Anna Seghers: “Nosotros no escribimos sólo para describir, sino para cambiar describiendo”
por Pepe Gutiérrez-Álvarez (España)
7 años atrás 18 min lectura
El estreno de la adaptación para el cine de la novela En tránsito nos ha devuelto a la actualidad la figura de Anna Seghers, judía y comunista. Durante varias décadas fue una de las novelistas alemanas más importantes del pasado siglo, una escritora combativa estrechamente ligada al mundo obrero y a las ideas socialistas en un tiempo en el que fue muy difícil mantener la integridad. Se trata por lo tanto de una autora a reivindicar y recuperar antes de que, como diría ella misma, “no olvidemos tampoco a aquellos que tan fácilmente se olvidan: los sin nombre”. Aquí es conocida especialmente por dos obras, La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara y La Séptima cruz con varias reediciones, algunas de ellas recientes. Aunque sea de manera silenciosa, sigue siendo publicada.
Durante la primera mitad de los años treinta hubo una fracción considerable de artistas, escritores e intelectuales, entre ellos algunas mujeres como la germana Anna Seghers, seudónimo de Netty Reiling, nacida en Maguncia (19-XI-1900) en el seno de una familia judía acomodada. A los 19 años se matriculó en la Universidad de Heidelberg, donde se doctoró con la tesis sobre los judíos y judaísmo en la obra de Rembrandt. La elección de su seudónimo se debe al pintor y grabador holandés Hércules Seghers, un contemporáneo de Rembrandt.
En 1925 se casó con el sociólogo húngaro László Radványi; en 1928 publicó su primer libro, La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara (Aufstand der Fischer von St. Barbara; Editorial: Cátedra, Madrid, 1988), sobre una revuelta de pescadores bretones. En él ya trata el tema de la necesidad de cooperar para luchar contra la opresión y de cómo esa lucha da significado a la vida. Por este libro ganó el prestigioso premio Kleist. El mismo año Anna ingresa en el Partido Comunista Alemán (KPD), así como en su filial, la Asociación de Escritores Proletario-Revolucionarios… Viaja por primera vez a la Unión Soviética en 1930 y su fe se mantiene inquebrantable. En 1930 viajó a la Unión Soviética para participar en el Congreso de la Unión Internacional de Escritores Revolucionarios celebrada en Jarkov (Ucrania). En 1933, tras la toma del poder por los nazis, fue detenida por la Gestapo, siendo puesta en libertad poco después. Antes de esto ya había sido amenazada por los nazis, especialmente a raíz de la publicación de su novela Los Compañeros (Die Gefährten, 1932), en la que atacaba al fascismo. Sus libros fueron prohibidos en Alemania. Huyó con su marido a Suiza y de ahí a Francia, como tantos otros intelectuales, instalándose en París, donde pasaría la primera etapa de su largo exilio.
A diferencia de muchos compañeros de profesión, la producción literaria de Anne Seghers no disminuyó su potencial a causa del exilio. Por el contrario, tuvo precisamente en este tiempo su periodo creativo más destacado, tanto cualitativa como cuantitativamente. En este sentido es probable que la ayudase el hecho de que la primera estación de su exilio fuera Francia, país que amaba y cuya lengua dominaba perfectamente. No obstante desde París hizo frecuentes viajes a otros lugares. Incluso se trasladó clandestinamente a Austria para documentarse sobre el levantamiento obrero contra el régimen fascista de Dollfuss, sobre el que escribirá la novela El camino por febrero (Der Weg durch den Februar, 1934).
En esta novela describe cómo se va adquiriendo la conciencia de clase por los trabajadores, adormecida en un primer momento, y que despierta en la lucha abierta contra los poderes reaccionarios. Hombres y mujeres normales, gente sencilla, van desarrollando no sólo una gran fuerza política, sino un enorme potencial de resistencia. Esa fuerza de los débiles cuando se unen en una causa común sería una constante en su obra. Desde la perspectiva de la novela se desprende que la responsabilidad de la derrota fue de la dirección del Partido Socialdemócrata austriaco, que en el momento decisivo no supo o no se atrevió a ponerse a la cabeza del movimiento.
