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La intelectualidad iquiqueña a fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX

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El escritor y periodista Francisco Ovalle en su texto La ciudad de Iquique (1908), nos relata que en medio del bullente ambiente mercantil que vivía la urbe de fines del siglo XIX, existía una reducida intelectualidad agrupada en algunos círculos ilustrados. En 1886 se formó la institución literaria conocida con el nombre de El Ateneo, la que pese a su corta vida fue la que tuvo mayor trascendía por la calidad de sus integrantes, entre los que se contaba: Guillermo  Billinghurts, José Francisco Vergara, Vital Martínez Ramos, Augusto Orrego y Juan Vicente Silva. Según el mismo Ovalle “Ateneo, fue honrado con la presidencia honoraria del distinguido abogado y estadista Marcial Martínez; el estudio sobre geografía de Tarapacá que escribió el señor Billinghurst  y otros sobre la geología de esta rica región que presentó el señor Orrego Cortés que le valió las felicitaciones el señor Martínez” (134) También existió otro Círculo ubicado en la calle Amunátegui frente a la Plaza Manuel Montt y un último denominado Círculo Literario. Así mismo, nos cuenta que por esos días se avecindaron, ya sea por razones laborales o personales, escritores e intelectuales nacionales y extranjeros, algunos de ellos fundaron diarios de importancia en la localidad.

Entre algunas de estas personalidades destaca: Modesto Molina, poeta peruano;  Guillermo Billinghurts, empresario, político y periodista de la misma nacionalidad; Carlos Marín Vicuña, abogado y literato, quien en 1907 compuso una parodia de Cyrano de Bergerac, que intituló Ciríaco de Pastorac la que se representó en el Teatro Municipal, con grandes ovaciones para su autor. Sumemos a Víctor Manuel Montero, Guillermo Rodríguez, Nicolás Palacios, Santiago Toro Lorca, Fernando López Loayza, entre otros distinguidos personajes.

A fin de cuentas, ellos fueron las elites encargadas de difundir una cultura ilustrada entre las clases altas y medias de la ciudad, dentro de una atmósfera donde todo giraba en torno al comercio, la industria y las relaciones mercantiles, pues, Iquique, con arreglo a la mirada del periodismo santiaguino no gozaba en ese tiempo de un desarrollo intelectual digno. En la publicación de Pluma y Lápiz (10-8-1902) se dice: “El espíritu de las jentes de Iquique tiene un igual tono que la ciudad en su aspecto. Ese caserío gris, achatado, de tablas representa bien el alma colectiva de ese pueblo, de vida impulsiva, mecánica, de poca o ninguna lectura, i de nula vitalidad cerebral. Allí se aprende a luchar por la vida, pero todos son combatientes de los combates por el dinero.”[1]

Pese a la anterior impugnación, debemos contra argumentar que ya a finales del siglo XIX e inicio del siglo XX  existe significativos trabajos escriturales, entre los cuales destacamos: Guillermo Billinhurst (Rápida ojeada sobre la cuestión del salitre), Clodomiro Castro (Poemas: Las pampas salitreras), Juan de Dios Ugarte Yávar (Iquique desde su fundación hasta nuestros días: recopilación histórica, comercial y social), Dimas Filgueira (Historia de las Compañías de Bomberos de Iquique y Datos Estadísticos referentes a las mismas hasta el año de 1888), Eduardo Barrios (El puerto de Iquique) y los periodistas Nicanor Polo y Osvaldo López (que respondían al seudónimo de Juanito Zola. Creadores de la novela Tarapacá). López, además, fue editor del diario El Pueblo, y autor del Diccionario Biográfico Obrero, publicado en 1912. Fernando López (La Provincia de Tarapacá alrededor de su industria y de Iquique, su principal puerto. 1912-1913), Francisco de Bezé (Tarapacá en sus aspectos físico, social y económico), Manuel Salas (Comisión Consultiva de Tarapacá y Antofagasta. Trabajos y antecedentes presentados al Supremo Gobierno de Chile por la Comisión Consultiva del Norte), Francisco Vidal Gormáz (Estudio del Puerto de Iquique), y la poesía de la polémica y feminista Teresa Wilms Montt, en su estadía en Iquique, entre los años 1912-1915, por recordar a algunos.

Sergio González y Osmar González, en el artículo Guillermo Billinghurst en Tarapacá (2014), apuntan: “Esos años que precedieron al cambio del siglo XIX por el siglo XX más la década siguiente, fueron los más interesantes desde un punto de vista cultural. Iquique nunca más volverá a vivir – hasta nuestros días – un auge cultural similar aparejado de un cosmopolitismo en su sociedad y de un auge en su economía” (153). Más adelante, refiriéndose a la actividad cultural de la clase obrera los investigadores citan a Juan de Dios Ugarte Yavar (1904): “tiene también tres instituciones Filarmónicas: Filarmónica Internacional de Artesanos, Unión y Fraternidad de Obreros y Centro Filarmónico de la Juventud. Esta academias celebran academias dos veces por semana en las noches y bailes una vez al mes” (68). Sin contar,  los numerosos diarios que circulaban por esos primeros años del siglo pretérito.

En fin, estos son algunos indicios que corroboran que Iquique vivió una época de oro en la actividad social y cultural, como resultado del gran movimiento industrial salitrero y del posicionamiento de una cultura ilustrada tanto en la burguesía como en el proletariado naciente. En los años venideros la expansión de la prensa comercial, la masificación del cine y los espectáculos masivos (fútbol, boxeo, teatro y bailes) comenzaron a acortar la distancia enorme que existía entre la cultura de elite burguesa y la cultura popular.

El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Cientista Social, Magíster en Educación Superior

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