Del palin a la boleadora, niños y niñas mapuche en comunidades en conflicto
por Natalia Ruz Carrera (Chile)
6 años atrás 23 min lectura
Este trabajo de una socióloga chilena fue publicado el año 2012 por NAT’s, Revista Internacional «desde los Niños y Niñas y Adolescentes Trabajadores», en Lima, Perú. En este artículo se cita a Camilo Catrillanca, de 15 años, denunciando que “En la comunidad de Temucuicui, a la que pertenezco, estamos teniendo muchos allanamientos, ya no somos libres, ya no podemos caminar en los cerros y cuidar nuestros animales, la represión es demasiado fuerte. El Estado es el principal represor, el que manda a carabineros a asesinar, porque estamos expuestos, nos están tirando balas a quemarropa” (Anide Pichikeche, 2011). Por ellos hemos insertado un video que muestra a Camilo en las horas en que ocuparon la Municipalidad de Ercilla, para pedir, reconocimiento, libertad, educación.
La Redacción de piensaChile
Resumen
El siguiente texto, tiene por objetivo visibilizar de qué manera se constituye la identidad de la niñez mapuche, a partir de los roles que deben asumir niños y niñas al formar parte de una comunidad en conflicto. Declarando el papel activo de niños y niñas mapuche, como parte de la organización social de la comunidad, se pretende discutir desde el enfoque de derechos, por una parte, el reconocimiento de los principios fundamentales como niño/a mapuche, en la comunidad. Y por otro lado, la vulneración masiva de sus derechos, desde la violencia institucional que ejerce el Estado chileno.
En primer lugar, entendamos que Mapu es tierra y vida, y se constituye como el espacio trascendente identificado por los mapuche. A la llegada del europeo en 1536, la Nación Mapuche se extendía entre el río Copiapó por el norte y la isla de Chiloé por el sur. Sin embargo, la conquista española, a través de la opresión y ocupaciones militares van delimitando el territorio paralelo a la imposición de una nueva forma de concebir lo social.
Con el mal denominado Plan de “Pacificación de la Araucanía”, comienza el fin de la autonomía territorial mapuche, las reducciones del territorio, como consecuencia de los intereses de un grupo con poder político y económico que pretende avanzar en la idea de asimilación, sumergido bajo el discurso nacional unitario (Chile como un país, un territorio, una nación). Ello trae consigo una larga historia de dolor y sufrimiento de comunidades que asumen un rol defensivo y de resistencia contra la colonización española, y hoy contra el Estado chileno. A partir del año 2001, y hasta el día de hoy, más de 20 comunidades mapuche se encuentran en “situación de conflicto”.
Específicamente, las regiones del Biobío, la Araucanía, Los Ríos y Los Lagos, sufren una intervención militar de alta envergadura, donde fuerzas especiales de Carabineros utiliza elementos disuasivos, ocupando espacios simbólicos que alteran la cultura y energía mapuche (tierra, agua, cementerios, rukas) y violentan lógicas sagradas, instalando el maltrato de forma cotidiana. En esta situación, los niños y niñas como espectadores comienzan a integrar estos elementos en su socialización, las observan y vivencian como parte del paisaje y no como hechos excepcionales, asumiéndolos dentro de dinámicas del diario vivir. Estos son algunos de los antecedentes que nos introducirán en el mundo de la niñez mapuche en conflicto, en el texto que nos convoca. En primer lugar, veremos de qué manera, los roles que ancestralmente se configuraban en la organización social, política y económica de la comunidad (y la familia), son irrumpidos y modificados por factores históricos que dan cuenta de un despojo cultural y territorial.