Desde 1933 hasta 1935, junto a otros escritores, formó parte de la redacción de la revista mensual de literatura y crítica Neue Deutsche Blittler (Nuevas Páginas Alemanas), que se editaba en Praga. Ya en el primer número hacían una declaración contra los que abogaban por un esteticismo apolítico: “No existe la neutralidad. Para nadie. Sobre todo no la hay para los escritores. Incluso el que calla toma parte en la lucha. Quien asustado y confundido por los acontecimientos se refugie en su exilio interior, quien convierte el arma de la palabra en un juguete o en mero adorno, quien, aclarado, se resigne, se condena a sí mismo a la esterilidad social”.
En 1937 escribe El rescate (Die Rettung), donde relata la angustia de siete mineros atrapados a 700 metros de profundidad tras una explosión de grisú, donde esperan la llegada de auxilio. El protagonista, el picador Andreas Bentsch, mantiene la esperanza frente al pánico y la desesperación que les va invadiendo, hasta que son rescatados. Pero sus problemas continúan después del rescate. Ante el inminente cierre de la mina, sus compañeros le piden consejo a Bentsch, pero él no sabe qué hacer, se siente impotente. Tras la detención de un amigo comunista, finalmente Bentsch adquiere conciencia de clase y pasa a la clandestinidad de la lucha revolucionaria.
Durante estos primeros años de exilio, Anna se dedicó también al estudio de las cuestiones estéticas y de teoría literaria. En este aspecto, conviene destacar su controversia con Georg Lukács sobre el realismo. Ambos coinciden en el objetivo (dar a conocer la realidad para transformarla), pero discrepan sobre el método. Mientras Lukács hace especial hincapié en el momento racional de la producción artística, Anna Seghers diseña los elementos de una estética de la experiencia, en cuyo centro está el concepto de la inmediatez de la representación y el efecto.
El “crack” del 29 había desacreditado la irracionalidad del libre mercado, la situación de los trabajadores se hizo más penosa, el rechazo ya existente al desastre social y humanitario que había significado la “Gran Guerra” se hizo más potente gracias a diversos testimonios literarios (Remarque, Hemingway, Ford Madox Ford, Barbusse, etcétera), un ambiente al que se añadió el ascenso del fascismo en Alemania…El criterio de la traición de los intelectuales (Julián Benda) se hizo generalizado entre las nuevas generaciones, pero también entre veteranos como Romain Rolland o Thomas Mann. Fue en este contexto en el que la escritora alemana conocida como Anna Seghers se planteaba: “Aún puedo recordar aproximadamente unas líneas que nos emocionaron en un tiempo: Los intelectuales son culpables de muchos dolores. Bastante a menudo, han traicionado la fortaleza de su fe, manchas de todas clases ensucian su obra grandiosa. ¿Qué quería dar a entender Barbusse con estas palabras?” Al entender de Barbusse, de Anna Seghers y de muchos otros, la repuesta estaba en el partido comunista.
En el caso de ella, en el partido alemán en el que le tocó vivir el mayor revés de la historia, la más completa negación de lo que había significado la revolución de Octubre: la victoria de los nazis en 1933, una verdadera contrarrevolución preventiva que acabaría desviando el curso de la historia hacia el mayor desastre jamás conocido. Todo sucedió en tan poco tiempo, en un plano histórico tan descomunal, que el partido de las tres L, Lenin, Luxembourg, Liebknecht, se encontró de la noche a la mañana con su reverso oscuro. Un reverso que tomó la forma del idealismo burocrático, de la mitificación del partido-Iglesia desarmado con la tesis de que el SPD era el enemigo principal, que la victoria de Hitler sería el prólogo de la revolución. Lo que vino después fue una pesadilla, sobre todo para los comunistas germanos que se exiliaron a la URSS…
Pero por entonces, el horizonte de la disidencia aparecía como una opción para la que existía espacio y después de la hecatombe, las discusiones fueron pocas, una de ellas se desarrolló mediante un intercambio epistolar mantenido entre el flamante Georg Lukács y Anna Seghers. El primero manifestó sus reflexiones con ocasión del “Día del Partido” alemán montado por los militantes exiliados en Bruselas en 1935, los llamó las “Tesis de Blum” de la política del Frente Popular. En su opinión, también los escritores de izquierda se habían desligado del pueblo, rechazó el vanguardismo literario y sus portavoces en las filas comunistas, esto es, contra el filósofo Ernst Bloch y contra sí mismo, el joven Lukács autor de Teoría de la novela (1920) e Historia y conciencia de clase (1923). Al mismo tiempo, reivindicó a más anticuados y convencionales de la izquierda, al Máximo Gorki instalado, a Romain Rolland, y Heinrich Mann y otros próximos al Komintern.
