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“Consuma más, conserve más”. Perdone, pero no podemos hacer las dos cosas

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Traducido por  Javier Fernández Retenaga
La creencia de que el crecimiento económico puede desligarse de la destrucción parece sustentarse en un simple error contable.

 Andrzej Krauze

Podemos tenerlo todo; esta es la promesa de nuestra época. Podemos tener cualquier aparato que seamos capaces de imaginar, y algunos que no. Podemos vivir como reyes sin comprometer la capacidad de la Tierra para sustentarnos. La promesa que hace esto posible dice que a medida que las economías se desarrollan se vuelven más eficientes en el uso de los recursos. En otras palabras, ambas cosas se desacoplan.
Hay dos clases de desacoplamiento: relativo y absoluto. Desacoplamiento relativo significa utilizar menos materiales por cada unidad de crecimiento económico. El desacoplamiento absoluto es la reducción total de la utilización de recursos, aun cuando la economía continúe creciendo. Casi todos los economistas creen que el desacoplamiento –relativo o absoluto– es una característica inexorable del crecimiento económico.
El concepto de desarrollo sostenible se basa en esta noción. Está en el corazón de las conversaciones sobre el clima de París y de cualquier otra cumbre sobre temas medioambientales. Pero parece ser infundada.
Un trabajo publicado este año en Proceedings of the National Academy of Sciences sugiere que incluso el desacoplamiento relativo que decimos haber alcanzado es el resultado de un error contable. Señala que Gobiernos y economistas han medido nuestro impacto de una manera que se revela irracional.
Así es como funciona esta contabilidad errónea: Toma las materias primas que extraemos en nuestros propios países, les suma nuestras importaciones de productos de otros países y luego resta nuestras exportaciones, obteniendo de este modo algo llamado “consumo material interno”. Pero al cuantificar únicamente los productos trasladados de una nación a otra, en lugar de las materias primas necesarias para elaborar esos productos, subestima en gran medida el uso total de recursos de las naciones ricas.
Por ejemplo, si los minerales se han extraído y procesado en el país, estas materias primas, así como la maquinaria e infraestructuras utilizadas para hacer los metales finales, se incluyen en la cuenta del consumo material interno. Pero si compramos un producto terminado del extranjero, solo se cuenta el peso del metal. De manera que a medida que la extracción y manufacturación se desplaza de países como el Reino unido y EE.UU. a países como China o India, las naciones ricas parecen estar utilizando menos recursos. Una medición más racional, llamada “huella material”, incluye todas las materias primas utilizadas por una economía, sea cual sea el lugar donde han sido extraídas. Cuando estas se incluyen en la contabilidad, las aparentes mejoras en la eficiencia desaparecen.
En el Reino Unido, por ejemplo, en lugar del desacoplamiento absoluto que parece mostrar el recuento del consumo material interno obtenemos un gráfico totalmente diferente. No solo no aparece ahí ningún desacoplamiento absoluto, tampoco relativo. De hecho, hasta la crisis financiera de 2007 el gráfico apuntaba en la dirección opuesta: incluso en relación con el incremento del PIB, nuestra economía se estaba haciendo menos eficiente en la utilización de materiales. Contrariamente a todas las predicciones, se estaba produciendo un reacoplamiento.
Mientras que la OCDE sostiene que en los países más ricos la intensidad en la utilización de recursos se ha reducido a la mitad, este nuevo análisis indica que en la UE, Japón y las demás naciones ricas no ha habido “ninguna mejora en la productividad de los recursos”. Es una noticia asombrosa. De ello se desprende que todo lo que se nos ha contado acerca de la trayectoria de nuestros impactos medioambientales es un sinsentido.
Envié ese estudio a uno de los principales pensadores británicos que se ocupan de la materia, Chris Goodall, que ha sostenido que el Reino Unido parece haber alcanzado el “peak stuff”1. En otras palabras, que se ha producido una reducción total en nuestro uso de recursos, también conocido como desacoplamiento absoluto. ¿Qué pensaba él?
Respondió, lo cual le honra, que “por supuesto, en general está en lo cierto”, aun cuando ese nuevo análisis socava la tesis que él ha defendido. No obstante, tenía algunas reservas, en particular con respecto al modo como se calculaban los impactos de la construcción. Consulté también al principal académico experto en la materia, el Prof. John Barrett. Me dijo que él y sus colegas habían llevado a cabo un análisis similar, en este caso referido a la utilización de energía y la emisión de gases de efecto invernadero en el Reino Unido, “y encontramos un patrón similar”. Uno de sus estudios revela que mientras que, oficialmente, las emisiones de dióxido de carbono del Reino Unido han disminuido en 194 millones de toneladas entre 1990 y 2012, esta aparente reducción se ve más que anulada por el CO2 vinculado a los productos que adquirimos en el extranjero. Este aumentó en 280 millones de toneladas en el mismo periodo.
Hay decenas de estudios diferentes que llegan a conclusiones similares. Por ejemplo, un informe publicado en la revista Global Environmental Change revela cada vez que un país duplica su renta necesita un tercio más de tierra y océano para sostener su economía, debido al aumento en su consumo de productos animales. Un artículo reciente del la revista Resources revela que el consumo global de materiales se ha incrementado un 94% en treinta años, y se ha acelerado a partir de 2000. “En los últimos diez años, a nivel global, no se ha conseguido ni siquiera un desacoplamiento relativo”.
Podemos convencernos de que vivimos flotando en el aire, en una economía inmaterial, como ingenuos futurólogos predecían en los 90. Pero es una ilusión creada por una contabilidad irracional de nuestro impacto medioambiental. Esta ilusión permite aparentemente conciliar políticas incompatibles.
Los Gobiernos nos instan, a la vez, a consumir más y a conservar más. Hemos de extraer más combustibles fósiles del suelo, pero quemar menos. Debemos reducir, reutilizar y reciclar las cosas que entran en nuestras casas, pero al mismo tiempo debemos incrementarlas, desecharlas y sustituirlas. ¿De qué otra manera va a crecer la economía de consumo? Debemos comer menos carne para proteger el planeta viviente y comer más carne para estimular la industria agropecuaria. Estas políticas son incompatibles. Los nuevos estudios indican que el problema es el crecimiento económico, tanto si se le pone delante la palabra sostenible como si no.
No es solo que no abordemos esta contradicción. Casi nadie se atreve siquiera a nombrarla. Es como si el asunto fuera demasiado grande, demasiado aterrador para contemplarlo. Parecemos incapaces de afrontar el hecho de que nuestra utopía es también nuestra distopía, el hecho de que la producción es indistinguible de la destrucción.

Notas: 

1 “Pico de materiales”. Por analogía con “peak oil” o pico del petróleo. (N. del T.)



Gracias a: Tlaxcala
Fuente: http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/nov/24/consume-conserve-economic-growth-sustainability
Fecha de publicación del artículo original: 24/11/2015
URL de esta página en Tlaxcala: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=16714

 

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1 Comentario

  1. José Maria Vega Fernandez

    Re-leer varias veces el último párrafo, equivale a ver la película Melancolia por segunda vez, y luego buscar una pistola.
    Si nos negáramos participar en la cadena de producción, no evitaríamos la muerte de las cosas y los seres.
    Pero mientras estemos vivos, esforcémonos por vivir y morir concientemente.
    Demos relevancia a lo que nos distingue en lo alto como especie.

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