Colombia: Unir en lo que une hacia una rebelión urgente y desarmada
por Manuel Humberto Restrepo Domínguez (Colombia)
8 años atrás 8 min lectura
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Afrontar el momento histórico de fin del conflicto armado convoca a una convergencia nacional de grupos, organizaciones, sectores, movimientos y experiencias populares, cuya capacidad colectiva integrada hace tránsito de minorías a inmensa mayoría. Contener el interés de cada parte y apostar por una sola agenda política y social centrada en la toma del control del estado y del gobierno por vía electoral, en las próximas elecciones de 2018, no solo es pensable si no posible. El momento parece propicio para que el movimiento popular ya organizado convoque y conduzca una rebelión desarmada1[1] que se extienda por todo el país, región por región, sector por sector, por medios no violentos y orientada a transformar las condiciones del sistema de poder y a destituir el modelo de gobierno vigente.
La confluencia por integración, y no por simple sumatoria, de acumulados de lucha y anhelos de paz, se define en la idea de unir en lo que une y hacer de todas las luchas una sola y definitiva, en el ahora y aquí del momento histórico. Unir en lo que une, exige de cada organización su convicción y actuación ética y sin vacilación, para asumir el reto de sobreponer el interés colectivo por encima del interés propio, y promover con celeridad, concertación crítica y cierto nivel de pragmatismo, un consenso en diversidad, que reconozca la diversidad de modos de acción cultural y social para participar, resistir y construir la alternativa de poder real.
En las regiones la experiencia de lucha social, protesta y confrontación desarmada al poder de las elites, muestra a la resistencia colombiana como a una de las más sólidas y persistentes del mundo, con levantamientos cimarrones contra la esclavitud hace cuatro siglos, levantamientos de artesanos hace dos, grandes movilizaciones de obreros y mujeres indígenas, miles de luchas campesinas, mineras, obreras, indígenas, estudiantiles, ecológicas, políticas, de mujeres, durante los últimos cincuenta años, en mitad del estado de guerra que debilitó las revueltas civiles. A pesar de la agresión permanente, el movimiento social y popular, rural y urbano, no fue derrotado en esta guerra que termina. Esa es su mejor carta de presentación para promover la conquista del poder por la vía desarmada. Quedó en pie a pesar de la sistematicidad y crudeza de la barbarie –desescalada pero vigente-. Soportó las más inverosímiles formas de eliminación, represión y opresión y como en ningún otro lugar del mundo enterró, sin huir de la tragedia, uno tras otro a sus mejores líderes y cuadros políticos que fueron asesinados diariamente y no sucumbió ante la criminalización, judicialización y negación de la protesta. Supo resistir en medio de la indiferencia promovida con las verdades falseadas creadas por el poder y los partidos políticos y recreados por los medios de comunicación y las voces de los gobernantes que de manera escalonada mienten para imponer su voluntad política.
Una agenda de mínimos, podrá ser la herramienta más adecuada para empujar la rebelión desarmada, unida en el propósito común de: Tomar el control del Estado desde afuera de las maquinarias tradicionales y de la intermediación de las elites; posibilitar la liberación de los poderes estatales de las manos del clientelismo y de las redes económicas privadas transnacionales y locales que han convertido al país en botín del capital indolente que no respeta instituciones ni tiene sentido de humanidad e; Implementar los acuerdos de paz como camino para promover la convivencia que permita vivir con dignidad. Una agenda de confluencia social y política alternativa, tendrá que estimular el cambio de la lógica de guerra hacia una lógica de paz, derechos y restauración ética. El reto es enfrentar en las urnas en 2018 a las elites que no fueron derrotadas con las armas y que gobiernan con el favor de mafias y paramilitares y que resultan más inteligentes que las mismas leyes con las que encubren sus desafueros, al amparo de los partidos tradicionales acostumbrados a incumplir los acuerdos y pactos con su pueblo al que no reconocen como interlocutor si no como elector y subalterno y por lo que ocurre a diario, tampoco ahora parecen dispuestos a cambiar su manera de ser y decidir, soportada en la herencia medieval y su obsesión de poder.
