La muerte lenta de la democracia cristiana
por Rafael Luis Gumucio Rivas, El Viejo (Chile)
7 años atrás 5 min lectura
30/01/2018
El cadáver de la Democracia Cristiana no es el único candidato inscrito para ser enterrado en el campo santo: su muerte lenta tiene su explicación en una profunda crisis de todos los partidos políticos, especialmente, los de centro-izquierda, que conformaron la Concertación y, más recientemente, la Nueva Mayoría.
La derrota de Alejandro Guillier tiene un significado más profundo que las ridículas autocríticas de los partidos que lo apoyaron. En general, asistimos a un quiebre definitivo de los partidos socialdemócratas tanto a nivel mundial, como en Chile. Esta crisis fue precedida por la de las Democracias Cristianas a nivel planetario: el derrumbe de las Democracias Cristianas – en Francia, con el Movimiento Republicano popular (MRP), que murió con la IV República, y la Democracia Cristiana italiana, fenecida a causa de la corrupción – ahora le sigue la crisis de las socialdemocracias – el PSOE, en España, y del Partido Socialista francés -.
En Chile, no sólo la DC es candidata a ser analizada por los médicos legistas, sino también el Partido por la Democracia, (PPD), nacido como un instrumento para colaborar en el combate a la dictadura de Augusto Pinochet. Hoy, ambos Partidos han perdido todo sentido e influencia en la política chilena. En al caso del PPD nunca fue más que una combinación al servicio del liderazgo de Ricardo Lagos Escobar y, posteriormente, cuna del caudillismo de los Girardi, y sólo podía subsistir en una democracia clientelista, y se negaron, sistemáticamente, a fusionarse con el Partido Socialista, que era lo más lógico.
La Democracia Cristiana ha podido subsistir hasta hoy gracias a los favores del Estado, sobre todo al exigir cargos en los principales ministerios y en las empresas estatales – para vivir del fisco no es necesario tener ideales o una ideología mesiánica que los aglutine -. En el caso de este Partido, el recuerdo del socialcristianismo, construido sobre la base de las encíclicas sociales, como también de escritores y filósofos, entre ellos Charles Péguy, Leon Bloy, Georges Bernanos, Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, contribuciones todas que le permitían a la DC mostrarse como poseedora de un acervo ideológico, que fue muy importante para detener el avance del comunismo, sobre todo, en la Italia de la posguerra.
Como ocurre con los partidos envejecidos, que sólo pueden sobrevivir sobre la base de los recuerdos, la Democracia Cristiana chilena los tenía, y muy gloriosos por cierto, en su “álbum de fotografías” – estaban Frei Montalva y Frei Ruiz-Tagle, Patricio Aylwin, los tres Presidentes de Chile; también, los 80 diputados de 1965 – como también el hecho de que la Democracia Cristiana perteneciera a una Internacional, que le permitía llenar sus arcas de dinero.
Un Partido tan poderoso como la DC podía darse el lujo de convivir dividido en varias fracciones, desde el progresismo conservador y el camino propio, a un cristianismo de izquierda – no tenía ningún problema de aliarse con los comunistas para intentar el reemplazo del capitalismo por una sociedad socialista comunitaria -.
Esta coexistencia de tendencias tan disímiles no podía durar por mucho tiempo y, por lógica, vinieron los quiebres: en 1969, el MAPU, y en 1971, la Izquierda Cristiana. Ambos sectores rebeldes y terceristas rechazaban el capitalismo y reivindicaban la raíz nacional y popular de la Democracia Cristiana, postulando la unión social y política del pueblo y la lucha de los pobres del campo yla ciudad.
Hoy, el socialcristianismo y el humanismo cristiano tiene muy poca vigencia ideológica – aunque el Papa Francisco se desgañite criticando el capitalismo salvaje e intente revivir la doctrina de las encíclicas papales Rerum Novarum y Cuadragésimo Anno, ya nadie le cree mucho; la iglesia católica pretende recuperar a sus ovejas en América Latina y, sobre todo, en África, pero se ve que, cada día, más fieles abandonan las iglesias -.
El humanismo cristiano – una contradicción en sí mismo, pues una concepción teocéntrica de la política es contraria a cualquier humanismo – ha sido apropiado por la derecha chilena, (Piñera, en 2009, definió su candidatura como humanista cristiana, pretendiendo ganar los votos de los democratacristianos) y hoy, el ex candidato derechista, Manuel José Ossandón, se autodefine como socialcristiano.
La Democracia Cristiana puede realizar un congreso ideológico para recuperarse de la sangría electoral, pero estoy seguro de que estos “loables” encuentros serán infecundos, pues el pensamiento socialcristiano ha perdido vigencia y el vuelo “del cóndor” sobre el colectivismo y el individualismo carece de todo sentido: las “terceras vías” no tienen cabida en un mundo dominado por el neoliberalismo y el culto de “mamón” en su expresión más radical.
Las renuncias de los derechistas democratacristianos se están produciendo con cuenta-gota: primero fue Mariana Aylwin, con séquito de los treinta momios; ahora le corresponde al nunca bien ponderado, Gutenberg Martínez – dice que está en un proceso de reflexión -, para luego ver la conveniencia de depositar su renuncia.
El drama de los democratacristianos del camino propio es que, en primer lugar, se niegan a reconocer que el haber adoptado esta vía terminó por matar a la Democracia Cristina, que ya estaba malherida – los cuidados de los sacristanes terminaron por matar al seños cura -; en segundo lugar, el paso de acercarse a la derecha triunfante, luego de las últimas elecciones presidenciales, era oportunistamente rentable, pero le “salió el tiro por la culata”, pues el Presidente electo no tiene ninguna intención de inclinarse al centro, sino por el contrario – como lo demuestra el último gabinete – tiende a derechizarse aún más, y como no son tontos estos ex democratacristianos, saben bien que no tienen cabida en el piñerismo, y más bien “harían el loco” al estilo de los “colorines de PRI; en tercer lugar, no habría ningún espacio en la política chilena para ubicarse en un centro ideológico y, en el caso delas capas medias, responden al arribismo y al miedo a la pobreza, de la cual han salido – hoy, al igual que los ricos, tienen también viernes que defender, es decir, mucho que perder, de ahí los gritos y consignas al triunfo de Piñera, “nos salvamos”.
Desgraciadamente, con la Democracia no ocurrirá lo mismo que con liberales y conservadores, (1965), que fallecieron instantáneamente de infarto masivo y, como el Partido Radical, vivirán de tumbo en tumbo, con una larga vejez miserable.
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