Caso Pisagua: impactantes revelaciones de condenados por los crímenes
por Mario López M. (Chile)
8 años atrás 11 min lectura
03/09/2016
Luego de más de 40 años se dicta sentencia en contra de un grupo de uniformados que secuestraron, torturaron y masacraron a decenas de civiles presos en ese campo de detención. Militares reconocen cómo acribillaron los cuerpos e inventaron aplicación de “Ley de fuga”. Periodista presente en el momento en que se encontraron los cuerpos, entrega testimonio a Cambio21.
Pisagua posee un triste record como lugar de detención. De ser utilizado durante la Guerra del Pacífico para detener a soldados extranjeros, pasó en 1956 a transformarse en prisión política de contrarios al gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Tras el golpe de Estado de 1973, el campo se transformó también en un lugar de exterminio. Entre el 29 de septiembre de 1973 y junio de 1974, fueron ejecutadas 26 personas, que se encontraban detenidas en el Campo de Prisioneros de Pisagua, muchos de los cuales se habían entregado voluntariamente.
El lugar se encontraba abarrotado de prisioneros de la dictadura y que provenían no solo de localidades cercanas al puerto de Pisagua, sino que fueron transportados allí desde otros sitios. E1 18 de septiembre de 1973 allí desembarcaron trasladados en el mercante Maipo, cerca de 50 de presos provenientes de Valparaíso. Antecedentes dan cuenta que cerca de 500 personas llegaron desde el Regimiento de Telecomunicaciones de Iquique, entre otros lugares. A cargo del recinto se encontraban el Teniente Coronel Ramón Larraín y el Capitán Benavides. El General Carlos Forestier Haensen fue el Jefe de la Zona en Estado de Sitio de la Provincia de Tarapacá y Comandante en Jefe de la Sexta División de Ejército.
Brutales asesinatos
La sentencia relata de manera cruda el procedimiento ilegal y despiadado e inhumano con quienes fueron masacrados. «Quienes acudían a los llamados efectuados mediante bandos militares o que eran detenidos en allanamientos eran trasladados hasta el cuartel general de la Sexta División del Ejército, desde donde eran derivados al Regimiento de Telecomunicaciones de la ciudad de Iquique, donde eran sometidos a interrogatorios bajo apremios físicos por orden impartidas por el comandante Forestier o el fiscal militar Acuña», se lee en la sentencia.
«Los detenidos desde el Regimiento de Telecomunicaciones eran llevados al Campamento de Prisioneros de Pisagua donde, nuevamente, eran sometidos a golpizas para «ablandarlos» y se les obligaba a firmar documentos en blanco que erar llevados al fiscal militar (Mario) Acuña (Riquelme)»con el sólo propósito de justificar acusaciones falaces ante Consejos de Guerra simulados y poder solicitar en éstos, condenas como la pena de muerte», que una vez impuesta se ejecutaba dentro de las 24 horas siguientes con fusilamientos», consigna en la sentencia.
«Dentro de este modo de operación el 19 de septiembre de 1973, en horas de las mañana, fueron sacados de sus celdas en el Campo de Prisioneros de Pisagua, Juan Calderón Villalón, Luis Alberto Lizardi Lizardi, Marcelo Omar Guzmán Fuentes, Juan Jiménez Vidal, Jesús Nolberto Cañas y Michel Nash Sáez, los que fueron ejecutados en las cercanías del campo de prisioneros bajo el pretexto de que habrían intentado fugarse mientras eran trasladados fuera del lugar. Los cuerpos fueron envueltos en arpilleras y luego inhumados en una fosa en el Desierto de Atacama», continúa el relato.
«En tanto, el 11 de octubre de 1973 fueron sacados de sus celdas los prisioneros Julio Cabezas Gacitúa, Juan Valencia Hinojosa, Mario Morris Barrios, José Córdova Croxato y José Humberto Lizardi Flores, quienes son ejecutados en un lugar cercano al cementerio con la vista vendada y las manos atadas al margen de toda legalidad, deceso que fue verificado por un médico y en el caso que sobrevivieran se les remató mediante tiro de gracia, luego de ello sus cuerpos fueron envueltos en arpillera y enterrados en una fosa común», establece la sentencia.
Desierto guardó cuerpos, como prueba del horror
Decenas de testimonios judiciales tanto de prisioneros y también fusileros, denotan una brutalidad pocas veces vista en manos ajenas a los servicios de seguridad de la época. A mediados del año 1990, fueron encontrados los restos de Calderón, Lizardi y Guzmán, otros cuerpos no se logran ubicar, como los casos de Jiménez, Cañas y Nash, quienes actualmente se mantienen en calidad de desaparecidos.