En este escenario, los niños y niñas mapuche, como actores comunitarios, aprenden y apoyan, desde la historia oral y las vivencias, la defensa de su tierra y de reafirmación de su identidad como pueblo, un pueblo que lucha hace más de quinientos años, por el reconocimiento de su autonomía. Posteriormente, se propone la discusión entre la construcción social del niño mapuche, como sujeto de derechos, desde la comunidad, en contraparte a la situación de vulneración masiva de sus derechos, mediante la violencia institucional ejercida desde el Estado chileno, en la actualidad. I. El rol de los niños y niñas mapuche. En primer lugar, nos referiremos al rol que ocupa la niñez en lo mapuche. Este punto es fundamental para entender que las formas de socialización y culturización que viven niños y niñas mapuche, responde a lógicas comunitarias de organización social.
En lo mapuche, los niños y niñas tienen un papel activo en lo comunitario, están insertos en lo social, en lo político y lo económico. Ellos/as son considerados como personas incluso antes de nacer, durante su infancia y luego después, de lógicas que se construyen en lo colectivo. El pueblo mapuche basa su sistema económico principalmente en el campesinado. Por lo tanto, comprenderemos, desde la teoría de Chayanov, este sistema económico, como una forma de producción familiar que utiliza productivamente el conjunto de la fuerza de trabajo doméstica y los recursos naturales, sociales y financieros para garantizar, tanto la subsistencia de la unidad familiar, como también el mejoramiento de su calidad de vida. En este sentido, será la unidad familiar la unidad elemental de producción y consumo, será por lo tanto, una familia que no contrata fuerza de trabajo, que tiene cierta cantidad de tierra a su disposición, que posee sus propios medios de producción y que a veces se ve obligada a utilizar parte de su fuerza de trabajo en actividades artesanales y comerciales En este contexto, el autor antes mencionado, sostiene que las decisiones económicas de la unidad familiar consideran en forma inseparable la producción y el consumo final de la familia (1974). Desde lo mapuche, los niños y niñas crecen insertándose en lo social desde su papel económico, apoyando en el cuidado de los animales, trasquilado de ovejas, en el cultivo de tierras, la cosecha, buscando huevos, etc. asumiendo tareas de manera responsable y respetuosa de lo que cotidianamente les corresponde hacer.
Las niñas mapuche, también viven procesos de aprendizaje junto a las mujeres de la comunidad. Son parte activa en la recolección de alimentos y el cultivo de ellos, tejido. En los espacios cotidianos de la cocina y la medicina, reciben conocimientos ancestrales, de sus abuelas, madres, tías. Los niños y niñas, trabajando y aprendiendo, acompañan a sus familiares la mayor parte del tiempo, comparten en la comunidad. Estas tareas, no tienen un carácter de desarrollo puramente material, si no cultural. En estos espacios mencionados anteriormente, los niños comparten junto a sus abuelos, espacios de transmisión de la cultura desde lo oral. Será por ejemplo, uno de los lugares donde las conversaciones y las practicas van constituyendo al sujeto, en mapudungun, Epew, referido a un mecanismo de socialización orientado de preferencia niños y niñas, a través del cual se transmiten pautas de comportamiento y conducta en relación hacia la comunidad y el medio natural ( (Marimán C. M., 2006).
Los niños y niñas mapuche, por lo tanto ocupan un lugar muy importante dentro de la dinámica familiar productiva, él es validado como parte de la fuerza de trabajo familiar. Por lo tanto, el trabajo de los niños y niñas es resguardado también como un espacio de protección, que contempla tiempos de juego (recreación, esparcimiento), de alimentación, de aprendizaje (educación) y descanso. En términos bastante generales, el rol de los niños y niñas mapuche, como parte de la comunidad se desarrolla en estos términos, pero ¿es posible desarrollar estas labores en aquellas comunidades en conflicto? ¿Cómo se ven afectados esos roles, en el caso de niños y niñas mapuche que habitan en comunidades militarizadas? En las comunidades en conflicto, las dinámicas normales, el crecimiento, desarrollo adecuado y la transmisión de la cultura de un niño o niña mapuche, se ven violentadas por un contexto de guerra.
Las consecuencias son de distinta índole, la reducción de tierras, significa en lo económico la agudización de condiciones de pobreza, sin ir más lejos, una de las regiones donde se desarrolla el conflicto, es la región más pobre de Chile.
