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El Miedo enquistado en la Intelectualidad Argentina

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¿A que hondas razones culturales, políticas, sociológicas y psicológicas obedece el miedo enquistado en la opinión pública intelectual argentina?, ¿a qué obedece la autocensura, conformidad o resistencia a opinar críticamente sobre cuestiones que hacen a la democratización de la ciencia, el arte y la cultura?, ¿por qué motivos numerosos y consagrados intelectuales vienen callando la dominación autoritaria y facciosa que prevalece en las estructuras de los organismos de cultura argentinos?, ¿por qué motivo el Instituto Gino Germani (IGG) no encaró este drama, y por el contrario en la investigación de Naishtat y Toer (2005), las preguntas formuladas en las encuestas practicadas –a los miembros de los Consejos Directivos de la UBA– se redujeron a problemáticas de muy relativa relevancia (la representatividad formal)?

Difícil es contestar estos interrogantes y aproximar un diagnóstico y una evaluación del trauma sufrido, dada la escasez de pruebas, testigos e investigaciones a las que se pueda recurrir (la mayor parte de los expedientes de estos casos no están al alcance de una investigación pues son confidenciales). Incluso, internacionalmente, los trabajos al respecto –aparte de los clásicos como los de Gouldner (1980) y Collins (1979)– se focalizan exclusivamente en la clase profesional (Martin, 1991; y Schmidt, 2000). Sin embargo, pese a esta exigüidad, es nuestra obligación intentar ensayar una respuesta que indague en la desidia de la ciencia y la cultura argentina y en la negligente omisión de sus actores, que arroje algo de luz en la crisis que padecemos.

Tradicionalmente, la ciencia política ha probado que el miedo es un ingrediente propio de los regímenes fascistas y dictatoriales, donde la principal víctima es el intelectual independiente; y que por el contrario, en los regímenes democráticos, dicho miedo se va extinguiendo a medida que las libertades democráticas se consolidan. No obstante, la actualidad presente en los medios culturales argentinos permite verificar una realidad de signo adverso, pues aunque las instituciones democráticas se han restaurado y el modelo neoliberal fue derrotado, el miedo al poder persiste entre los intelectuales, artistas y científicos, de las ciencias duras y blandas, jóvenes y viejos, y a una escala e intensidad cada vez más crecientes.

Una explicación de estas dolorosas supervivencias sería que frente al inconcluso intento de restauración democrática y la parcial derrota experimentada por el neoliberalismo, al no haberse erradicado de cuajo dicha doble herencia –que quedó plasmada en actores cómplices de esas épocas y en prácticas, legislaciones, regulaciones y reglamentaciones antidemocráticas aún vigentes– no se habría podido afianzar la participación y la confianza mutua de la comunidad intelectual. Una democracia inconclusa sería aquella que preserva escrupulosamente las formalidades y el protocolo, pero donde la transparencia y la sustancia deliberativa, meritocrática, competitiva y exogámica del ejercicio democrático está críticamente ausente, por la falta de voluntad política para oxigenar las instituciones culturales, las que se perpetúan sin autocrítica, y en condiciones herméticas, desjerarquizadas y fragmentadas. Su nocivo ejemplo se derrama a los niveles laterales correspondientes a las profesiones liberales, y a las escalas inferiores de las instituciones educativas, no bastando por ello con modificar sólo la Ley de Educación Superior, sino producir una democratización profunda de todas las instituciones de la cultura, incluidas las referidas a los medios de comunicación masiva.

