Los sucesos políticos del siglo XIX y sus incidencias en el teatro nacional
por Iván Vera-Pinto Soto (Iquique, Chile)
8 años atrás 11 min lectura
El presente artículo es un extracto del Libro Historia Social del Teatro Social en Iquique y la Pampa, 1900-2015, del mismo autor.
Lo cierto es que, invariablemente, los sucesos políticos que ocurren en una sociedad repercuten directamente en el quehacer cultural o sencillamente éste los hace suyo. La historiografía nos especifica que los primeros años republicanos resultaron de mucha tensión, debido a la reñida lucha que existió por el poder político, donde el pueblo estuvo marginado, lo que ocasionó en la cultura, entre otros resultados, una ausencia casi completa de autores nacionales en el teatro. Dada esa situación, el público se tuvo que acostumbrar a ver eventuales representaciones venidas viejo continente.
En medio de ese entorno de presión política, llegó la opera para entretener a las clases acomodadas de Valparaíso y la capital, aunque ella se daba ya desde el tiempo del Virreinato del Perú. En mayo de 1830 tocó tierra nacional una compañía lírica italiana; funcionó siete meses, al cabo de los cuales se trasladó a Lima, donde obtuvo gran éxito. Simultáneamente, la menguada cartelera, se sustentó de obras francesas, italianas e inglesas, con mensajes libertarios y de lucha contra los gobiernos opresores. Tampoco podemos dejar al margen la participación de intérpretes argentinos, peruanos, uruguayos e italianos que coparon los pocos escenarios existentes.
Con la dictación de la Constitución de 1833 promulgada por Diego Portales[1], las aguas volvieron a su curso normal y la República se estabilizó. Con la instalación de los gobiernos conservadores, la burguesía comenzó a poner mayor acentuación en el tema cultural. Otra contribución fue la llegada de numerosos intelectuales argentinos y colombianos que se asilaron en Chile, al verse amenazados por los gobiernos tiránicos de sus propias naciones.[2] La madura fuerza intelectual permitió el avance periodístico y literario.
Fue en ese entonces que penetró el romanticismo[3] que alcanzó una gran popularidad en la ciudadanía.[4] Sus temáticas iniciales se centraron en episodios de la Independencia y en las figuras criollas que se alzaron contra el yugo español. Con este claro mensaje político, se tradujeron numerosas piezas de autores italianos y franceses, las cuales fueron adaptadas a los ambientes y personajes nacionales. La imagen central de los dramas románticos era el “héroe”, ser superior a los ciudadanos comunes y corrientes, dispuestos a las grandes acciones. De ahí que el intérprete debía gozar de una excelente voz, posturas erguidas y estáticas, y sus palabras eran pronunciadas con una esmerada dicción.
Con el tiempo se instalarán otros héroes, dramáticos y románticos, mucho más cercano al ciudadano común, ya que compartían la antipatía contra la dominación española y los ideales libertarios y de igualdad social. Julio Durán nos habla que es a partir 1840 cuando se produce un renacimiento del teatro en Chile. Los temas patrióticos y anticlericales daban paso a otras tareas y tópicos que florecerán en la segunda mitad del siglo XIX con las letras de los románticos como Alberto Blest Gana, Daniel Barros Grez, Román Vial, Juan Allende, Antonio Espiñeira, Carlos Segundo Lathrop, Julio Chaigneau, entre otros. Así el teatro fue tomando su configuración nacional con la atención de problemáticas relacionadas con el rescate de las costumbres, tradiciones, valores e historias más cercanas a nuestra realidad.
Esa inquietud encaminó a la Sociedad Literaria (1842), liderada por Lastarria y Barros Grez, a generar una producción dramática local que procuraba redescubrir la realidad nacional. De tal forma, apareció la corriente costumbrista satírica.[5] En correspondencia con esta línea teatral, Piña en la Historia del Teatro en Chile (1941-1990), asegura: “el teatro costumbrista construye una tipología popular, dibujando los vagos contornos de lo nacional, proclama los valores del terruño, antídoto y defensa contra el proceso de cambios, resentido y doloroso que se impone en y desde la gran ciudad, que implica la construcción de la modernidad” (182)
Esta estética se vio enfrentada a dos paradigmas contrarios que subsistían en el siglo dieciocho. Por un lado, estaba el régimen semifeudal, propugnado por la oligarquía terrateniente y, por otro, el modelo capitalista que proclamaba a los cuatro vientos la emergente burguesía, con la intención de afianzar en lo político la existencia de un sistema democrático y, en lo económico consolidar un orden que le permitiera lograr mayores dividendos para sus intereses de clase.