Los vanguardistas ofrecían solamente añicos, astillas de la realidad, impresiones y opiniones subjetivas que, para la masa de los lectores, ni resultan comprensibles, ni atractivas. Por el contrario, los realistas presentan la totalidad social, la plenitud de la vida; a sus obras los lectores pueden aproximarse por muchísimas puertas, desde los ángulos y experiencias vitales más diversos y pueden aprender en ellas no sólo lo que el autor, sino lo que la vida misma dice. ”A Joyce y a otros representantes de la literatura vanguardista (…) les conducen sólo una estrecha puerta; hay que tener una preparación especial para comprender lo que allí dentro se desarrolla. Y mientras que en el gran realismo el acceso más fácil produce también una cosecha humana más rica, las masas del .pueblo no llegan a aprender nada por la literatura de vanguardia”.
Por su parte, Anna siguió defendiendo nuevas experiencias fundamentales, el arte de nuestra época. Si la discusión se daba la forma de John Dos Passos (Manhattan Transfer), para ella había que reconocer ante todo que había enriquecido la literatura de su tiempo con un material grandioso: “¿Que se trataba de jirones de material? Bueno, pero son jirones como la historia de la pareja de enamorados sin trabajo a quienes expulsan de los muelles, son despedidos por la patrona y no encuentran en todo New York sitio donde descansar. O el entierro ¿desconocido que va en sí es una poesía”.
Anna entonces resumía así su pensamiento: “Lo que tú ves como desmenuzamiento me parece mejor concreción; lo que tú consideras experimentos en la forma, lo veo como un intento poderoso de lograr un nuevo contenido, como un intento inevitable.”.
Ninguna derrota, de las tantas que contó desde La revuelta de los pescadores, significaba una conclusión o un cierre definitivo. Las derrotas nunca son definitivas. La vida no se detiene. Los problemas rebrotan detrás del reguero de sangre de la represión. Si se analiza despacio, se observa que junto a la derrota y la resignación brotan también elementos de esperanza, la posibilidad de superar los peores momentos. Desde este punto de vista, Anna recreaba la célebre frase de Rosa Luxemburgo de que el camino victorioso de la clase obrera está siempre salpicado de derrotas. Su identificación con la causa obrera centró sus temas novelísticos en la situación de la clase obrera en aquellos años. Su gran capacidad para observar, de captar la realidad con todos los sentidos se expresa ya desde las primeras narraciones con un estilo muy sintético, duro, parco, y condensado, que es una de las características de toda su obra. Así, por más que cada una de sus novelas y narraciones trate del destino individual, todas tienen en común la idea de la irrupción de la humanidad en una nueva era, donde la vida, la experiencia humana y el propio discurrir de la historia alcanzan contornos cada vez más definidos.
Sus personajes aparecen agobiados por la vida, pero no son capaces de poner en relación su estado y sus vivencias con la situación política que los provoca. Anna desentraña la relación de la vida personal con la lucha política, se pregunta si puede existir vida privada en un marco de confrontación social, y si la voluntad de transformación de la vida individual no ha de desembocar en lucha colectiva. Según sus propias palabras “En esas historias hay muchos personajes desesperados y que se hunden. Cuando se escribe, hay que hacerlo de tal manera que detrás de la desesperación surja la posibilidad de algo nuevo, y detrás del hundimiento, el poder emerger” A lo largo de estos años Anna Seghers participó en diversos congresos internacionales de escritores, y viajó varias veces a España durante la Guerra Civil. En Marsella en 1940, Anna es testigo de cómo se apiñaban republicanos españoles, judíos, desertores, comunistas e intelectuales venidos de todas partes de Europa, con los nazis pisándoles los talones. La ciudad era una algarabía de gente que buscaba un medio para salir rumbo a cualquier parte. Son refugiados saltando de un consulado a otro en busca de los papeles que les permitan embarcar.