Es decir, una comunidad donde los intelectuales no son físicamente perseguidos por sus opiniones, y donde no existe censura, cárcel ni patíbulo por el “pecado” de disentir; pero donde sin embargo el miedo a “descolocarse” o desubicarse con quienes detentan el poder –peligrando el puesto de trabajo o malogrando privilegios económicos, como incentivos, becas, subsidios y subvenciones– está culturalmente enquistado y psicológicamente internalizado. En otras palabras, una comunidad donde rige una violencia simbólica ilegítima, tácita y/o latente, que está destinada ex profeso a domesticar y disciplinar las mentes, las conciencias y las vocaciones, subordinando a los intelectuales al status de cortesanos del poder, impone un silencio a dos puntas; que amedrenta a los jóvenes con bloquearles sus pretensiones de ascenso académico, y a la vieja guardia intelectual que persista en su independencia con sabotearles una jubilación digna. Este enquistamiento e internalización no les permitiría ensayar la voluntad de discrepar, ni proponer cambios, ni denunciar anomalías o corrupciones, ni prestar solidaridad alguna para con los que a juzgar por su independencia de criterio son segregados, anatematizados y/o moralmente acosados. Aunque les muerda el dolor del vacío, la indefensión y la pérdida de su autoestima, estos últimos se encontrarían ante la patética situación en la que “nunca podrían esperar una mano, una ayuda ni un favor”.

Este inhumano y desolador cuadro, que se ceba en aquellos a quienes el sistema estigmatiza como chivos expiatorios, y que por el contrario premia y asciende a sus aduladores, esbirros y sicarios, intimida a la comunidad intelectual, la expulsa a una deserción y un ostracismo que aumenta la brecha con los países centrales, o la incita a refugiarse en patologías o pautas de conducta violatorias de los códigos académicos.

Entre esas pautas rige la intriga, el chisme, el secretismo, la extorsión, el chantaje, la venganza, la traición, y el buscar seguridad y protección en trenzas, roscas y camarillas, que le permitan compartir los eventuales botines de guerra, y lo parapeten cual si fueran casamatas o búnquers, contra la indiferencia, la discriminación, la postergación y la represalia. Toda la libido intelectual estaría focalizada en “hacerse amigo del juez”, en reforzar y consolidar identidades de tipo clánico, y en concertar vínculos insanos como el compadrazgo y la coalición en sectas o logias, con las que poder disputar con éxito las diferentes instancias de poder académico, científico y cultural (elecciones de claustro, integración de comisiones y comités editoriales, constitución de jurados y referatos, organización de congresos y simposios, etc.).

En ese enmudecimiento cómplice y en esas relaciones de poder cortesanas, genuflexas, ventajeras y oportunistas, y no en los méritos intelectuales propios, ni en las rupturas epistemológicas o metodológicas alcanzadas en sus investigaciones, ponencias y exposiciones, ni en las innovaciones tecnológicas con que exhiba su producción, estaría cifrada toda la esperanza de inmunidad, reconocimiento, cooptación y promoción académica. Esta búsqueda perversa de un nicho ilegítimo lo induciría a su vez a incurrir en diversos mecanismos ficticios y cínicos (fatuidad, imitación, simulación, adulteración, plagio, etc.), y en una constante propensión a rehuir la polémica o el debate franco, donde la originalidad, la creatividad y la fractura con lo establecido estarían obstinadamente ausentes.

Bibliografía
Collins, Randall (1979). The Credential Society: An Historical Sociology of Education and Stratification. New York: Academic Press.

Gouldner, Alvin W. (1980): El futuro de los intelectuales y el ascenso de la nueva clase. Madrid: Alianza;

Martin, Brian (1991): Knowledge and Power in Academia, Neucleus (Armidale Students’ Association), Vol. 44, No. 4, 15 August 1991, p. 10 (abridged); Farrago (University of Melbourne), Vol. 70, No. 8, pp. 32-33; Rabelais (La Trobe University Student’s Representative Council), Vol. 25, No. 7, August 1991, pp. 12-13, 33.
en: http://www.uow.edu.au/arts/sts/bmartin/pubs/91kpa.html

Naishtat, Francisco y Mario Toer, ed. (2005): Democracia y Representación en la Universidad. El caso de la Universidad de Buenos Aires desde la visión de sus protagonistas (Buenos Aires: Editorial Biblos);

Schmidt, Jeff (2000). Disciplined Minds: A Critical Look at Salaried Professionals and the Soul-Battering System that Shapes their Lives. Lanham, MD: Rowman & Littlefield. http://www.creativeresistance.ca/action/2002-feb01-disciplined-minds-review-mike-ryan-z-magazine.htm

El autor es investigador del CONICET
Visite el sitio web del autor
http://www.er-saguier.org
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