En medio del histerismo de la prensa y de la clase política tradicional chilena por el fallecimiento del ex Presidente Patricio Aylwin, me gustaría aportar con una visión muy subjetiva de lo que –para mí- fue su gobierno.
Llegué a Chile en septiembre de 1990, después de haber salido junto a mis padres al exilio a la edad de tres años. En diciembre de ese año 1990, se produjo el llamado “ejercicio de enlace”, un movimiento militar que buscó intimidar a La Moneda porque se estaba abriendo una investigación por los llamados Pinocheques (un escándalo de corrupción nunca investigada que involucró al Ejército y al primogénito de Pinochet). Pues bien, yo que me acordaba del 23-F de España (no, no un terremoto o atentado, sino el 23 de febrero de 1981 en que el coronel Tejero intentó un golpe de Estado en ese país) y pensé que, ante el pánico que se estaba apoderando entre muchos ciudadanos (¡viene un nuevo golpe!), seguramente Patricio Aylwin iba a hablar en cadena nacional para tranquilizar al país. Tal como lo hizo el rey Juan Carlos II en 1981. Pero no, Aylwin no apareció esa noche. Tampoco al día siguiente. Ni una sola palabra.
Dos años después, en mayo de 1993, se produjo el boinazo: militares vestidos con teñida de guerra en la calle Zenteno con la Alameda, sus caras pintadas de negro (como había sucedido hace poco en un intento de golpe en Argentina). Nuevamente, el motivo de enojo del ex dictador fueron las finanzas de su hijo. Aylwin estaba en una gira internacional. ¿Habló desde el extranjero para tranquilizar a sus compatriotas y aleccionar a los militares? No. Ni una palabra.
Muchos comentaristas ilustrados opinan hoy sobre las grandezas de Aylwin y, sobre todo, de su gobierno de transición (1990-1994). Los Ascanio Cavallos, Tironis, Correas y demases intelectuales derechizados de este país además tratan de aleccionar a los jóvenes sobre la realidad política de esa época. “Es lo que había que hacer”, “es lo que se podía hacer”. Pues bien, yo era un novato estudiante de periodismo en esos años y jamás me compré nada de su gobierno. Al contrario, me daba rabia ver cómo ese gobierno de Aylwin, Enrique Correa, Edgardo Boeninger y Ricardo Lagos (sí, en su calidad de ministro de Educación apoyando el famoso “Informe de José Joaquín Brunner”, que fue el comienzo del fin de la educación pública, o el comienzo de la marcha triunfante del mercantilismo educativo) se empeñaba en desmovilizar a los jóvenes, en no sólo bajar las expectativas democráticas (¿se acuerdan de “La Alegría ya viene?), sino que derechamente aplastarlas. Los Iron Maiden que –vergüenza global- no pudieron tocar en Chile por ser considerados satánicos; la actriz Patricia Rivadeneira a la cual casi le aplican la Ley de Seguridad del Estado por aparecer desnuda en un performance artístico envuelto en la bandera chilena (un sacrilegio, se decía), a Pinochet diciendo “economía señores”, cuando le consultaron por qué habían tantos cuerpos de detenidos desaparecidos apiñados en el Patio 29 del Cementerio General, sin que Aylwin contestara ni pío. O el arzobispo de Santiago, Carlos Oviedo, publicando una carta pastoral titulada “La crisis moral de la juventud”. Tampoco en esa ocasión Aylwin salió a defender a los jóvenes de su democracia.
Fue el gobierno de Aylwin el que inició la larga marcha de desinterés de los jóvenes por la política. Era la época del “No estoy ni ahí” o de “estoy en otra”. Era que no, si el ambiente político e institucional era completamente asfixiante. Diría que probablemente aún peor que a fines de los años 80, en los que al menos existía una contra-cultura.