De los 9 mil habitantes que viven en Ercilla (región de la Araucanía), la mitad se declaró mapuche (Censo 2002), de ellos, un 33% son personas menores de 18 años. Según los indicadores de vulnerabilidad que aparecen en el informe Índice de Infancia elaborado por MIDEPLAN en el año 2009. Además de este indicador, nos encontramos con otro dato relevante a la hora de analizar el contexto donde habitan los niños y niñas de comunidades mapuche que hoy se encuentran en conflicto. Es el dato del agua.
Según la Organización Mundial de la Salud, se necesita como promedio 7,5 litros de agua per cápita, sin embargo en la comuna de Ercilla, sólo una de las comunidades tiene acceso a esta cantidad, el promedio es de 3,3 litros en meses de verano. Es necesario comprender que el agua no solo significa la bebida o la higiene diaria, sino parte importante de la agri-cultura, es decir, parte del riego que si no se puede llevar a cabo, matará a la madre tierra. Sin procesos como el cultivo de alimentos, el cuidado de los animales y el riego de hierbas medicinales la debilitación de espacios de socialización y de compartir, entre los niños y niñas y los adultos se limita o incluso anula.
Ante estas situaciones, la organización y reivindicaciones del pueblo mapuche se expresan, por ejemplo en la recuperación de tierras. Propongo detenernos en una declaración de comuneros mapuche para el documental “Marichiwew”, en el contexto de una toma de tierras para trabajarla “…Cuando llegamos a trabajar, les dijimos que se fueran, porque la tierra nos necesitaba a nosotros, porque estamos demasiado pobres, porque no teníamos donde trabajar. Es por eso que necesitamos más tierra porque las tierras son la riqueza y nosotros la vamos a mantener para nuestros hijos, para educarlos. Es la primera prioridad que tenemos y por eso nos atrevimos a triunfar. Es una guerra contra la forestal y el gobierno a ver si se acuerda si el pueblo mapuche tiene derechos o no tiene derechos…sea como salga, nosotros vamos a luchar hasta el final. Hasta reconquistar nuestras tierras” (2001).
Como consecuencia, los niños, a muy temprana edad, comienzan a aprender de la cotidianeidad que significa una “guerra” (desigual por lo demás). Los niños y niñas juegan y reproducen estas situaciones, juegan al “paco” y al wueychafe, recogen cartuchos de lacrimógena, simulan el conflicto y utilizan los mismo elementos que usan los mayores en el campo (el witruwe). El juego resulta fundamental para entender la instalación de cierto conocimiento del terreno por parte de los niños y niñas, no solo desde lo cultural y simbólico que significa un enfrentamiento sino desde lo militar, desde lo violento, aprender donde esconderse, desde donde mirar, qué sonido escuchar, como aprovechar el terreno y saber cuándo se pone en peligro la comunidad.
“Más de 20 niños del jardín infantil de la comunidad Huañaco Maillao, según el informe del sostenedor, cambiaron el palín por las boleadoras para jugar a los enfrentamientos en el recreo” (El Periodista, 2009). Sin embargo, además del juego, los niños y niñas presentan serios traumas, trastornos del sueño y miedo…“cuando iba carabineros a allanarnos, yo fingía jugar con ellos para que mi hermanita no se diera cuenta de lo que ocurría, pero después la violencia fue tan grave que no pude hacerlo, entonces escondíamos a la Remultray en un hoyo en el patio trasero para que no la dañaran” (El Periodista, 2009).