A diferencia de otros lugares donde solo se recuperaron restos que fue necesario periciarlos para identificar a quién pertenecían, en Pisagua se habían mantenido casi inalterables y de manera increíble por las condiciones del suelo. Los cuerpos de aquellos que fueron hallados, denotan parte de la brutalidad que sufrieron antes de morir.
Los familiares al verlos los reconocieron uno a uno, casi de forma inmediata: «Era tanto así, que uno miraba los cuerpos que estaban ahí, escondidos en la arena y se podía observar perfectamente sus figuras, las facciones de sus caras, casi se podía adivinar el grito de horror al momento en que los mataron, fue impresionante», relata a Cambio21 el periodista Mario Aguilera, quien fuera testigo del descubrimiento de los cuerpos mientras trabajaba como reportero para Radio Nuevo Mundo.
Los «Plutos»
«Esos fueron «mis» primeros cuerpos que aparecieron, pues luego estuve en Chihuio, en el Mapocho, Peldehue, Colonia Dignidad, muchos lugares donde uno podía pensar que había detenidos desaparecidos. De hecho al grupo de periodistas que seguíamos las pistas de inhumaciones ilegales, nos llamaban «los Plutos», porque andábamos buscando «huesitos». Podría sonar duro en un principio, pero después asumimos que en eso estábamos, buscando los restos, los huesitos de los que no estaban», señala Aguilera.
El periodista recuerda el hallazgo: «Allí estaba el juez de Pozo Almonte, Nelson Muñoz, que tuvo la osadía de creer lo que llegó a sus oídos, había una fosa clandestina, era verdad allí estaba momificado el testimonio de una terrible masacre, comenzaron a llegar los familiares, se abrazaban entre sí, abrazaban a los abogados, al juez y también a los periodistas, era la enorme emoción de encontrarlos, estaban muertos pero estaban allí, lloraban de emoción, la angustia de la búsqueda para muchos había terminado», rememora.
«Una hora antes habíamos estado en el lugar, solo unos minutos, los peritos todavía trabajaban en el cuidado para sacar los cuerpos desde la arena, todo estaba tal cual se produjo su muerte, la sal, el calor, la arena y lo seco del lugar habían permitido mantener incluso las últimas muecas del dolor al momento de su muerte, era un paisaje conmovedor, ellos al fondo de la fosa, un poco más allá un cementerio añoso casi abandonado, era cosa de levantar la vista y se veía el mar allí tranquilo rozando la arena del desierto», recuerda Mario Aguilera.
«Venid a ver la sangre»
«Había un solo teléfono público en Pisagua, era un local pequeño donde vendían un poco de todo, los periodistas hacíamos turno para despachar (…) no lejos de la playa había un retén de carabineros, unos pescadores nos sirvieron de guías y nos llevaron al lugar en que estaban los detenidos», evoca el periodista.
«También nos mostraron el teatro de Pisagua, estaba bien conservado y de pronto apareció en el escenario María Maluenda, la actriz (y madre de José Manuel parada -caso degollados-), también había llegado a Pisagua junto a un grupo de abogados de Derechos Humanos y comenzó un monólogo, con su potente voz llamó a los fantasmas del lugar, agradeció lo que allí había ocurrido y recitó a Neruda:
«Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver la sangre por las calles,
¡venid a ver la sangre por las calles!»,
rememora Aguilera.
«Era hermoso, era un martirio, era palabra, era poesía y quedamos todos silentes, no hubo aplausos, una que otra lágrima ayudó a contenerse en el bello momento, nada estaba previsto, así surgió. Tampoco estaba previsto que en ese mes de junio de 1990 nos encontráramos en ese lugar, dando la bienvenida a los que habían tratado de esconder bajo la arena», señala.
¡Michelito, dónde estás!
Uno de los momentos desgarradores que recuerda el periodista, corresponde a su última visita a Pisagua, tras el hallazgo de los cuerpos: «llegamos nuevamente al lugar, estaba vacía la fosa, se había buscado en otros lados y nada, faltaban otros. Allí estaba la viuda de Freddy Taberna al que había conocido como dirigente estudiantil en el Pedagógico, y Freddy no apareció. ¡Todos al bus! comienzan a gritar, de pronto se escuchan unos gritos desgarradores ¡Michelito donde estás! ¡Michelito te quiero conmigo¡ ¡Michelito, hijo mío! Era el padre de Michel Nash. Él gritaba en medio del desierto, clamando al cielo por su hijo. Michel tampoco apareció, era un joven conscripto también detenido en Pisagua y que se negó a disparar en contra de los suyos, su pueblo», relata.
