La frialdad emocional y la ilusión de racionalidad
por Olga Larrazabal S. (Chile)
7 años atrás 6 min lectura
28 de Julio 2018
El Ser Humano es antes que nada un mamífero emocional, que se nutre no solo de alimentos, sino también de apegos y lealtades. Y eso es tan obvio, como que tenemos una familia que nos tiene que nutrir legalmente hasta los 18 años. Si no existiera ese apego emocional, pocos padres resistirían la molestia de una guagua llorona, que se ensucia a cada rato y que se nutre del pecho y los recursos que obtienen madre y padre. Que si queda huérfano, los abuelos se hacen cargo, y si los padres no pueden alimentarlo pueden los abuelos ser demandados.
Por los hijos los padres roban y mienten, les dan sus ahorros con tal de no verlos sufrir y se quedan en la vejez a veces solos y sin recursos.
Evidentemente que un exceso de apego, se convierte en una patología sofocante. Por eso se habla de “maduración” que es el proceso por el cual el humano comienza a ser más autosuficiente, a generar sus recursos y a formar su propia familia. Todos estos procesos de apego emocional son parte de nuestra moral, de nuestras costumbres, y nos permiten vivir en sociedades de muchas familias.
Para ello debemos extender el ámbito de nuestras emociones primarias a los otros seres humanos, que nos rodean, considerándolos de algún modo como “la familia extendida” para poder asegurar la paz. Y esto fue el meollo del mensaje de Jesús y de los cuentos que contaba a sus seguidores.
Meollo que ha sido muy repetido, quedándose solo en palabras, y que no se ha llevado a la práctica con la extensión conveniente aún después de 2000 años.
Así hemos pasado por infinitas guerras, imperios, matanzas, esclavitud, hasta llegar al siglo 21, en que algunos siguen tratando de mejorar el proceso, y otros se oponen como gato de espaldas.
Para oponerse o fomentar este proceso de conciliar la individualidad con la familia emocional propia, con la tribu, con la nación y con el estado, han surgido diferentes hipótesis sobre la naturaleza humana. Están las hipótesis de los biólogos, la de las religiones de Occidente y Oriente, la de los mercaderes, la de los políticos, y la de los frescos de siempre con toque psicopático, que estando ellos de ganancia a corto plazo, les importa un rábano lo que le pase al resto.
En estos momentos, estamos pasando por un cambio en la ideología aceptada, con una ola de psicópatas infantilizados que nos tiene anonadados.
Se destapan fraudes de todo tipo, se muestran públicamente, y no pasa nada. Los tipos andan felices haciendo alarde de impunidad, riéndose a gritos de las leyes que teóricamente nos hemos dado para mantener el equilibrio entre el individuo y la sociedad, y entre las diferentes sociedades de este mundo.
Mucho se ha hablado de la racionalidad versus la emoción, como si hubiera una contraposición entre ambos términos, y no fueran ambos parte de la ecuación lógica del pensamiento humano.
Todo pensamiento humano tiene un colorido emocional, y a veces revela más sobre el que habla que sobre lo que se dice. La frialdad emocional, no es racionalidad, es más bien una carencia en la percepción sobre el acontecer humano que puede ser muy peligrosa.
La frialdad emocional nos impide entender a los que nos rodean, y a veces se usa como arma que permite mostrar un soterrado desprecio por el prójimo.
Así cuando María Antonieta, la reina de Francia que fue guillotinada por orden del pueblo dijo, al ser informada de que el pueblo no tenía pan para comer, “Que coman bizcochos”, su expresión pasó a la historia, y su cabeza rodó al cesto.
En las democracias se espera que los políticos interpreten las necesidades y los deseos del pueblo. Nadie espera un señor que se abanique con las dificultades de las personas, o que lance frases ocurrentes respecto a sus desventuras.
El mundo ha sido invadido por una modalidad economicista de interpretación, que se enseña en las universidades, y que glorifica el interés económico del individuo por sobre todas las cosas. Conceptos como familia, estado, nación, empatía con el prójimo, son sujetos más o menos de desprecio sino de burla. Por eso se tilda de “populista” cualquier acción de los gobiernos que moleste a los mercaderes. Pero no es “populismo” rescatar bancos que jugando a la ruleta se han farreado los ahorros de todo el mundo.
Personajes que entran a los 17 o 18 años a la Universidad o Escuelas de Especialidades, recién terminando la adolescencia, época de por si irreverente y negadora de los valores familiares, y sociales, se impregnan con filosofías carentes de empatía que influyen en el desarrollo de un futuro profesional frío, pagado de sí mismo y sin ningún tacto para convivir.
Nos sorprenden a todos por sus actitudes como La Manada española, los apuñalamientos a mujeres en marchas pacíficas, los femicidios, la decadencia por arrogancia y abusos de la clase clerical; las mentiras que producen guerras, las guerras que solamente alimentan a los banqueros que fabrican armas, la destrucción del medio ambiente bajo el pretexto de que “Para hacer una tortilla hay que romper huevos”, le indiferencia estatal a todas las catástrofes que dejan sin empleo a miles de personas, la alta preocupación por la calificación de “riesgo país” económico, pero indiferencia respecto a la salud, al Sida, a las contaminaciones de pesticidas u otras substancias cancerígenas.
Ridículo es que un Ministro de Economía, que debiera preocuparse de que los capitales de los chilenos se queden en Chile, predique con el ejemplo de su propia inversión en otros países como algo deseable para la comunidad. Es no darse cuenta que esta acción en forma comunitaria no es una buena señal colectiva, ni es esperable de un Ministro una clase de Finanzas en que no se valore el aporte colectivo nacional, en el logro del desarrollo económico de la nación por sobre las acciones individuales de optimización de las inversiones.
Ridículo es que un Ministro de Educación se desentienda del estado de los establecimientos educacionales públicos, traspasando burlonamente la responsabilidad de la mantención física de estos a los padres y apoderado insinuándoles emprender bingos para financiarse.
O del Presidente de la República dando una explicación apta para una clase de Economía 1, respecto al paro de una industria de la cual dependen miles de personas.
Hay un no-se-que de infantil en todos esos comportamientos de no entender cuál es su trabajo político dentro de una democracia representativa. Y esa infantilidad tiene relación con su propia incapacidad de reconocer las emociones y necesidades del prójimo embebidos en su propia arrogancia.
Y esta arrogancia está marcada por una educación que insiste en la creencia que la racionalidad equivale a la frialdad emocional, cualidad bastante inoportuna para mantener a un político en el poder en el largo plazo, ya que mete la pata y no está consciente de hacerlo.
Así le fue María Antonieta….
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