Durante la primera infancia, los niños y niñas deben mantenerse en el espacio de lo íntimo, lo privado, para estar protegidos ante eventuales ataques violentos por parte de la policía. Es decir, cerca de sus hermanas/os, mamás y abuelas, en el espacio del hogar, y esta es una de las razones de que los jardines infantiles y salas cunas no cuenten con asistencia suficiente para poder mantenerse abiertos. Luego, a medida que van creciendo, también apoyan tomando muchas veces, el papel que el padre no puede tomar, porque está ocupado en la defensa directa de la comunidad o encarcelado por el Estado chileno. Es decir, la organización familiar se vuelca a sostener el conflicto, a vivir sin dejar de lado el avanzar y sobrellevar las situaciones. Las mujeres seguirán preparando “ollas comunes”, siguen cultivando y los niños y niñas cuidando a los animales y compartiendo con parte de la familia mientras otro porcentaje está involucrado directamente en el weichán (guerra, pelea).
En este contexto, al crecer e incluso antes de la adolescencia, los jóvenes participan de acciones de resistencia, por ejemplo, en la ocupación de tierras que fueron despojadas. En palabras de un comunero mapuche “Las recuperaciones tienen un carácter integral, aquí no solamente se viene a trabajar la tierra, sino que aquí la gente viene a fortalecerse, es más viene a rectificarse, porque estas tierras representan la integralidad de la vida mapuche, aquí esta lo cultural, la identidad y todo eso se conversa. Todo eso compartimos, estamos viendo cual es el mejor camino que como comunidad tenemos que desarrollar, en el pueblo”. (Documental Marichiwew, 2001)
Asumen por lo tanto, roles que para la comunidad son legítimos, son parte de la participación como actores del conflicto, en primeras instancias deben aprender y situarse posiciones estratégicas que les permitan estar más protegidos que aquellos comuneros adultos que defienden en primera línea, a las mujeres, ancianos y niños/as. En consecuencia, el niño y la niña deben asumirse como mapuche, como parte de un pueblo y de una historia que ha reivindicado su lucha por la recuperación de tierras ancestrales (Wallmapu). Los jóvenes aprenden observando, son vigilantes y perciben señales de la naturaleza y del entorno para advertir a los demás distintos momentos y/o movimientos previos o durante los enfrentamientos.
Por supuesto que no siempre los enfrentamientos tienen las mismas características, pueden ser sorpresivos, pueden ser esperados, pero siempre son violentos. Hay veces en que participan más miembros de la comunidad u otras, como la Toma de la Municipalidad de Ercilla durante el año 2011, donde participan sólo estudiantes (jóvenes mapuche), sin embargo, los allanamientos son sistemáticos y el uso de armas de servicio por parte de Carabineros de Chile es constante.
- La construcción de la identidad de los niños y niñas mapuche, desde el conflicto.
En mapudungun, Che, literalmente significa persona. De acuerdo al mapuche kimün, el che se configura antes de nacer, al momento de nacer y al separase de la madre, allí se concreta el inicio de la independencia para ser persona. Desde su nacimiento el che está en permanente construcción. (Marimán C. M., 2006). Entendiendo esta premisa, sabremos que durante el proceso de socialización de los niños y niñas mapuche, es fundamental la presencia y acompañamiento de los antepasados (generaciones de abuelos/as y bisabuelos/as), en instancias cotidianas y específicas como el Gülam, (Consejo) como método de enseñanza a través del cual, fundamentalmente el niño, se es socializado, en el conocimiento mapuche. Esto, junto al equilibrio con la naturaleza y entorno, van construyendo permanentemente a las personas mapuche.
Los ritos y ceremonias religiosas como el Kamarikun (realizada para la época del término del levantamiento de las cosechas que tiene como propósito agradecer a las fuerzas y espíritus de Wallontumapu (que es el universo mapuche en su conjunto), el Geykurewen: (Ceremonia socio-religiosa del o la machi cuyo propósito es renovar su püllü machi y el círculo social que la apoya) el Guillatún o el Machitún también resultan fundamentales como parte del desarrollo de la cultura mapuche.
Por otra parte, la transmisión de lo oral, la historia del pueblo mapuche, es la transmisión de su cultura y por lo tanto desde los adultos hacia los niños y niñas, pero también a los más jóvenes.