Aun cuando por aquella época la democracia estaba «en pañales» y se sentía en el aire el poder del exdictador, ahora atrincherado en la comandancia en jefe del Ejército, les fue imposible ocultar el descubrimiento de los cuerpos: «De la manera cómo aparecen, cómo estaban, el impacto que causó en la población y en todo el mundo, era tal, que no podían tapar el sol con un dedo, no se podía seguir negando que había gente que habían muerto y que no estaban entre los 119 (Operación Colombo) o que cayeron en enfrentamiento entre ellos o que habían escapado al extranjero, estaban ahí, en el desierto. Quedaron mudos aquellos que defendían la falsa historia que nos quisieron contar», asegura Aguilera.
Justicia, tardía, ¿pero justicia?
La condena es un acto de justicia, para Aguilera, tardía, incompleta, pero necesaria: «La justicia tarda pero llega, ha sido casi un eslogan mío, pero en este caso ha tardado demasiado. Si bien en parte hay un fallo que se ha logrado, es solo una parte, porque aún no han aparecido los cuerpos de todos aquellos que faltan (1200), entonces no hay justicia plena, de hecho no hay nada, si no conocemos la verdad, ¿cómo va a haber justicia?», se pregunta el periodista Mario Aguilera.
Algunos reclaman que esa misma justicia tardía es también injusta para aquellos que cometieron los ilícitos y hoy, tras más de 40 años y encontrándose viejos y enfermos, deben estar presos. Para Aguilera la mirada es otra: «En ningún caso a su respecto es injusticia. Klaus Barbie, el llamado «carnicero de Lyon», viejito, anciano, se fue preso, extraditado a Francia desde Bolivia, porque era uno de los asesinos que cometió crímenes atroces y así como decimos que los que están en Punta Peuco están viejitos, pobrecitos que están presos, hay que recordar que mataron incluso niños ni tuvieron compasión con los viejitos que estaban presos en el estadio Nacional Colonia Dignidad, Villa Grimaldi, ellos también eran viejitos», señala.
Aclara eso sí que no se trata de venganza ni ojo por ojo. «Claramente no es venganza. A nadie de ellos se le ha torturado, ni están desaparecidos, están presos tras juicios justos con derecho a defensa, han declarado sin que a nadie se le pasara la camioneta por las piernas, a nadie de ellos se le ha vendado», concluye.
Testimonio de los fusileros
Entre los custodios y que debieron participar de hechos ilícitos en contra de los prisioneros, se encuentra el ex gendarme Francisco Zamora Órdenes, quien declara judicialmente que en Pisagua cumplió ocasionalmente funciones de Alcaide subrogante, durante octubre de 1973. Confiesa que allí «se llevaron a cabo varios fusilamientos, con o sin Consejo de Guerra previo, ya que los que no eran producto de un Consejo de Guerra, no se anotaban, para ello no se formaba un pelotón sino que se hacía correr al detenido y se le disparaba por la espalda, luego los cadáveres eran llevados a una fosa que se había cavado especialmente para los ejecutados envolviéndolos en sacos paperos. Uno por arriba y otro por debajo, cosiéndolos al medio».
También confesó Zamora que a «él le correspondió participar en un fusilamiento como pelotón, recibiendo la orden del comandante Larraín, donde si no disparaba, el fusilado sería él. A los otros prisioneros los llevaban a ver las ejecuciones como medio de prisión para que hablaran y delataran personas, pero igual después los fusilaban», reconoció. Las declaraciones de uno de los condenados, Gabriel Guerrero Reeve, quien era subteniente de Ejército, son coincidentes. Confiesa que antes de uno de los crímenes, recibe la orden del coronel Ramón Larraín, quien les «señala que debían cumplir una misión que se había dispuesto por el escalón superior (…) La misión que se les asigna representaba un servicio para el país en contra del enemigo de Chile», manifestó.
Otro de los condenados, Sergio Figueroa, subteniente del Ejército Carampagne, le correspondió ser fusilero. Ante el juez confiesa que «En cuanto a los Consejos de Guerra (…) estaba claro que se trataba de una farsa para dar apariencia de legalidad a las ejecuciones» y recuerda que en la septiembre de 1973, «el acto de ejecución fue uno solo, a todos se les disparó en el mismo acto, jamás hubo intento de fuga (…) los detenidos se encontraban con su vista vendada y maniatados. Recuerda que el prisionero Nash no muere de inmediato y Benavides debió volver a dispararle». No todos los condenados reconocieron los hechos, algunos dijeron no saber, otros mantuvieron las mentiras de fuga o de legalidad de los Consejos de Guerra.
Sergio Benavides Villarreal y Manuel Vega Collado fueron condenados a presidio perpetuo como autores de secuestros y los 8 homicidios calificados. Roberto Ampuero Alarcón, Gabriel Guerrero Reeve, Sergio Figueroa López y Arturo Contador Rosales condenados a 15 años y un día por tres secuestros y homicidios calificados. Miguel Aguirre Álvarez fue condenado a 10 años y un día por tres de los secuestros.
*Fuente: Cambio 21
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