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El poder destituyente y la defensa de su orden

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22 julio 2015
Desde un tiempo a esta parte, un grupo de ciudadanos hemos estado impulsando a través de distintos mecanismos, vías y lugares, la convocatoria a una Asamblea Constituyente como un genuino espacio de deliberación política ciudadana que signifique la elaboración de una nueva y legítima Constitución política para Chile. Asimismo, hemos expresado que la convocatoria a una Asamblea Constituyente implica, simplemente, apelar al poder constituyente.
Como señaló en la década de los ochenta el denominado “Grupo de los 24”, el poder constituyente lo conforma cada uno de los integrantes de la nación. Es un poder que está radicado originalmente en el pueblo, el cual puede ser delegado en representantes populares, los que, elegidos democráticamente, se constituyen en una Asamblea Constituyente. Este poder sólo puede ser ejercido legítimamente por el pueblo o por órganos representativos de toda la ciudadanía. En consecuencia, la Asamblea Constituyente es un órgano pluralista que, delegado del pueblo, permite ejercer el auténtico poder constituyente democrático.
Así el poder destituyente se mueve y opera meticulosa y sigilosamente en Chile. Actúa en defensa de sus intereses y privilegios. Recurre a discursos del miedo y campañas del terror. Despliega propagandas y construcciones discursivas. Se organiza en redes y actúa corporativamente. Sabe cómo y dónde presionar y manipula para que lastime y se haga notar (discursos económicos y moralistas).
Sin embargo, ¿qué hemos tenido hasta ahora en nuestra historia política? Más que un poder constituyente, hemos estado en presencia de un poder destituyente. ¿A qué me refiero? Habría que señalar que el poder no es ni está solo en la parte más visible del Estado; es decir, se requiere pensar o analizar aquellas relaciones de poder invisibles, impalpables que se esconden en las cosas materiales; por lo tanto, el poder no solamente está circunscrito a su lado coercitivo, represivo-físico, sino en su aspecto persuasivo y de consenso. En cómo diferentes instituciones o aparatos que no necesariamente pertenecen al Estado, colaboran de alguna manera con este. Aquello que el intelectual Antonio Cortés Terzi denominó en su momento como el “Circuito extrainstitucional del poder”.
Allí están por ejemplo la Iglesia, los medios de comunicación, las corporaciones, grupos empresariales, a los cuales podemos sumar el dispositivo militar, entre otros. Son precisamente estos poderes (fácticos), los que a través de diversos mecanismos  o dispositivos de control han impedido que en Chile se pueda constituir y ejercer un auténtico poder constituyente democrático.
Este poder destituyente de una u otra forma ha negado, impedido, bloqueado y hasta “golpeado” los avances y tentativas de cambios y transformaciones que alteren el orden establecido por dicho poder.
Estamos en presencia de un poder destituyente que pública, pero sobre todo solapadamente (extrainstitucional) se articula, opera y actúa, para de esa forma seguir irguiéndose como una dirección política y cultural en la sociedad y así  impedir una vez más que el poder constituyente se convierta en una realidad.
Por estos días nuevamente ha irrumpido con fuerza este poder destituyente. Lo podemos apreciar en sus críticas a los cambios en materia educacional. En los reparos a la reforma laboral. Insinuando un aplazamiento para el próximo Gobierno de un “proceso constituyente” (aún no especificado por la Presidenta) para una nueva Constitución política.
El poder destituyente ha tenido y tiene una gran ventaja, es una minoría consistente, que al estar organizada logra controlar y manipular a una mayoría, que al ser tal está desorganizada.
Así el poder destituyente se mueve y opera meticulosa y sigilosamente en Chile. Actúa en defensa de sus intereses y privilegios. Recurre a discursos del miedo y campañas del terror. Despliega propagandas y construcciones discursivas. Se organiza en redes y actúa corporativamente. Sabe cómo y dónde presionar y manipula para que lastime y se haga notar (discursos económicos y moralistas).
Si bien el poder destituyente se articula, por un lado, para bloquear e impedir determinados cambios, por otro, construye realidades y define condiciones sociales que terminan siendo o aparecen como normas buenas y normales para el resto de la sociedad. En el fondo, el gran logo y objetivo de ese este poder (destituyente) que determina la realidad no es otro que el orden, la defensa de su orden.
*Fuente: El Mostrador

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