Y para qué hablar de la Oficina y sus políticas pseudo CNI o que, cada vez que Carabineros mataba a alguien, Patricio Aywlin y su gobierno se cuadraban con la versión de los pacos. En caso de duda, siempre a favor de la represión del Estado. Así fue con ese puñado de pasajeros inocentes de una micro que tuvieron la mala suerte de pasar frente al Apumanque después de un asalto. Carabineros simplemente baleó toda la micro. La mayoría de las muertes fueron inocentes. O de ese joven que el 11 de septiembre de 1993, al cumplirse 20 años del golpe, murió por un impacto de bala de un Carabinero en las afueras del Cementerio General de Santiago. Por cierto, yo estuvo ahí. Lo vi caer y desangrarse. El Ministro del Interior prometió una “investigación” exhaustiva (en cualquier país democrático debe abandonar su cargo ipso facto, pero bueno). Eso fue en 1993. Han pasado 23 años y, hasta donde yo sepa, aún no se saben los resultados de esa investigación.
Ya sé, varios van a decir ahora que soy injusto, que don Patricio al menos sacó el Informe Rettig. Pero cuando lo publicó en marzo de 1991, yo era uno de esos pocos jóvenes indignados por sus lágrimas de cocodrilo. Me acuerdo que en la Plaza de la Constitución gritábamos: “No olvidar – Aylwin fue – quien llamó a Pinochet”. Por cierto, yo no era anarco, ni comunista, ni radical. No militaba –ni milito- en ningún movimiento.
En fin, ser un joven estudiante y preocupado por lo político y lo público en esos años de inicios de los 90 era casi un delito. ¡Cuántas veces me llevaron “detenido por sospecha” por ser joven y tener el pelo largo! Y eso que ni siquiera era de barrios más marginales, donde los jóvenes lo pasaban mucho peor.
En definitiva, ya que el Chile tradicional está preocupado del epitafio de Patricio Aylwin, les quiero hacer una propuesta que puede parecer algo larga: “Aquí yace Patricio Aylwin, destacado político DC que apoyó el golpe de Estado de 1973, que cuando se dio cuenta que los militares no iban a llamar a elecciones para que volviera Frei Montalva, se volvió opositor a la dictadura. Que, por casualidad, por descuidos de Gabriel Valdés y maquinaciones de la embajada de Estados Unidos, logró ser el candidato presidencial en 1989 y después Presidente en 1990, y quien, al asumir el poder en 1990, definitivamente les robó las ilusiones, esperanzas y ganas de participar en la vida pública a toda una generación de jóvenes chilenos.»
P.D. Y también abrió de par en par las puertas de nuestro país para que los grandes empresarios se enriquecieran e hicieran de las suyas hasta hoy”.
O, para hacerla corta: “Aquí yace Patricio Aylwin. La alegría nunca llegó. Tú la mataste”.
*Fuente: Radio UdeChile
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Las pomposas pompas fúnebres de Aylwin han tenido una función notablemente más importante que destacar sus méritos y esconder, por ejemplo, sus tenebrosos manejos que lindan en lo criminal y que van desde su participación sediciosa en el CODE como Presidente de la DC a la implementación de La Oficina como Presidente de la República. Lo cierto es que ellas le han caído como anillo al dedo a una clase política transversalmente corrupta, desprestigiada y repudiada por la ciudadanía a fin de presentarse como el epítome de la integridad moral guiada por principios superiores de patriotismo. Incluso la Goic aprovechó la ocasión para subirse al púlpito y pedir un perdón espurio cuya única función es tender una cortina de humo sobre la corrupción, hacer que los medios y la gente se lo celebren y contribuir a la impunidad de la clase política. De manera similar y para lavar sus pecados ante el Altar de la Patria, la UDI sacó a empellones al Labbé del templo en que se cobijaba. Para completar la escenografía, el Andrade fue a buscar al mayoneso Altamirano para que con su presencia también expiara sus errores de juventud. En el contexto de la pompa de las excequias del nuevo Padre de la Patria, ahora todos los miembros de la casta política chilena son más buenos y más santos! La verdad es que en este contexto, el cadáver de Patricio Aylwin Azócar es lo de menos. Sólo ha sido utilizado y ya está sepultado en un nicho haciéndole temporalmente compañía a su compinche de fechorías, Eduardo Frei Montalva. Y este cuento pasó por un zapatito roto para que mañana nos cuenten otro!