Con el proceso de construcción del capitalismo, el costumbrismo entra en serias contradicciones, puesto que sus personajes que supuestamente representaban las características de la idiosincrasia del país – tal como el caso del campesino que no se adapta a la ciudad y que aparece refractario a los cambios sociales – no se condicen con el “pathos” cultural burgués, derivando en los años posteriores en una expresión teatral derechamente anacrónica.
Como vemos hasta aquí, en todo este proceso histórico el teatro nacional se verá enfrentado a dos visiones ideológicas que sustentan diferentes modelos de sociedad: Unos, exhortan la permanencia de una cultura dominante europea y, otros, pretenden expresar la especificidad local de una república desterrada en la periferia del mundo occidental.
Así y todo, el teatro ilustrado que propuso el movimiento literario de 1842 y el teatro costumbrista del siglo XIX debieron coexistir con el teatro de entretenimiento principalmente español y con otro teatro carente de difusión escrita como fue aquel ejercitado por grupos aficionados y de reivindicación social de los obreros de la minería y de los pueblos originarios (Pradenas, 2006).
Otra trama de inflexión en esa fase fue la Guerra Civil de 1891 entre congresistas y presidencialistas, en pleno gobierno de José Manuel Balmaceda. Exactamente, al concluir esta conflagración observamos que las contradicciones sociales se agudizaron y con el triunfo del parlamentarismo se consolidaron las clases dominantes. La aristocracia colonial adquirió un nuevo carácter plutocrático, cosmopolita y opulento. La oligarquía (terratenientes, mineros, banqueros y grandes empresarios), ligada a los partidos conservadores y liberales asumió un rol hegemónico en la política nacional. Con todo esto, las desigualdades e injusticias sociales se profundizaron y se hizo más patente la denominada Cuestión Social,[6] la que se desarrolla hasta llegar al extremo inhumano.
Son los años en que prosperan el alcoholismo, la mortandad infantil, la prostitución, la miseria en las viviendas y las condiciones insalubres de los sectores mayoritarios de la población. Chile llegó al año del Centenario con una población recesiva -morían más personas de las que nacían- con una mortalidad infantil de 306 por mil y una tasa de prostitución que alcanzaba el 15 % de las mujeres adultas de la capital.[7]
Todo lo puntualizado de manera lacónica, nos permite vislumbrar que en la sociedad nacional existió un gran abismo social y cultural, debido a que la vida que tiene cada clase social fue totalmente opuesta entre unas y otras. Así, las grandes masas de desposeídos emigraron en cantidades altas desde el campo a la ciudad, buscando nuevas oportunidades laborales.
A esta contradicción social antagónica existente, se sumó el comportamiento deshonesto que tuvo la clase política en el cumplimiento de sus funciones durante el régimen parlamentarista. Subercaseaux, en Historia de las Ideas y de la Cultura en Chile (2004), explica:
El período parlamentario (1891-1920) fue en su época y también con posterioridad duramente criticado por la rotativa ministerial, porque generó -se dice- una situación estructural favorable a la política de círculos, al cohecho, al espíritu de fronda y a las pasiones de los partidos. Todo ello, se señala, fue en desmedro de los intereses generales y del bien común. Frente a esta valoración negativa del sistema político que se inicia en 1891 hay otra que lo valora favorablemente en la medida en que significó la implantación de una cultura política basada en la flexibilidad, en el compromiso y en la negociación; una cultura que contribuyó -se dice, con mirada actual a la sensibilidad democrática y que permitió que el país pudiera ir absorbiendo a sectores medios y populares dentro de un sistema partidista de corte democrático. (298)
Las situaciones descritas, a la postre, ocasionaron reveladoras repercusiones culturales, por tanto significó también el triunfo de una bagaje de ideas-ejes, que van a implicar una transformación en la cultura del país. Dichos cambios los podemos esquematizar de la siguiente manera: primacía de la negociación por sobre el conflicto entre los distintos poderes del Estado, libertad política, libertad de expresión y libertad como valor absoluto. Anexemos, asimismo, que durante toda esta etapa de hegemonía parlamentaria, hasta aproximadamente 1925, el poder político recae en el parlamento, el que se vio cruzado por la crisis moral, la Cuestión Social y la corrupción política.
Es un hecho que todos los acontecimientos vividos, junto a la existencia de nuevos escenarios y actores sociales y políticos, se verán expresados en las nuevas tendencias de las letras nacionales[8]. Específicamente, en el quehacer teatral, uno de los resultados más inmediato fue el nacimiento de un nuevo género dramático que hasta entonces se había insinuado en obras de Carlos Bello. Nos referimos, lógicamente, al Teatro Social. En esa circunstancia, la cultura jugó un papel trascendental en las sociedades de socorros mutuos, en las mancomunales, en las filarmónicas. La tarea cultural proliferó. Se empezó a conmemorar el Día Internacional del Trabajo.
