¿Es Chile un país católico?
por Rafael Luis Gumucio Rivas, El Viejo (Chile)
7 años atrás 6 min lectura
20/01/2018
Los discursos del Papa Francisco contienen citas, hábilmente escogidas, de personas que han marcado la historia nacional, como Violeta Parra, en la canción Arauco tiene una Pena; del cardenal Raúl Silva Henríquez – injustamente olvidado por muchos chilenos – que hablaba del “alma de Chile” y, sobre todo, de San Alberto Hurtado.
Cuando el padre Hurtado escribió ¿Es Chile un País católico?, el 90% de la población se declaraba seguidora de la iglesia católica y, aun cuando muy pocos concurrieran a la misa y frecuentaran los sacramentos sí se sentían parte de la iglesia y creían al Papa y los sacerdotes que eran, en algunos pueblos, las figuras principales, junto con el alcalde y los maestros de escuela.
Alberto Hurtado denunciaba que, a pesar de las encuestas, Chile era un país altamente religioso, pero la adhesión al cristianismo era meramente formal. Los latifundistas usaban la religión para mantener tranquilos a los peones, (en algunos fundos edificaron capillas, visitadas por los curas en cada verano). El clérigo les predicaba a los peones sobre la sumisión y que el poder venía de Dios y, por consiguiente, había que obedecer al patrón; concluida la misa, almorzaba con los dueños del fundo.
En esa época, la mayoría de los curas pertenecía al Partido Conservador, y algunos obispos, entre ellos José María Caro y Gilberto Fuenzalida, se indignaron con la carta del cardenal Eugenio Pacelli, posteriormente Papa Pío XII, que planteaba que los católicos tenían la libertad de militar en cualquier partido político, lo que le daba razón a los falangistas.
El Partido Conservador lograba muy buenas votaciones de los obreros gracias a la existencia de sindicatos paralelos – los “josefinos” -, incluso, el padre Hurtado animaba el paralelismo sindical respecto a los socialistas y comunistas.
En esa época hubo obispos tan reaccionarios como los actuales, entre ellos Augusto Salinas, que llamó a los falangistas “enemigos de Dios” por el solo hecho de oponerse a la “ley de defensa de la democracia”, polémica que estuvo a punto de disolver a la Falange, siendo salvado por el obispo de Talca, Manuel Larraín.
Hoy, los ricos ya no necesitan, como en los años 50, de una iglesia que, en ese entonces era el baluarte del anticomunismo y servía, por medio de la piedad, para mantener a los peones y a los “rotos” tranquilos. Las encíclicas sociales y partidos políticos más progresistas dentro del catolicismo inquietaban a los poderosos. Con la caída del muro de Berlin ya no representan peligro en ninguna parte del mundo, pues la mayoría de estos “peligrosos revolucionarios” ahora están en proceso de aburguesamiento, y sólo, algunas veces, para engañar a los “fachos pobres” usan el miedo a los bolcheviques para que voten por Piñera.
La iglesia católica actual en Chile sólo se está quedando con los cardenales Ezzati y Errázuriz, y los tres obispos formados por Karadima, sumados al obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González y a los ridículos capellanes castrenses y, sobre todo, al embajador del Vaticano, el ultrarreaccionario obispo Ivo Scapolo. El “pueblo de Dios”, del que hablara el Concilio Vaticano II, hace tiempo que no le hace en menor caso a la jerarquía y, con mucha razón, cada vez concurren menos fieles a escuchar las prédicas y participar en misas del Papa Francisco – en Lobito, en Iquique, hubo menos de cien mil personas y se calculaban cuatrocientas -; en el Parque O´Higgins, doscientas y se tenía una estimación de quinientas mil; en Temuco, los mapuches también hicieron sentir su rechazo.
En una encuesta, realizada hace poco menos de un año, siete de cada diez chilenos declaraba no sentirse identificado con la iglesia católica, aunque sí creían en Dios, pero no en los curas – al revés de Diego Portales, que creía en los curas, pero no en Dios -.
Los ricos, dueños de Chile, ya no necesitan a la iglesia católica: el “Dios Mamón” les da más réditos que la iglesia del “pobrete” de Nazaret; por lo demás, se les ha ido derrumbando sus “sinagogas” predilectas, entre ellas, la iglesia Colorada de El Bosque – antes regentada por el gran santo” Fernando Karadima, que según él, era el discípulo predilecto del Padre Hurtado; pero ahora las misas de la parroquia de El Bosque no son las de antaño -. Los Legionarios de Cristo (“millonarios”) ya no cuentan con John O´Reilley, tan acucioso en la educación de sus hijas y en la bendición de sus empresas. Afortunadamente, aún quedan los colegios católicos, como el de El Verbo Divino y de los Jesuitas, para convocar a los jóvenes a escuchar el discurso de Francisco, actividad realizada en el Templo Votivo de Maipú, y aprender de memoria, a costa de repeticiones sucesivas, la contraseña ¿“qué haría Cristo en mi lugar?”.
Las palabras del mismo Papa Francisco se están encargando de vaciar las iglesias en forma mucho más eficiente que el santo Juan Pablo II, quien realizó el milagro de destruir, no sólo el legado del Concilio Vaticano II y de las Conferencias del CELAM de Medellín y Puebla, sino de reemplazar a obispos progresistas y fieles al evangelio de Cristo, por otros esperpentos reaccionarios, protectores de curas pedófilos y de encubridores de los Karadima y de otros que, hoy, están el tapete, entre ellos algunos de los Hermanos Maristas.
Francisco, en la práctica, se convirtió en el guardaespaldas del obispo Juan Barros, acusado de encubridor de los abusos de poder de Karadima, que degenera en violaciones y sometimiento de menores vulnerables. Al decir que “le dieran una sola prueba y él hablaría y lo demás es calumnia”, y antes, haber clasificado a los osorninos de “tontos y zurdos…” pienso que estas palabras no corresponden al trato de respeto que debe tener un pastor hacia sus fieles, sería más de un lobo enrabiado que de un pastor con “olor a oveja”.
Si alguien, antes de su visita a Chile, pudo pensar que el Papa estaba mal aconsejado por el Nuncio Scapolo y por los cardenales Ezzati y Errázuriz, ahora está claro que es el mismo Papa quien protege a Juan Barros y le falta al respecto a las víctimas de los pedófilos.
Hay una flagrante contradicción entre las palabras y los hechos: ¿cómo congeniar la tolerancia cero con la protección irrestricta al obispo Barros? ¿“El dolor y la vergüenza” por los delitos de pedofilia, cometidos por clérigos, y el abrazo afectuoso dado al obispo Barros? ¿La iglesia de los pobres, con la protección a una jerarquía en que hay obispos formados por el degenerado Karadima?
Es un muy buen signo el que los chilenos ya no se dejen manipular por citas y frases bonitas y exijan hechos y no palabras. Y respondiendo a la pregunta del Padre Alberto Hurtado, Chile dejó de ser un país de borregos, que creen todo lo que dice la jerarquía, y saben distinguir bien el trigo de la cizaña: a un Felipe Berríos de un Ezzati, a un Mariano Puga de un Juan Barros, a un Santo como el Padre Hurtado, de un fanático franquista, como Escrivá de Balaguer.
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