Carnavales barriales: resistencia de la cultura popular y el aporte de los migrantes
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8 años atrás 4 min lectura
“Mi destino es resistir esa “civilización” de poder y ambición”
Los Jaivas
Sin duda ciudades como Montevideo y Buenos Aires son reconocidas porque mantienen aires de carnaval. Barrios gratos para el paseo son el Puerto en la ciudad oriental y San Telmo en el otro extremo del Río de la Plata, cualquier día domingo nos dejan ver la diversidad cultural que pueden acoger las ciudades. Sin duda, poder caminar por la calle dejando de convivir con los contaminantes automóviles es un rito sano para el ser humano. En Santiago de Chile escasos lugares sirven para estos espacios en que brotan las manifestaciones culturales, generalmente surgen en parques o plazas, sin embargo suelen ser perseguidas por las autoridades de los municipios -que persiguen a artesanos que son patrimonio vivo de la humanidad- y se terminan disipando estos lugares alternativos en que no se paga por el acceso a la cultura.
Hace algunos años en el Barrio Yungay se vienen realizando los carnavales de primavera, este lugar conocido de la ciudad de Santiago por su carnaval más grande que es en enero conocida como la fiesta del “roto” chileno, los cuales suelen ser organizados por varias agrupaciones sociales, culturales y artesanales, sin los apoyos institucionales de las políticas públicas. Quizá sea esto una de las fortalezas más notables de este barrio, que suele estigmatizarse en los medios de comunicación por la venta de drogas y por su gran población negra y de migrantes que choca a la mente colonizada y clasista de los chilenos.
Los carnavales del Barrio Yungay son un espacio de resistencia en los cuales hay una apropiación de la calle convirtiéndola en un espacio público para las manifestaciones culturales. La escasa densidad de población de ese barrio esos días se ve sobrepasada por los visitantes chilenos, que dada la escases de estos espacios en la ciudad concurren a esta fiesta carnavalesca. Uso la idea de carnaval no sólo por el ánimo festivo, sino que también por la tolerancia al consumo de alcohol y de marihuana que suele ser moderado y no invasivo, por las muestras explícitas de amor homosexual, gente que baila sin pudor, colores de piel diferentes y una comunidad lingüística cosmopolita. La calle se transforma en un espacio de convivencia que no atenta contra las libertades.
Pasear por estas calles en carnaval permite llenarse de ritmos, la música invade las calles, músicos como los Cajones de Yungay dirigidos por Caruso han resistido por años el hostigamiento por el uso que hacen cada domingo de la plaza principal del barrio donándonos esas sonoridades afroperuanas. Como ha dicho este músico los Cajones se quedarán en la plaza y seguirán resistiendo los asedios. Este año acompañaron los ritmos afro, cuestión que no debe sorprender, ya que es un barrio con población negra. También destacaron los ritmos brasileños por la banda Forró Da Gota que posibilitó transformar la calle en un espacio de bailes corporales para varias parejas. Destacada es la presencia de los chinchines que también son queridos en el barrio que reúne varias agrupaciones como la Familia Bombo Trío y otras, como Chin chin tirapié, que son parte del patrimonio del barrio. El Barrio Yungay se merece hace rato ser declarado patrimonio más allá de los límites actualmente reconocidos como lo vienen expresando sus dirigentes barriales que son los responsables directos de la mantención de este espacio fértil para la convivencia ciudadana.
La música en Chile se ha visto enriquecida en la calle, las manifestaciones que se aprecian claramente son multiculturales, las sonoridades se han diversificado, tanto como los coloridos y los sabores. Prestar atención a estos elementos posibilita una relación de convivencia más amable con los migrantes, pero también ayudan al fortalecimiento de nuestra identidad desde una perspectiva distinta a las que suelen imponer las políticas culturales de los manuales hechos por los Estados-naciones que administran una ideología de clase y de dominación en las instituciones educativas tradicionales.
La organización de estos carnavales, autogestionados por vecinos y agrupaciones, hace bien al mantenerse lejos de la administración política. La cultura popular callejera es un espacio legítimo de resistencia al poder y es una posibilidad real para la generación de espacio de convivencia de una ciudadanía que se construye en la práctica cotidiana de la expresividad humana.
Quedan todavía un par de fines de semanas para que la ciudadanía se manifieste con alegría, previos a la tristeza electoral producida por la clase política. La cultura es política, todo es política. La marcha hacia un Chile menos capitalista y consumista, es parte de una transformación cultural y moral que se construye en la calle con sujetos políticos emergentes, con mejores logros que las hasta aquí fracasadas vías electorales e institucionales.
Alex Ibarra Peña
Colectivo de Pensamiento Crítico “palabra encapuchada”
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