María de Luz Hurtado en Un siglo de historia dramática chilena (1992), condensa acertadamente el panorama que exhibía del teatro en las postrimerías del siglo XIX.
Por cierto que el siglo XIX es, en términos políticos, principalmente el de las luchas independentistas, la fundación y asentamiento de la República, la constitución de una nación y un Estado. Correlativamente, nuestra historia dramática en ese siglo estuvo muy ligada a procesos educativos, de socialización, de defensa de ideas, de confrontación hegemónica: el teatro fue usado como instrumento educativo del pueblo por los intelectuales y las capas ilustradas, relegando claramente la polémica de construcción de una nueva sociedad que era aquella que comenzaba con la República. (77)
En cualquier caso, la escena teatral evidenció todas las importantes polémicas y discursos nacionales relacionados con la exaltación de la República, la diseminación del proyecto ilustrado, las disputas políticas entre liberales y conservadores, las guerras (la militar de 1879 y la civil de 1891).
Para Rubén Sotoconil[9] “los orígenes de lo que de ahora en adelante llamaremos la modernidad teatral chilena deben localizarse en los años postreros del siglo XIX y esos orígenes, aunque con rasgos propios a los que habrá que atender próximamente, son correlativos a la irrupción de la modernidad capitalista en el curso de la historia latinoamericana general.”
Según este autor, la modernidad teatral se vertebrará a partir de las diferentes corrientes de teatro que subsisten desde comienzo del siglo XX hasta la década de los sesenta en Chile, es decir, la práctica del teatro comercial, en que caben desde el sainete y la alta comedia de la “belle époque” hasta el melodrama, la revista frívola (en boga hasta los años cincuenta) y la praxis del teatro universitario que nace cuando decae el teatro comercial y entra en crisis con el golpe de estado militar en el año 1973.
El lector que desee leer o bajar el libro, puede contactarme a través de mi página web: http://iverapin.wix.com/verapintoliteratura
-El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Antropólogo Social, Magíster en Educación Superior y Escritor
Notas:
[1] La Constitución de 1883 surgió tras el triunfo conservador en la guerra civil de 1829, fue promulgada y jurada el 25 de mayo de 1833, rigiendo a Chile durante 91 años. Entre sus principales ideólogos están Mariano Egaña, Manuel José Gandarillas y Diego Portales.
[2] Prohombres de la talla de Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Vicente López y Andrés Bello, junto a jóvenes intelectuales chilenos, le dieron sustancia al quehacer cultural nacional. En la misma época se conocen las obras de Víctor Hugo y Alejandro Dumas padre que lograron captar la atención de los espectadores con sus argumentos sentimentales y su desenlaces trágicos.
[3] Un estilo subjetivo muy popular en Europa en el siglo XVIII que se caracterizaba por su realismo exagerado y falso en todos los elementos que utilizaba por cuanto los supeditaba siempre a una interpretación individual. Acaso este estilo no sea el embrión de las futuras novelas radiales y de los teleteatros.
[5] Autores que brillaron este formato de teatro fueron Daniel Barros Grez, Alberto Blest Gana y Mateo Martínez Quevedo.
[6] Cuestión Social es una expresión acuñada en Europa en el siglo XIX, que intentó recoger las inquietudes de políticos, intelectuales y religiosos, frente a los nuevos y múltiples problemas generados tras la revolución industrial, entre ellos, la pobreza y mala calidad de vida de la clase trabajadora.
[7] Véase a Bernardo Subercaseaux. Historia de las Ideas y de la Cultura en Chile. Vol. II, Tomo III, Pág. 45.
[8] Efectivamente, en la edición de Parnaso Balmacedista, una compilación poética realizada por Virgilio Figueroa, en 1897, se mitifica a Manuel Balmaceda como un héroe del pueblo o el “presidente mártir”. Asimismo, nacen nuevos temas en la producción artística e intelectual. La más elemental y colindante es, por supuesto, la temática de la propia revolución. Existe, en efecto, una riqueza importante de poesía culta y popular, teatro, novelas, memorias y testimonios, que giran en torno al presidente derrocado y a la guerra civil. La mayoría de esta producción está vinculada a la típica poesía cívica y patriótica de raigambre neoclásica, representativa del espíritu liberal decimonónico. Otra temática que aparece en la narrativa de este período es aquella que polemiza sobre el desgaste de valores en los sectores dominantes, cuestionamiento que se asocia a la existencia de un modelo social corrupto y caduco, en el que se estimulaba lo superficial, el dinero y la especulación; materias absolutamente distanciadas de las demandas esenciales de la mayoría de los trabajadores.
[9] Muerte y resurrección del teatro chileno (2002)
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