¿Cuánto vale la vida de una mujer?
por Paula Campos (Chile)
9 años atrás 3 min lectura
Con estupor vemos el “Fallo de Ovalle”. A la ya horrible noticia de conocer cómo una mujer más es violentada dramáticamente por su pareja, debemos sumarle la inédita decisión judicial que pone como “atenuante” de la causa la infidelidad de la víctima.
La decisión unánime pone a la víctima en el lugar del victimario. Tuerce el sentido común. Reivindica los golpes hacia las mujeres, no importando si éstos la pueden llevar a la muerte. Además, judicialmente, permite que el responsable del ataque pase sus cinco años de condena sin cárcel efectiva.
Por estos tres párrafos escritos vale la pena preguntarse ¿En qué estaban pensando esos jueces?, ¿Con qué criterio se validó la tesis?, peor aún ¿cuánto vale la vida de una mujer?
¿Menos que un robo con intimidación?, ¿menos que un “portonazo”? Esa es la reflexión que queda después de una escena como la vivida en el norte del país. O también es válido pensar que los delitos contra la propiedad privada nacen impulsados por una necesidad o carencia que el Estado no ha sabido satisfacer. Sería loco pensar a un juez diciendo “robó porque no tuvo educación suficiente para optar a mejores condiciones”, pero no es absurdo decir “obró por estímulos tan poderosos que naturalmente le hayan causado arrebato u obcecación, toda vez que de la prueba testimonial aportada se desprende que en el momento previo a la agresión se había develado la infidelidad de su cónyuge, con quien estaba casado hacía 15 años y mantenía dos hijos en común”, tal como señala la sentencia.
A otro lado con la canción de que estos argumentos nacen del feminismo creciente y descontrolado de todas las féminas de este país. No. Las quejas, los gritos, los carteles y las marchas surgen de la injusticia, del NO poder, NI querer entender por qué el nacer mujer nos suma de inmediato, casi como si la biología lo determinara, el tener que cargar con la injusticia de un mundo desigual, donde nos pagan menos por hacer la misma pega; donde nos exigen lucir bien, más que darle crédito a nuestros estudios; donde nos violan argumentando que nuestro vestido es muy corto; donde nos jubilamos con una miseria porque es nuestra culpa embarazarnos; donde nos matan “o casi matan” por ser infieles.
Basta de argumentos patriarcales para defender los privilegios masculinos. Acabemos de una vez con el poder desmesurado que los hombres tienen sobre nuestros cuerpos, pero hagámoslo todos: hombres y mujeres. La tarea de construir una sociedad más justa no solo es nuestra, sino de todos los que creemos en la democracia, en la tolerancia y el derecho a vivir en una sociedad justa, donde mi hija, mi madre, o yo, no tengamos la posibilidad de cruzarnos con hombres que validan los golpes; o jueces que los defienden, asegurando –nuevamente- como un mantra histórico, que la culpa es de quien tiene vagina.
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Me recuerda una película italiana de Marcelo Mastroiani llamada «Divorcio a la Italiana» en que un marido siciliano aburrido de su mujer, aconsejado por su abogado,le busca un amante para pillarla in fraganti, matarla y que lo absuelvan. Esto sucedía porque en Italia no había divorcio, y los jueces sentían que un hombre que perdía el honor por un par de cuernos, sufría tal ira, que no tenía discernimiento sobre lo que hacía, lo cual era un atenuante que le reducía la pena al mínimo, Esto era en Sicilia hace unos 50 años atrás. Y lo de Ovalle sucede en un país que se defiende por Constitución la vida de un óvulo fecundado por sobre la vida humana de la madre, mostrando un desprecio por la mujer increible.
Si todas las mujeres engañadas del país hubieran tratado de matar al marido, no habría cárceles para dar abasto a la demanda.
Este es un país de m……
Es una historia de vieja data.
Al que nace a este mundo, antes de cortar el cordón de las existencias, se le observa la zona púbica. Aunque hoy ya se hace meses antes. Era importante para los padres y lo sigue siendo, saber si venía macho o hembra.
Uno para velar por la familia arado en mano en caso de que el padre muera, otra para lavar los platos y procrear o ser monja.
Hoy deberíamos dar mas importancia a gestar una estructura de educación masiva toda orientada al proceso que se inicia en un vientre cuando la fecundación ha tenido lugar.
No esperemos para ello que aparezcan hombres y mujeres maravillosamente enamorados para toda la vida, ni siquiera esperar que entiendan que en el fondo el amor es responsabilidad, tanto para ella, amante, madre o monja, como para él.
Ambos fuimos anclados por la naturaleza en la diferenciación sexual.
A todos nos toca intruducir cambios que nos ayuden a no ceder al cerebro límbico o al emocional temprano.