Los ancianos y ancianas mantienen el ñüxam, que es el espacio de conversación, donde se produce la interacción entre las personas en un espacio de recreación y traspaso mutuo de conocimientos en los más variados temas (Marimán P. , 2006). Sin embargo, estos espacios de conversación, que van constituyendo la identidad de los sujetos desde lo colectivo, se ven truncados por la condición de conflicto en que viven. Por lo tanto, la infancia mapuche, es atravesada por este conflicto y se va configurando de forma paralela en la medida en que la identidad de la comunidad también tiene al conflicto como una herramienta básica, desde su conformación valórica, la memoria oral y la adscripción, la socialización y la valorización esta mediada por esta identidad de conflicto. Desde ahí se establece el marco normativo.
Lo que hace el conflicto, es precisamente comunitarizar las practicas, estableciendo mecanismos de solidaridad mucho más directos, desde el kelluwün, referido a la ayuda mutua, al servicio a la comunidad, la niñez mapuche se ha constituido bajo ciertas determinantes que afectan a la comunidad y por lo tanto a la familia y a los niños y niñas directamente.
Ya comentábamos anteriormente, los roles que deben asumir los niños y niñas mapuche, que también son parte su identidad. Pero no tan solo el conflicto como enfrentamiento directo, es lo que determina las condiciones para que se desarrolle la infancia mapuche.
La pobreza, recordemos es una pobreza rural, donde se han expropiado tierras, donde se priva del agua, se han talado arboles e instalado empresas forestales. Se ha intervenido el entorno natural y como consecuencia la cultura y religión mapuche, que considera a la tierra como su madre y como parte del universo para pueblo mapuche.
Pero no solo la identidad se construye bajo la defensa directa de la tierra, sino sus consecuencias nefastas en la cultura mapuche. Me refiero al uso del lenguaje, que reforzará parte de la identidad colectiva del pueblo.
Salazar, propone que “Al privarse al pueblo mapuche de su reconocimiento como tal, la identidad étnica se reforzó. Después de un periodo de letargo, volvieron a surgir organizaciones que recogieron la idea de un proyecto histórico que asegurara la continuidad de los mapuche como pueblo indígena, con una identidad diferente a la nacional. La defensa de la tierra, así como de la lengua y de la historia, se convirtieron en una cuestión de sobrevivencia” (Salazar, 1999).
Respecto del lenguaje, esto también diferencia a las comunidades mapuche entre ellas. En una comunidad en conflicto existen una mayoría personas que hablan más mapudungun que en otras comunidades, se refuerza también la necesidad de diferenciarse, tanto de lo winka como desde lo mapuche.
En palabras de una comunera mapuche, “yo llegué a renunciar a mi identidad por esa discriminación tan fuerte que ha habido en chile con los mapuche, especialmente con los mapuche. Pensábamos retirarnos de aquí, renunciar a todo y estar más cerca de la ciudad. Pero la recuperación de tierras hizo que le diéramos el valor a estas tierras, fue la comunidad y la fuerza de la naturaleza.” (2001).
Por otra parte, el intento por el despojo de la identidad: La invasión del winka en la escuela Sabemos que para el mapuche, la comunidad es lo fundamental, la comunidad es un cuerpo nucleado, determinable, que tiene lógicas particulares, con historicidad, “yo soy…” y cuando el niño ingresa al sistema educacional winka es hacer hincapié en esas lógicas, “el niño es de Temucuicui” el niño es violento, conflictivo, bueno para los combos, indio, orgulloso estigmatizando al mapuche. Pero desde la comunidad, la identidad es reforzada y por lo tanto, no se niega. Le enseñan al niño y a la niña, que exclame las situaciones que viven a diario, que su padre está preso, que su familia no está completa y a su vez las razones: porque luchamos, porque peleamos. Y también reconocerse parte de esa defensa y aprendices de su cultura. Sin embargo, es otro frente de lucha el que tienen que enfrentar los niños y niñas, con sus pares, en el espacio de la escuela.