Los datos de la realidad material, indican un clímax en el desprestigio de partidos y gobernantes, y un momento favorable al cambio. En lo social la coyuntura de fin del conflicto armado con las FARC y Negociación con el ELN; en lo económico la inconformidad de un pueblo que ha cedido demasiado y parece dispuesto a desafiar a la clase gobernante, que la metió en un trágico destino de sufrimiento, hambre y muerte por enfermedades prevenibles y sin empleo, mientras celebran su asalto al erario y; en lo político con expresiones de rabia colectiva e indignación, contra el clientelismo, la corrupción y los corruptos en abstracto, que los sectores populares sabrán poner al descubierto y develar los grupos y partidos políticos a los que pertenecen, región por región. Estos elementos como marco podrían definir la agenda de rebelión desarmada que enfoque la atención de las mayorías, -apáticas unas, silenciadas otras, aisladas las demás-, en la recuperación de su papel histórico que dio origen al demos de la democracia y de un humanismo propio de la dignidad humana hoy irrespetada, negada, violentada por gobernantes incapaces de ofrecer respuestas a las demandas de la población.
¿Qué falta para hacer la conexión entre lo que la gente demanda, dice, busca y el propósito de tomar el control del estado y del gobierno? Nada. Las prácticas y el entusiasmo muestran madurez para lanzar una movilización de ofensiva democrática e iniciar la marcha rebelde desde las regiones, las universidades, los campamentos desarmados, los campos de cultivo, las minas en despojo, los puestos de trabajo, las plataformas de diversidad, las calles. Como en Ítaca, el camino es difícil y el adversario complejo, cuyo negocio es el estado, es una elite más astuta que otras en el mundo, sabe reacomodarse a toda circunstancia, reptar, mutar, moverse en círculo por entre cargos, instituciones y empresas. Hoy son congresistas, mañana ministros, después magistrados. Un día son investigados, después prófugos, luego candidatos o consejeros. Son familias, logias o bufetes. En el presente, tratan de enredar entre el tejido judicial los resultados de la negociación política de paz, para impedir que nuevos rebeldes desarmados ejerzan su ciudadanía, pero a la vez ganar tiempo hasta convertir a la paz en su bandera y a los derechos en su escudo. Saben organizar promesas con los sueños de los débiles y volver la incertidumbre algo menos desalentador. Saben recrear la utopía de la felicidad, ofrecen una vida liberalizada, privatizada e individualizada bajo control y vigilancia. Saben disponer del terror y su mejor experiencia es hacerse elegir y reelegir, a pesar de sus inhumanas actuaciones.
Una agenda de unidad, tiene el reto de hacer florecer el sentido y prácticas de emancipación con valor ético y político del que resulta la dignidad humana que lleva a preocuparse por el otro, por el colectivo, por el excluido, y lleva a vivir pensando en la justicia antes que en la ley y a poner al descubierto como asunto humano a los responsables de la destrucción de la democracia real y sus modos de acción. Una rebelión desarmada tiene que ser drástica, sin teorías declaradas, ni ideologías expresas, sin caudillos, ni salvadores, sin acuerdos privados, sin dogmatismos ni viejas cuentas que cobrar, que sepa prevenir e inmovilizar antes de su nacimiento las reacciones en su contra.
Una rebelión desarmada que no espere a que los acuerdos de paz sean adecuados por la retórica de los partidos tradicionales y sus nacientes fundamentalismos de ultraderecha y que tampoco se pierda en las trampas del desgaste, el eventismo y la fragmentación a la hora de deponer intereses y definir la agenda de mínimos comunes para tomar el control del Estado, humanizar y adelantar la acción política sin el ellos de las elites que construyen guetos y se amurallan para impedir la entrada del nosotros que está extendido por todos los lugares y que articulado por unos mínimos podrá hacer posible el propósito de Tomar el control del estado y del gobierno, como base segura para la construcción efectiva de paz con justicia social. Quizá este momento es para avanzar rápidamente en el fondo del propósito rebelde y desarmado, no en sus formas lega.
*Fuente: Alainet
1 [1] Rebelión desarmada indica no violencia, no es equiparable al concepto de rebelión armada tipificada por el CP, art. 467.
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