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Breve manual para extranjeros sobre por qué Venezuela no ha caído

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En el marco del reciente Foro de Sao Paulo, Caracas recibió la visita de compañeros revolucionarios de diversas partes del mundo. No obstante, lo que concurría como un encuentro en declarada solidaridad con Venezuela, vino también de la mano con la necesidad de muchos de ellos en presenciar el devenir venezolano en tiempo real, al menos por unos días.

Caracas se vio como siempre, imponente y rebelde frente a visitantes propios y extranjeros en muchos lugares de confluencia del Foro. Pero la ciudad no ofrecía a simple vista y tan fácilmente todas las respuestas a sus visitantes, pues tal cual como a la revolución venezolana, para conocerla hay que llegar a sus adentros. En efecto, algunos visitantes lo hicieron así, en la medida en que el Foro lo permitió. Más tarde les cuento sobre mi amigo Marcos.

Para mi amigo y otros tantos la idea era ver la cara de la resiliencia revolucionaria del chavismo y más allá de él, mirar al sujeto colectivo repleto de comunes, lidiando con la cotidianidad de un país al cual le han impuesto un bloqueo y una guerra en ciernes.

Venezuela, el lugar donde para algunos «todas las opciones están sobre la mesa», no es aquel escenario apocalíptico que reseñan los medios. No hay estallido social. No confluye la violencia descarnada de otras épocas, ni tampoco es el imperio del caos, pese al caldo de adversidades fraguadas. El país y su gente, parecen seguir siendo un enigma para los extranjeros, siempre indescifrable a la mirada foránea, tal como lo es a veces el chavismo para revolucionarios de diversas latitudes.

Una reflexión en el aire siempre queda. Procesos políticos que parecían sólidos se fueron a pique por mucho menos de lo que le ha tocado a Venezuela.

Notas sobre la resistencia y la resiliencia

A 20 años de Revolución Bolivariana, es evidente que con cada circunstancia el chavismo evoluciona por la inercia de su constante movimiento. Atravesado por los eventos, la historia del chavismo nunca se parece a algo lineal. Se decanta y las interpretaciones siempre salen en diferido puertas afuera.

Incluso para conocedores de la cuestión venezolana, sigue siendo incomprensible cómo el chavismo ha logrado sostener la conducción política de un país, que lejos de una dictadura «es un lugar donde parece que cada quien puede hacer lo que le venga en gana», me dijo Marcos.

Quizá una de las tantas respuestas a esa duda consiste en el manejo integral de contramedidas que ha aplicado el directorio veeezolano para maniobrar y administrar la crisis multifactorial inducida y sobrevenida. Es decir, el pulso afinado para desarrollar acciones concebidas a la medida de las circunstancias que, aunque tienen muchos vacíos y déficits, tienen la marca de la resiliencia como respuesta al caos. Una patente que el chavismo ha irradiado en la interculturalidad venezolana pero tomándola también de ella.

Hay que pensar en ese orden de ideas, en los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), que no por casualidad son ahora blanco de medidas exactas ejecutadas por Washington para de esa manera bloquear a más profundidad el ingreso de alimentos a Venezuela.

Los CLAP son estructuras multicelulares que han germinado en el chavismo para atender a la población venezolana mediante la distribución de cientos de miles de cajas de alimentos cada semana a igual número de familias, a precios irrisorios. Un «paliativo» a la crisis, le llamarían algunos, pero sin duda implica la salida de miles de toneladas de alimentos del torrente mercantilista y especulador consolidado en la guerra económica, para colocarlos en una red solidaria donde cada CLAP atiende a las familias de su comunidad haciéndoles llegar ese beneficio. Uno de los más eficaces métodos de distribución masiva de alimentos desarrollado en el mundo, digan lo que digan o tarde lo que tarde en llegar cada caja de alimentos, a causa del bloqueo.

La política del Carnet de la Patria es otro ejemplo emblemático, que consiste en una metodología de asignación de bonificaciones a la población. Que se aplica también para el desarrollo y gestión de programas sociales dirigidos a población en condiciones socio económicas vulnerables. El carnet también es cada vez más empleado para monitorear en tiempo real el acceso de la población a las misiones sociales, como mecanismo para seguir y eficientar la política pública.

Para el mes de junio de este año, más de 1 millón 600 mil jóvenes estaban inscritos en el Plan Chamba Juvenil, una política para emplear y brindar ayudantías mediante oficios a jóvenes. En medio de una severa coyuntura económica y un creciente fenómeno de migración juvenil al extranjero, la política social se encaminó a atender a un grupo etario sensiblemente vapuleado por la adversidad.

También recientemente se realizó la entrega de la vivienda 2 millones 700 mil de la Gran Misión Vivienda Venezuela, cifra alcanzada en 9 años a un ritmo de construcción anual de 300 mil viviendas al año. Esta cifra es superior a las del Plan Marshall en la Europa de la posguerra y es 15 veces superior a la cifra de viviendas construidas por año en Venezuela en los 10 años previos a 1999.