“la educación está pensada para los mapuche, pero para que dejen de ser mapuche. Hoy miles quieren cambiarse el apellido, esto es producto de la educación, que no es pertinente culturalmente. Se deja de lado la tierra y no se puede ser mapuche sin territorio, no se puede ser mapuche en la ciudad” (El despojo, 2001) Cuando los niños y niñas van al colegio, no les enseñan mapudungun, les enseñan a cantar el himno nacional, saludar la bandera y aprender la historia chilena escrita. En uno de los testimonios del Seminario “violencia Institucional contra la niñez mapuche”, Vania Queipul, declara que recién hace un mes, no la dejaron graduarse, de enseñanza media, con la vestimenta tradicional mapuche, a ella y a una compañera y tampoco le permitieron aparecer en la fotografía de su anuario. Estos son solo algunos ejemplos de discriminación directa sobre niños y niñas mapuche, justamente por pertenecer a dicha etnia. No obstante, las reivindicaciones, como parte de la construcción de la identidad, también se refuerzan en los espacios públicos.
Camilo Catrillanca (15 años), vocero de la toma de la Municipalidad de Ercilla, denunció el racismo y la discriminación que afecta a los y las adolescentes en los establecimientos educacionales, el control policial que les impide moverse libremente en sus comunidades y la imposibilidad de apelar a un Estado que los reprime. “En la comunidad de Temucuicui, a la que pertenezco, estamos teniendo muchos allanamientos, ya no somos libres, ya no podemos caminar en los cerros y cuidar nuestros animales, la represión es demasiado fuerte. El Estado es el principal represor, el que manda a carabineros a asesinar, porque estamos expuestos, nos están tirando balas a quemarropa”. (Anide Pichikeche, 2011) Por otra parte, una lamgen, declara, “Quinientos años es poco para nosotros. Es poco porque son siglos no más y la gente antigua, que sabe, viene de antes.
Ellos están informados de todo. Ha muerto gente pero lo han ido contando los cabritos y a ello nunca se les va a borrar de la cabeza. Si cuando grandes le tratan de quitar la tierra, ellos la van a reclamar”. (Sierra, 1992)
En definitiva, el pueblo mapuche y en específico los niños y niñas como parte activa de la comunidad, se educan y rescatan la identidad, conocen y reconocen la sobrevivencia de los antepasados y por sobre todo, manifiestan su convicción de “no querer morir y aparecer después en un museo y que digan: estos fueron los mapuches” (Marichiwew). III. La niñez mapuche, la violencia institucional del Estado chileno.
Chile, ratificó la Convención de los derechos del Niño en 1990 y por lo tanto responsabiliza al Estado como el principal garante de que se respete. Sin embargo, como adelantamos anteriormente ha existido y existe una vulneración masiva de sus derechos. En primer lugar, si nos referimos al “interés superior del niño” podemos deducir que el estado chileno criminaliza al pueblo mapuche, justamente por la reivindicación de sus derechos y por lo tanto el punto de vista de los niños y niñas (desde lo que podríamos pensar como “lo mejor para ellos/as”), la aplicación de la ley antiterrorista (20.191) a jóvenes mapuche menores de 18 años.
En cuanto a la supervivencia y desarrollo, claramente la violación sistemática de los derechos asociados a este principio, se traducen en los constantes allanamientos, balazos, persecuciones, entre otras.
Por otro lado, el principio de la no discriminación que significa que todos los niños y niñas sin excepción, independientemente de la raza, el color, el sexo, el idioma, religión, opinión política, origen nacional, étnico o social, la posición económica, impedimentos físicos o cualquier otra condición del niño/a, sus padres o representantes legales. Lo ideal entonces, sería un escenario donde todos y todas los niños y niñas, no importando su origen, no sean discriminados y reciban la protección que merecen y les debe otorgar, en primer lugar el Estado.
