser una cosita chica, cuando descubrí que existía el sueño, porque estaba yo imaginándome que estaba en una realidad y de pronto, abrí los ojos y vi que había otra realidad. Y ese solo acto de descubrir que había más de una realidad, me reveló el mundo.

Entonces, yo a partir de ahí seguí ejerciendo esa capacidad de vivir en varias dimensiones a la vez y con consciencia de todas ellas. Entonces, ¿cómo me podía aburrir? Y sigo en esa misma práctica hasta el día de hoy.

*Fuente: The Clinic

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