Cuando las tropas alemanas invaden Francia, nuevamente tiene que huir. Su marido Laszlo fue internado en el campo de concentración de Le Vernet. Anna escapó con sus hijos a la parte del sur de Francia no ocupada por los nazis. Finalmente consiguió que su marido fuera liberado y que la familia pudiera salir de Marsella en marzo de 1941. Tras una huida accidentada a través de varios países, entre ellos Estados Unidos, que se negaron a acogerlos, llegaron a México. Anna consiguió integrarse perfectamente en el idioma y la cultura de este país. Su marido encontró trabajo de profesor universitario. México ofreció asilo no sólo a muchos exiliados políticos alemanes, sino que también abrió sus fronteras a numerosos intelectuales y artistas españoles y latinoamericanos, y les permitió seguir luchando contra el fascismo. Anna dijo de su estancia mexicana que fue “una de las etapas más bonitas e importantes de mi vida“. Una evidencia de los estrechos lazos que existieron entre refugiados de orígenes tan diversos es la invitación a una comida de bienvenida que ella, recién llegada, recibió de Pablo Neruda, entonces Cónsul General de Chile en aquel país.
Estos contactos se convirtieron en amistad. Jorge Amado, el autor brasileño más importante del siglo XX, dijo que para Pablo Neruda y él mismo, Anna era como una hermana: “Nadie poseyó en este mundo tanto encanto y fantasía como Anna”. En México formó parte de la dirección del movimiento Alemania Libre y del Club Heinrich Heine, dedicándose durante esos siete años de exilio a la actividad política y literaria, y reflexionando sobre la futura identidad política y cultural de los alemanes.
En 1942 publica La séptima cruz (Das siebte Kreuz, 1942; RBA, Barcelona, 2007), su novela más conocida y que le daría fama mundial, especialmente a partir de la notable adaptación cinematográfica que dirigió Fred Zinnemann en 1944, con Spencer Tracy de protagonista. Es la historia de la huída de siete presos de un campo de concentración nazi, de los que sólo se salvará uno. La autora describe la fuerza y la voluntad inquebrantable del ser humano en un país dominado por el fascismo. La voluntad y la fuerza para resistir no son patrimonio exclusivo de los militantes conscientes, sino también de gente apolítica, de gente de la calle, como un párroco, un médico judío, un aprendiz de jardinero, o una modista. Todos ellos desarrollan la fuerza de su humanidad para conseguir escapar. La novela muestra que en la transformación, en el cambio individual, va implícito el cambio del conjunto, de la totalidad. Este libro fue incluido por Marcel Reich-Ranicki en su Canon de la literatura alemana.
En junio de 1943 resultó herida en un accidente de tráfico, lo que le hizo pasar un tiempo en el hospital. Probablemente fue atropellada, aunque algunos dicen que fue arrojada desde un coche. Lo cierto es que ella no se refirió nunca a este incidente. En 1944 publicó también en México la novela En Tránsito (T llevada al cine por Christian Petzold. Alemania, 1918, y que se acaba de estrenar entre nosotros después de un trayecto de éxito), otra de sus obras maestras, considerada por muchos como la novela más importante que se haya escrito sobre el exilio. En ella se narra la experiencia de los exiliados que esperaban en Marsella el tránsito hacia América huyendo de los nazis. Marsella es una ciudad a la que había que acceder sólo para poder irse, la cadena de trámites burocráticos que mantiene a los que huyen en permanente estado de alerta, se tensa cada vez que se anuncia la partida de un barco hacia Martinica, México, Brasil o Estados Unidos. Quien no consiga irse será devuelto a su origen. El exilio aparece situado en un punto de máxima tensión, en ese espacio y tiempo en el que la víctima parece suspendida en el vacío con un pie en cada uno de los extremos del abismo: el lugar de salida y el lugar de llegada, justamente como el “Aquarius”, que nos ha hecho recordar historias parecidas en vísperas de la II Guerra Mundial.
En ese año se le otorgó el premio Georg Büchner. Inicialmente vivió en el sector occidental de Berlín, pues quería que sus libros se leyeran también en las zonas no rusas. Por fin el 22 de abril de 1947, catorce años después de su partida, Anna Seghers regresó a Berlín, que en aquella época era, en palabras de Bertolt Brecht, un aquelarre de brujas. Según uno de sus biógrafos: “La nostalgia hacia su patria, en especial hacia su lengua materna fueron las causas de su regreso”, así como “la promesa de una Alemania diferente a la que ella había vivido”.