El común denominador de la continuidad de esta agenda social pese al cuadro económico adverso, especialmente en tiempos de bloqueo, yace en la facultad del chavismo en replantear y gestionar su acción social, con y a expensas del ciclo de crisis. Ello implica que hablar de «resistencia» en Venezuela parte de una labor concreta, palpable para importantes capas sociales que han asumido ver y asimilar la dimensión real de la economía venezolana.

Veámoslo de otra manera. Para la población venezolana, las expresiones concretas de la crisis han sido claramente apreciables en estos años en todos los tramos y sectores fuera del Estado. Donde yace la economía privada, de bienes y servicios que se han encarecido en medio de especulaciones rampante, actos abiertos de boicot empresarial y ahora mediante el bloqueo económico que ha ido escalando en los últimos tres años.

Una subjetividad más allá de la economía

En Venezuela la economía hoy no es una maravilla. No lo es en absoluto. Pero la realidad económica cruzó hace tiempo un umbral y ahora el hecho económico en sí mismo ha sido resemantizado y reinterpretado. En Venezuela la economía es una subjetividad como no lo es en otro lugar.

Al día de hoy, cualquier venezolano antichavista reconoce que las mal llamadas «sanciones» sólo generan una presión severa contra la gente común sin distinciones. O entiende que la probable aplicación de acciones concretas de guerra e intervención militar, serían afrentas contra las grandes mayorías nacionales con el deterioro aún más profundo de las condiciones elementales para la vida. Mientras que, por otro lado, importantes sectores que siguen en el chavismo lidian su descontento económico entre la comprensión de los eventos y la claridad política.

Venezuela parece un crisol de subjetividades donde muchos han asimilado las circunstancias a su medida.

Marcos, les hablaba de Marcos, un compañero de paso por Caracas, es un militante conocedor de la política. Al tener contacto con los estragos reales del bloqueo en Venezuela, no evitó sentirse «impresionado», no sólo por el bloqueo, sino por la ausencia del anunciado «colapso total» aupado por Washington y vociferado incansablemente fuera de Venezuela. «El país sigue en pie», exclamó.

No es para menos, Marcos es un argentino que ha visto a su país estallar dos veces mediante la implosión de gobiernos neoliberales que hicieron catarsis sobre sí mismos demoliendo y reconfigurando (a su favor) la economía argentina, con un gran dolor colocado a espaldas de su pueblo.

Para Marcos era incomprensible que muchas condiciones para la gobernabilidad elemental persistían en Venezuela. Que el escenario tantas veces inducido de fragmentación social y ruptura del tejido político institucional del país no se ha consumado.

Entonces tuve que explicarle que en Venezuela todo cambia y todo pasa a cada rato. Que los tiempos políticos y económicos aquí eran sumamente fugaces y que las subjetividades también. Que el denominador dinámico de la vida venezolana hacía posible vivir la política en varios tiempos simultáneos. Que el país es de todo, menos aburrido. Que todas las leyes de gravedad económica tienden a fallar ocasionalmente por estos lares y que dos más dos no necesariamente son cuatro si de política se trataba.

Además, tuve que explicarle que ni el béisbol ni el fútbol son los deportes nacionales; que lo son la política, la diatriba, el disenso, las contradicciones y la organización.

Marcos anduvo par de días luego del Foro por una comunidad del centro del país, intentando no ser un turista político, sin lograrlo por supuesto. Al menos lo intentó, pues fue a varias actividades de una comuna y le vio la cara a la economía venezolana en un sector popular. Para él no había marxismo clásico tomando los medios de producción, como él piensa que debería ser, pero sí había lucha de clases claramente delineada por sus protagonistas. No vio a un solo marine gringo, pero sí supo de personas dadas de baja en hospitales adonde no llegan medicamentos como antes.

Vio la terquedad chavista, el descontento opositor, vio gente organizada construyendo poder real en el terreno, vio gestión de gobierno con los pocos recursos que ofrece la decaída renta petrolera hoy degradada por el bloqueo. Vio a varios que se refirieron a la mamá de Maduro y otros que también nombraron a la mamá de Guaidó. Vio casi de todo.

Lo más nítido que Marcos logró ver fue el resultado de un hecho que transversaliza todo en Venezuela; una política que se rehacía con las circunstancias del momento con una rapidez y naturalidad que no existe en casi ninguna parte. Un fenómeno replicado de diversas formas en el tejido social, que se decanta, que fluye.

La realidad venezolana consiste hoy en el aprovechamiento y administración de la coyuntura como hecho vuelto rutina, un devenir. Un proceso siempre difícil, eso sí, pero aleccionador de manera multidireccional. «Ustedes son Caribe y eso es algo que todavía no logro entender», me dijo Marcos.

*Fuente: MisionVerdad

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