Sin embargo, la postura es clara para los niños y niñas mapuche que habitan en comunidades en conflicto. Ni la institucionalidad estatal, ni la policía chilena, representan un espacio protector, ni mucho menos defensor o garante de sus derechos. Si no que representan todo lo contrario Por lo tanto, asumiremos que Chile, no avanza en este sentido y no lo hará sino entiende que las reivindicaciones y exigencia de los derechos de los niños y niñas, también son la lucha por la recuperación de tierras y por el reconocimiento de la nación mapuche autónoma. De esta forma, el cese de la violencia contra las comunidades mapuche, garantizará el cumplimiento de los derechos de supervivencia y desarrollo de los niños y niñas que viven ahí. Sin la intención de imponer el enfoque de derechos desde la perspectiva occidental de la convención de los derechos del niño, podemos señalar distintas formas en que se traduce la protección de los derechos de los niños y niñas, en las comunidades mapuche.
En primer lugar el principio de la participación se ve reflejado en distintos ámbitos dentro de las comunidades mapuche. Los niños y niñas, participan, es decir “son parte de” un colectivo. Los niños y niñas son sujetos de consulta y decisión y forman parte de lo mapuche.
En este sentido, la otra violencia, que dice relación con la negación histórica de derechos, también afecta directamente a los niños y niñas. La infancia está atravesada por el conflicto, pero no solo desde la victimización, también se puede observar desde el empoderamiento de los roles que asumen y aprenden desde que nacen y que son fundamentales para hacer frente a la desculturización y al aniquilamiento de la identidad, desde la violencia institucional que ejerce el Estado chileno.
La participación de los niños, tiene que ver con su papel activo en la economía campesina de la comunidad, su papel político como defensor de la comunidad, la participación en ceremonias y ritos culturales o socio religiosos. En sus organizaciones políticas junto a otros jóvenes, los niños y niñas fortalecen el sentido de pertenencia, son parte de las reivindicaciones y la lucha por la consecución de los derechos colectivos.
Reflexiones al cierre: Del Palin a la Boleadora Son más de 200 años de historia de lucha y resistencia del pueblo mapuche.
Comunidades que habitan y transitan en un escenario de guerra desigual que ha sufrido la negación de su identidad, la reducción de tierras y la violación de sus derechos como personas y como pueblo.
Esta historia ha sido transmitida y vivenciada por los niños y niñas de aquellas comunidades. Y en un contexto donde la tierra puede también constituirse como un garante de derechos y la naturaleza forma parte del “sistema de protección local”, su protección es fundamental para el cumplimiento de sus derechos colectivos.
Los niños y niñas deberían crecer en un espacio protegido, donde se respete su vida, su cultura. Por ejemplo, el trabajo como forma de participación, de identidad y de socialización, que no puede desarrollarse adecuadamente en un contexto de conflicto. Por lo tanto, aparece también en su participación política desde el rol de defensa a la comunidad, que fortalece a su vez el sentido de pertenencia a la comunidad.
En este sentido, los niños y niñas, no son considerados victimas en la comunidad, sino que se constituyen como sujetos de derecho, visibilizados como agentes de cambio para la transformación social.
Los niños y niñas, van asimilando prácticas de defensa, comparten y comunican el testimonio real del conflicto directo, pero también del conflicto ancestral. Ellos son conscientes de que la participación en ritos, la alimentación tradicional, la medicina ancestral, el acompañamiento en la economía, el tejido, el cultivo, el cuidado de animales es también acompañada de procesos de defensa de la comunidad, de aprendizaje, de organización, de lucha constante y reafirmación de la identidad en todos aquellos espacios en que habitan y transitan.
La recuperación de tierras y la lucha por la autonomía de la nación mapuche ha hecho que los niños, niñas y jóvenes cambien el palín por la boleadora, lo cual reafirma la importancia y el protagonismo que cada uno de ellos tiene, en las reivindicaciones de sus derechos colectivos como pueblo.
La autora, Natalia Ruz Carrera, es Socióloga de la Universidad de Chile
*Fuente: Praeger Publisher. Revista Internacional NATs Nº 21-22 67
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