En realidad, la mayor parte de los escritores alemanes exiliados regresaron a la zona de administración soviética: Bertolt Brecht, Ernst Bloch, Willi Bredel, Johannes R. Becher, Friedrich Wolf, Ludwig Renn, Wieland Herzfelde, Stefan Heym, Arnold Zweig, Jan Petersen, Stephan Hermlin y Erich Arendt. Años más tarde, a la pregunta de por qué regresó a la zona de administración soviética respondió Anna Seghers: “Porque aquí puedo alcanzar la resonancia que todo escritor desea. Porque aquí existe una estrecha relación entre la palabra escrita y la vida. Porque aquí puedo expresar para qué he vivido”.
Muchos intelectuales que regresaban del exilio se encontraron de pronto viviendo “atemorizados por las intrigas, sospechas y vigilancias”: la guerra fría había comenzado. En este tiempo se convirtió en una de las principales y más activas exponentes de la cultura de la República Democrática Alemana, donde ocupó varios cargos. En 1951 le fue otorgado el Premio Lenin de la Paz, un premio tan cuestionable como todos los que hacían referencia a un “comunismo” que poco tenía que ver con el de la RFA.
Su socialismo, que se expresaba en los primeros cuentos y novelas según modelos a menudo más humanitarios que claramente marxistas, en las novelas de la posguerra dio lugar a reconstrucciones históricas y épicas de los acontecimientos de la época en clave muy “ortodoxa”. Die Toten bleiben jung (1949) muestra hasta qué punto prevalece el compromiso ideológico y político. A pesar de las preocupaciones literarias y estéticas, predomina el procedimiento “educativo” de la representación de los problemas de la sociedad socialista, en la que, por otro lado, la escritora halla su razón de ser en tanto que partícipe de su construcción. Y ello de acuerdo con un canon literario, que Seghers adoptó y expresó como sigue: “Nosotros no escribimos sólo para describir, sino para cambiar describiendo”.
A partir de 1971 la escritora volvió a introducir en su obra la temática individual, publicando Überfahrt, una novela fundamentalmente basada en una historia de amor. Siguió Steinzeit/Wiederbegegnung (1977), que consta de dos cuentos. El primero narra, en clave intimista, la historia de un expiloto de aviación que había volado durante la guerra de Vietnam y que se convierte en un pirata del aire, mientras que el segundo vuelve a estar dedicado a una historia de amor. Seghers llevó a cabo además una intensa actividad como ensayista, publicando textos sobre arte, literatura, el proceso creativo y, más en general y de modo coherente con su compromiso político, sobre temas de actualidad.
Anna Seghers se movió en un terreno próximo al del mejor “realismo socialista”, y de ninguna manera se la puede considerar como una escritora “de partido”. Estaba dotada de un estilo directo y de una gran diversidad narrativa. Escribió también ensayos recogidos en Sobre Tolstoi (1962) y Sobre Dostoievski (1962). Sus poemas fueron recogidos en un volumen en 1974. La suya fue una obra valorada de forma muy diversa tanto en una Alemania como en la otra después de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en la República Democrática le fueron concedidos los premios literarios más importantes, en la República Federal la condenaron a ser ignorada y fue presa de la hostilidad dictada por los criterios de la Guerra Fría, debido a su condición de comunista, un concepto que ella ligaba con el tiempo en que este concepto se remitía a las tres L: Lenin, Luxemburgo, Liebknecht. Como personaje de prestigio, se permitió tomar sus distancias con el sistema burocrático, sin por ello hacer concesiones al mal llamado “mundo libre”.
Esta filiación ha sido una de las razones de que Anna Seghers haya sido poco traducida en España. Era todavía muy poco conocida durante la República, solamente empezó a ser editada en los años setenta y en las décadas siguientes la literatura “comprometida” no fue lo que se dice, bien vista.
Christa Wolf definió a Anna en los siguientes términos“Anna Seghers: alemana, judía, comunista, escritora, mujer, madre. En cada una de estas palabras hay que pararse a reflexionar. Tantas identidades contradictorias, aparentemente excluyentes, tantos ligamentos profundos y dolorosos…”.
El autor, Pepe Gutiérrez-Álvarez, es escritor y miembro del Consejo Asesor de viento sur.
*Fuente: VientoSur
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